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martes, 12 de septiembre de 2023

Fiesta del Santísimo Nombre de María

 



La Iglesia Católica celebra, cada 12 de septiembre, el Santísimo Nombre de la Madre de Dios: “María”[1], nombre que aparece en el Evangelio de San Lucas: “El nombre de la virgen era María” (Lc 1, 27). La Iglesia celebra el nombre de María por la importancia de la cooperación de la Virgen en el plan salvífico de la Trinidad para los hombres: con su “Sí” a la voluntad de Dios, manifestada en la Encarnación del Verbo en su seno virginal, la Virgen se convierte en la Puerta de Entrada, desde la eternidad, hasta nuestro tiempo, del Verbo de Dios, de la Palabra de Dios, Jesús de Nazareth. Si la Virgen hubiera dicho “No” al plan salvífico de la Trinidad, toda la humanidad habría quedado irreversiblemente condenada para siempre, para toda la eternidad, pero al decir “Sí” a la Divina Voluntad, la Virgen se convierte en el Portal Sagrado por el cual el Logos del Padre ingresa, desde la eternidad, en nuestro tiempo y espacio, en nuestra historia humana, para llevar a cabo la Redención de la humanidad, por medio de su Sacrificio en cruz. De esta manera, María, la Virgen y Madre de Dios, se ubica en el polo opuesta al de Eva, la primera mujer, la cual pecó contra Dios y por la cual el Pecado Original se transmite de generación en generación: si por Eva todos los hombres mueren, por la Virgen, Mediadora de todas las gracias, todos los hombres nacen a la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia. Si el nombre de Eva evoca la pérdida de la gracia para toda la humanidad, el Nombre Santísimo de María evoca la gracia santificante que da la vida divina a los hombres, porque por María el Hijo de Dios vino a nuestro mundo, para salvarnos de la eterna condenación.

Quien pronuncia con amor el sencillo pero a la vez grandioso Nombre de “María”, recibe la luz de la gracia por la cual contempla el infinito misterio de amor de Dios Uno y Trino por los hombres, Amor que lleva al Padre a pedir a Dios Hijo que se encarne, por obra del Espíritu Santo, en las entrañas virginales y purísimas de María Santísima. Por el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios, el Nombre de María está indisolublemente ligado al Nombre Santísimo de Jesús quien, por su Sangre derramada en la cruz, vence a los tres grandes enemigos del ser humano: el demonio, el pecado y la muerte, al mismo tiempo que nos concede la gracia santificante que nos hace partícipes de la vida divina de la Trinidad.

Así lo explicaba el Papa Benedicto XVI: “En el calendario de la Iglesia se recuerda hoy el Nombre de María. En Ella, que estaba y está totalmente unida al Hijo, a Cristo, los hombres han encontrado en las tinieblas y en los sufrimientos de este mundo el rostro de la Madre, que nos da valentía para seguir adelante… A menudo entrevemos sólo de lejos la gran Luz, Jesucristo, que ha vencido la muerte y el mal. Pero entonces contemplamos muy próxima la luz que se encendió cuando María dijo: ‘He aquí la esclava del Señor’. Vemos la clara luz de la bondad que emana de Ella. En la bondad con la que Ella acogió y siempre sale de nuevo al encuentro de las grandes y pequeñas aspiraciones de muchos hombres, reconocemos de manera muy humana la bondad de Dios mismo. Con su bondad trae siempre de nuevo a Jesucristo, y así la gran Luz de Dios, al mundo. Él nos dio a su Madre como Madre nuestra, para que aprendamos de Ella a pronunciar el ‘sí’ que nos hace ser buenos”[2].

Al recordar entonces el Nombre de María, Virgen y Madre de Dios, le pidamos que interceda para que, como hijos suyos adoptivos, renunciemos a nuestro propio “yo” y sigamos a su Hijo Jesús por el Camino de la Cruz, el Único Camino que conduce al Reino de Dios. ¡Que el nombre de María no se aparte de nuestra mente y corazón!



[2] Fragmento tomado de la Homilía del Santo Padre Benedicto XVI, Fiesta litúrgica del Dulce Nombre de María, sábado 12 de septiembre de 2009.

martes, 30 de mayo de 2023

María y el Cuerpo Místico

 



         ¿Qué relación hay entre la Virgen y el Cuerpo Místico de Jesús, es decir, su Iglesia, los bautizados?

         Es la misma relación que existe entre una madre amorosa y su hijo pequeño: así como la Virgen alimentó, cuidó y prodigó amor al cuerpo físico de su divino Hijo, cuando éste era pequeño, así los continúa ejerciendo ahora en favor de todos y cada uno de los miembros del Cuerpo Místico de Jesús, es decir, los bautizados en la Iglesia Católica. Cuando un miembro del Cuerpo Místico asiste a otro, lo hace en el espíritu de María, mediante la intervención de María, aun cuando no sean conscientes de esto. Es más correcto decir que es la Virgen quien se sirve de los legionarios, para asistir a otros, y no que son los legionarios los que son asistidos por María. Todos los cristianos deben recordar cómo la Virgen asistió a su Hijo y cómo su Hijo amaba y estaba sujeto a la Virgen (Lc 2, 51).

         El ejemplo de caridad de la Virgen, para con su Hijo y para con sus hijos adoptivos, obliga a todos los miembros de su Cuerpo Místico a hacer lo mismo, según el Mandamiento: “Honrarás a tu Madre” (Éx 20, 12). Esto quiere decir que es mandato divino el amar a la Virgen como a nuestra Madre del cielo.

         El Manual del Legionario nos recuerda que “el oficio propio de los legionarios dentro del Cuerpo Místico es guiar, consolar y enseñar a los demás”. Pero, dice también el Manual, los legionarios no cumplirán debidamente este oficio si no se identifican con la doctrina del Cuerpo Místico, es decir, ver a todos los bautizados como miembros de Cristo.

         Todo lo que la Iglesia realiza, no lo hace por sí misma, sino por Cristo: la unidad de la Iglesia, su autoridad, su desarrollo, sus padecimientos, sus portentos y sus triunfos, su poder de conferir la gracia -a través de los sacramentos-, todo lo hace la Iglesia por Cristo, en Cristo y para Cristo. La Iglesia reproduce la vida de Cristo en todas sus fases.

         Por orden de la Cabeza, que es Cristo, cada miembro está llamado a desempeñar un determinado oficio dentro del Cuerpo Místico. En la Constitución Lumen Gentium se lee: “Cristo comunica su Espíritu a su propio Cuerpo, en quien hay diversidad de funciones y de miembros. El Espíritu del Señor proporciona un sinfín de carismas, que invitan a las almas a asumir diferentes ministerios y formas de servicio a Dios”. Los legionarios, como realizan su apostolado en unión con María, se les llama a ser uno con Ella en su papel vital, como el corazón del Cuerpo Místico. A esto estamos llamados los legionarios, a obrar la misericordia en unión con María, para María y por María.

jueves, 3 de marzo de 2022

Los beneficios del Rosario revelados por la Virgen al Beato Alán de la Rupe

 



La Virgen María, la Madre de Dios, le reveló en una aparición al Beato Alán de la Rupe que el Rosario tiene ciento cincuenta Ave Marías, que protegen contra los ciento cincuenta terrores de la muerte, que son la enfermedad, la tristeza, el temor, el asalto de los demonios, el remordimiento de conciencia, la pérdida de bienes, la impaciencia, la inmovilidad de los miembros, la postración y todo lo que esto significa.

Luego la Virgen le dijo que el Rosario tiene también ciento cincuenta Ave Marías que protegen contra los ciento cincuenta terrores del Juicio Universal, que son el temor del Supremo Juez, el temor de quienes deben ser juzgados, la acusación de los demonios, la manifestación de los pecados, la infamia infinita, la aprehensión, el remordimiento de conciencia, la desesperación, la vergüenza, el deseo de morir para siempre, la acusación de las creaturas contra los pecadores, y todo lo que esto conlleva.

También le reveló la Virgen que el Rosario tiene ciento cincuenta Ave Marías que protegen contra la ciento cincuenta penas del Infierno, cada una de las cuales contiene en sí seis mil seiscientos sesenta penas especiales y cada una de ellas tiene además otras penas individuales, que son casi infinitas, tanto para el alma como para el cuerpo, penas que provienen de parte de los demonios –que atormentan y horrorizan para siempre a los condenados-, de parte de Dios –que de este modo ejerce su Divina Justicia, porque de Dios nadie se burla y si alguien se burló de Dios en esta vida, en la otra lo pagará para siempre si no hay arrepentimiento-, de parte del lugar de fuego, de parte de los sentidos, como consecuencia de la gloria perdida para siempre, con la interminable eternidad de los condenados.

Todos estos beneficios que concede el Santo Rosario, revelados por la Virgen en persona, son más que suficientes para rezarlo todos los días, hasta el último día de nuestra vida terrena.

domingo, 7 de marzo de 2021

La Mujer más grandiosa de la historia es la Virgen, la Madre de Dios

 



         La Mujer más grandiosa de la historia es la Virgen, la Madre de Dios

         Si hay alguna mujer a la que hay que recordar, halagar, venerar, amar y tenerla siempre presente, en la memoria, en el intelecto y en el corazón, esa Mujer es una sola y es la Virgen María, la Madre de Dios. La Virgen es la Mujer más excelsa y más grandiosa, jamás creada por Dios Trino; una Mujer como no hubo antes de Ella en la humanidad, no hay, ni habrá otra igual por la eternidad. Por supuesto que también considera cada uno a su madre biológica como el ser que encarna el amor de Dios en la tierra, pero la madre biológica es para cada uno, mientras que la Madre de Dios es para todos los hombres, para todos los que, por la gracia de Dios, nazcan a la vida de los hijos de Dios por la gracia.

         Veamos brevemente las razones de la grandeza de la Madre de Dios.

         Por su mismo título y condición, “Madre de Dios”: María da a luz en Nazareth a una persona y así se convierte en madre, pero esta persona es la Persona Segunda de la Trinidad, Dios Hijo encarnado en su seno virginal, por lo que al darlo a luz en el tiempo a Aquel que es la Eternidad en Sí misma, se convierte en Madre de Dios Hijo encarnado.

         Porque además de ser Madre de Dios, fue, es y será Virgen por la eternidad, porque su Hijo no fue concebido por obra de varón alguno, sino por obra del Amor de Dios, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, Quien fue el que llevó al Verbo de Dios para que se encarnara en el seno virginal de María Santísima.

         Porque es la Concebida sin pecado original, un privilegio concedido por la Santísima Trinidad a una sola creatura humana –con excepción de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth-, lo cual quiere decir que, desde el punto de vista humano, era el ser humano más puro, inmaculado y perfecto que pudiera ser concebido por la Trinidad. Esto significa, entre otras cosas, que la Virgen era perfectísima, porque no cabía en Ella no solo ni la más ligera maldad, sino ni siquiera la más ligera imperfección y esto desde el primer instante de su Inmaculada Concepción. La razón de este privilegio es que Dios Hijo quería una Madre acorde a su dignidad divina y esto significaba que su Madre en la tierra no debía estar manchada por el pecado original.

         Pero además de ser concebida sin pecado original, la Virgen Santísima fue concebida como “Llena de gracia”, esto es, inhabitada por el Espíritu Santo, lo cual significa que su alma, su mente, su corazón, su cuerpo todo, estaba pleno del Espíritu Santo, que moraba en Ella como en su Templo más preciado y la razón de esto es la Encarnación: Dios Padre quería que Dios Hijo, que era amado por Él desde la eternidad en su seno paterno con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al encarnarse, fuera recibido por el mismo Amor de Dios, por el mismo Espíritu Santo y esto sólo era posible si la creatura que habría de recibirlo estaba colmada de este Divino Espíritu y es por esto que la Virgen fue concebida, además de Inmaculada, como Llena de gracia.

         Porque la Virgen es la Mujer del Génesis que, en virtud de la inhabitación de la Trinidad en su Inmaculado Corazón, recibe de la Trinidad todos sus dones, virtudes y perfecciones, por participación; entre ellos, recibe el ser partícipe de la omnipotencia divina y es en virtud de esta omnipotencia divina participada, que la Virgen aplasta la cabeza orgullosa de la Serpiente Antigua, el Diablo o Satanás y lo encadena para siempre en lo más profundo del Infierno.

Porque la Virgen es la Mujer al pie de la Cruz que participó, mística y sobrenaturalmente, de la Pasión Redentora de su Hijo Jesús, Pasión por la cual la Trinidad abrió las Puertas del Reino de Dios a la humanidad caída; Pasión por la cual el Hijo de Dios lavó los pecados de los hombres al precio altísimo de su Sangre Preciosísima, derramada en el Calvario el Viernes Santo y cada vez en la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz; Pasión por la cual cerró las puertas del Infierno para quienes sean lavados con esta Sangre Preciosísima, además de abrirles de par en par el seno del Padre Eterno, destino final de quienes mueren crucificados con Cristo; Pasión por la cual fueron derrotados los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, la Muerte y el Pecado, de una vez y para siempre, en la Cruz. Y por haber participado, mística y sobrenaturalmente de la Pasión de su Hijo, es que la Virgen es Corredentora, porque su Hijo es el Redentor de la humanidad.

        

         Porque la Virgen, por encargo de su Hijo Jesús, Quien nos la dio como Madre celestial antes de morir en la Cruz, es Nuestra Madre del cielo, quien desde ese momento nos adoptó como a sus hijos muy amados, en lo más profundo de su Inmaculado Corazón, siendo así la esperanza de nuestra eterna salvación, porque si alguien es tan desalmado y desatinado como para no hacer caso a Jesús, no dejará de escuchar, amar y obedecer a su propia Madre, la Virgen Santísima.

         Porque la Virgen es la Mujer del Apocalipsis, que defiende a su Hijo de las fauces del Dragón Infernal y como es Madre de la Iglesia, es la Iglesia la que continúa esta labor defensiva de los hijos de Dios, frente a los ataques del Dragón Rojo, de la Bestia y del Falso Profeta.

La Virgen es también la Mujer revestida de sol, descripta en el Apocalipsis, porque el sol representa la gloria de Dios y María Santísima, por ser Inmaculada y Llena de gracia, está inhabitada y revestida de la gloria de Dios desde su Concepción Inmaculada.

Porque la Virgen da a luz, milagrosamente, en Belén, Casa de Pan, a Aquel que es el Manjar del cielo, Cristo Jesús, que se nos dona como Pan de Vida eterna en la Sagrada Eucaristía.

         Por estas y por otras innumerables razones, la Virgen es la Mujer más grandiosa y formidable que haya existido jamás y que jamás, por toda la eternidad, habrá nadie que pueda siquiera asemejársele remotamente.

         

        


lunes, 2 de diciembre de 2019

Agradezcamos a Dios por la vida y por la gracia a través de María Santísima



          En relación a Dios, los hombres tenemos múltiples motivos para agradecer: desde el haber sido creados a su imagen y semejanza, hasta el habernos dado el Bautismo, pasando por el don de la vida que continuamente nos da. Ahora bien, hay dos motivos en especial por los cuales debemos dar, especialmente, valga la redundancia, gracias a Dios: por el don de la vida y por el don de la gracia. Por el don de la vida, porque como dijimos, fuimos creados a imagen y semejanza de Dios; fuimos dotados de un alma espiritual, que nos asemeja a los ángeles y de un cuerpo terreno, que nos asemeja a los animales. Por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, es que somos el centro del universo, la creatura más amada y predilecta de Dios. Cuando miramos el resto de la Creación, nos podemos dar cuenta de cuán afortunados hemos sido al haber sido creados con vida humana, porque si bien no somos ángeles, tampoco somos seres irracionales, como los animales, ni mucho menos inanimados, como lo es, por ejemplo, el reino mineral. Hemos sido creados con vida y con una vida que nos coloca en el medio, entre los seres irracionales y los ángeles y también Dios. Por esta razón, debemos dar gracias a Dios de modo continuo, porque nos creó con vida y con vida racional, lo que nos asemeja a los ángeles y a Dios.
Ahora bien, hay otro motivo por el cual debemos dar gracias a Dios y es el habernos concedido la gracia, porque si por la vida humana estábamos en el medio entre los seres irracionales y los ángeles, por la gracia nos acercamos a Dios, ya que la gracia nos hace participar de la vida misma de Dios y nos hace Dios por participación. Es decir, si por la vida terrena ya tenemos motivos más que suficientes para dar gracias a Dios por habernos creado, por el hecho de recibir la gracia debemos vivir en constante acción de gracias, porque por la gracia dejamos de ser meras creaturas, para ser Dios por participación y eso es un don tan grande, que no podremos comprenderlo ni agradecerlo como es debido, ni en toda esta vida ni en toda la eternidad.
Por último, para que nuestra acción de gracias sea verdaderamente bien recibida por Dios, debemos hacer la acción de gracias no por nosotros mismos, sino que debemos acudir a la Virgen, para que sea Ella quien, con su Corazón Inmaculado, dé gracias a Dios en nuestro nombre. De esta manera nos aseguraremos que nuestra acción de gracias será bien recibida por Dios Uno y Trino y, como la Virgen es Mediadora de todas las gracias, recibiremos de Dios, a través de la Virgen, gracias todavía más grandes, si cabe; tantas, que no podemos ni siquiera imaginar.

martes, 18 de diciembre de 2018

Entregando todo a María nada de lo bueno se pierde y toda gracia se gana



         Una de las objeciones que con frecuencia se plantean las almas buenas que se consagran a María por la Verdadera Devoción, es que, al final de sus días, cuando deban comparecer ante el Justo Juez, en el día de sus muertes, tendrán sus manos vacías de obras de misericordia y de toda clase de obras buenas porque, como sabemos, una de las condiciones esenciales de la consagración es entregar a María absolutamente todas nuestras obras buenas y de misericordia, sin pretender en absoluto que nos sean atribuidos a nosotros los méritos que de ellas se derivan. En pocas palabras, la objeción es que, si le entrego a María todo lo que tengo en obras de misericordia, en el día de mi Juicio Particular, me presentaré ante Cristo, Justo y Supremo Juez, como alguien que no ha hecho nada para ganar el Reino de los cielos.
         El Manual del Legionario[1] viene en nuestra ayuda, para superar esta duda que, en el fondo, no tiene bien asidero, cuando se considera bien en qué consiste la consagración a María.
         Ante todo, dice el Manual, no debemos ni siquiera plantearnos esta posibilidad, es decir, “querer probar que en esta consagración no hay pérdida alguna”, o sea, hacer cálculos acerca de qué es lo que “pierdo” cuando le ofrezco a la Virgen todo lo que tengo y lo que soy. Esta actitud, dice el Manual, “secaría de raíz el ofrecimiento y le robaría su carácter de sacrificio, en que su funda su principal valor”[2]. Es decir, si ofrecemos a la Virgen cuanto somos y tenemos, lo hacemos con espíritu de sacrificio y el sacrificio implica darlo todo sin esperar nada a cambio; si ofrecemos a la Virgen cuanto somos y tenemos, y al mismo tiempo estamos haciendo cálculos acerca de cuánto es lo que perdemos y ganamos, entonces eso no es un sacrificio verdadero.
         Para que nos demos una idea acerca del valor de la consagración y cómo, a pesar de darle todo a la Virgen, nunca nos quedamos con las manos vacías, el Manual del Legionario trae a la memoria el episodio de la multiplicación milagrosa de panes y peces, aunque sin detenerse en la consideración del milagro en sí, sino en las cavilaciones que podría hacer el muchachito que aportó los panes y los peces. Dice así el Manual[3]: “Supongamos que aquel joven, que se desprendió de sus provisiones, hubiese contestado: “¿Qué valen mis cinco panes y dos pececillos, para hartar a tan gran gentío? Además, los necesito para los míos, que también están aquí hambrientos. Así que no los puedo ceder”. Es decir, si el muchacho hubiera pensado como el consagrado que da con reticencias a la Virgen, jamás hubiera dado sus panes y peces y nunca se habría producido el milagro con el que comieron no solo los suyos, sino más de diez mil personas. Continúa el Manual: “Mas no se portó así: dio lo poco que tenía, y resultó que tanto él como todos los de su familia –y sus amigos, conocidos, vecinos y también gente que no conocía- allí presentes recibieron, en el milagroso banquete, más –muchísimo más- de lo que él había dado. Y, si hubiese querido reclamar los doce cestos llenos que sobraron –a los que, en cierto modo, tenía derecho-, seguro que se los hubieran dado”.
         Continúa el Manual: “Así se conducen siempre Jesús y María con el alma generosa que da cuanto tiene sin regatear ni escatimar nada. Multiplican y reparten la más pequeña dádiva hasta enriquecer con ella multitudes enteras; y las mismas intenciones y necesidades propias que parecía que iban a quedar descuidadas, quedan satisfechas colmadamente y con creces; y por todas partes dejan señales de la generosidad divina”. En definitiva, como dice la Escritura, “Dios no se deja ganar en generosidad” y si nosotros somos generosos con la Virgen, dándole todo lo que somos y tenemos en la consagración, jamás nos dejará la Virgen presentarnos ante el Sumo Juez con las manos vacías, pues nos dará inimaginablemente más de lo escaso que seamos capaces de darle.
         Finaliza el Manual, animándonos a consagrarnos y a darle a la Virgen todo lo que somos y tenemos, sin temor a quedarnos con nada; por el contrario, sabiendo que recibiremos infinitamente más de lo que demos: “Vayamos, pues, a María con nuestros pobres panes y pececillos; pongámoslos en sus manos, para que Jesús y Ella los multipliquen, y alimenten con ellos a tantos millones de almas como pasan hambre –espiritual- en el desierto de este mundo”.
         En cuanto tal, “la consagración no exige ningún cambio en cuanto a la forma externa de nuestras oraciones y acciones diarias. Se puede seguir empleando el tiempo como antes, rogando por las mismas intenciones y por cualquier otra intención que sobrevenga. Sólo, en adelante, sométase todo a la voluntad de María”. Entreguemos en manos de la Virgen nuestros panes y pececillos, es decir, nuestras obras buenas de misericordia y Ella se encargará, con su Hijo Jesús, de alimentar espiritualmente a cientos de miles de almas y, cuando llegue el momento de presentarnos ante el Supremo Juez, nos concederá la gracia de atribuirnos esa obra de misericordia.



[1] Cfr. VI, 5.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Las Apariciones del Ángel de Portugal y su contenido eucarístico, como preludio a las Apariciones de la Virgen en Fátima


El contenido eucarístico de las apariciones del Ángel de Portugal

Las Apariciones de la Virgen en Fátima, una de las más grandes manifestaciones marianas de todos los tiempos, estuvieron precedidas por las apariciones de un ángel, el Ángel de Portugal o Ángel de la Paz, tal como él mismo se presentó. El contenido de estas apariciones está estrechamente relacionado con el contenido del mensaje de la Virgen y de tal manera, que se puede decir que sirven como una preparación espiritual para lo que la Virgen habría de manifestarles. Las apariciones del Ángel sucedieron a fines del año 1916, meses antes de la primera manifestación de la Virgen, en Mayo de 1917.
Recordaremos las tres apariciones, en su orden cronológico, y meditaremos brevemente en el contenido o mensaje sobrenatural que las mismas contienen. Si bien sucedieron hace cien años, son a-temporales, en el sentido de que el mensaje sobrenatural es válido para los hombres de todos los tiempos, y también de todas las edades y razas.
El Ángel de Portugal o Ángel de la Paz se les apareció, en total, tres veces a los pastorcitos. No se conoce la fecha exacta de la primera aparición, la cual sucedió “en la primavera de 1916”, según lo manifiesta Sor Lucía, a quien pertenecen las descripciones de estos eventos sobrenaturales.

1.     Primera aparición del Ángel.

Esta primera aparición es narrada así por la Hermana Lucía: “No recuerdo exactamente los datos, puesto que en aquel tiempo no sabía nada de años, no de meses ni tampoco de los días de la semana. Me parece que debe haber sido en la primavera de 1916 que nos apareció el Ángel por primera vez en nuestro “Loca de Cabeco”. Hacía poco tiempo que jugábamos, cuando un viento fuerte sacudió los árboles y nos hizo levantar la vista para ver lo que pasaba, pues el día estaba sereno. Vemos, entonces, que, desde el olivar se dirige hacia nosotros la figura de la que ya hablé. Jacinta y Francisco aún no la habían visto, ni yo les había hablado de ella. A medida que se aproximaba, íbamos divisando sus facciones: un joven de unos 14 ó 15 años, más blanco que la nieve, el sol lo hacía transparente, como si fuera de cristal, y de una gran belleza. Al llegar junto a nosotros, dijo: – ¡No temáis! Soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo. Y arrodillándose en tierra, dobló la frente hasta el suelo y nos hizo repetir por tres veces estas palabras: “¡Dios mío! Yo creo, espero, os adoro y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no esperan, no adoran y no os aman”. Después, levantándose, dijo: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”. Sus palabras se grabaron de tal forma en nuestras mentes, que jamás se nos olvidaron. Y, desde entonces, pasábamos largos ratos así, postrados, repitiéndolas muchas veces, hasta caer cansados”[1].
Una primera consideración es la edad de los destinatarios: son niños, con poca instrucción escolar, que incluso están ayudando, con su humilde trabajo –pastoreando las ovejas-, a la economía familiar. El hecho de que sean niños, nos recuerda lo que dijo Jesús en el Evangelio: “Quien no se haga como niño, no puede entrar en el Reino de los cielos”. Es decir, la niñez es una etapa privilegiada para Dios, y tanto, que quien no sea como niño, no podrá entrar jamás a gozar de la contemplación de las Tres Divinas Personas, que es en lo que consiste la felicidad eterna. Ahora bien, ¿en qué consiste esta “infancia espiritual”? Ante todo, que no es sinónimo de infantilismo, sino propiamente, de que el alma posea en sí los mejores atributos de la niñez, principalmente, la inocencia y la pureza, la ausencia de mala intención. Otro elemento a tener en cuenta es que esta “infancia espiritual”, de la que hablan muchos santos, entre ellos, Santa Teresita del Niño Jesús, no es el producto de un esfuerzo de ascesis humana, sino que es consecuencia de la gracia santificante en el alma, que transmite al hombre la inocencia, la pureza, el candor y la bondad del Ser divino trinitario. Esta infancia espiritual concedida por la gracia es absolutamente necesaria para recibir luego los dones y gracias que posteriormente Dios concede al alma; si no existe la inocencia de la infancia espiritual, no puede actuar la gracia, ya que la soberbia y el orgullo, o la impureza, lo impiden.
El Ángel que se les aparece toma una forma corpórea, aunque por su naturaleza puramente espiritual no poseen cuerpo, y la razón es que, a partir de la Encarnación del Verbo, que por esto mismo asume la naturaleza humana y se manifiesta como hombre, como ser humano, los ángeles, cuyo Rey es el Verbo Encarnado, se manifiestan igualmente como hombres, como seres humanos, aunque propiamente no lo sean, para secundar a su Rey, Cristo Dios, Dios Hijo encarando. La juventud y belleza del ángel son consecuencia de la gloria de Dios en los espíritus angélicos, que en los hombres mortales se anticipa con la gracia santificante y que comunica, sea al hombre que al ángel, la belleza y la eterna juventud. De hecho, en el cielo, según Santo Tomás y el Catecismo de la Iglesia Católica, los bienaventurados serán eternamente jóvenes, con sus cuerpos resplandecientes de la gloria divina, sin enfermedad ni dolor alguno, y todo como consecuencia de la gloria de Dios que, rebalsando del alma, se vierte sobre el cuerpo y lo glorifica. La belleza y la juventud del ángel de luz se contrapone con el aspecto de los ángeles caídos que, privados de la gracia y de la gloria divina, son extremadamente horribles, al punto de adquirir las formas verdaderamente monstruosas, de animales desconocidos para el hombre. La extrema fealdad del Demonio es la consecuencia del rechazo de aquello que le daba belleza y hermosura, y que es la gracia y la gloria de Dios.
En cuanto al nombre, es el mismo Ángel quien les dice su nombre, presentándose como el “Ángel de Portugal” o “Ángel de la Paz”. Esto es llamativo y concuerda con la doctrina católica, que enseña que todo grupo, sea familiar o, como en este caso, nacional, posee un ángel custodio –con lo cual también nuestra amada Patria Argentina tiene su ángel custodio, el Ángel Custodio de Argentina[2]. El Ángel se presenta como “Ángel de la Paz”, característica que se supone no como exclusiva del Ángel de Portugal, sino como propia de todo ángel de luz, que milita en el ejército celestial bajo las órdenes del Rey de los ángeles, Cristo Jesús, y de María Inmaculada, Reina de los ángeles. Son todos “ángeles de la paz”, porque poseen por participación y comunican la Paz verdadera, la Paz de Cristo.
Otro elemento en esta primera aparición y el más importante, es no solo la oración que el Ángel les enseña, sino también la postura corporal, puesto que se arrodilla y dobla la frente hasta el suelo para rezar, lo cual es signo de la adoración debida a Dios Uno y Trino, que no solo debe ser interior, sino también acompañarse por el gesto externo por excelencia de la adoración, que es el arrodillarse y, además, tocar el suelo con la frente. El Ángel les enseña una oración de reparación a Dios, por la malicia e indiferencia de los hombres que “no creen, no esperan, no adoran y no aman”: “¡Dios mío! Yo creo, espero, os adoro y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no esperan, no adoran y no os aman”. El Ángel les hace notar a los niños que sus oraciones no solo no serán vanas, sino que los mismo Jesús y María en persona, están esperando atentamente esas oraciones de reparación: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas”.
Esta oración de adoración y reparación es necesaria por cuanto el hombre, y mucho más en este siglo XXI, ha reemplazado al Dios Verdadero y Único, Dios Uno y Trino, por una multitud de ídolos neo-paganos, ídolos falsos que se entronizan en el corazón del hombre, en el lugar debido únicamente a Dios Trinidad.

2.     Segunda aparición del Ángel.

La segunda aparición del Ángel tuvo lugar en el verano de 1916, y es así como la relata Sor Lucía: “Pasado bastante tiempo, en un día de verano, en que habíamos ido a pasar el tiempo de siesta a casa, jugábamos al lado de un pozo que tenía mi padre en la huerta, a la que llamábamos “Arneiro”. De repente vimos junto a nosotros la misma figura o Ángel, como me parece que era, y dijo: “¿Qué hacéis? Rezad, rezad mucho. Los Santísimos Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios”. “¿Cómo nos hemos de sacrificar?”, le pregunté. “En todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio como acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido y como súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra Patria la paz. Yo soy el Ángel de su guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad, con sumisión, el sufrimiento que el Señor os envíe”[3].
En esta segunda aparición, el Ángel insiste con la oración, a la que le agrega el sacrificio, que es tanto activo, como pasivo, porque consiste en ofrecer las tribulaciones que nos sobrevienen y que no dependen de nosotros: “Rezad, rezad mucho (…) Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios (…)”. Estos sacrificios, que pide el Ángel, son, como hemos dicho, activos, cuando el alma los ofrece por propia voluntad, aunque también son pasivos, cuando algo acontece y el alma, en vez de quejarse, ofrece a Dios la tribulación: “En todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio”. Y la razón del sacrificio, es también la reparación, por la ingratitud, indiferencia y malicia de los hombres para con el sacrificio redentor de Jesucristo y pidiendo la conversión de quienes ofenden a Dios: “(…)n ofreced a Dios un sacrificio como acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido y como súplica por la conversión de los pecadores”.

3.     Tercera aparición del Ángel

Es relatada así por Sor Lucía: “Después que llegamos, de rodillas, con los rostros en tierra, comenzamos a repetir la oración del Ángel: “¡Dios mío! Yo creo, adoro, espero y os amo, etc.”. No sé cuántas veces habíamos repetido esta oración, cuando vimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos levantamos para ver lo que pasaba y vimos al Ángel, que tenía en la mano izquierda un Cáliz, sobre el cual había suspendida una Hostia, de la que caían unas gotas de Sangre dentro del Cáliz. En Ángel dejó suspendido en el aire el Cáliz, se arrodilló junto a nosotros, y nos hizo repetir tres veces: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores”. Después se levanta, toma en sus manos el Cáliz y la Hostia. Me da la Sagrada Hostia a mí y la Sangre del Cáliz la divide entre Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”. Y, postrándose de nuevo en tierra, repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: “Santísima Trinidad… etc.”, y desapareció. Nosotros permanecimos en la misma actitud, repitiendo siempre las mismas palabras; y cuando nos levantamos, vimos que era de noche y, por tanto, hora de irnos a casa”[4].
Esta tercera aparición es, evidentemente, propiamente eucarística y asombra por lo que contiene: el Ángel da la comunión a los pastorcitos, pero antes adora a la Trinidad, dejando la Eucaristía y el cáliz en el aire y arrodillándose junto con los niños. En la oración se adora a la Trinidad y se hace referencia a la Presencia de Jesucristo en la Eucaristía, al tiempo que se ofrece su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en reparación. ¿Por qué nombra a la Trinidad y la adora, si el que está Presente en la Eucaristía es Dios Hijo? Se debe a la “circuminsesio”, esto es, la Presencia concomitante de las Tres Personas en donde está una de ellas. En la Eucaristía, el que está en Persona es el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, pero como donde está una están las otras, también están el Padre y el Espíritu Santo, de ahí que el ángel dirija la adoración a la Trinidad. Con respecto a la reparación antes de la comunión, surge la pregunta acerca de qué es lo que hay que reparar, y la respuesta está en las palabras del Ángel. En efecto, este hace mención a los “ultrajes, sacrilegios e indiferencias” con los cuales Jesús Eucaristía es “ofendido”. Nuevamente se pide también por la conversión de los pecadores, ofreciendo para ello los méritos de los Sagrados Corazones de Jesús y María: “Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores”.
La tercera aparición es una muy fuerte declaración de la verdad acerca de lo que la Iglesia enseña sobre la Eucaristía: es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y esto en virtud de la Transubstanciación, ocurrida en la Santa Misa, con lo que no es un mero pan bendecido, tal como lo sostienen otras iglesias. El Ángel les dice que lo que les da a comulgar es el “Cuerpo y Sangre de Jesucristo”, y vuelve a hacer mención de la palabra “ultraje”: “horriblemente ultrajado por los hombres ingratos”. Aún más, resume todas estas acciones de los hombres en contra de Jesús Eucaristía con un calificativo muy fuerte: “crímenes”: “Reparad sus crímenes y consolad a Dios”. Es un calificativo muy fuerte y muy duro, pero que describe exactamente la realidad de la malicia del hombre hacia la Eucaristía: la indiferencia, el ultraje y el sacrilegio, son crímenes, con lo cual los hombres nos convertimos en verdaderos delincuentes delante de los ojos de Dios, porque son los delincuentes los que cometen crímenes. Cada vez que, por lo menos, comulgamos indiferentemente, siendo fríos al Amor de Dios donado en la Eucaristía cometemos un “crimen”, tal es como lo percibe Dios en su infinito Amor a nuestro desamor hacia la Eucaristía. Pero también es cierto lo contrario: quien comulga con fe, con amor, con devoción, con piedad, consuela a “nuestro Dios”, el Dios de la Eucaristía, Jesucristo, por el desamor y la frialdad propias y de nuestros hermanos.
Un signo muy importante es la adoración, con el rostro en tierra, del Ángel, ante la Eucaristía: es el mismo Ángel quien nos da ejemplo de cómo adorar la Eucaristía al postrarse en tierra para adorar la Presencia Verdadera, real y substancial de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento del Altar. El Ángel adora el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo presentes en la Eucaristía, y luego de adorar la Eucaristía, les administra sacramentalmente en la boca el Cuerpo y la Preciosísima Sangre del Señor. Éste es el ejemplo del Ángel: adorar en cuerpo y alma la Eucaristía, porque contiene verdadera, real y sustancialmente al mismo Jesucristo Señor nuestro.
La plegaria reparadora del Ángel se relaciona también con el Santo Sacrificio de la Misa, que es donde se confecciona la Eucaristía. La santa Misa es el sacrificio de Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, ofrecido en nuestros altares en memoria del Sacrificio de la Cruz. La Misa es el mismo Sacrificio que el de la Cruz, porque en él se ofrece y sacrifica el mismo Jesucristo, aunque de un modo incruento, es decir, sin padecer o morir como en la Cruz. Profundas enseñanzas del Ángel de Portugal: reverencia, adoración, oración y reparación a Jesús presente en la Hostia consagrada. Nos enseña a adorar y reparar por encima de todo, ahí donde el amor no es amado: donde no es apreciado, donde es humillado, pisoteado y ofendido. Donde el Amor Eucarístico es profanado en lo oculto, en misas negras y en sectas satánicas, donde es vejado y despreciado o bien donde es recibido en la comunión con un corazón frío, indiferente, o incluso en pecado mortal. Nos enseña el Ángel Guardián de Portugal a respetar, adorar y amar profundamente a Jesús Eucarístico en cada Hostia profanada, en cada corazón que está en pecado y sin amor por Él, a reparar por quienes comulgan con un corazón frío, en quienes lo reciben sin siquiera pensar en Él.



[1] Cfr. Hermana Lucía, Memorias, Segunda Memoria.
[2] Hay una oración para el Ángel Custodio de Argentina, realizada por la Conferencia Episcopal Argentina.
[3] Cfr. Hermana Lucía, Memorias, Segunda Memoria.
[4] Cfr. ibidem.

martes, 8 de noviembre de 2016

María, Mediadora de todas las gracias


         ¿Por qué la Virgen es “Mediadora de todos las gracias”? La pregunta surge porque parecería no haber necesidad de su mediación puesto que Dios  puede, con su omnipotencia, conceder sus gracias sin necesidad de intercesores. Y es verdad que Dios puede hacerlo, pero sin embargo, movido por su amor misericordioso a los hombres, decretó que habría de dar sus gracias -absolutamente todas- a través de la Virgen María, al tiempo que decretó que todas las gracias que los hombres quisieran de Él conseguir, las obtendrían todas -absolutamente todas-, desde las más pequeñas hasta las más grandes, a través de la Madre de Dios. Es decir, por un lado, Dios quiere que su gracia -que proviene de Él como Gracia Increada y Fuente de toda gracia que Es-, pase a través de María y descienda a través de la Virgen, así como el agua de lluvia se derrama desde el cielo sobre la tierra por medio de la nube; por otro lado, quiere que los hombres, deseosos de pedir gracias a Él -las que Él tiene reservadas para dárnoslas sin medida, necesarias para nuestra eterna salvación-, sean obtenidas por medio de María y sólo por medio de María. En otras palabras, aunque Dios podría concedernos sus gracias directamente, ha querido sin embargo que tanto las gracias que Él desea concedernos, como las gracias que los hombres le solicitamos a Él, pasen a través de María.
         ¿Cuál es la razón de esta decisión divina? La respuesta está en los santos: nos enseñan los santos -como San Luis María Grignon de Montfort- que, en relación con las gracias que nosotros pedimos a Dios, el camino más seguro, corto y fácil de conseguir esas gracias es a través de María, porque “no hay nada que la Madre pida al Hijo, que éste no se lo conceda”. A su vez, por parte de Dios, no hay ninguna gracia que Él no quiere darnos que deje pasar por la Virgen. Entonces, volvemos a preguntarnos, ¿por qué quiere que sea la Virgen la Mediadora de todas las gracias? Porque así se asegura que las gracias -todas las gracias-, sean concedidas, sin excepción, tanto de parte de Dios, que quiere darlas, como de los hombres, que quieren recibirlas: al decretar que la Mediadora de todas las gracias sea la Virgen, Dios se asegura de que, de parte suya, ninguna gracia sea negada a los hombres, porque Él no le niega nada a Aquella que es su Hija predilecta –es hija de Dios Padre-; a Aquella que es la Madre de su Hijo Unigénito –es Madre de Dios Hijo-; a Aquella en quien inhabita el Divino Amor –es Esposa de Dios Espíritu Santo-; por parte de los hombres, Dios elige a la Virgen –Madre de Dios y de los hombres- para que sea la Mediadora de todas las gracias, porque se asegura así que las gracias que los hombres piden sean concedidas, porque para dirigirse a la Virgen en su condición de Madre de Dios y de los hombres, estos no pueden hacerlo de cualquier manera sino con un amor filial, sincero, sobrenatural, a su Madre celestial, de la misma manera a como un hijo se dirige a su madre, a quien ama con todo el corazón, y una petición así dirigida, hecha con amor de hijo hacia la Madre celestial, es una petición a la que Dios no se puede negar.

         Que Dios quiera dar sus gracias para la eterna salvación a los hombres, y que la Virgen sea la Mediadora universal de todas estas gracias, se observa de modo patente en las apariciones de la Virgen a Santa Catalina Labouré, puesto que esas gracias estaban representadas en los rayos de luz que brotaban de los anillos que adornaban sus manos, aunque también había anillos de los que no se irradiaba la luz, siendo estas las gracias que muchos de sus hijos no se las piden, porque no aman a la Virgen ni confían en Ella, en su condición de ser Mediadora de todas las gracias.

martes, 8 de diciembre de 2015

Qué implica la devoción a la Inmaculada Concepción


         Para saber qué implica el ser devotos de la Inmaculada Concepción, debemos tener en cuenta quién es la Virgen,
         La Virgen es la Mujer del Génesis, Aquella que, con el poder omnipotente de Dios, aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua; la Virgen es la Mujer del Calvario, la que, al pie de la cruz, participando de los dolores de la Pasión de Jesús, se convierte en la Madre de todos los hombres, por el Querer Divino; la Virgen es la Mujer del Apocalipsis, Aquella que, revestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada de estrellas, aparece en el firmamento como señal divina que indica el inicio de la Nueva Era, la Era de los hijos de Dios, los cristianos bautizados en la Iglesia Católica. La Virgen es la Concebida sin mancha de pecado original, la Nueva Eva, inhabitada por el Espíritu Santo, merecedora del doble y asombroso prodigio de ser, al mismo tiempo, Virgen y Madre de Dios; la Virgen es la Madre de la Iglesia, Asunta al cielo en cuerpo y alma, como anticipo de la asunción y glorificación de sus hijos, los nacidos en Cristo por la gracia.
         La Virgen es la Llena de gracia, la Vencedora de Satanás, la Inhabitada por el Espíritu Santo, la Purísima de cuerpo y alma, la Madre de Jesús, que da a luz al Hijo de Dios, Jesús, la Misericordia Encarnada, de modo virginal, en Belén.

Puesto que de la Virgen nace la Nueva Humanidad, porque Ella da a luz al Verbo de Dios encarnado, cuya Humanidad Santísima está inhabitada por el Espíritu Santo, ser devotos de la Inmaculada Concepción implica entonces imitarla en su pureza de cuerpo y alma; ser devotos de la Inmaculada Concepción implica aversión total al pecado, por mínimo que sea y eso quiere decir preferir “morir antes que pecar”, como pidió Santo Domingo Savio el día de su Primera Comunión; ser devotos de la Inmaculada Concepción implica el rechazo de la mentira, porque el “Padre de la mentira es Satanás” (cfr. Jn 8, 44) y nada hay en común entre  el Demonio, mentiroso y “homicida desde el principio” y la Virgen, Madre de la Divina Sabiduría; ser devotos de la Inmaculada Concepción, la Llena de gracia, implica estar “vigilantes y atentos” (cfr. Mc 13, 33) para conservar y acrecentar la gracia, y para dejar atrás la vida de pecado, la vida del hombre viejo, la vida dominada por las pasiones, la vida de esclavo de Satanás, la vida de supersticiones, de deseo del dinero y de bienes materiales en vez de deseo de la vida eterna en el Reino de los cielos; ser devotos de la Inmaculada Concepción significa amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, y el primer prójimo a amar es aquel que circunstancialmente puede ser nuestro enemigo, porque ése es el mandamiento de Jesús: “Ama a tus enemigos” (Mt 5, 43). Ser devotos de la Virgen, la Inmaculada Concepción, significa serlo todo el día, todos los días, combatiendo contra la propia concupiscencia, contra la propia inclinación al pecado, combatiendo, con las armas de la Santa Cruz y el Rosario, al Demonio, enemigo de la eterna salvación. Ser devotos de la Inmaculada Concepción significa acudir a la Virgen como Nuestra Madre del cielo, no una vez al año, sino todos los días del año, y no para seguir con la vida antigua del pecado, sino para vivir, todos los días, la vida nueva de la gracia, como anticipo de la vida de gloria que, con su maternal intercesión, esperamos vivir en la eternidad. 

martes, 1 de diciembre de 2015

La Inmaculada Concepción y su relación con nosotros, sus hijos


         El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus: “...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles...”[1].
¿Qué implica el hecho de que la Virgen haya sido “Concebida Inmaculada”, y qué relación tiene este hecho con nosotros? Ante todo, quiere decir que su alma fue preservada de la contaminación del pecado original; en consecuencia, la Virgen no tuvo jamás no solo ni siquiera el más ligero mal pensamiento, ni tampoco el más ligero mal deseo; aún más ni siquiera cometió imperfecciones. Esta pureza de alma fue también en otro sentido: su inteligencia estuvo siempre orientada e iluminada por la Verdad, es decir, jamás se sintió atraída por el error, la falsedad, la herejía y la mentira; y su voluntad, su capacidad de amar, estuvo siempre fija en Dios, porque no amaba nada ni nadie que no sea en Dios, para Dios, por Dios. Esta condición de su Alma, Purísima, le permitió a la Virgen ser, precisamente, virgen, puesto que su Cuerpo, también Purísimo, estaba destinado a ser fecundado por el Espíritu Santo, porque era el Amor de Dios el que llevaba al Verbo a realizar la obra de la Encarnación; en consecuencia, la Virgen no podía tener –y jamás lo tuvo- otro Amor que no fuera el Amor de Dios; la Virgen no podía tener –y jamás lo tuvo- amores profanos, mundanos, porque estaba destinada, por su Pureza Inmaculada, a amar sólo al Amor, a Dios, que es Amor, y ésa es la razón por la cual su Corazón fue siempre Inmaculado, pleno de Amor Purísimo, y su Cuerpo fue siempre virgen. La Inmaculada Concepción, entonces, implica Pureza de Alma y de Cuerpo para la Virgen, porque no tenía la mancha del pecado original, pero también porque estaba inhabitada por el Espíritu Santo, desde el primer instante de su Concepción.
¿Qué relación tiene con nosotros?
Que la Virgen, Inmaculada Concepción, es también nuestra Madre y, como toda madre que se precie, desea para su hijo lo mejor, y lo mejor para nosotros es imitar a Nuestra Madre del cielo, en su pureza de alma y de cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía. Esta imitación de la Virgen como Inmaculada Concepción es posible para nosotros porque por la gracia santificante que se nos concede en el Sacramento de la Penitencia, nuestras almas quedan inmaculadas; a su vez, la pureza de cuerpo, la obtenemos con la castidad, para lo cual también nos auxilia la gracia. Es decir, cuando nos encontramos en estado de gracia, imitamos a la Virgen, la Inmaculada Concepción, y como la Virgen fue concebida sin mancha con el solo objetivo de recibir a su Hijo Dios que se encarnaba, al imitar a la Virgen por la gracia, nuestras almas la imitan también en la disposición de su alma, con su inteligencia y voluntad, y su cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía. Entonces, así como la Virgen es Inmaculada, es decir, Pura en alma y cuerpo, así nosotros, por la gracia santificante, estamos llamados a ser inmaculados, puros de alma y castos de cuerpo, para recibir a Jesús en la Eucaristía, con una mente libre de errores con respecto a la Presencia; con un corazón que ame solo a Jesús Eucaristía y nada más que a Jesús Eucaristía; con un cuerpo casto y puro, que reciba a Jesús Sacramentado, así como la Inmaculada Concepción lo recibió en la Encarnación. La relación entre la Inmaculada Concepción y nosotros, es que la Virgen es el modelo ideal para nuestra Comunión Eucarística.






[1] Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854.

martes, 24 de marzo de 2015

En la Anunciación, la Virgen es nuestro modelo para la comunión eucarística


         El Ángel le anuncia a la Virgen que, por ser la “llena de gracia”, concebirá en su seno virginal al Hijo de Dios (cfr. Lc 1, 26-38). Le dice también que se alegre, y la razón de la alegría de la Virgen, radica en que Quien se encarnará en su seno virginal, será concebido no por obra humana, sino por obra y gracia del Espíritu Santo, porque será Dios Hijo encarnado. Ante el Anuncio del Ángel, la Virgen contesta con un “sí” a la Encarnación del Verbo, recibiéndolo en su Mente Sapientísima, en su Corazón Inmaculado y en su Cuerpo Purísimo, convirtiéndose de esta manera la Virgen, en la Anunciación, en nuestro modelo perfecto para la comunión eucarística.
         La Virgen recibe al Verbo de Dios encarnado en su Mente Sapientísima, porque está iluminada por la gracia, y por la gracia, acepta con fe el misterio de la Encarnación del Verbo. Así, la fe de la Virgen es inmaculada y pura, sin contaminaciones, ni con razonamientos y dudas que vienen de su propia razón, ni con doctrinas extrañas, que provienen de otros ángeles que no son de Dios: la Virgen acepta, con una Mente iluminada por la gracia, el misterio de la Encarnación de Dios Hijo, y así es un modelo para que nosotros aceptemos el misterio de la Eucaristía, misterio por el cual el Verbo de Dios humanado prolonga su Encarnación. Al comulgar, nuestra fe debe ser pura e inmaculada, como la de la Virgen, sin estar contaminada por dudas contra lo que nos enseña el Magisterio de la Iglesia, y tampoco por doctrinas extrañas, que enseñen algo distinto a lo que nos enseña la Iglesia sobre la Eucaristía: la Eucaristía no es un pan bendecido, sino Jesucristo, el Hombre-Dios, con su Presencia real, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
         La Virgen recibe al Verbo de Dios encarnado en su Corazón Inmaculado, porque ama a Dios y su Voluntad, y es por eso que en su Corazón no hay otros amores que no sea el puro y exclusivo amor a Dios, y su Corazón no está mancillado por amores profanos, sino que todo lo que ama, lo ama en Dios, por Dios y para Dios. Y puesto que su Corazón está inhabitado por el Espíritu Santo, la Virgen recibe al Verbo de Dios humanado, en su Corazón, pleno del Amor Divino, y así es nuestro modelo para comulgar, porque debemos comulgar en gracia, es decir, con la Presencia inhabitadora del Espíritu Santo en el corazón, y este Amor del Espíritu Santo, permitirá que en nuestros corazones no hayan otros amores que no sean el Amor a Jesús en la Eucaristía, y que todo lo que amemos y que no sea Jesús, lo amemos por Jesús, para Jesús y en Jesús. La Virgen entonces es modelo de nuestro amor para recibir a Jesús en la Eucaristía, en el momento de comulgar. Imitando a la Virgen, recibimos a Jesús Eucaristía con un alma pura, con la mente libre de errores en la fe en la Presencia Eucarística, y con el corazón lleno de amor a su Presencia Eucarística, prolongación y continuación de su Encarnación.
         Por último, la Virgen recibe al Verbo de Dios en su Cuerpo Purísimo, virginal, porque, como dice el Ángel, “lo concebido en Ella viene del Espíritu Santo”, es decir, no hay intervención humana alguna. Así, la Virgen es nuestro modelo para comulgar con pureza de cuerpo, porque por la gracia, observamos la pureza corporal, la castidad y la continencia, según el estado de vida.
         Pero además de la pureza de cuerpo y alma, la Virgen recibe a su Hijo con gran alegría –“Alégrate”, le dice el Ángel-, porque quien se encarnará en Ella es el Dios que es “Alegría infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes. Y la Virgen dice “Sí” a la Encarnación, y con alegría, y no porque no sepa que debe participar a la Pasión de su Hijo; por el contrario, la Virgen sabe que habrá de entregar a su Hijo para la salvación del mundo, y eso le provocará un dolor desgarrador, como “una espada que le atravesará el corazón”, según la profecía de San Simeón, y a pesar de saber esto, la Virgen recibe a su Hijo, Dios Encarnado, con alegría, al saber que será partícipe del sacrificio de su Hijo por la salvación del mundo.

Amor, alegría, gracia en la mente, en el corazón, pureza de cuerpo, unión espiritual y participación a la Pasión de Jesús, eso es lo que debe haber en nuestros corazones al momento de la comunión, a imitación de la Virgen María en el momento de la Anunciación.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Magnificat anima mea Dominum


“Mi alma canta la grandeza del Señor” (Lc 1, 46-55).
Llena del Espíritu Santo, inhabitada por su Presencia y colmada por su Amor y por su Alegría Santa, la Virgen entona el Magnificat, el canto de alabanzas y de glorificación a Dios.
 “Proclama mi alma la grandeza del Señor
Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador
Porque ha mirado la humillación de su esclava.
La Virgen se alegra por haber sido concebida sin mancha de pecado original, por haber sido concebida en gracia, inhabitada por el Espíritu Santo; la Virgen se alegra por haber sido redimida y por eso llama a Dios “mi Salvador”, pero sobre todo se alegra por la inmensidad de la majestuosidad del Ser Divino Trinitario Divino, que la ha elegido al mirar su humillación, cuando ante el anuncio del Ángel de haber sido la Elegida para ser la Madre de Dios, movida por la humildad y por el amor a Dios, se llamó a sí misma “esclava del Señor”;
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones.
La Virgen ve, en la luz de Dios, que toda la humanidad, de todos los tiempos, la llamará “bienaventurada”, porque lo que Dios ha obrado en Ella, es como la Bienaventuranza eterna, ya anticipada en la tierra: es la Hija Predilecta del Padre, es la Esposa del Espíritu Santo, es la Madre de Dios Hijo, y por eso no hay, no hubo ni habrá creatura como Ella, y todas las generaciones la felicitarán y se alegrarán con su alegría.
Porque el poderoso ha hecho obras grandes en mí.
La Virgen canta y exulta de alegría porque Dios ha obrado en Ella obras grandiosas: ha obrado en Ella la obra grandiosa de la gracia santificante de su Hijo Jesucristo, que le ha sido concedida en anticipo, en mérito al sacrificio en cruz de su Hijo y por eso Ella ha sido concebida Inmaculada, sin mancha de la malicia original; ha sido concebida inhabitada por el Amor Divino desde el primerísimo instante de su concepción; ha sido concebida como la más hermosa y excelsa creatura, como la Mujer revestida de sol del Apocalipsis (12, 1), porque está inhabitada por el Espíritu de Dios; como la Mujer que aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua, (Gn 3, 15) porque le ha sido participado el poder de la omnipotencia divina; como la Mujer de los Dolores, que al pie de la cruz pare virginalmente a la humanidad, al adoptar, por encargo de su Hijo (cfr. Jn 19, 25-30), a todos los hombres de todos los tiempos, para salvarlos. La Virgen es la Mujer que “con alas de águila” lleva al mismo Dios Hijo en sus brazos al desierto, poniéndolo a salvo del río de impurezas, blasfemias, violencias de todo tipo, con el que el Dragón quiere asesinar la pureza de su Niño (Ap 11, 7). Las obras que Dios ha hecho en la Virgen son “grandes”, inconmensurables, y por eso las canta la Virgen, con alegría y con amor, en el Magnificat.
Su Nombre es Santo.
“Santo”, es el nombre propio de Dios, porque Él es la santidad en sí misma; Él es la santidad personificada; nada es santo, puro, bueno y bello, si Dios no lo santifica con su Presencia y su gracia, y la Virgen ha sido santificada, desde el inicio mismo de su existencia, por haber sido concebida sin mancha de pecado original, y por haber sido concebida inhabitada por el Espíritu Santo. La Virgen es santa, porque está llena de la santidad de Dios y por eso es connatural a la Trinidad Santísima y es lo que la lleva a proclamar el Nombre de Dios, que es Tres veces Santo: “Su nombre es Santo”.
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
La Virgen se alegra porque la Misericordia Divina llega a los hombres “de generación en generación”, es decir, a toda la humanidad, y Ella es, precisamente, el Medio, el Puente, el Portal, a través del cual llega la Misericordia Divina, porque Ella es la Madre de la Divina Misericordia, Ella es la Madre de Jesús, Dios Misericordioso, y a través de Ella, se encarna, nace en Belén, “Casa de Pan”, y se dona al mundo, en la cruz, y luego en la Santa Misa, como Pan de Vida Eterna, Jesús, Dios Misericordioso, para que las almas puedan beber de la fuente inagotable de la Divina Misericordia, su Sagrado Corazón traspasado.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
La Virgen describe las proezas de Dios, delante de quien, no pueden subsistir los soberbios de corazón, a quienes “dispersa”, como al demonio, a quien arrojó, por medio de San Miguel Arcángel, de los cielos, para siempre, a causa de su soberbia; Dios también “derriba del trono a los poderosos” de la tierra, porque también son soberbios, mientras que “enaltece a los humildes”, a los que, sabiéndose nada delante de Dios, se humillan ante su Presencia y lo aman y adoran con todas sus fuerzas; “colma de bienes a los hambrientos”, es decir, derrama las riquezas inagotables de su Amor sobre los corazones de quienes lo aman, mientras que “a los ricos los despide vacíos”, es decir, a los engreídos, a los que se piensan que no necesitan de Dios ni de su gracia, los despide de su Presencia y los deja con lo que quieren, es decir, con las manos vacías.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Dios auxilia a Israel, el Pueblo Elegido, enviando el Mesías, tal como lo había prometido ya en el Génesis, apenas producida la caída de los primeros padres, Adán y Eva. Ella es la Nueva Eva y su Hijo Jesús es el Nuevo Adán; por ellos, la humanidad es regenerada, es re-creada por la gracia; del costado traspasado del Nuevo Adán, Jesucristo, brota la gracia santificante, de donde surgirán los nuevos hijos de Dios, la descendencia de Abraham re-generada por la gracia bautismal, los cristianos, los que pertenecen al Nuevo Pueblo Elegido, la Iglesia Católica.
“Mi alma canta la grandeza del Señor” (Lc 1, 46-55).
Llena del Espíritu Santo, inhabitada por su Presencia y colmada por su Amor y por su Alegría Santa, la Virgen entona el Magnificat, el canto de alabanzas y de glorificación a Dios, canto por el que contempla el misterio de la Encarnación y por el que alaba a Dios por haberla elegido a Ella para ser depositaria del Amor del Padre, su Hijo Jesús.
Sin embargo, el Magnificat, como canto propio de alabanzas y de glorificación a Dios, si es el canto de la Madre, debe ser también el canto propio de los hijos de esta Madre del cielo; el Magnificat debe ser el canto del alma que contempla el misterio de la Encarnación, el misterio de la Navidad, y que se asombra y se alegra por ello, pero que contempla también y se asombra y se alegra por el misterio de cómo ese Dios la ha elegido a ella para, por la gracia santificante y por la comunión eucarística, continuar y prolongar su Encarnación y Nacimiento en su alma, renovando el milagro sucedido en el seno virginal de María Santísima. Así como María Santísima recibió en su seno virginal, inhabitado por la Gracia Increada, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesucristo, convirtiéndose en Sagrario Viviente de su Hijo Jesús, Pan de Vida Eterna, así el cristiano, al comulgar en gracia, convierte su corazón en Tabernáculo viviente en donde se aloja y es adorado el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía, el Pan de Vida eterna, a imitación de María Santísima. Y esta es la razón por la cual, cada comunión eucarística, debe ser una oportunidad para cada alma, para entonar, junto a la Virgen, el Magnificat, porque Dios, por la gracia, ha hecho maravillas en su alma, la ha elegido para encarnarse en ella, para obrar maravillas así como lo hizo con la Virgen, para colmarla de sus gracias, para derramar la inmensidad de sus dones y, sobre todo y fundamentalmente, para derramar en el alma que la recibe por la comunión, la plenitud inagotable del Amor infinito y eterno de su Sagrado Corazón Eucarístico.

Cada comunión eucarística es, por lo tanto, una oportunidad, para el alma, para entonar el “Magnificat”, junto a la Virgen, su Madre.