(Ciclo
B – 2021)
Al inicio del año civil, la Iglesia coloca esta solemnidad
de la Madre de Dios y podríamos preguntarnos si es por mera casualidad o si
existe alguna intencionalidad en esta fecha. Ante todo, debemos decir que no es
casualidad, es decir, la Iglesia quiere, explícitamente, que la Virgen
Santísima sea venerada de modo particular y solemne en su advocación de “Madre
de Dios”. La razón por la que la Iglesia quiere venerar a la Virgen como "Madre de Dios", la podemos encontrar en el hecho que da origen a su título
de “Madre de Dios”, esto es, la Encarnación y el Nacimiento del Verbo de Dios,
del Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad. Como dice Santo Tomás, una
mujer se llama “madre” cuando da a luz una persona; en el caso de la Virgen,
Ella da a luz a una persona, pero no a una persona humana, sino divina, a la
Segunda Persona de la Trinidad, que se ha encarnado, es decir, ha unido a Sí,
en el seno virgen de María, por obra del Espíritu Santo, a la humanidad
santísima de Jesús de Nazareth. Entonces, por haber dado a luz a una Persona
Divina, la Persona del Hijo de Dios, la Sabiduría divina encarnada, es que la
Virgen es llamada “Madre de Dios”.
Ésta es la razón de su título de “Madre de Dios” y el porqué de la Iglesia de querer que se honre a la Virgen con este título. La otra
pregunta que surge es acerca del motivo por el cual la Santa Madre Iglesia
coloca su solemnidad de Madre de Dios al inicio del año civil. La respuesta está también,
como dijimos anteriormente, en su condición de ser “Madre de Dios”: su Hijo, el
Verbo de Dios es, en cuanto Dios, la Eternidad en Sí misma y así es el Creador –junto
con el Padre y el Espíritu Santo- de todo lo visible e invisible, es decir, de todo
el universo corpóreo y también del universo invisible, el mundo de los
espíritus angélicos. Al ser Dios Eterno, por su Encarnación, por su ingreso en
el seno virgen de María Santísima, ingresa este Verbo de Dios en el tiempo y en
la historia humanos y con Él ingresa –puesto que Él es la Eternidad en Sí
misma, como dijimos-, la eternidad de Dios en el tiempo de los hombres. Esto tiene
una importancia capital para la historia de la humanidad, puesto que la divide
en un antes y en un después de la Encarnación del Verbo: antes de la
Encarnación del Verbo, el tiempo y la historia humanas discurrían, por así
decirlo, de modo horizontal; luego de la Encarnación del Verbo, el tiempo y la
historia humanas se dirigen, en sentido vertical, hacia la eternidad de Dios.
En otras palabras, por la Encarnación del Verbo, toda la historia de la
humanidad –y por lo tanto, la historia personal de cada persona humana-
adquiere un nuevo sentido, una nueva dirección y es el sentido y la dirección
de la eternidad divina. Dios, que es Eterno y que es el Creador del tiempo,
ingresa en el tiempo humano para impregnar al tiempo y a la historia humana de
eternidad y para darle un nuevo sentido a este tiempo y a esta historia humana,
que es el de encontrarse, al fin de los tiempos, en el Último Día, con la
Eternidad de Dios. Si antes de la Encarnación del Verbo la historia humana
discurría horizontalmente, sin tener relación directa con Dios, ahora, con la
Encarnación del Verbo, con el ingreso de la Eternidad divina en la historia, el
tiempo humano toma una nueva dirección, no ya horizontal, sino vertical,
estando destinada desde entonces a alcanzar su vértice en la unión con la
Eternidad divina en el Último Día de la historia humana, el Día del Juicio
Final, el Día en el que la historia y el tiempo humanos desaparecerán para dar
inicio a la sola Eternidad divina.
Esto, que parecen sólo disquisiciones teóricas, tiene un
efecto directo en la vida personal de cada ser humano: si la historia humana
adquiere un nuevo sentido, el sentido de la eternidad divina, entonces la
historia y el tiempo personal de cada ser humano también adquiere el mismo
sentido, esto es, la unión con la eternidad divina. Es decir, antes de la
Encarnación del Verbo, la historia y el tiempo de cada ser humano discurrían de
modo horizontal y desembocaban, al final de la vida, inevitablemente, en la
eterna perdición; por la Encarnación del Verbo y por los méritos de su
Sacrificio en la Cruz, ahora, cada ser humano se dirige, inevitablemente, lo
crea o no lo crea, hacia el encuentro con la Eternidad divina, encuentro que se
producirá indefectiblemente al final de sus días terrenos, es decir, en el
momento de la muerte, por lo que la muerte es sólo el umbral que lo separa de
la Eternidad. Otra consecuencia que tiene el ingreso del Verbo en la historia
humana es que cada fracción de su tiempo personal –medido en segundos, horas,
días, meses, años-, está, por un lado, impregnado de eternidad y por otro,
tiene un nuevo sentido, que es la eternidad, lo cual significa que una pequeña
obra de misericordia –obra realizada en Cristo y en estado de gracia-, como el
dar de beber un vaso de agua a un prójimo sediento, tiene un premio eterno -"No quedará sin recompensa quien dé a beber un vaso de agua fría a uno de estos pequeños" (Mt 10, 42)-,
como así también una mala obra –realizada en pecado y en contra de Cristo-
tiene un castigo eterno. El significado entonces de la Encarnación del Verbo es
que convierte, a nuestra vida toda, dándole un destino de eternidad y a cada
acto nuestro, un valor de eternidad, sea bueno o sea malo.
En definitiva, que la Santa Madre Iglesia coloque a la
solemnidad de la Madre de Dios al inicio del año civil, tiene el sentido no
sólo de que pongamos en sus manos maternales el año nuevo que inicia, sino que
tomemos conciencia de que nuestra vida toda y cada uno de nuestros actos libres
personales, tienen un destino de eternidad. Que esa eternidad sea en el dolor o
en el gozo, depende de nuestro libre albedrío. Para que nuestra eternidad sea
en el gozo de Dios Trinidad, encomendemos el año que inicia, a las manos y el
Corazón maternal de la Madre de Dios, para que todos nuestros actos realizados
en este nuevo tiempo estén dirigidos a su Hijo Jesús, que es la Eternidad en Sí
misma.