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martes, 29 de agosto de 2023

El legionario y el Apostolado

 



         Al hacer referencia al Apostolado de la Legión y de sus miembros, el Manual del Legionario[1] destaca, en primer lugar, la dignidad de este apostolado y para esto, cita al Magisterio de la Iglesia: “Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que, insertos por el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Se consagran como sacerdocio real y gente santa (cfr. 1 Pe 2, 4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo. La caridad, que es como el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene con los sacramentos, sobre todo la Eucaristía” (AA, 3).

         De esta cita, podemos deducir lo siguiente: el legionario, en cuanto cristiano -por haber recibido el Bautismo sacramental- seglar -significa que se desempeña no en una congregación o instituto religioso, sino en el mundo- tienen, por un lado, el derecho de hacer apostolado -quiere decir que nadie puede impedir al legionario el realizar su apostolado, ya sea una autoridad civil o una religiosa. Un derecho es algo que pertenece a la persona, es propiedad de la persona y puede disponer de él libremente; por eso, por ser algo personal, algo que le pertenece a la persona, ninguna autoridad, de ningún orden, puede arrebatar ese derecho. Pero el apostolado también es una obligación o deber, como dice el Manual del Legionario y esta obligación se debe a que el cristiano está unido a Cristo Cabeza de la Iglesia por medio del Bautismo, habiendo recibido además la fortaleza sobrenatural necesaria para llevar a cabo este apostolado, al haber recibido al Espíritu Santo, Tercera Persona de la Trinidad, en la Confirmación. El hecho de que el apostolado sea una obligación, quiere decir también que no es algo de lo que se pueda elegir, entre hacer apostolado o no hacerlo: el Manual es muy claro cuando dice que es “obligación” y lo que está obligado por mandato de la Iglesia, no es objeto de elección: o se hace, cumpliendo y obedeciendo al carisma respectivo, haciendo el apostolado, en este caso, según el carisma de la Legión, o no se hace, desobedeciendo, en este caso, a este mandato de la Iglesia, incurriendo en falta, que puede ser de distintos grados, desde leve hasta grave. Es decir, se debe tener en cuenta lo que dice Santo Tomás: “Nadie está obligado a lo imposible”, nadie está obligado a algo que es imposible hacer según un determinado estado de vida, como por ejemplo, una persona que está internada en un hospital por una determinada afección, no está obligada a ir a Misa el Domingo, como sí lo está si se encuentra en buen estado de salud.

         En relación a cuál es como el “motor” del apostolado, el Manual dice que son la fe y la caridad: en cuanto a la fe, confirma lo que dicen las Escrituras en cuanto a las obras y la fe: la fe en Cristo Jesús se demuestra por las obras y si no hay obras -de misericordia, corporales y espirituales-, entonces es una fe vacía o muerta: “Se consagran como sacerdocio real y gente santa (cfr. 1 Pe 2, 4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo”. Por último, la caridad es el alma de todo apostolado, entendiendo por “caridad” el amor sobrenatural al prójimo, basado en el amor sobrenatural a Dios, siendo el amor sobrenatural el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Si no hay caridad, es decir, si no hay amor sobrenatural a Dios y al prójimo en el apostolado que se hace, nada de lo que se hace tiene valor, aun cuando se hagan grandes obras; y al contrario, aun si se hacen pequeñas obras, si están animadas por el Amor de Dios, el Espíritu Santo, este apostolado adquiere un valor de eternidad, porque abre, al legionario que las practica, las Puertas del Cielo. ¿Dónde se obtiene la caridad, es decir, el Amor de Dios, necesario para realizar el apostolado? Nos lo dice el Manual: en la Eucaristía, porque en la Eucaristía late el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, envuelto en las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo.



[1] Cfr. Manual del Legionario, Apostolado Legionario, X.

lunes, 25 de julio de 2022

El Legionario y el Cuerpo Místico de Cristo

 



          El Manual del Legionario es muy claro en lo que respecta a las relaciones interpersonales entre los miembros de la Legión entre sí y cualquier otro bautizado. El trato interpersonal debe trascender la mera amistad natural, para convertirse en una amistad sobre-natural, una amistad basada en el Amor de Cristo, que es el Amigo por excelencia y el que nos ofrece su amistad en la Última Cena -“Ya no os llamo siervos, sino amigos”- y basada también en el hecho de que Cristo está misteriosamente presente en el prójimo, de manera tal que, así como se trata al prójimo, así se trata al mismo Cristo en Persona. En efecto, el Manual dice lo siguiente: “Ya en la primera junta legionaria se puso de relieve el carácter netamente sobrenatural del servicio al que se iban a entregar los socios. Su trato con los demás había de rebosar cordialidad, pero no por motivos meramente naturales: deberían ver en todos aquellos a quienes servían a la Persona misma de Jesucristo, recordando que cuanto hiciesen a otros, aun a los más débiles y malvados, lo hacían al mismo Señor, que dijo: “Os lo aseguro, cada vez que lo hicisteis con un hermano mí de esos más humildes, lo hicisteis conmigo” (Mt 25, 40)[1].

          El Manual insiste en que el trato con el prójimo, sea o no legionario, debe superar, ir más allá, del trato que naturalmente se establece entre los hombres, porque se trata de miembros del Cuerpo Místico de Cristo y de esto se derivan la caridad extrema con la que se deben tratar unos a otros, pero además también el servicio que el Legionario presta, porque no se debe dar a Dios un servicio defectuoso, sino que debe ser lo más perfecto posible, según las palabras del mismo Señor Jesús: “Sed perfectos, como mi Padre es perfecto”. Al respecto, dice así el Manual: “No se ha escatimado ningún esfuerzo para hacer ver a los legionarios que este móvil debe ser la base y fundamento de su servicio; lo es, igualmente, de la disciplina y de la armonía interna de la Legión. Han de ver y respetar en sus oficiales y en sus otros hermanos al mismo Jesucristo: he aquí la verdad transformadora que debe estar bien impresa en la mente de sus socios (Para lograr esto los legionarios deben) trabajar en tan estrecha unión con María, que sea Ella quien realmente ejecute la obra por medio del legionario”[2].

          Como vemos, entonces, el trato que el Legionario debe dispensar a su semejante y a cualquier prójimo, debe superar la mera amistad natural humana, para convertirse en una amistad sobrenatural, basada en el Amor de amistad de Cristo Dios y para poder lograr este cometido, es indispensable que el legionario obre en íntima y estrecha unión con el Corazón Inmaculado de María.



[1] Cfr. Manual del Legionario, IX.

[2] Cfr. ibidem.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Edificar la vida sobre la Roca que es Cristo



          En el Evangelio, Jesús narra la parábola de los dos hombres que construyeron sus casas, uno sobre arena y el otro sobre la roca. El que construyó su casa sobre arena, vio cómo ésta se derrumbó cuando comenzaron a caer las intensas lluvias y a soplar los fuertes vientos; el que construyó sobre roca, vio en cambio cómo su casa, a pesar del ímpetu de los vientos y el agua torrencial, se mantuvo incólume y persistió de pie, hasta que la tormenta pasó. La parábola refleja a la perfección las vidas de distintos hombres: quienes construyen su vida espiritual sobre un fundamento que no es Cristo –puede ser el dinero, la fama, el poder, etc.-, verán derrumbarse su edificio espiritual apenas comiencen a soplar los vientos de las tribulaciones; en cambio, quien construya su vida espiritual sobre la Roca que es Cristo, ése verá cómo su alma sobrevive a las tormentas espirituales más duras de la vida.
          Como estos últimos hombres debemos hacer nosotros: construir nuestro edificio espiritual sobre Cristo, que es la Roca, para que nuestra alma esté asentada sobre sólidos cimientos espirituales y así, cuando sobrevengan las tempestades y las zozobras de la vida, que inexorablemente han de venir, entonces salgamos incólumes de su arremetida. Ahora bien, ¿qué quiere decir “construir sobre Cristo”? Construir sobre Cristo que es la Roca quiere decir vivir la vida de la gracia, esto es, confesarnos con frecuencia y comulgar asiduamente, en estado de gracia, sobre todo en las misas de precepto; quiere decir orar con frecuencia, principalmente el Santo Rosario; quiere decir tratar de estar permanentemente en presencia de Dios, sin olvidar ni por un instante que Dios nos observa, lee nuestros pensamientos y está atento a cada movimiento que hacemos, y que le agradan nuestras obras buenas, como también le desagradan las obras malas.
          Construyamos sobre la Roca que es Cristo y así tendremos, en la vida eterna, una morada en el Reino de los cielos.

martes, 13 de mayo de 2014

Nuestra Señora de la Visitación


         “Durante su embarazo, María fue a casa de Zacarías (…) y saludó a Isabel” (cfr. Lc 1, 39-47). La Virgen, encinta por obra del Espíritu Santo, enterada que su prima Santa Isabel está también embarazada de modo milagroso, acude a ayudarla en su embarazo. Lo que parece una simple visita de una mujer encinta, primeriza, a su pariente, esconde sin embargo, misterios divinos inalcanzables para la mente humana, misterios que se manifiestan por las reacciones de los protagonistas de la escena evangélica. Cuando la Virgen llega, Juan el Bautista, que se encuentra en el seno de Isabel, salta de alegría, mientras que su madre, Santa Isabel, saluda a su pariente, María, llamándola, no por su nombre, “María”, sino con un nombre celestial, divino, sobrenatural, ya que le dice: “Madre de mi Señor”, al tiempo que reconoce que el salto que su hijo da en el vientre no se debe a un movimiento fisiológico, sino a la alegría sobrenatural que experimenta por la llegada de la Virgen. Por otra parte, la misma Virgen María no saluda con un saludo familiar a su prima Isabel, como debería hacerlo si se tratara la escena de una simple escena de familia; la Virgen entona un cántico celestial, en el cual su espíritu Purísimo exulta de gozo y de alegría, proclamando la sublime majestad de la Divinidad que la ha enviado: “Mi alma canta la grandeza del Señor; mi Espíritu se alegra en Dios mi Salvador”.
         Todo esto se debe a que la Visitación de la Virgen contiene un misterio sobrenatural divino, absoluto, encerrado en sus entrañas, y es su Hijo Jesucristo, Dios Hijo encarnado, y es el motivo por el cual todos los integrantes de la escena evangélica exultan de alegría, y es el motivo también por el cual, cuando la Virgen visita a alguien, cualquiera que sea, ese alguien, nunca queda con las manos vacías, siempre recibe un don, el don de la alegría y del Amor de Dios y del Espíritu de Dios.
         La Visitación de la Virgen no deja nunca a nadie con las manos vacías, porque la Virgen es Portadora de Jesucristo; la Virgen es la Custodia Viviente de Jesús; la Virgen es el Sagrario Ambulante de Cristo y como Cristo es el Dador del Espíritu junto al Padre, adonde llega la Virgen llega Cristo y Cristo sopla el Espíritu y es el Espíritu el que infunde el Amor y el Conocimiento de Cristo y con el Amor y el Conocimiento de Cristo vienen la Alegría de Conocerlo y Amarlo. Esto es lo que explica que la Visitación de la Virgen a Santa Isabel hagan saltar de gozo a Juan el Bautista en el vientre de Santa Isabel y que Santa Isabel, llena del Espíritu Santo, llame a la Virgen “Madre de mi Señor”, y que la Virgen cante, llena de la alegría del Espíritu Santo, el Magnificat.

         La Virgen María en la Visitación es, entonces, Modelo de la Iglesia Misionera, porque donde va María, va Cristo y Cristo sopla al Espíritu Santo, Espíritu que enciende al alma en el Amor y la Alegría divinas, para que el alma cante, en el tiempo y en la eternidad, las misericordias de Dios.

domingo, 29 de diciembre de 2013

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios




         ¿Por qué la Iglesia inicia el año civil con la solemnidad de Santa María, Madre de Dios? ¿Hay alguna relación entre el tiempo cotidiano –el medido por segundos, minutos, horas- de nuestra existencia terrena, con la Virgen? ¿O se trata de una  mera coincidencia ?
La respuesta es que la Iglesia no coloca esta solemnidad de Santa María, Madre de Dios, al inicio del año civil, por casualidad, sino que lo hace con la intención de que meditemos acerca de la relación que hay entre nuestro tiempo humano, caracterizado por el correr de los minutos, las horas y los días, y señalado por el calendario civil, con el fruto de sus entrañas, Cristo Jesús. Hay una estrechísima relación entre el año civil que iniciamos cada 1º de enero, con todas sus vicisitudes que le acompañan, y el fruto virginal del seno de María Santísima, Nuestro Señor Jesucristo, porque Jesucristo es Dios eterno, es la eternidad en sí misma, es “su misma eternidad”, como dice Santo Tomás de Aquino, y como tal, es el Creador del tiempo, el Dueño y el Señor del tiempo, de todo tiempo humano, del tiempo de cada hombre y del tiempo de toda la humanidad, y es por esto que llamamos a Jesucristo "Señor de la historia" en la oración por la Patria: "Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos...". En cuanto Dios eterno nacido en el tiempo, Jesucristo es el Señor del tiempo, es el que dio inicio al tiempo y es el que dará fin al tiempo, en el Día del Juicio Final, para dar comienzo a la eternidad. Él es “el alfa y el omega, el principio y el fin” (Ap 22, 13) de todo tiempo, y al encarnarse en el tiempo en el seno de María Virgen, para luego nacer en Nochebuena, lo que hizo fue hacer partícipe, al tiempo y a la historia humana, de su propia eternidad; al encarnarse y nacer en el tiempo de la historia humana, Jesús, Dios eterno, dio al tiempo y a la historia del hombre un nuevo sentido, una nueva dirección, encaminándolo hacia la eternidad. Al encarnarse y nacer y vivir durante treinta y tres años, Jesús, Dios eterno, impregnó el tiempo humano de su misma eternidad, haciendo que toda la historia humana quede centrada en Él, que es la eternidad en sí misma. A partir de Cristo, toda la historia humana y todo hombre con su tiempo de vida personal, tienen como centro a Jesucristo, y hacia Él tienden, lo quieran o no lo quieran, y tengan fe en Él o no tengan fe en Él, porque Él es, en cuanto Dios eterno encarnado, el centro absoluto de la historia humana y de cada hombre.
         Esto significa que cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada mes, cada año, de la vida personal del cristiano le pertenece y es propiedad de Jesucristo, porque el tiempo personal de cada ser humano está permeado por la eternidad de Jesucristo, por lo que toda vida humana adquiere sentido y llega a su plenitud si se dirige a la feliz unión con Él, por medio de la fe, del amor y de la gracia sacramental. Quien libre y voluntariamente orienta su vida y su tiempo de vida en la tierra al Hombre-Dios Jesucristo, se encamina a su feliz eternidad, porque el designio de Dios en la Encarnación de su Verbo, es que todo hombre, uniéndose a Cristo en el tiempo, por la gracia, por la fe y por el amor, alcance la eternidad en el Reino de los cielos.
         Por el contrario, quien voluntaria y libremente decide vivir egoístamente su tiempo sin Dios, apartado de Cristo y de su gracia, frustra los planes divinos para su vida y se encamina hacia la eterna infelicidad.
         La Iglesia nos invita a meditar la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, al inicio del año civil no por casualidad sino para que, consagrando a Ella nuestra vida terrena, con todo su tiempo pasado, presente y futuro, nos unamos ya en el tiempo a su Hijo Jesús, como anticipo de la unión en la gloria que por la Misericordia Divina esperamos gozar, por la eternidad, en el Reino de los cielos.

lunes, 20 de mayo de 2013

María Madre de la Iglesia



         La Virgen es Madre de la Iglesia porque en la Encarnación engendra a Cristo, Cabeza de la Iglesia, cuando el Ángel le anuncia que será Madre de Dios, y porque engendra a los hijos de Dios, que forman el Cuerpo Místico de Cristo, en la Crucifixión, cuando Jesús le anuncia que será Madre de los hijos adoptivos de Dios: “Madre, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 3).
         María es Madre de la Iglesia porque da a luz virginalmente y por el poder del Espíritu, a la Cabeza de la Iglesia en el Nacimiento, y da a luz virginalmente y por el poder del Espíritu, al Cuerpo de la Iglesia en el Monte Calvario, en la Cruz.
         María, Madre de la Iglesia, ejerce para con sus hijos adoptivos la misma función maternal que ejerció con su Hijo Jesús: así como dio a luz a la Gracia Increada, Jesús, así da a luz a los hijos de la Iglesia por la gracia del Bautismo; así como alimentó a su Hijo con la leche de su pecho materno, así alimenta a sus hijos con la leche nutritiva de la Palabra de Dios y la gracia santificante; así como alimentó a su Hijo en su seno virginal dándole de su carne y de su sangre, así alimenta a sus hijos adoptivos, con la Carne y la Sangre del Cordero de Dios, el alimento nutricio del cielo que los hace crecer fuertes y robustos en el espíritu.
La Virgen María, Madre de la Iglesia, llevó en su seno virginal por nueve meses a su Hijo para darlo a luz y presentarlo a Dios Padre en el templo; del mismo modo, esta Madre celestial, a los quiere hacer nacer a la vida de la gracia, los concibe en su Corazón Inmaculado y cuando llega el momento del nacimiento, los arropa con su Manto celeste y blanco y los lleva en sus brazos, para presentárselos  a su Hijo Jesús.
Así como solo por esta Madre y nada más que por esta Madre, vino el Hijo de Dios al mundo, así también por esta Madre, y solo por esta Madre, los hijos adoptivos de Dios subirán al cielo, porque solo a través de Ella se accede al Sagrado Corazón de Jesús, Puerta abierta al cielo.
La Virgen María, Madre de la Iglesia, vive en el Reino de la luz, y quiere llevar a sus hijos adoptivos, que viven en "tinieblas y en sombras de muerte" (cfr. Lc 1, 68-79), a su Reino, que es el de su Hijo, reino de paz, de luz, de alegría y de amor; el Reino en donde Ella es Reina y Madre, el Reino en donde el Cordero es adorado en su trono, noche y día, por siglos sempiternos, por miríadas y miríadas de ángeles y santos.
         La Virgen María, Madre de la Iglesia, se comporta con sus hijos adoptivos de la misma manera a como lo hizo con su Hijo Jesús: siendo Niño, lo crió y lo educó; ya de adulto, lo acompañó durante el Via Crucis, y cuando lo crucificaron estuvo a su lado sin moverse ni un centímetro de su lado. Y del mismo modo a como no abandonó a su Hijo en los momentos más dolorosos y tristes, como los del Camino de la Cruz, así esta Madre no desampara a sus hijos adoptivos, los que adquirió al pie de la Cruz, y está más a su lado todavía en los momentos más duros, dolorosos y tristes, suavizando con su amorosa presencia las amarguras y tristezas de sus hijos, acompañándolos en el Camino del Calvario, para conducirlos a la Resurrección.
           La Madre de la Iglesia, cuando dio a luz a la Cabeza de la Iglesia, su Hijo Jesús, lo preservó del ataque del dragón infernal, quien vomitó de sus fauces como un río de agua inmunda, buscando ahogarlo (cfr. Ap 12, 15); a la Madre se le dieron dos alas de águila y voló al desierto, salvando a su Hijo del dragón; de la misma manera, esta Madre amorosa y valiente, fuerte y temible "como un ejército formado en batalla" (Cant 6, 10), salvará a sus hijos adoptivos que yacen cautivos bajo las garras del dragón, rescatándolos y evitando que sean ahogados por el inmundo torrente de agua infecta y pútrida que el Dragón arroja de sus fauces, las perversas tentaciones con las que incita al pecado; la Virgen Madre los llevará también al desierto, como llevó a su Hijo Jesús, y lejos del estruendo del mundo, les enseñará el silencio y la oración, por medio de los cuales les hablará al corazón del inagotable e incomprensible Amor de Dios.
           Finalmente, el deseo de esta Madre celestial es que todos sus hijos adoptivos recorran el mismo camino que recorrió su Hijo, que de Niño se convirtió en adulto y, ya crecido, subió a la Cruz para morir y luego resucitar y así subir al cielo; esta Madre amorosa quiere que sus hijos también crezcan "en gracia y sabiduría", día a día, para que sean capaces de "negarse a sí mismos y cargar la cruz de cada día" y seguir al Calvario para morir crucificados junto a su Hijo Jesús, de manera que, muertos al pecado y al hombre viejo y destruida su muerte por la Muerte de Jesús, puedan recibir la Vida eterna que brota del Sagrado Corazón traspasado y ser llevados, resucitados y gloriosos, al Reino de los cielos.
             La Virgen, Madre de la Iglesia, Madre de los bautizados, quiere que todos sus hijos se salven, y no descansa ni de noche ni de día, y no descansará, hasta ver a todos sus hijos salvos.
                 

jueves, 13 de diciembre de 2012

El porqué de los pedidos de María Rosa Mística




Para apreciar el significado de los mensajes de María Rosa Mística, tenemos que tener en cuenta, antes que nada, el nombre que se le aplica a María, precisamente el de “Rosa Mística”. Además de significar la pureza y el martirio, el nombre de “Rosa” se le aplica a la Virgen, para significar su pureza y la fragancia de su gracia.
         Si la rosa en cuanto flor se destaca entre las flores por su hermosura, por su fragancia, por su pureza, María es la Rosa por excelencia, porque Ella se destaca entre todas las creaturas, entre todos los ángeles y santos, con una distancia más grande que la que hay entre la tierra y el cielo, porque Dios no puede crear una creatura más hermosa que María, ni más pura que Ella, ni más Llena de gracia que Ella, y por lo tanto, no puede crear nadie que exhale el perfume exquisito de la gracia del Espíritu Santo, como Ella.
         En lo que respecta al nombre de “Mística”, se llama así a la Madre de Dios porque, a diferencia de las rosas terrenas, que luego de unas pocas horas comienzan a marchitarse, perdiendo su perfume y su color, volviéndose mustias y secas, María Rosa Mïstica no se marchita jamás, porque Ella es Inmaculada y Virgen antes, durante y después del parto virginal de su Hijo Jesús, y permanece inhabitada por el Espíritu Santo, como desde el día de su Concepción Inmaculada, sin la menor disminución de su santidad excelsa. María es Rosa “Mística” porque es la Flor de los cielos, que inunda con su perfume exquisito el Paraíso Celestial, llenando de admiración y de contento a Dios Trino, a los ángeles y a los santos, que no dejan de cantar himnos de alabanzas y de acción de gracias a Dios por haber creado a una creatura tan hermosa y pura. También hay que decir que Cristo mismo recibe el nombre de Rosa, según algunos Padres de la Iglesia: para Tertuliano y San Ambrosio, la raíz representa la genealogía de David; el brote es María y la flor, rosa, es Cristo. 
Y esto es así porque si la Virgen es el brote de la genealogía de David, porque está Llena del Espíritu Santo, porque es Inmaculada, y porque es la Plena de gracia, su Hijo, Cristo, que nace de María Virgen, es la Flor del Brote, porque Él es el Dador del Espíritu Santo, junto a Dios Padre, Él es Inmaculado, porque es Dios Tres veces Santo, y es la Gracia misma Increada.
Por otra parte, si hacemos una comparación con las rosas terrenas, esto nos ayudará a resaltar todavía más la condición de María como Rosa Mística, y el sentido de sus pedidos en sus apariciones a Pierina Gilli. Podemos decir que las rosas terrenas son una representación de las almas de los hombres: cuando están fragantes, lozanas, frescas, y exhalan perfume agradable, puede decirse que son las almas en gracia, siendo la gracia la causa de su perfume y frescura. Pero es de experiencia cotidiana que las rosas terrenas, luego de un breve tiempo, comienzan a perder toda su frescura y perfume, y se vuelven secas y mustias: son las almas que han caído en pecado, sobre todo el pecado mortal, porque ya no viven en gracia, y han perdido por lo tanto toda participación en la vida divina, que era la causa de su hermosura y de su pureza.        
Cuando vemos el mundo actual, en el que todo lo que hace el hombre es contrario a la Ley de Dios, expresada en la Naturaleza; cuando vemos que se exaltan los vicios contra-natura, no sólo como si no fueran cosas contrarias a la Ley divina, sino como si fueran derechos humanos y por lo tanto exigencias que pertenecen al hombre mismo; cuando vemos que se exalta toda clase de impurezas, ya desde la más  temprana edad, enseñando a niños de jardín de infantes que el matrimonio no es sólo entre varón y mujer, sino que se da ese título a cualquier combinación posible; cuando vemos que los jóvenes han profanado sus cuerpos con relaciones pre-matrimoniales; con drogas, con alcohol, con música cumbia y rock, indignas de la condición humana; cuando vemos que en vez de rendir culto al Dios del sagrario, cientos de millones de católicos se vuelcan al ocultismo, al esoterismo y al satanismo; cuando vemos que entre los niños se conoce y se ama más a un ídolo inerte y mudo, el fútbol –y, dentro de él, todas las “estrellas” futbolísticas, como Messi y compañía-; cuando vemos que millones de niños y jóvenes desaparecen de la Iglesia apenas recibidos los sacramentos; cuando vemos que los así llamados “cristianos” se diferencian de los paganos fuera de la Iglesia sólo porque el Domingo –algunos, los menos- van a Misa, nos damos cuenta de cómo todo el mundo se ha convertido en un inmenso jardín arrasado, en donde las flores de Dios, las almas de los hombres, se han marchitado, se han secado, han comenzado su proceso de descomposición.
Es aquí entonces en donde entendemos los pedidos de María Rosa Mística, sobre todo en su primera aparición, en la primavera del año 1947, cuando se aparece con su rostro triste, vestida con una túnica morada, con su cabeza cubierta con un velo blanco, y con su pecho atravesado por tres espadas, y dice sólo tres palabras: “Oración, penitencia, reparación”.
Oración por la conversión propia y de los pecadores más empedernidos; penitencia para expiar por el mundo que exalta los sentidos y ensalza el error, en detrimento del silencio, de la contemplación, de la pureza y de la Verdad revelada, Jesucristo, y reparación, por quienes “no creen, ni esperan, ni adoran, ni aman” a Jesús en la Eucaristía.

lunes, 25 de junio de 2012

La Virgen del Rosario de San Nicolás y el rezo del Rosario



         Las apariciones de la Virgen María son hechos prodigiosos, cuya dimensión trascendental y sobrenatural se nos escapa, por el hecho de estar inmersos en el mundo material y terreno, y por estar condicionados por lo que nuestros sentidos pueden captar, ya que tenemos tendencia a creer que la única realidad “real” es la material y sensible.
         Precisamente, cuando la Virgen se aparece, en cumplimiento de los designios divinos, es para que, iluminados por la gracia, estemos más atentos a esa parte de la realidad que no puede ser percibida por los ojos, pero sí por la luz de la fe, y es la realidad del más allá, de lo que existe más allá de esta vida, la vida eterna. Nuestro mundo actual, es un mundo materialista, que considera que hay una sola vida, esta, la terrena, y que fuera de ella no hay nada, o no importa lo que pudiera haber; lo que importa, según esta visión mundana, es “disfrutar” de esta vida, “pasarla bien”, no importa a qué costo, y es así como se justifican todo tipo de cosas ilícitas y prohibidas por la ley de Dios. Muchos, muchísimos cristianos, caen en la trampa que les tiende el mundo y el demonio, y olvidándose lo que alguna vez aprendieron en el catecismo, viven la vida como si nunca hubieran recibido el bautismo, como si nunca hubieran sido adoptados por Dios como hijos, y como si nunca hubieran recibido el llamado de Cristo a seguirlo camino del Calvario.
Es así como los cristianos pierden de vista la vida sobrenatural, la vida de la gracia, para vivir en cambio una vida puramente natural la cual, en la mayoría de los casos, termina animalizándose, con lo que el que había sido llamado a ser hijo de Dios, finaliza comportándose peor que un animal salvaje.
         En el caso de las apariciones de la Virgen en San Nicolás, la realidad sobrenatural que la Virgen quiere hacernos ver, de parte de Dios, es la de la salvación eterna. Esta vida terrena, la que vivimos en el tiempo, dura muy poco, como máximo, cien o ciento diez años, ya que no hay ser humano que pueda vivir más que eso, y luego, viene la vida eterna, en donde el alma se encuentra cara a cara con Dios, recibe su juicio particular y, si es encontrada digna, es llevada por Cristo y María Santísima al Reino de Dios Padre.
Lo que sucede es que este ingreso al Reino de los cielos no se produce de modo automático: el alma debe presentarse ante Cristo, en su juicio particular, cargada con tesoros espirituales, celestiales, ya que eso es lo que Jesús nos dice que hagamos: “Atesorad tesoros en el cielo”, y una buena parte de esos tesoros celestiales, que granjean la entrada al cielo, se consigue con la oración, sobre todo del Santo Rosario.
Entonces, la Virgen se aparece en San Nicolás para advertirnos de los engaños del mundo y del demonio, que nos seducen con cosas falsas -placeres terrenos, gula, ocio, pereza, música estridente e indecente, películas de cine y programas de televisión inmorales, acceso por Internet, de modo fácil y anónimo a toda clase de perversiones, y toda clase de aberraciones contra la naturaleza, a las que hacen pasar por buenas, cuando en realidad son malicia del infierno encubierta-, para apartarnos de la vida feliz y eterna en la contemplación de Dios Uno y Trino, y conducirnos al infierno.
Las apariciones de la Virgen María tienen por lo tanto un carácter de advertencia urgente, ya que la Virgen viene desde el cielo para abrir nuestros ojos, para que iluminados por la gracia, podamos no solo descubrir los anchos caminos de la perdición, sino también, ante todo, para que seamos capaces de descubrir el angosto camino que conduce a la salvación: el camino de la Cruz, en el seguimiento de Cristo crucificado.
 La Virgen se apareció en nuestras tierras argentinas para pedirnos que recemos el Rosario, para que salvemos nuestras almas y las de nuestros seres queridos. No seamos sordos a su urgente llamado maternal.

viernes, 2 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (V)




         Por lo general, como católicos, no vemos la conexión entre el Papa, la Eucaristía y la Virgen y, sin embargo, son misterios que están estrechamente unidos, y tan unidos, que es imposible hacer referencia a uno sin nombrar a los otros dos.
         Inmaculada Concepción, Infalibilidad pontificia, Presencia real de Cristo en la Eucaristía, son misterios sobrenaturales íntimamente ligados entre sí.
         ¿Cuál es la relación que existe entre la Virgen, el Papa y Jesús en la Eucaristía? La relación es que María, el Papa y Jesús en la Eucaristía, se presentan en el misterio de la Misa, unidos por el Espíritu Santo.
         A la Virgen concebida sin mancha, Dios, al colmarla de la Presencia del Espíritu Santo, Dios la hace brillar como el Lucero del alba, como el lucero de la mañana, que precede al Sol de gracia aparecido en carne humana, Jesucristo. María es el Lucero del alba que anuncia y precede la llegada del Sol divino de Justicia, Jesucristo, que ilumina las tinieblas del mundo y nos conduce de la noche de esta vida al día de la eternidad en Dios Trino.
         El Papa también, al igual que la Virgen, está asistido por el Espíritu Santo, y por eso su cátedra brilla con la luz eterna de la Verdad eterna de Dios, Jesucristo, Verbo encarnado. Por la infalibilidad pontificia, debida a esta asistencia del Espíritu Santo, el Santo Padre se comporta, como María, al frente de la Iglesia, como el Lucero del alba que ilumina un mundo en tinieblas, con la doctrina de Cristo, Hijo de Dios, Luz de Luz que, viniendo de la eternidad luminosa de Dios, nos conduce y señala el camino hacia esa eternidad, en la oscuridad de nuestro mundo. El Papa, iluminando el mundo con la luz de Cristo, se  comporta como María que, en Belén, dio virginalmente a luz al Verbo del Padre; así, tanto la Virgen como el Santo Padre, iluminan al mundo en tinieblas con una misma luz, la luz de Cristo, no solo evitando las tinieblas del paganismo, sino iluminando con la única luz de Dios, Jesús.
         Y así como María trajo al mundo al Verbo de Dios revestido como un niño humano en Belén, así el Papa trae al mundo al Verbo de Dios, revestido como pan el altar eucarístico, que se convierte así en un nuevo Belén. Es decir, María, trajo a Jesús revestido de niño humano; el Papa, trae a Jesús en cada misa, revestido de pan, al Hijo de María, Dios Hijo, en la Eucaristía. Y María no solo lo trajo en Belén, hace dos mil años, y el Papa no solo lo trae en su misa privada, sino que María y el Papa, que forman parte de la Iglesia, traen a Jesús en la Eucaristía en cada misa, por medio del sacerdocio ministerial.
La misa es entonces como el Lucero del alba, que anuncia la llegada del Sol de justicia, Jesús, que viene a cada alma que comulga, no como Niño, como en Belén, sino revestido de pan, oculto bajo apariencia de pan, por medio del sacerdocio ministerial, que tiene en la unión con el Papa, Vicario de Cristo, su subsistencia y su razón de ser porque por el Santo Padre se comunica a los sacerdotes el poder de Cristo. María trajo a Cristo en Belén, Cristo nombra al Papa su Vicario, el Papa ordena a los sacerdotes ministros de Cristo, para que estos lo hagan Presente a Cristo en su Iglesia como Eucaristía.
Esta es la misteriosa relación entre la Virgen María, el Santo Padre y la Eucaristía.