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martes, 30 de mayo de 2023

La Visitación de María Santísima y la alegría de Isabel y el Bautista

 



         La Visitación se refiere a un episodio de la Madre de Dios en el que, estando la Virgen encinta por obra del Espíritu Santo, con un embarazo en curso -Jesús, Dios Nuestro Señor, estaba en su seno-, aun así, al enterarse que su prima, Santa Isabel, ha quedado ella también encinta, decide acudir en auxilio de su pariente. Visto externamente, con ojos puramente humanos, se trata de una visita de una prima a otra, ambas encintas, siendo la recién llegada María Santísima, que por su gran corazón acude a visitar, pero no en una visita de cortesía, sino en una visita de ayuda, de auxilio, a una pariente que también está encinta y que necesita ayuda, porque además de los problemas propios que se derivan de un embarazo, Santa Isabel tiene ya una edad avanzada, lo cual aumenta sus problemas, para los cuales ha venido a ayudar María Santísima. Ahora bien, esto es visto desde afuera, superficialmente, con ojos puramente humanos, pero en la escena, en las personas que intervienen en el hecho de la Visitación, hay elementos sobrenaturales, divinos, celestiales, que trascienden infinitamente la mera humanidad.

Uno de estos hechos sobrenaturales es, desde luego, tanto el embarazo de María Santísima, obra del Espíritu Santo y el otro embarazo, el de Santa Isabel, que si bien es obra de hombre, es milagroso por el avanzado estado de edad de Santa Isabel. Otro hecho sobrenatural es el saludo que Santa Isabel otorga a María Santísima: en vez de decirle, como diría cualquier humano en esta situación, por ejemplo, “Bienvenida prima, qué gusto de verte, gracias por venir a ayudarme”, Santa Isabel no la saluda con el saludo habitual que se da entre familiares que no se ven desde hace tiempo; por el contrario, la saluda de la siguiente manera: “la Madre de mi Señor”. No le dice “prima”, a María Santísima, ni “sobrino”, al fruto de sus entrañas, Jesús, sino que la llama “Madre de mi Señor”. Otro elemento sobrenatural es que tanto ella, como el niño de sus entrañas, Juan el Bautista, saltan, exultan de alegría, siendo esta alegría no la alegría natural que se da entre familiares que se quieren y que hace tiempo que no se ven: el título que Santa Isabel da a María –“Madre de mi Señor”-, como la alegría que ella y Juan el Bautista experimentan, no se deben a factores naturales, humanos, derivados de situaciones naturales y humanas; se trata de una alegría sobrenatural, concedida tanto a Santa Isabel, como a San Juan Bautista. En el Evangelio se dice: “Isabel, llena del Espíritu Santo”. Esto quiere decir que es la Presencia del Espíritu Santo, del Divino Amor, de la Persona Tercera de la Trinidad, en Isabel, lo que hace que Isabel, exultando de alegría, no le diga “prima” a María Santísima, sino “Madre de mi Señor”, expresión que equivale a decir: “Madre de mi Dios”. El Espíritu Santo concede la alegría al corazón de Santa Isabel, al hacerla reconocer que el fruto del seno de la Virgen no es un bebé humano, sino Dios Hijo encarnado en el seno purísimo de la Virgen; es el Espíritu Santo el que le dicta a Santa Isabel que el fruto de las entrañas de María es Dios, que es a lo que equivale “mi Señor”. Entonces, por la iluminación del Espíritu Santo, Isabel le da el título, a la Virgen, de “Madre de Dios”, al decirle “Madre de mi Señor” y a Jesús, el fruto de las entrañas de la Virgen, le da el título de “Dios”, que es el equivalente a “Señor”. Es también el Espíritu Santo el que hace que Juan el Bautista, que evidentemente es no nato, “salte de alegría”, al reconocer, tanto la voz de la Virgen, como la Presencia de su primo, que no es otro que Dios Hijo encarnado en la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Todos estos hechos sobrenaturales -el título de “Madre de Dios” a la Virgen; de “Dios” a Jesús que está en el seno de la Virgen, la alegría sobrenatural que experimentan tanto la Santa Isabel como el Bautista, son producidos por la acción del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo, que es Amor Divino y Verdad Increada, ilumina las mentes y corazones tanto de Santa Isabel como de Juan el Bautista, para que Santa Isabel trascienda el mero hecho de ser parienta biológica de María Santísima; es el Espíritu Santo el que le permite ver, a Santa Isabel, en la Virgen, no a su “prima”, sino a la “Madre de mi Señor”, la “Madre virginal de Dios”, María Santísima.

Ahora bien, de este hecho relatado en el Evangelio, que verdadera e históricamente sucedió, podemos también nosotros, por la gracia, ser partícipes, en mayor o menor grado, si pedimos la gracia al Espíritu Santo en nombre de Jesús y a través de la Virgen: “Pedid el Espíritu Santo”, “Hasta ahora no habéis pedido nada al Padre en mi Nombre”, dice Jesús en el Evangelio. Pidamos la gracia de la iluminación del Espíritu Santo, para captar su sentido sobrenatural, para contemplar en la escena no a dos parientes encintas que hace tiempo que no se ven, sino a la Madre de Dios, que lleva en su seno al Hijo de Dios encarnado y a la Presencia del Espíritu Santo, Presencia divina y celestial manifestada en la alegría sobrenatural que experimentan Santa Isabel y su niño, Juan el Bautista. Solo con la luz del Espíritu Santo, seremos capaces de contemplar el significado sobrenatural, espiritual, celestial y divino del episodio de la Visitación de la Virgen María.

        

sábado, 5 de diciembre de 2020

La Inmaculada Concepción y Madre de Dios Hijo

 


         Es muy importante tener presente la condición de la Virgen como Inmaculada, porque de ese dogma se derivan dos verdades esenciales de nuestra Fe Católica: la verdad de la Iglesia Católica como Esposa Mística del Cordero y la verdad de la Eucaristía como prolongación de la Encarnación del Verbo. Por esta razón, meditaremos brevemente en el significado de la Inmaculada Concepción y su relación con la Iglesia y la Eucaristía.

          Ante todo, debemos afirmar que la Virgen María tiene un doble privilegio, que no lo tiene ninguna otra creatura de la humanidad: fue concebida sin mancha de pecado original, es decir, con su humanidad –cuerpo y alma- purísima y además fue concebida como “Llena de gracia”, esto es, colmada del Espíritu Santo. Este privilegio doble no lo tuvo, no lo tiene y no lo tendrá ninguna otra creatura humana, hasta el fin de los tiempos. ¿Cuál es la razón de este doble privilegio de la Virgen? La razón es que la Virgen estaba predestinada, por la Santísima Trinidad, a ser la Madre de Dios, es decir, a ser la Madre humana de la Segunda Persona de la Trinidad, cuando ésta se encarnara en la plenitud de los tiempos. Puesto que el que se encarnaba era Dios Hijo –y en cuanto tal, Purísimo e Inmaculado, desde el momento en que es la Santidad Increada-, Aquella que estuviera destinada a ser su madre en la tierra, debía ser como Él -esto es, Pura e Inmaculada-, ya que Él no puede inhabitar en una naturaleza corrompida por el pecado. Por esta razón, la Virgen fue concebida sin pecado original, porque debía ser Purísima y purísimo debía ser su seno, para que en él inhabitara el Verbo Eterno del Padre, una vez que se encarnara, una vez que se uniera a una naturaleza humana. Pero tratándose de Dios Hijo, no bastaba que la Virgen fuera Purísima; no bastaba que su naturaleza humana no hubiera sido contaminada con la mancha del pecado original: al tratarse del Verbo del Padre, que es Quien espira al Espíritu Santo, el Amor de Dios, junto al Padre, desde la eternidad, Aquella que estuviera destinada a ser su madre en la tierra no podía tener un simple amor humano, aun cuando éste fuera purísimo, como lo era el amor del Corazón Inmaculado de María: debía inhabitar, como en el seno del Padre inhabita desde la eternidad, el Espíritu Santo, el Amor del Padre y es por esta razón que la Virgen fue concebida “Llena de gracia”, lo cual es lo mismo que decir “inhabitada por el Amor de Dios, el Espíritu Santo”. De esta manera, la Virgen habría de recibir al Verbo del Padre no sólo con su naturaleza sin mácula, sin mancha –un alma y un cuerpo humanos purísimos-, sino además llenos, plenos, inhabitados, por el Amor de Dios, el Espíritu Santo; en el Corazón de la Virgen Inmaculada debía arder el Amor de Dios y no meramente el amor humano de una madre humana perfecta, como lo era la Inmaculada Concepción. Es por esta razón que la Virgen fue concebida, además de Inmaculada, Llena de gracia, Llena del Amor de Dios, el Espíritu Santo, para que amara al Verbo de Dios con el mismo Amor con el que el Padre lo amaba desde la eternidad, el Espíritu Santo.

         Pero el prodigio de la Virgen no se detiene en Ella, porque si la Virgen fue concebida Inmaculada y Llena de gracia, así fue concebida la Iglesia, Inmaculada y Llena de gracia, al nacer del Costado traspasado del Salvador, para que la Iglesia alojara en su seno, el altar eucarístico, y lo custodiara con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, al Hijo de Dios encarnado, la Eucaristía, así como la Inmaculada y Llena de gracia alojó en su seno virginal al Hijo de Dios, el Verbo hecho carne. Sólo de la Virgen Inmaculada y Llena de gracia podía surgir el Verbo Eterno del Padre hecho carne, Jesús y sólo de la Iglesia Católica, Inmaculada y Llena de gracia, podía salir el Verbo Eterno del Padre hecho carne, Jesús Eucaristía. Éstas son las razones por las que la Virgen y la Iglesia son Inmaculadas y Llenas del Espíritu Santo.

               Entonces, el que niega que la Virgen es Inmaculada y Llena del Espíritu Santo -como lo hacen los protestantes, por ejemplo-, niega la condición de la Iglesia como Esposa del Cordero y niega además a la Eucaristía como Presencia Real y substancial del Hijo de Dios encarnado. De ahí la importancia, para nuestra fe y nuestra vida espiritual, de creer firmemente en el Dogma de la Inmaculada Concepción.

martes, 28 de mayo de 2019

La Visitación de la Virgen María



         La Virgen, estando ya encinta por obra del Espíritu Santo, al enterarse de que su prima Santa Isabel también está encinta, se dispone a acudir hasta donde vive su prima, para asistirla durante el parto. Para ello, prepara todo lo necesario para el largo viaje y, acompañado por el casto San José, parte en dirección a su prima. De esta manera, la Virgen nos da lección de cómo obrar la misericordia, en este caso, se trata de una obra de misericordia corporal, que es asistir al necesitado. No es que Santa Isabel estuviera enferma, pero sí necesitada de ayuda, pues se trataba de una mujer de edad y afrontar un embarazo en los umbrales de la ancianidad es algo peligroso; por esa razón, la Virgen, sin prestar atención a que Ella misma está embarazada, acude en su ayuda. Así nos da ejemplo de cómo obrar la misericordia. Es decir, no se trata de una mera visita de cortesía, sino de un verdadero auxilio el que la Virgen va a prestar a su prima.
 Sin embargo, en la Visitación de la Virgen hay algo más que un simple ejemplo de cómo ser misericordiosos para con el prójimo más necesitado: en la Visitación de María Santísima a Santa Isabel se producen una serie de hechos sobrenaturales, de los cuales es necesario prestar atención y reflexionar sobre ellos. Ante todo, es necesario recordar que, con la Virgen, va Jesús, el Hijo de Dios, que es todavía un niño por nacer y que Jesús, en cuanto Dios, y también en cuanto hombre, es Espirador del Espíritu Santo junto al Padre. Esto es muy importante tenerlo en cuenta, porque es lo que explica lo que sucede a continuación de la Llegada de la Virgen, tanto en Santa Isabel, como en su niño, Juan el Bautista. Cuando la Virgen llega a la casa de Santa Isabel, esta queda “llena del Espíritu Santo en cuanto oyó la voz de la Virgen”, según relata el mismo Evangelio y, como está llena del Espíritu Santo, saluda a la Virgen no con un saludo coloquial, como el que se da entre parientes que hace tiempo que no se ven, como es este caso. Las palabras de Santa Isabel reflejan que hay algo en ella que le hace ver realidades sobrenaturales, ocultas a la simple vista y a la razón humana. Ante todo, llama a la Virgen “Bendita entre las mujeres”, y esto porque la Virgen es Virgen y Madre al mismo tiempo, porque el Niño en su seno no ha sido concebido por obra humana, sino por obra del Espíritu Santo y por eso es obra de Dios. Este conocimiento le es dado a Santa Isabel por el Espíritu Santo, no por sus razonamientos humanos.
También el Bautista recibe la iluminación del Espíritu Santo: al escuchar la voz de la Virgen, “salta de alegría” en el seno de su madre, porque el Espíritu Santo le revela que el Niño, a quien el Bautista obviamente no ve ni conoce, sabe que es Dios Hijo en Persona. Es por eso que Santa Isabel dice que “el niño saltó de alegría en mi seno”. Conocimiento sobrenatural, alegría sobrenatural por el Hijo de Dios en Santa Isabel y en Juan el Bautista, más el contenido del Magnificat o alabanzas a Dios por sus maravillas que pronuncia la Virgen, son los frutos del Espíritu Santo, productos de su acción durante la Visitación de la Virgen.
Por esta razón, en la Visitación de la Virgen no hay solo un ejemplo de cómo obrar la misericordia: hay también efusión del Espíritu Santo por parte de su Hijo, junto al Padre, incluso desde el seno materno, es decir, como niño por nacer. Es importante tener en cuenta estos hechos, porque cuando la Virgen visita un alma, nunca viene sola, sino que con Ella viene Jesús y, con Jesús, el Espíritu Santo.

sábado, 23 de marzo de 2019

El Legionario y la Santísima Trinidad 2



         Desde sus inicios, la Legión tuvo siempre una estrecha relación con la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo[1]. En su primer acto público, la Legión se dirigió al Espíritu Santo y luego al Hijo de Dios, por intermedio de María. En el diseño del vexillium, el águila romana pagana fue reemplazada por la figura de la Dulce Paloma del Espíritu Santo, tomando a su vez la Virgen el lugar del emperador, con lo cual se significaba que el Espíritu Santo transmitía al mundo sus gracias por intermedio de María. También en la téssera quedó plasmado este concepto: el Espíritu Santo se cierne sobre la Legión y comunica de su poder a la Virgen, poder con el cual aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua. Además, el color de la Virgen no es azul, como podría suponerse, sino rojo, indicando el color con el que se representa al Espíritu Santo, el color del fuego, ya que es llamado también “Fuego del Divino Amor” y es el fuego en el que está envuelta la Virgen[2].
         Todo esto sirvió como antecedente para que en la Promesa Legionaria se dirigiera al Espíritu Santo y no a la Reina de la Legión, con lo cual se refuerza la idea de que es el Espíritu Santo el que regenera al mundo con sus gracias, aunque estas, por pequeñas que sean, pasan siempre por la Virgen.
         Hay algo que la Legión siembre debe tener en claro en la Virgen y es para imitarla y es que la Virgen entabla una relación personal con cada una de las Divinas Personas de la Trinidad: Dios Padre la eligió como su Hija predilecta para la Encarnación de Dios Hijo; Dios Hijo la eligió para ser su Madre; Dios Espíritu Santo la eligió para hacer de ella su virginal Esposa. Es decir, todo el plan divino de la Santísima Trinidad, pasa por la Virgen y como legionarios, debemos buscar de entrever estas relaciones para corresponder al Plan divino de conquistar el mundo por medio de la Virgen[3].
         Todos los santos insisten en la necesidad de que, en nuestra relación con Dios, nos dirijamos a las Tres Divinas Personas –recordemos que somos católicos y la creencia en la Santísima Trinidad nos distingue de cualquier otra religión, de modo que no podemos dirigirnos a Dios del mismo modo a como lo hacen los protestantes, los judíos y musulmanes, que creen en Dios Uno y no Trino-.
Este misterio divino no puede ser comprendido, porque supera nuestra capacidad de razonamiento, sino que debe ser creído por medio de la asistencia de la gracia divina, la cual podemos pedirla con entera confianza a la Virgen, a quien le fue anunciado, como primera creatura, el misterio de la Trinidad, en la Anunciación[4]. La Santísima Trinidad se reveló a la Virgen por medio del Arcángel: le anunció, de parte de Dios Padre, que Dios Hijo habría de encarnarse en Ella, por medio de Dios Espíritu Santo: “El Espíritu Santo bajará sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35).
         El Legionario debe profundizar esta relación con la Trinidad de muchas maneras: con la oración, pidiendo la gracia de aceptar este misterio; con el estudio y la formación permanente y, sobre todo, por medio de la Santa Misa, porque la Santa Misa, que es prolongación de la Encarnación, es obra también de la Santísima Trinidad: Dios Padre pide a Dios Hijo que baje del cielo y quede oculto en la Eucaristía, por obra de Dios Espíritu Santo.
          Por estas razones, el legionario que no asiste a Misa -a no ser que tenga algún impedimento real que justifique su ausencia-, corta de raíz su relación con la Trinidad y por lo tanto con la Legión, porque la Legión está enraizada, en su ser más íntimo, a través de la Virgen, en el misterio de la Santísima Trinidad.


[1] Cfr. Manual del Legionario, VII.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

sábado, 4 de junio de 2016

La Inmaculada Concepción y la Iglesia


         La Inmaculada Concepción de María es modelo de pureza, de santidad, de caridad y de toda virtud, para ser imitado por el fiel cristiano, tal como lo afirma San Lorenzo Justiniano: “Imítala tú, alma fiel (a María Virgen)” [1]. Es necesario, dice nuestro santo, imitar a María en su sabiduría, en su caridad, en su humildad, en su meditación y contemplación de la Palabra de Dios: “María iba reflexionando sobre todas las cosas que había conocido leyendo, escuchando, mirando, y de este modo su fe iba en aumento constante, sus méritos crecían, su sabiduría se hacía más clara y su caridad era cada vez más ardiente. Su conocimiento y penetración, siempre renovados, de los misterios celestiales la llenaban de alegría, la hacían gozar de la fecundidad del Espíritu, la atraían hacia Dios y la hacían perseverar en su propia humildad. Porque en esto consisten los progresos de la gracia divina, en elevar desde lo más humilde hasta lo más excelso y en ir transformando de resplandor en resplandor. Bienaventurada el alma de la Virgen que, guiada por el magisterio del Espíritu que habitaba en ella, se sometía siempre y en todo a las exigencias de la Palabra de Dios”[2]. Quien esto hace, es decir, imitar a la Virgen, alcanza con suma facilidad y prontitud altas cumbres de santidad, imposible de hacerlo de otro modo. La Inmaculada Concepción, plena de virtudes y todas ellas en altísimo grado de perfección, es modelo de la más alta santidad para todos los cristianos, y ésa es la razón por la cual no sólo debemos meditar en su pureza inmaculada, sino que, por medio de la gracia santificante, la oración, la ascesis, la meditación de la Palabra de Dios y el sacrificio espiritual, debemos siempre y en todo momento buscar la imitación de María Inmaculada, tal como nos animan a hacerlo los santos.
Ahora bien, la Inmaculada Concepción, esto es, su pureza inmaculada, además de ser modelo de la pureza de cuerpo y alma para el fiel y el modelo de santidad para su vida cristiana, es además modelo de la pureza de la fe de la Iglesia, porque así como María Inmaculada no solo no está contaminada ni siquiera por la más ligerísima mancha de pecado, sino que en Ella resplandece la santidad al ser inhabitada por el Espíritu Santo, así también la fe de la Iglesia, no solo no está contaminada con la más mínima mancha impura de la herejía, del error y la ignorancia acerca de Dios Trino y del Hijo de Dios Encarnado, sino que su conocimiento y amor de los misterios sobrenaturales absolutos revelados por el Hijo de Dios, y su celo por la custodia por el Magisterio de la Verdad revelada, brillan en la Iglesia Santa por encima de cualquier iglesia y por encima de todas las naciones, porque la Iglesia, Esposa mística del Cordero de Dios, al igual que la Virgen Santísima, está iluminada con la esplendorosa luz del Espíritu Santo, que es su Alma, Guía y Maestro.



[1] Sermón 8, Fiesta de la Purificación de la Santísima Virgen María: Opera 2, Venecia 1751, 38-39.
[2] Cfr. ibidem.

miércoles, 1 de junio de 2016

La Visitación de María Santísima


         La Virgen, encinta de Jesús, visita a su prima, Santa Isabel. Al hacerlo, la Virgen nos da un sublime ejemplo de dos condiciones indispensables para alcanzar el cielo: el olvido de sí mismo (en el seguimiento de Cristo), según las palabras de Jesús: “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo” (Mt 8, 34) y la misericordia para con los más necesitados, también según las palabras de Jesús: “Lo que habéis hecho a uno de estos mis pequeños, a Mí me lo habéis hecho” (Mt 25, 40). En efecto, la Virgen misma está encinta y por lo tanto, necesitada de ayuda, y sin embargo, olvidándose de sí misma, acude en auxilio de su parienta Isabel, quien está doblemente necesitada de ayuda: por estar encinta y por ser de edad avanzada. La Virgen, en la Visitación, es por lo tanto, ejemplo sublime y perfectísimo de cómo, movidos por el Amor de Dios, debemos obrar, si queremos entrar en el cielo.
         Pero en la Visitación de María Santísima hay algo mucho más grande que el mero ejemplo –sublime y perfecto- de cómo obrar para alcanzar el cielo: María, Sagrario Viviente y Tabernáculo del Dios Altísimo, lleva en su seno del Hijo de Dios encarnado, Jesús de Nazareth, por lo que su llegada implica la llegada del Salvador de los hombres; su Visita implica la Visita del Verbo de Dios Encarnado; su Arribo a un alma implica el Arribo al alma de Hijo Eterno del Padre, porque su Hijo, el que Ella lleva en su seno purísimo, es el Verbo Eterno del Padre, engendrado desde los siglos sin fin, “entre esplendores de santidad” (cfr. Sal 110, 3). Y con Jesucristo, el Dador del Espíritu junto al Padre, llega al alma visitada por la Virgen el Espíritu Santo, y es esto lo que explica la sabiduría como la alegría sobrenaturales, tanto de Isabel como del Bautista: Santa Isabel no saluda a María como a se saluda a un pariente, sino que le aplica el nombre de “Madre de mi Señor”, y se alegra por esto; Juan el Bautista, a su vez, desde el seno de su madre, “salta de alegría” al escuchar el sonido de la voz de María: “Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno” (Lc 1, 41), y salta en de alegría porque reconoce, en María, a la Madre de Dios, y en Jesús, al Hijo de Dios, y todo esto no se explica sino por la acción del Espíritu Santo, como lo señala el mismo Evangelio: “(…) e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó (…)” (cfr. Lc 1, 41).

         Es esto lo que sucede en un alma cuando la Visita la Madre de Dios, la Virgen María. es por esto que, el ser visitado por la Virgen, es la mayor dicha que alguien pueda recibir en esta vida, y la gracia que debemos anhelar, para nosotros, para nuestros seres queridos, y para todo el mundo.

martes, 27 de octubre de 2015

Nuestra Señora del Rosario de Pompeya


         La vida del Beato Bartolo Longo es un ejemplo de la inmensidad del amor maternal de María Santísima por todos y cada uno de sus hijos, incluidos, en primer lugar, aquellos que están más alejados de Dios y de su Amor misericordioso. El Beato, no siempre fue beato y aún más, puede decirse que antes de su conversión, no hubo prácticamente pecado que no hubiera cometido, incluidos los más graves de todos, como la superstición, la brujería y el espiritismo, el ateísmo teórico y práctico y el rechazo a la Iglesia. En efecto, en su juventud, se dejó llevar por las corrientes de pensamientos anti-cristianos de la época, principalmente la filosofía de Hegel y el racionalismo de Renán, negadores de todo  lo sobrenatural y, en el fondo, propiciadores de un gnosticismo que termina endiosando al hombre. Además de eso, el beato Longo se dedicó a la práctica de pecados abominables, como el satanismo, la brujería y el espiritismo, llegando incluso a ser “médium” espiritista de primer rango y sacerdote espiritista (recordemos que el espiritismo es una grave desviación de la religión, que consiste en la invocación de los muertos, y es una de las cosas prohibidas explícitamente por Dios en la Escritura y también por la Iglesia Católica[1]). El espiritismo es un pecado mortal y esa es la razón por la cual está expresamente prohibido en la Escritura: además, cuando no se trata de fraude, en las sesiones espiritistas interviene directamente el demonio y quienes lo practican, quedan expuestos a la infestación, la obsesión e incluso la posesión diabólica. La Iglesia no lo prohíbe en vano, sino por el bien de las almas y la salud espiritual de sus hijos.
La práctica del espiritismo y la profesión de ideas anti-cristianas, sumado a una vida disoluta, caracterizada por las diversiones mundanas y las continuas fiestas, llevaron al joven Longo a aborrecer a Dios y a la Iglesia, puesto que el espíritu del mundo es totalmente opuesto al Espíritu de Dios, el Espíritu Santo. Como el joven Longo estaba imbuido del espíritu del mundo, se oponía radicalmente al Espíritu de Dios y a las enseñanzas de la Iglesia, llegando incluso a escribir en contra de la Esposa de Cristo. Sin embargo, la Virgen no iba a abandonarlo: a pesar, o más bien, por el hecho de ser, enemigo de su Hijo, la Virgen lo buscó y lo esperó incansablemente que llegase el momento propicio para su conversión, la cual tuvo lugar el día del Sagrado Corazón de Jesús de 1865, en la Iglesia del Rosario de Nápoles. Ese día, la Virgen le concedió, al Beato Bartolo Longo, quien hasta ese momento había sido enemigo encarnizado de su Hijo, la gracia de la conversión, infundiéndole un gran amor hacia Ella y hacia el Santo Rosario; a partir de ese bienaventurado momento, luego de ser tocado su corazón por la gracia maternal de María Santísima, el beato inició un cambio radical de vida[2], abandonando su pensamiento anti-cristiano, su culto diabólico y su aborrecimiento por la Iglesia, dedicándose a realizar obras de caridad y a difundir la devoción a Nuestra Señora del Rosario, construyéndole uno de los más hermosos santuarios marianos de la cristiandad, el actual Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya.
Es decir, de ser satanista, espiritista, médium, pensador anti-cristiano, el beato Bartolo Longo pasó a ser uno de los más grandes santos de la Iglesia; de estar sumergido en las negras tinieblas espirituales, pasó a estar iluminado por la luz del Espíritu Santo; de ser esclavo de Satanás, pasó a ser hijo adoptivo y muy querido de Dios, libre en Cristo Jesús y todo por el amor maternal de María Santísima, que movió cielos y tierra, literalmente, para acudir en auxilio y rescate de su hijo Bartolo, que se había extraviado. Es por eso que él mismo dice así en su auto-biografía[3]: “(…) no puede haber ningún pecador tan perdido, ni alma esclavizada por el despiadado enemigo del hombre, Satanás, que no pueda salvarse por la virtud y eficacia admirable del santísimo Rosario de María, aferrándose de esa cadena misteriosa que nos tiende desde el cielo la Reina misericordiosísima de las místicas rosas para salvar a los tristes náufragos de este borrascosísimo mar del mundo”[4].
Como él mismo lo dice, la Santísima Virgen María, a través del Santo Rosario, lo rescató de su perdición, de su condición de ser esclavo de Satanás, para conducirlo a las más altas cumbres de la santidad, del amor y de la amistad con su Hijo, el Sagrado Corazón de Jesús; a través de la Virgen, Dios rescató a un hombre pecador para que difundiera su gloria y su amor misericordioso, por medio del amor y la devoción a la Santísima Virgen y la "misterio cadena de rosas místicas", el Rosario. Una vez rescatado de las más profundas tinieblas, el Beato Bartolo Longo se convirtió en uno de los más fervientes devotos de Nuestra Señora del Rosario de Pompeya, contribuyendo con esta devoción a la salvación de numerosísimas almas. El Beato se dedicó a la construcción del santuario, de las obras de misericordia y de la difusión del rezo del Santo Rosario, sobre todo mediante la “Devoción a los Quince Sábados”, que consiste en prometerle a Dios el rezo de un Rosario por 15 sábados consecutivos, en memoria de los 15 misterios del Rosario, con el fin de honrar a la Santísima Virgen y obtener por su mediación alguna gracia especial[5].
 Que el Beato Bartolo Longo interceda para que, al igual que sucedió con él, sintamos y experimentemos el amor maternal de María Santísima y que Nuestra Señora del Rosario de Pompeya no deje de obrar milagros en nuestras vidas. A cambio, le prometamos el rezo agradecido del Santo Rosario en su honor.





[1] El “Catecismo de la Iglesia Católica” dice así: “n. 2116. Todas las formas de adivinación deben rechazarse: el recurso a Satán o a los demonios, la evocación de los muertos, y otras prácticas que equivocadamente se supone ‘desvelan’ el porvenir (cf. Dt 18,10; Jr 29,8). La consulta de horóscopos, la astrología, la quiromancia, la interpretación de presagios y de suertes, los fenómenos de visión, el recurso a ‘mediums’ encierran una voluntad de poder sobre el tiempo y la historia y, finalmente, los hombres, a la vez que un deseo de granjearse la protección de poderes ocultos. Están en contradicción con el honor y el respeto, mezclados de temor amoroso, que debemos solamente a Dios”. N. 2117. Todas las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo –aunque sea para procurar la salud–, son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aun cuando van acompañadas de la intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo indica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él”.
[2] En este proceso, fueron instrumentos de Dios especialmente dos personas: un profesor amigo (Vincenzo Pepe) y un sacerdote dominico (el Padre Alberto Radente). Cfr. http://forosdelavirgen.org/321/nuestra-senora-del-rosario-de-pompeya-italia-7-de-octubre/
[3] Historia del Santuario de Pompeya.
[4] http://www.dominicos.org/grandes-figuras/santos/beato-bartolome-longo

miércoles, 7 de octubre de 2015

Una razón para rezar el Santo Rosario


         Cuando la Virgen dio a la Iglesia, por medio de Santo Domingo de Guzmán, el Santo Rosario, unió la práctica de su oración a numerosas promesas[1], unas más hermosas que las otras. Comprenden, por ejemplo, que el alma se vea librada del Infierno, que salga del Purgatorio prontamente, que gane y llegue al Cielo indefectiblemente, y esto entre otras muchas promesas más, todas maravillosas, como no podía ser de otra manera, viniendo del Amor del Inmaculado Corazón de María. Todas estas promesas, son más que suficientes para rezar el Santo Rosario, todos los días, con amor, piedad y devoción.
         Sin embargo, podemos agregar una razón más para rezar el Rosario, basados en el hermosísimo soneto de Santa Teresa de Ávila: “No me mueve mi Dios, para quererte/el cielo que me tienes prometido,/ni me mueve el infierno tan temido/para dejar por eso de ofenderte./Tú me mueves, Señor,/muéveme el verte/clavado en una cruz y escarnecido;/muéveme el ver tu cuerpo tan herido;/muéveme tus afrentas y tu muerte,/Muéveme en fin, tu amor de tal manera/que aunque no hubiera cielo yo te amara/y aunque no hubiera infierno te temiera./No me tienes que dar por que te quiera,/porque aunque cuanto espero no esperara/lo mismo que te quiero te quisiera”. Y San Juan de la Cruz, de modo similar, dice así: “Aunque no hubiese infierno que amenazase, ni paraíso que convidase, ni mandamiento que constriñese, obraría el justo por sólo el amor de Dios lo que obra”[2].
Basados en este soneto y en las palabras de San Juan de la Cruz, en donde los santos aman a Dios por lo que es –Dios Amor crucificado- y no por lo que da –el cielo o el infierno, según nuestras obras-, podemos agregar una razón más para rezar el Santo Rosario: cuando rezamos el Santo Rosario, no somos solo nosotros quienes actuamos, puesto que actúa el Espíritu Santo, por medio de la Virgen, quien es la que concede las gracias. El propósito del Santo Rosario es la contemplación de los misterios de la vida de Jesús y también los de María, para que contemplándolos, los imitemos; ahora bien, no podemos imitarlos, si nuestros corazones no son semejantes, en todo, a los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Por el Rosario, mientras nosotros desgranamos sus cuentas y contemplamos sus misterios, la Virgen actúa, silenciosa y misteriosamente, en los corazones de quienes lo rezan, para moldearlos –así como el alfarero moldea la blanda arcilla- y configurarlos a imagen y semejanza del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María. Y ésta es la razón para rezar el Rosario: configurar nuestros corazones a los Sagrados Corazones de Jesús y de María para que, al igual que en ellos, también en nuestros corazones inhabite el Amor de Dios, el Espíritu Santo.



[1] La tradición atribuye al beato Alan de la Roche (1428 aprox. - 1475) de la orden de los dominicos el origen de estas promesas hechas por la virgen María. Es mérito suyo el haber restablecido la devoción al santo rosario enseñada por Santo Domingo apenas un siglo antes y olvidada tras su muerte. Las promesas son:
1.- El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
2.- Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
3.- El Rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, librará de los pecados y exterminará las herejías.
4.- El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo al amor por Dios y los elevará a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!.
5.- El alma que se encomiende por el Rosario no perecerá.
6.- El que con devoción rezare mi Rosario, considerando misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en la gracias, si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.
7.- Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin auxilios de la Iglesia.
8.- Quiero que todos los devotos de mi Rosario tenga en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia, y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.
9.- Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.
10.- Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo una gloria singular.
11.- Todo lo que se me pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
12.- Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
13.- Todos los que recen el Rosario tendrán por hermanos en la vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.
14.- Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
15.- La devoción al santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación a la gloria.
Cfr. http://www.devocionario.com/maria/rosario_2.html
[2] Audi filia, cap. L.

jueves, 18 de diciembre de 2014

María, ideal y fundamento de nuestra fe en Cristo Eucaristía



Por haber sido la Única entre las creaturas humanas en recibir en su seno virginal a la Palabra de Dios Encarnada, por haber acogido en su interior y haber revestido de su carne al Verbo de Dios, por haber abierto su corazón y su alma y haberlos transformado en sede y tabernáculo para el Unigénito del Padre, para que este tomase forma humana de su forma humana, María es el ideal más hermoso y elevado y a la vez el fundamento de nuestra fe en la Encarnación y en Cristo Eucaristía, prolongación y continuación de la Encarnación.
María es el ideal más precioso y elevado tanto de la alianza de la naturaleza humana con la gracia divina, como de la razón con la fe[1]. Por eso se puede hacer una comparación entre la recepción de la Palabra Encarnada en el seno de María y la recepción de la divina Revelación y la fe en la Eucaristía, en la razón humana.
María, esposada con el Espíritu Santo, concibió por obra de este Espíritu Santo a la Persona del Verbo Eterno y dio al Verbo de su misma substancia para formar el cuerpo y la carne del Verbo para que fuera el “Verbo Encarnado” y fuese presentado al mundo en manera visible; del mismo modo, la razón humana, esposada en la fe con el Espíritu Santo, recibe en su seno a la sabiduría divina contenida en la Palabra de Dios y comunicada por el Espíritu Santo, la reviste con sus palabras humanas y la expresa con sus representaciones humanas[2].
Sin embargo, en nuestra consideración de tomar a María como modelo de nuestra fe debido a que nuestra razón recibe, como María, a la Sabiduría divina, y la expresa –como María- con un revestimiento humano –las palabras-, podríamos ser tentados a pensar que nuestra fe en Dios, pensada y expresada en términos humanos, agote la realidad creída, es decir, exprese en su totalidad el ser divino en quien se cree. No sucede así, debido a la grandeza y a la insondabilidad del ser divino. Del mismo modo a como María dio a luz al Verbo Encarnado, es decir, al Unigénito de Dios revestido con forma humana y por lo tanto no era un simple hombre y todo aquel que lo contemplaba no contemplaba un simple hombre sino el misterio del Hombre-Dios, un hombre que, aunque se expresaba en modo humano tenía en sí una naturaleza distinta a la humana porque subsistía en una persona no humana sino divina, la Persona del Verbo del Padre, así nuestros pensamientos y nuestras palabras humanas, al pensar y expresar la sabiduría divina con términos humanos, no agotan ni expresan toda la realidad del ser divino al cual pretenden expresar.
Aún recibiendo la razón humana esta Sabiduría divina y expresándola con su máxima capacidad de expresión, aún iluminada por el Espíritu Santo, no puede la razón humana reflejar el misterio de la Verdad divina con la misma grandeza y majestad que le pertenecen a esta Verdad. Sólo en la luz de la gloria podrá la razón humana, ya sin el obstáculo de las limitaciones terrenas, informada por la naturaleza divina, podrá expresar toda la grandeza del misterio divino –en realidad, ni siquiera allí podrá hacer esto la razón humana, porque el misterio del ser divino permanece y permancerá oculto para siempre aún a las mentes angélicas, pero al menos lo hará con más claridad que en la vida presente. Por eso, aún expresado en términos humanos, iluminados y sugeridos por el Espíritu Santo, el misterio de Dios permanecerá por siempre inaccesible a la razón humana y a la inteligencia angélica.
María es entonces nuestro ideal y nuestro fundamento para nuestra fe en Dios, al servirnos como modelo para nuestra recepción del Verbo en nuestros corazones y en nuestras mentes, en nuestro ser. Pero María es también nuestro ideal y nuestro fundamento para nuestra realeza: imitando a María en la recepción de la Palabra de Dios, nuestro ser y nuestra razón se ven, como María, elevados a una dignidad infinitamente superior a la dignidad humana.
Así como a María el hecho de ser la Madre de Dios le significó el pasar de humilde sierva a Reina de todo el universo, visible e invisible, y poseer la dignidad más excelsa, así para la razón humana, no hay una distinción más alta que el hecho de ser llamada a aceptar la fe en el Hombre-Dios Jesús. La razón humana, iluminada por la fe en Jesús, se ve elevada a una dignidad infinitamente superior a la dignidad que pueda conceder cualquier otra cosa.
Como María, que aún siendo elevada a la dignidad de Madre de Dios, conserva la humildad de la esclava del Señor, así la razón humana, dignificada por el conocimiento de la fe, debe conservar su humildad, reconociendo siempre la superioridad de la Sabiduría divina sobre la humana.
Así como María recibió en su seno virginal la Palabra de Dios Encarnada, así nosotros debemos recibir a Cristo, Resucitado y Glorioso, que prolonga su encarnación en las especies del pan.




[1] Cfr. Matthias Josep Scheeben, Los misterios del cristianismo, ...
[2] cfr. Scheeben, ...

miércoles, 17 de diciembre de 2014

“Lo que ha sido engendrado en Ella viene del Espíritu Santo”


El ángel anuncia a San José en sueños

“Lo que ha sido engendrado en Ella viene del Espíritu Santo” (cfr. Mt 1, 18-24). El ángel confirma a José la más alegre noticia que jamás pueda haber escuchado la humanidad: lo que ha sido concebido en María Virgen viene del Espíritu Santo; no proviene de hombre ni es un hombre cualquiera. Proviene de Dios Trino, y es Dios Hijo que, al encarnarse, se convierte en el Hombre-Dios. El ángel confirma la noticia más hermosa que pueda la humanidad escuchar: Dios Hijo se encarna, viene a este mundo desde el seno del Padre al seno de la Virgen Madre, no solo para rescatar a la humanidad que vive en las tinieblas del pecado, sino para divinizar a la humanidad, para inundarla de la luz y de la vida de Dios Trinidad, para convertir a cada alma humana en una imagen suya, en Dios mismo.
Recibiendo al Amor de Dios, el Espíritu Santo, María se convierte en el Primer Cáliz, que aloja en su seno al Verbo de Dios encarnado. María se convierte en el Primer Cáliz, en la Primera Custodia, en el Primer Sagrario, al alojar en su seno virginal el cuerpo y la sangre, el alma y la divinidad del Verbo de Dios hecho hombre. El Hijo de Dios, enviado por el Padre, llevado por el Espíritu Santo, convierte a su Madre en el Primer Cáliz[1]. Y en este Cáliz que es María se aloja el vino de la Nueva Alianza, que es la sangre de  su Hijo Jesús. Y sobre este cáliz, agrega María dos gotas de agua, su humanidad de Madre, que alimenta y da de su vida de Madre virgen al que es la Vida eterna en Persona. Se convierte en el Primer Cáliz, pero se convierte también en la Primera Belén, que significa Casa de pan, en hebreo, porque aloja el cuerpo de su Hijo, quien luego vendrá al mundo como Pan de Vida eterna.
Se convierte también en el Primer Altar, porque en su seno crece el Niño que, naciendo milagrosamente en Belén, abrirá sus brazos para recibir a los pastores y a los Reyes Magos, como anticipo de la cruz, en donde también abrirá sus brazos para que sus manos sean perforadas por los clavos, para que sus brazos queden abiertos en un abrazo eterno para toda la humanidad. “Lo que ha sido engendrado en Ella viene del Espíritu Santo”. Las mismas palabras del ángel, referidas a María, se aplican a la Iglesia, porque es el Espíritu Santo quien engendra en el seno de la Iglesia, el altar, al Hijo de Dios, así como lo engendró en el seno de María.
Engendrado por el Amor del Padre, inhabitado por el Amor del Padre, Jesús nace en Belén para comunicar el Amor del Padre; prolonga su nacimiento en la Iglesia, en el altar, para ingresar en las almas y comunicar el Amor del Padre. Y cuando regrese, al fin de los tiempos, el Niño nacido en Belén y convertido en el Cordero de Dios, buscará en las almas la Presencia del mismo Espíritu que lo trajo, el Amor del Padre.



[1] Cfr. Mi vida en Nazareth, María Mensajera Argentina, Buenos Aires 1988, 4.

“Lo engendrado en Ella viene del Espíritu Santo”


El ángel anuncia a José en sueños

“Lo engendrado en Ella viene del Espíritu Santo” (cfr. Mt 1, 16.18-21.24a). El ángel revela a José el origen de la concepción de María. Las palabras del ángel encierran un misterio insondable: lo engendrado en María proviene del Espíritu Santo, es decir, no se trata de modo alguno de una concepción humana.
Pero no bastan ni la afirmación directa: “Lo engendrado en Ella viene del Espíritu Santo” ni la negación indirecta: “No es una concepción humana” para abarcar, comprender, o aprehender el misterio que las palabras del ángel encierran.
El ángel le dice a José que lo que ha sido engendrado en María viene del Espíritu Santo, con lo cual descarta de plano cualquier concepción de origen humano. Pero el misterio es demasiado grande para ser encerrado en las palabras del anuncio del ángel.
¿Cuál es el alcance de las palabras del ángel? El ángel revela a José algo inconcebible para la mente humana o angélica: el Hijo eterno del Padre, el Verbo pronunciado eternamente por el Padre, se encarna, asume un cuerpo humano, en el seno virgen de María. El Verbo eterno, que procede eternamente del Padre,  se encarna en un cuerpo humano, asumiéndolo en su Persona divina, tomándolo como propiedad suya, para ser ofrendado  en sacrificio como el Cordero de Dios, como el Pan de Vida eterna.
Dios, que es Trino en Personas, convierte el seno virgen de María en Templo y Morada del Verbo Encarnado, del Hijo de Dios humanado sin dejar de ser Dios, que entra en el tiempo, procediendo eternamente del Padre, para cumplir su misterio pascual de muerte y resurrección, misterio por el cual no sólo quitará los pecados del mundo, sino que donará el Espíritu Santo a la humanidad.
El seno virgen de María se convierte, por el poder del Espíritu Santo, por el querer del Padre y por la amorosa obediencia del Hijo, en el Sagrario y Tabernáculo que custodia a la Palabra eterna del Padre, hecha carne. Es el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, quien ha obrado este prodigio admirable de la Encarnación del Verbo.
Lo engendrado en Ella viene del Espíritu Santo, viene del Amor de Dios Trino, es obra del Amor divino, no del amor humano esponsal –por el contrario, el amor esponsal es santo porque es imagen y símbolo del amor esponsal de Cristo Esposo por su Iglesia Esposa-, y el misterio no va en desmedro del amor esponsal, sino que es inevitable su comparación para caer en la cuenta de la inmensidad del amor divino puesto en esta obra de la Encarnación del Verbo.
“Lo engendrado en Ella viene del Espíritu Santo”, quiere decir entonces, lo engendrado en Ella viene del Amor purísimo de Dios, no del amor humano, y viene del Amor de Dios para donar a los hombres el Amor divino.
         Lo engendrado en María, que viene del Espíritu Santo, es el cuerpo del Hombre-Dios, Pan de Vida eterna. Si las palabras del ángel encierran un misterio insondable e incomprensible, no se agotan en la concepción virginal de María, ya que lo sucedido en María es figura de lo que sucede en la Iglesia.
Así como en María, por el poder del Espíritu Santo, fue engendrado el cuerpo humano del Verbo del Padre para que este se encarnase y se donase al mundo como Pan de Vida eterna, así, por el poder del Espíritu Santo, comunicado por el sacerdocio ministerial, se engendra, en el seno virgen de la Iglesia, el cuerpo resucitado de Jesús Eucaristía, Pan de Vida eterna.
         Lo engendrado en María viene del Espíritu Santo; lo engendrado en la Iglesia, el cuerpo de Jesús Eucaristía, Dios eterno encarnado, viene del Espíritu Santo.

         Las palabras humanas no alcanzan para ni siquiera vislumbrar mínimamente la inmensidad del misterio que encierran las palabras del ángel.

martes, 16 de diciembre de 2014

“Ven, Espíritu Santo, desciende sobre tu Iglesia, cúbrenos con tu sombra, tráenos el don de tu amor, el Hijo del Padre, Jesús Eucaristía, el Hombre-Dios”


“El Espíritu Santo descenderá sobre Ti” (cfr. Lc 1, 26-38). María ya había recibido al Espíritu Santo en su propia concepción, por eso es que había nacido no solo sin pecado original, sino con la plenitud de la gracia, por la inhabitación de la Gracia Increada, el Espíritu de Dios. Es decir, el Espíritu Santo, sin que medie anuncio alguno, había descendido ya sobre María Santísima, para convertirla en su morada.
Pero ahora el ángel le anuncia algo distinto: el Espíritu Santo, que inhabita en Ella, descenderá sobre Ella y en este descenso habrá un misterio insondable, que la convertirá en la morada del Hijo del Padre. El Espíritu Santo, que inhabita en Ella, descenderá sobre Ella y le traerá algo, un don de Dios Padre, y es nada menos que un Hijo, pero no un hijo de hombre, no un hijo humano, sino el Hijo que es el Hijo Unigénito y eterno del Padre eterno.
“El Espíritu Santo descenderá sobre Ti”. El descenso del Espíritu Santo sobre María Santísima lleva a su misterioso cumplimiento el designio divino sobre Ella: ser la depositaria de la Palabra eterna encarnada. El descenso del Espíritu Santo eleva a María a morada del Altísimo, a Tabernáculo del Verbo del Padre, que habita en una luz inaccesible.
El descenso del Espíritu Santo sobre María, que la convierte en Templo del Cordero, la vuelve, aunque se encuentre en la tierra, en Palestina, en imagen de la Jerusalén celestial, la Jerusalén del cielo, en donde reina el Cordero Pascual.
María inhabitada por el Espíritu y Templo del Hijo del Padre, es imagen de la Iglesia triunfante, en donde el Cordero, sacrificado por el Padre para donar el Amor divino, habita en esta Iglesia así como habitó en el seno virgen de su Madre, María.
Al igual que sucede con María en la tierra de Palestina, que desciende sobre Ella trayéndole el don del Hijo de sus entrañas, que es el Hijo del eterno Padre, revestido de Hombre, y la eleva de esta manera, estando todavía en la tierra, al seno mismo de Dios Trino, así sucede con la Iglesia peregrina en la tierra: el Espíritu Santo desciende sobre la Iglesia, en la consagración, la cubre con su sombra, y le trae el Hijo de sus entrañas, el Hombre-Dios, que procede eternamente del Padre, revestido de pan, y la eleva a una altura más alta que los cielos más altos, el seno mismo de Dios Trino.
El Espíritu Santo desciende sobre María y la cubre con su sombra, y desciende también sobre la Iglesia, de quien María es figura, cubriéndola también con su sombra.

Como hijos de la Iglesia, elevamos, desde este valle de dolor y lágrimas, con el corazón contrito y oprimido por el dolor: “Ven, Espíritu Santo, desciende sobre tu Iglesia, cúbrenos con tu sombra, tráenos el don de tu amor, el Hijo del Padre, Jesús Eucaristía, el Hombre-Dios”.

lunes, 26 de mayo de 2014

Fiesta de Nuestra Señora de la Caridad o Visitación de la Virgen María


         ¿A qué se debe el nombre de "Nuestra Señora de la Caridad" o también "Nuestra Señora de la Visitación"? Se debe a una obra de misericordia que realiza la Virgen, al visitar a su prima, Santa Isabel, aunque, como veremos más adelante, además de la obra de misericordia o de caridad -que es lo que da origen a la advocación de "Nuestra Señora de la Caridad"-, hay un misterio profundo y sobrenatural escondido en la escena evangélica. 
          Para comprender el origen y el sentido espiritual de la advocación de "Nuestra Señora de la Caridad" o "Nuestra Señora de la Visitación", debemos entonces leer el pasaje de Lucas en el que la Virgen María, que está encinta por obra y gracia del Espíritu Santo, visita a su prima Santa Isabel, ya anciana y encinta también, para asistirla en su parto y analizar tanto el contexto de la situación, como la reacción de las personas que intervienen en la escena evangélica (Lc 1, 39-56). 
          Según el relato evangélico, para lograr su propósito, la Virgen ha realizado un largo y peligroso viaje, habida cuenta las distancias y que en ese tiempo, los medios de transporte eran precarios y los caminos de montaña prácticamente inexistentes, a lo cual se le debían sumar los peligros inherentes de todo viaje, como los asaltantes y las bestias salvajes. El riesgo aumentaba aun más si se tiene en cuenta que la Virgen viajaba solo acompañada por San José y que Ella misma era una mujer joven y encinta; es decir, se trataba de una persona sumamente frágil y con pocos recursos frente a los numerosos peligros. Pero la Virgen sabía que su prima, Santa Isabel, necesitaba de su ayuda, porque era una mujer anciana y era, como Ella, primeriza, y como en muchas otras ocasiones, sin pensar en sí misma, decide dejar la comodidad y tranquilidad de su hogar, para acudir en auxilio de su pariente y es así como emprende este largo y peligroso viaje, movida por el Amor y solo por el Amor y por ningún motor. Este es el origen del nombre de “Nuestra Señora de la Caridad”, porque la Caridad es el Amor de Dios, un Amor no humano, sino celestial, sobrenatural, espiritual, que trasciende infinitamente los límites y las estrecheces del amor humano. Se llama también “Nuestra Señora de la Visitación”, porque es justamente una “Visita” lo que hace la Virgen a Santa Isabel.
         Sin embargo, cuando el Evangelista describe la escena, en el momento de la llegada de la Virgen, nos encontramos con algo que nos llama poderosamente la atención: no hay nada, absolutamente nada, que refleje lo que acabamos de decir, aunque se trate de este hecho, porque el Evangelista describe una reacción, por parte de los protagonistas de la escena –incluidos los niños que están en los vientres maternos de sus respectivas madres-, que no tiene una explicación humana.
         Veamos qué es lo que describe el Evangelista Lucas acerca de las reacciones de los protagonistas ante la llegada y el saludo de la Virgen a Isabel al llegar a la casa de Zacarías: Isabel exclama: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!” –la Iglesia toma este saludo para elaborar la primera parte de la salutación mariana más famosa, el Avemaría-; luego llama a la Virgen: “Madre de mi Señor”, y describe el movimiento de su niño en su vientre materno, Juan el Bautista, como “salto de alegría”; Juan el Bautista, a su vez, ante la Visita de la Virgen y al escuchar su saludo, pese a su estado de nonato y, obviamente, pese a no ver nada, “salta de alegría” en el vientre materno de Santa Isabel. La tercera reacción inexplicable humanamente es la de la Virgen: en vez de responder al saludo de Santa Isabel con un saludo de cortesía, como corresponde entre los seres humanos, y mucho más entre parientes, y entre parientes que se aman y que no se ven desde hace tiempo, y mucho más como es el caso este, en el que Santa Isabel la ha alagado con un título más grande que el de la nobleza, porque la ha llamado “Madre de mi Señor”, lo cual equivale a decir “Madre de Dios”, la Virgen, en vez de responder con un saludo humano, entona un cántico de alabanzas a Dios, llamado “Magnificat”, porque enumera las “maravillas” que Dios ha obrado en Ella, desde su Inmaculada Concepción, a favor de toda la humanidad.
         Los interrogantes que se plantean son muchos y no tienen explicación humana: ¿por qué Santa Isabel da ese título a la Virgen, llamándola “Madre de mi Señor”, es decir, “Madre de Dios”? ¿Por qué la llama “Bendita entre todas las mujeres” y al fruto de su vientre le llama “Bendito el fruto de tu vientre?
         ¿Por qué Juan el Bautista “salta de alegría” en el vientre de su madre, Santa Isabel, lo cual es inexplicable humanamente, porque él no conocía ni a su tía, la Virgen, ni a su primo, Jesús? ¿Cómo podía “saltar de alegría” si ni siquiera los conocía?
         La tercera reacción inexplicable, humanamente hablando, es la de la Virgen: ¿por qué la Virgen no responde con cortesía humana al título de honor dado por Santa Isabel y en vez de eso entona el “Magnificat”?
         La respuesta no está en la razón humana, sino en el versículo 40, cuando dice: “Isabel, llena del Espíritu Santo…”, porque es el Espíritu Santo el que guía y mueve a todos los protagonistas de la escena evangélica, iluminando sus mentes y alegrando sus corazones; es la Presencia del Espíritu Santo, lo que explica las reacciones de los protagonistas de la escena de Nuestra Señora de la Caridad o la Visitación de la Virgen María.
         Es el Espíritu Santo el que ilumina la mente de Santa Isabel y le comprender que la Virgen no simplemente su pariente, su prima, sino que es ante todo, la “Madre de su Señor”, la “Madre de Dios”, y que por eso es “Bendita entre todas las mujeres” y es el Espíritu Santo el que le hace comprender que el Niño que lleva en su vientre no es un niño más entre tantos, sino el Niño Dios, Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, y por eso el “fruto de su vientre es bendito”, y así el Espíritu Santo le alegra el corazón a Santa Isabel, porque le hace ver que está en presencia de la Madre de Dios y del Hijo de Dios, Jesucristo.
         Es el Espíritu Santo el que ilumina la mente de Juan el Bautista, nonato en el vientre de Santa Isabel, y le hace saber que la que saluda a su madre es la Virgen, la Madre de Dios, que trae en su seno virginal al Cordero de Dios, al cual Él tiene que anunciar y por el cual Él tiene que dar su vida, y por esto es el Espíritu Santo el que le alegra el corazón y lo hace saltar de alegría en el seno materno de Santa Isabel.
         Es el Espíritu Santo el que ilumina a la Virgen María y ahora le recuerda todas las maravillas que obró en Ella desde su Inmaculada Concepción, concebiéndola en gracia e inhabitándola desde el primer instante de su Concepción, para que fuera el Sagrario Viviente y la Custodia Virginal del Hijo de Dios en su Encarnación, para que llevara en sus entrañas Purísimas al Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Verbo de Dios al encarnarse, para que el Hijo de Dios tuviera un seno virginal y purísimo en los nueve meses de gestación que habría de pasar en el seno materno desde su Encarnación hasta el momento de su alumbramiento milagroso, para poder cumplir el designio de salvación de la Trinidad de entregar su Cuerpo para la salvación de los hombres, como Pan de Vida eterna, en la Cruz y en la Eucaristía.
         Nuestra Señora de la Caridad, entonces, nos enseña a ser caritativos y misericordiosos para con el prójimo más necesitado, pero también nos enseña a misionar, a llevar a Jesús a los demás, a visitar a los demás llevándola a Ella, a su imagen, de casa en casa, porque con Ella va siempre su Hijo Jesús y con Jesús, va siempre el Espíritu Santo. Nuestra Señora de la Caridad es modelo de caridad, es decir, de amor misericordioso hacia el más necesitado, y es modelo de misión, de transmisión y de comunicación de la Palabra de Dios.

         La imagen de Nuestra Señora de la Caridad y su Visitación y el mensaje que nos transmite, no se explican con la sola razón humana, sino por la Presencia del Amor de Dios, el Espíritu Santo.