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sábado, 7 de octubre de 2017

Memoria de Nuestra Señora del Rosario


La Virgen entregando el Rosario a Santo Domingo
(Murillo)

Esta conmemoración fue instituida por el Papa San Pío V en el día aniversario de la victoria obtenida por los cristianos en la batalla naval de Lepanto (1571), victoria atribuida a la Madre de Dios, invocada por la oración del rosario. La celebración de este día es una invitación para todos a meditar los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen María, que estuvo asociada de un modo especialísimo a la Encarnación, la Pasión y la gloria de la Resurrección del Hijo de Dios[1].
En la Memoria de la Santísima Virgen María del Rosario, se pide la ayuda de la Santa Madre de Dios por medio del Rosario o corona mariana, meditando los misterios de Cristo bajo la guía de aquella que participó espiritual y  místicamente del Misterio Pascual del Hombre-Dios Jesucristo[2].
Por lo tanto, es un día ideal para rezar el Rosario y para recordar su origen, en qué consiste su rezo y cuál es el inmenso beneficio espiritual que su rezo comporta. El Rosario es una serie de ciento cincuenta Avemarías repartidas en decenas; cada una de las cuales comienza por un Padrenuestro y termina con un Gloria. Al recitarlo, los fieles honran a Cristo y a su Santísima Madre y meditan sobre los quince principales misterios de la vida de ambos, de suerte que el rosario es una especie de resumen del Evangelio, un recuerdo de la vida, los sufrimientos y la glorificación del Señor y una síntesis de su obra redentora. Si se sigue la propuesta del papa Juan Pablo II, se debe agregar a estos quince los cinco “misterios de la luz”, que añade al conjunto cinco aspectos “sacramentales” (el bautismo de Jesús, las Bodas de Caná, la proclamación del Reino, la Transfiguración y la institución de la Eucaristía). El cristiano debería tener siempre presente esos misterios, rendir a Dios un homenaje de amor perpetuo, alabarle por cuánto sufrió por él, y regular su vida y moldear su alma con la meditación de los misterios del rosario. Precisamente ese rezo es un método fácil y adaptable a toda clase de personas, aun a las menos instruidas, y una excelente manera de ejercitar los actos más sublimes de fe y contemplación. Todo el Evangelio está contenido en el Padrenuestro, la oración que el Señor nos enseñó, y quienes lo han penetrado a fondo no pueden cansarse de repetirlo; en cuanto al Avemaría, toda ella está centrada en el misterio de la Encarnación y es la oración más apropiada para honrar dicho misterio. Aunque en el Avemaría hablamos directamente a la Santísima Virgen e invocamos su intercesión, esa oración es sobre todo una alabanza y una acción de gracias a su Hijo por la infinita misericordia que nos mostró al encarnarse.
San Pío V ordenó en 1572 que se conmemorase anualmente a Nuestra Señora de las Victorias para obtener la misericordia de Dios sobre su Iglesia, para agradecerle sus innumerables beneficios y, en particular, para darle gracias por haber salvado a la cristiandad del dominio de los turcos en la victoria de Lepanto (1571). Aquel triunfo fue una especie de respuesta directa del cielo a las oraciones y procesiones del rosario, organizadas por las cofradías de Roma, en el momento en que se libraba la batalla. Un año más tarde, Gregorio XIII cambió el nombre de la fiesta por el del Rosario y determinó que se celebrase el primer domingo de octubre (día en que se había ganado la batalla). El 5 de agosto de 1716, día de la fiesta de la dedicación de Santa María la Mayor, los cristianos, mandados por el príncipe Eugenio, infligieron otra importante derrota a los turcos en Peterwardein de Hungría. Con ese motivo, el Papa Clemente XI extendió a toda la Iglesia de Occidente la fiesta del Santo Rosario. Actualmente se celebra el 7 de octubre, día en que se ganó la batalla de Lepanto; pero los dominicos siguen celebrándola el primer domingo del mes.
Según la tradición dominicana, ratificada por muchos Pontífices, santo Domingo fue quien dio al rosario su forma actual, cuando obedeció al pie de la letra las instrucciones que le dio la Santísima Virgen en una visión. Es posible que no exista ninguna tradición de este tipo que haya sido más violentamente atacada ni más apasionadamente defendida. La verdad de aquel suceso fue puesta en duda por primera vez hace dos siglos y, desde entonces, la controversia se ha entablado una y otra vez. Ya se sabe que el uso de objetos similares al rosario para ayudar a la memoria a llevar la cuenta es muy antiguo y anterior a la época de santo Domingo. Por no citar más que un ejemplo, los monjes de Oriente emplean una especie de rosario de cien cuentas o perlas dispuestas de modo muy diferente al nuestro y que no tiene nada que ver con el que nosotros rezamos. Por otra parte, está fuera de duda que en el siglo XIII se acostumbraba ya en todo el Occidente repetir cierto número de padrenuestros o avemarías (con frecuencia 150, que es el número de los salmos) y llevar la cuenta por medio de sartas de cuentecillas. La famosa Lady Godiva, de Coventry, que murió hacia 1075, legó a cierta estatua de Nuestra Señora “el collar de piedras preciosas que había mandado ensartar en un cordón para poder contar exactamente sus oraciones” (Guillermo de Melmesbury). Está prácticamente probado que dichos collares se usaban para rezar padrenuestros; por ello, en el siglo XIII y durante toda la Edad Media, se llamaban “paternosters”, y se daba el nombre de “paternostreros” a quienes los fabricaban. Un sabio obispo dominico, Tomás Esser, afirmaba que la costumbre de meditar durante la recitación de las Avemarías había sido introducida por ciertos cartujos en el siglo XIV. Por otra parte, ninguna de las historias del rosario anteriores al siglo XV hace mención de Santo Domingo y, durante los dos siglos siguientes, ni siquiera los dominicos estaban de acuerdo en la manera de definir el papel desempeñado por el santo fundador. Ninguna de sus biografías primitivas habla del rosario y los primeros documentos de la orden, aun los que se refirieron a los métodos de oración, tampoco lo mencionan. Además, la iconografía dominicana, desde los frescos de Fra Angélico hasta la suntuosa tumba de Santo Domingo en Bolonia (terminada en 1532), no ofrece vestigios del rosario.
En vista de los hechos que acabamos de enumerar, la opinión actual sobre el origen del rosario es muy diferente de la que prevalecía en el siglo XVI. Dom Luis Gougaud escribía en 1922 que “los diferentes elementos que componen la devoción católica conocida ordinariamente con el nombre de rosario, son el producto de un desarrollo gradual y prolongado, de una evolución que comenzó antes de la época de santo Domingo, continuó sin que el santo influyese en ella y tomó su forma definitiva varios siglos después de su muerte”. El P. Gettino, O.P., opina que Santo Domingo puede considerarse como el creador de la devoción del rosario, porque popularizó la práctica de rezar una serie de avemarías, aunque no fijó su número ni determinó la inserción de los padrenuestros. Por su parte, el P. Beda Jarret, O.P., afirma enfáticamente que el rosario inventado por santo Domingo no era, propiamente hablando, “una devoción o fórmula de oración sino un método de predicación”.
Pero, aunque tal vez haya que abandonar la idea de que santo Domingo inventó y propagó la devoción del rosario, no por ello deja ésta de estar íntimamente relacionada con los dominicos, ya que fueron ellos quienes le dieron la forma que tiene actualmente y durante varios siglos la han predicado en todo el mundo. Ello ha sido una fuente de bendiciones para innumerables almas y ha producido una corriente incesante de oraciones que se elevan a Dios. No hay cristiano, por simple e iletrado que sea, que no pueda rezar el rosario. Y dicha devoción puede ser el vehículo de la más alta contemplación y de la oración más sencilla. El rosario, que es una oración privada, sólo cede en dignidad a los salmos y a la oración litúrgica, la oración que la Iglesia, en cuanto tal, eleva a Dios todopoderoso y a su enviado Jesucristo. Todo cristiano está familiarizado con la idea de que, siendo el rosario una verdadera fuente de gracias, es muy natural que la Iglesia le consagre una fiesta[3].
Personalmente, nos inclinamos por la Tradición que afirma que fue la Santísima Virgen quien se le apareció a Santo Domingo, mientras predicaba en tierra albigense, y le dio y enseñó a recitar el Santo Rosario como “arma espiritual” con la que habría de derrotar a los enemigos de las almas, los ángeles caídos, además de conseguir enormes frutos de conversión entre las almas, lo cual efectivamente sucedió luego de esta aparición de la Virgen a Santo Domingo[4]. Además, sobre esta aparición a Santo Domingo, se fundamenta una nueva aparición de la Virgen, a otro dominico, esta vez el Beato Alano de la Roche, a quien la Virgen le enumeró los quince beneficios espirituales que Ella otorgaría a los devotos del Santo Rosario[5].
Sin embargo, el tesoro espiritual del Santo Rosario no radica en ser meramente un recuerdo piadoso del misterio pascual del Señor Jesús, además de una oración de veneración a su Santísima Madre, la Virgen María: al rezar el Santo Rosario, desde y en el Corazón Inmaculado de María, se pide a la Virgen de contemplar los misterios de la vida de su Hijo Jesús, de manera tal de unirnos, mística y espiritualmente, a ellos; además, se pide a la Virgen que, durante el rezo del Santo Rosario, sea Ella, la Medianera de todas las gracias, que modele nuestros corazones a imagen y semejanza de los Sagrados Corazones de Jesús y María.
El rezo del Santo Rosario es tanto o más necesario en nuestros días que en los días de Santo Domingo, pues si bien el santo predicó en tierras francesas, infectadas por la herejía albigense, en nuestros días, las herejías se han multiplicado por toda la tierra y, lo que es peor y más grave aún, en el seno mismo de la Santa Iglesia Católica, de manera tal que los herejes y cismáticos pretenden cambiar los Sacramentos y, en el colmo de su osadía diabólica, hasta los Mandamientos mismos de Dios. Además, no solo abundan los enemigos internos dentro de la Iglesia que, a imitación de Judas Iscariote, tratan de demolerla desde sus cimientos: al igual que en la Batalla de Lepanto y en las otras batallas contra los musulmanes, ganadas gracias a la intervención celestial de María Santísima, también en nuestros días, los musulmanes, por medio de sectas islámicas fundamentalistas, como el ISIS, Boko Haram, Al Qaeda y muchas otras más, buscan atacar y destruir a la Iglesia materialmente, quemando sus edificios, destruyendo las imágenes sagradas, persiguiendo y asesinando cristianos, cometiendo verdaderos genocidios, no solo en Medio Oriente, sino en todo lugar del mundo, principalmente en donde el islamismo está más arraigado. Por esta razón, es más necesario que nunca, el rezo del Santo Rosario, para que la Madre de Dios, Victoriosa vencedora junto a su Hijo Jesús, nos obtenga de Él el triunfo sobre los enemigos internos y externos de la Iglesia. El tercer motivo por el cual debemos rezar el Rosario hasta el último día de nuestras vidas, es que no solo es una alabanza al Padre –con el Padrenuestro-, una glorificación a la Santísima Trinidad –con el Gloria- y un acto de amor filial y devoción mariana –con el rezo de las Avemarías de cada misterio-, sino que por el Rosario, la Virgen nos hace participar, místicamente, de los misterios de la vida de su Hijo Jesús, a la par que configura nuestros pobres corazones, por medio de la gracia, a los Sagrados Corazones de Jesús y María. Por último, el alma que reza el Rosario, se hace destinataria de la Misericordia Divina, siendo receptora de los inmensos beneficios espirituales concedidos por la Madre de Dios a los devotos del Santo Rosario, tal como se lo anunciara al Beato Alano de la Roche. Por todos estos motivos, no dejemos de rezar el Santo Rosario, día y noche, todos los días de nuestra vida terrena, hasta el día en que, por el Amor Misericordioso del Sagrado Corazón, y de la mano de Nuestra Madre del Cielo, la Virgen del Rosario, entremos en la feliz eternidad.



[3] Acerca del origen de esta fiesta, véase Benedicto XIV, De festis, lib. II, c. 12, n. 16; y Esser, Unseres Lieben Frauen Rosenkranz, 354. Los argumentos que se oponen a la atribución de la institución del rosario a Santo Domingo pueden verse por extenso en Acta Sanctorum, agosto, vol. I, pp. 422 ss; en The Month, oct. 1900 y abril 1901; el P. Thurston, autor de dichos artículos, los resumió en Catholic Encyclopedia (lamentablemente, no hay vesión castellana de este artículo). Naturalmente no faltan autores que reivindiquen para Santo Domingo la gloria de haber inventado el rosario, por ejemplo, P. W. Lescher, O.P., St Dominic and the Rosary (1902). Sobre el rosario en los documentos de los últimos pontífices, pueden verse la encíclica “Grata Recordatio”, de Juan XXIII, la exhortación apostólica “Marialis Cultus”, de Pablo VI, o la carta apostólica “Rosarium Virginis Mariae” de Juan Pablo II, en la que propone los cinco misterios de luz que mencionábamos más arriba; cfr. artículo del Butler-Guinea con modificaciones.
[5] Promesas de Nuestra Señora, Reina del Rosario, tomadas de los escritos del Beato Alano:

1. Quien rece constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.

2. Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.

3. El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las herejías.

4. El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina. Sustituye en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales y eternas.

5. El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.

6. El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.

7. Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.

8. Todos los que rezan mi Rosario tendrán en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y serán partícipes de los méritos bienaventurados.

9. Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.

10. Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.

11. Todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente.

12. Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

13. He solicitado a mi Hijo la gracia de que todos los cofrades y devotos tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los bienaventurados de la corte celestial.

14. Los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.

15. La devoción al Santo rosario es una señal manifiesta de predestinación de gloria.

sábado, 4 de octubre de 2014

Nuestra Señora del Rosario


         En el año 1214, Santo Domingo de Guzmán, luego de predicar por un tiempo en Francia, en una región dominada por la herejía de los cátaros albigenses (como los maniqueos, creían en un dualismo entre el principio del bien y del mal, y entre el espíritu y la materia, originándose el espíritu en la materia; sostenían además que Jesús no era Dios Hijo, sino solo un ángel y que su muerte y resurrección tenían un sentido meramente alegórico; por lo tanto, consideraban que la Iglesia Católica, con su realidad terrena y su fe en la Encarnación del Verbo, era un factor de corrupción), desanimado tanto por la dureza de los corazones de los herejes, como por la tibieza de los católicos, sufrió un estado de profunda angustia y desolación espiritual. Entonces, se fue solo al bosque, en donde oró y lloró en soledad, durante tres días, haciendo además ayuno a pan y agua, además de otras duras penitencias corporales, para aplacar  a la Justicia Divina. Luego de los tres días, se le apareció la Virgen, acompañada por tres ángeles y le dijo: "Querido Domingo, ¿sabes qué arma quiere usar la Santísima Trinidad para reformar el mundo?". La respuesta de Santo Domingo fue que él no lo sabía, pero que sí lo sabía la Virgen, puesto que Ella era parte de nuestra salvación. La Virgen le dijo entonces: "Quiero que sepas que, en este tipo de guerra, el arma ha sido siempre el Salterio Angélico, que es la piedra fundamental del Nuevo Testamento. Por lo tanto, si quieres llegar a estas almas endurecidas y ganarlas para Dios, predica mi salterio". 
          Después de esta aparición, Santo Domingo predicó el Santo Rosario a los  cátaros albigenses inconversos, obteniendo numerosas conversiones entre ellos, y además despertando el fervor entre los católicos tibios, dando así comienzo a la tradición del rezo del Santo Rosario.
         Entonces, surge la pregunta: ¿por qué no rezar el Rosario? Y ante esta pregunta, viene la respuesta, de parte de una inmensa mayoría de católicos, que deja atónitos y estupefactos: muchos dicen que no rezan el Rosario porque es una oración “aburrida”, “repetitiva”, o “mecánica”, y que por eso prefieren otras oraciones, más “meditativas” y “contemplativas”, como las oraciones de las religiones orientales, cuando no prefieren, directamente, abandonar todo tipo de oración, para reemplazar la oración por los pasatiempos que ofrecen internet o la televisión. Quienes así piensan, no saben, por un lado, cuánto menosprecio hacen de la Sabiduría y del Amor Divino, que fueron los que idearon y obsequiaron el Santo Rosario a la Iglesia, por manos de la Santísima Virgen, a Santo Domingo de Guzmán (y también al Beato Alano de la Roche, a quien, dos siglos después, le dio la lista de catorce promesas para quienes rezaran el Santo Rosario todos los días, incluida la de las gracias necesarias para la eterna salvación) y por otro, no saben cuántos tesoros de gracias y dones inestimables se pierden, al despreciar esta oración celestial, reemplazándola por meditaciones que, en comparación con esta, son poco más que arena y piedras del desierto.
         Para apreciar el tesoro de gracias que nos concede el rezo del Rosario, veamos cómo está constituido, y qué es lo que nos proporcionan cada una de sus oraciones. Como sabemos, el Rosario consta de la enunciación de los misterios de la vida de Jesús, seguidos de un Padre Nuestro, de Diez Ave Marías, y de un Gloria. Al Rezar el Padre Nuestro, honramos a Dios Padre, pero al rezar esta oración, además, renovamos todas las peticiones propias de esta maravillosa oración, que es la oración enseñada por Jesús, y que es la oración propia de los hijos de Dios; con el Gloria, glorificamos a la Santísima Trinidad; con los diez Ave Marías, a la par que contemplamos el misterio de la vida de Jesús que hemos enunciado al inicio, en el espacio de tiempo que dura la vocalización de las Ave Marías, es el tiempo que nos sirve, por un lado, para que nosotros, iluminados y guiados por el Espíritu Santo, contemplemos el misterio de la vida de Jesús, para que lo imitemos en sus admirables virtudes, pero es el tiempo para que también contemplemos la vida de la Virgen y de San José, porque la gran mayoría de los misterios del Rosario, que son pasajes de la vida de Jesús, son fragmentos de la vida familiar de la Sagrada Familia, por lo tanto, son virtudes de la Sagrada Familia para contemplar y para imitar; en otros casos, son pasajes de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección de Jesús, y éste es un primer objetivo del espacio de tiempo de los diez Ave Marías; un segundo objetivo del espacio de tiempo, de los diez Ave Marías de cada misterio del Santo Rosario, es ofrecérselo a la Virgen, de modo especial, para que la Virgen, como Divina Alfarera, actúe sobre nuestros corazones, modelándolos a imagen y semejanza de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, bajo la guía y los suaves y delicadísimos impulsos del Espíritu Santo. Es decir, la repetición de los diez Ave Marías, en cada misterio del Santo Rosario, lejos de ser “mecánica” y “repetitiva”, y lejos de poder ser “reemplazada” por meditaciones de religiones orientales, que sólo tienen vacío y nada, se muestra como el espacio en el que alma, por un lado, iluminada por el Espíritu Santo, contempla los misterios de la vida de Jesús y de su misterio Pascual de Muerte y Resurrección, y los misterios de la Sagrada Familia, para asimilar nuestras vidas a la vida de Jesús, de María y de José, y por otro, es el espacio en el que el Espíritu Santo, por mediación de María, Medianera de todas las gracias, modela el corazón del que reza el Rosario, convirtiéndolo en imagen viviente y en copia viva de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
         Ésa fue la intención de la Santísima Virgen María, cuando se apareció a Santo Domingo de Guzmán y le entregó el Santo Rosario, como oración ideada por la Divina Sabiduría y por el Divino Amor, para los hijos de Dios: que estos, por la recitación pausada de las Ave Marías, de los Padre Nuestros de los Glorias, y contemplando los admirables misterios de la vida del Hombre-Dios Jesucristo y de la Madre de Dios, permitieran, al mismo tiempo, que la Virgen modelara sus corazones, a imagen y semejanza de los Corazones de Jesús y de María, para que siendo una imagen viva del Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María, los cristianos sean “luz del mundo y sal de la tierra”, vivan en el amor de Dios y sean así merecedores del Reino de los cielos.
         Ninguna otra oración, de ninguna otra religión, puede conceder tantas gracias, tantos dones, tantas maravillas, en tan poco tiempo y con tan poco esfuerzo, y por eso da tanta pena escuchar a tantos cristianos decir que no rezan el Rosario, porque es una oración “repetitiva”, “mecánica”, “aburrida”, y que por eso la “reemplazan” por “meditaciones” de “religiones orientales” o por los medios de comunicación.
         De nuestra parte, auxiliados por la mediación de la Madre de Dios, jamás reemplazaremos la nada de las religiones orientales y el vacío de internet y de la televisión, por los misterios insondables de la vida del Hombre-Dios Jesucristo, contemplados en los misterios del Santo Rosario e infundidos por el Espíritu Santo en nuestros corazones, por intermedio de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora del Rosario.