jueves, 20 de enero de 2011

Una espada de dolor atravesará tu corazón


“Una espada de dolor te atravesará el corazón” (cfr. Lc 2, 35). Apenas nacido el Niño, la Virgen María, acompañada por San José, lleva al Niño para cumplir con el precepto legal, que mandaba consagrar el primogénito a Dios.

Consciente de que el Niño que lleva en sus brazos, ha sido engendrado por el Espíritu (cfr. Mt 1, 20), según el anuncio del ángel, y extasiada en la contemplación del fruto de sus entrañas, que es al mismo tiempo su Dios y su Creador, María exulta de gozo en el momento en el que ingresa en el templo de Jerusalén para consagrar a su Hijo.

Pero en la vida de la Virgen, las alegrías siempre iban acompañadas por la sombra de la cruz, y el momento de la Presentación del Niño en el Templo es uno de esos momentos. Según el Evangelio, habiendo ingresado María en el templo acompañada de San José, y con el Niño en sus brazos, se le acerca el anciano Simeón quien, lleno del Espíritu Santo, anuncia una profecía: una espada de dolor atravesará el Corazón Inmaculado de María Santísima. No podía la Virgen en ese momento saber cuándo se cumpliría la profecía de Simeón, pero como sabía que venía de Dios, “guardaba todas estas cosas en su Corazón”, a la espera de su cumplimiento.

Fue en la Pasión en donde María tuvo más presentes que nunca las palabras del anciano Simeón, porque fue ahí cuando se hicieron efectiva y dolorosa realidad. Cuando el centurión romano se acercó a Jesús, y le atravesó el Corazón para asegurarse de que ya estaba muerto, fue en ese instante, en el que el frío metal de la lanza del soldado romano atravesaba y hendía la piel y el músculo del Corazón del Salvador, que María Santísima sintió, en su propio Corazón, que una espada de dolor, como un cuchillo frío y metálico, le atravesaba de lado a lado, dejándola sin aliento, y al borde de la muerte por tanto dolor.

La Virgen no padeció físicamente la Pasión de su Hijo, pero sí experimentó todos sus dolores, tan vivamente en su alma, como los experimentaba su Hijo Jesús, y fue así como, en el mismo instante en el que el frío hierro de la lanza del soldado romano fisuraba y atravesaba el Corazón de Jesús suspendido en la cruz, en ese mismo instante, el Corazón de la Madre de los Dolores sufría un dolor idéntico, sintiendo y experimentando en Ella misma el dolor del Corazón de su Hijo.

Es entonces en la Pasión toda, y especialmente en el momento de la cruz, en el momento de ser atravesado el Corazón de Jesús, cuando la profecía de Simeón se cumple. Es también el momento de la gran misericordia para el mundo, porque el Corazón traspasado de Jesús es como un dique que, rotas sus paredes, no puede contener más el ímpetu desbordante del océano de misericordia divina, que inunda desde entonces el mundo entero. Y así como el Corazón de Jesús se abre para inundar con el Amor de Dios a toda la humanidad, así también el Corazón de la Madre se abre al amor de sus hijos adoptivos, adoptando como hijos suyos muy amados a todos los hombres al pie de la cruz.

Pero el dolor de la Virgen, y la herida de amor del Corazón traspasado de Jesús, no son cosas del pasado: puesto que Jesús es Dios eterno, su sacrificio en cruz está en Acto presente, abarcando todos los tiempos de la humanidad, y como ese sacrificio se renueva sacramentalmente en la liturgia de la Santa Misa, es allí en donde la Virgen, Presente en cuerpo y alma glorificados, experimenta aún el dolor en su Corazón, y es allí en donde el Corazón de su Hijo, traspasado en la cruz, derrama su sangre, que cae sobre la humanidad y sobre el cáliz, para perdonar a los hombres.

sábado, 1 de enero de 2011

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios


En medio del tiempo de Navidad, y al inicio de un nuevo año en el calendario civil, la Iglesia celebra la Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Puesto que la Navidad es también el inicio de un nuevo año, desde el punto de vista litúrgico, nos preguntamos si el colocar la solemnidad de la Madre de Dios al inicio del año civil, es una coincidencia, o si hay algún otro motivo por el cual la Iglesia celebra a la Madre de Dios justo cuando los hombres dejan atrás un año y comienzan otro.

¿Hay algo que la Iglesia nos quiere decir, al colocar, al inicio del Año nuevo, la Solemnidad de Santa María Madre de Dios, es decir, al unir el comienzo de un nuevo año temporal o terreno con un nuevo año religioso?

Podría ser que sea sólo una coincidencia: ambos están juntos y ambos, coincidentemente, se refieran a inicios o comienzos: comienzo de un año y de un tiempo nuevo en el calendario humano y, al mismo tiempo, comienzo de un tiempo litúrgico nuevo en la Iglesia.

Y si es una coincidencia, entonces la relación entre el “tiempo nuevo” de la sociedad civil, el año nuevo, con el “tiempo nuevo” de la Iglesia, la Solemnidad de la Madre de Dios, es un mero “comenzar juntos”, puesto que la diferencia entre uno y otro es que en uno, es el comienzo de un tiempo profano, y el otro, es el comienzo de un tiempo religioso.

Pero no se trata de un mero “comenzar juntos”, el nuevo año civil con el nuevo año religioso; no se trata de que simplemente uno y otro indican nuevos comienzos, en el plano de lo profano, y en el plano de lo religioso.

La Iglesia quiere darnos un mensaje, y un mensaje sobrenatural, celestial: nos quiere hacer ver que nuestro tiempo, desde la Encarnación del Hijo de Dios, es un tiempo que está penetrado e informado por la eternidad de Dios, al punto tal que todo el tiempo humano, toda la historia de la humanidad, y todo tiempo personal de cada persona humana, se dirige a la eternidad.

El tiempo nuevo que indica la Solemnidad de la Madre de Dios es un tiempo radicalmente distinto al tiempo nuevo del año nuevo de la sociedad civil, porque es un tiempo dominado por la eternidad divina, y como tal, informa, penetra y asume el tiempo del año nuevo civil, para conducirlo a la eternidad de Dios.

El año nuevo de la sociedad civil indica solo un sucederse lineal del tiempo, una sucesión rectilínea sin fin: es uno más entre otros. Por el contrario, el tiempo nuevo de la Iglesia, indicado en la Solemnidad de la Madre de Dios, es un tiempo que tiene una dirección vertical: está penetrado e informado por la eternidad de Dios; por el ingreso del Verbo eterno en el seno virgen de María, ingresa la eternidad en el tiempo y en la historia humanas, y a partir de ese momento, el tiempo humano cambia porque comienza a participar de la eternidad misma de Dios Trino. Comienza el tiempo humano a tener una dirección vertical: el cielo, la eternidad.

Por la encarnación del Hijo de Dios, encarnación que convierte a la Virgen María en la Madre de Dios, el tiempo humano adquiere una nueva dimensión, una nueva perspectiva: se orienta y se dirige a la eternidad. Es por eso que desde el momento en que María se convierte en Madre de Dios por la encarnación del Verbo, desde el momento en que el Verbo ingresa en el tiempo, cada segundo, cada minuto, cada hora de cada existencia humana, de toda existencia humana, aún de aquella considerada inútil para la sociedad materialista y consumista, adquiere un significado nuevo, toma una trascendencia que antes no tenía: un destino de eternidad. El instante en que María Virgen comienza a ser Madre de Dios, por la encarnación del Verbo, señala el inicio de un tiempo nuevo para la humanidad, señala el comienzo de una Nueva Era, la era y el tiempo de los hijos de Dios, llamados a vivir en el tiempo pero destinados a vivir en la eternidad de Dios al fin del tiempo.

Así como por María vino al mundo el Hijo Eterno del Padre, así los hijos adoptivos de Dios, que vivimos en el tiempo, somos conducidos a la eternidad de Dios Padre por Cristo, y quien nos lleva a Cristo es María. Esto quiere decir que María es quien guía nuestro tiempo hacia la eternidad, porque Ella guía nuestros días hacia su Hijo Jesús, que es Dios eterno.

La Virgen, como Madre de Dios, como Madre de la Palabra eterna del Padre, guía nuestro tiempo hacia la eternidad, hacia su Hijo Jesús, que es la eternidad misma, y porque guía nuestro tiempo hacia su Hijo Jesús, es que su figura y su Presencia se ubican al inicio del año civil, al inicio de un nuevo tiempo de nuestras vidas, para que su imagen maternal, y su Presencia como Madre de Dios y Madre nuestra, esté desde el inicio del nuevo tiempo, acompañando todo el año que comienza, para que todo el tiempo, toda la unidad de tiempo que es el año, así como todo el tiempo que dure nuestra vida en la tierra, estén bajo el amoroso manto protector de la Madre de Dios y Madre nuestra.

El motivo entonces por el cual María Madre de Dios está al inicio del año civil, es para que nuestro tiempo sea todo de Cristo Dios, para Cristo Dios, en Cristo Dios; Ella está al inicio del año para que proteger nuestras vidas y llevarlas a su Hijo Jesucristo.

La majestuosa Presencia de la Madre de Dios se encuentra al inicio del año civil, al inicio del nuevo tiempo que se inicia, para que sea Ella quien cubra con su manto amoroso y maternal todos los días del Año Nuevo, para que todo el Año Nuevo sea un Año vivido en Cristo, por Cristo, para Cristo.

Es por esto que la Solemnidad de María, Madre de Dios, recuerda a cada alma el momento en que el tiempo humano comenzó a participar de la eternidad de Dios Trino, pero no solo lo recuerda, sino que le actualiza el destino mismo de trascendencia eterna, al hacer Presente sobre el altar a Jesús de Nazareth, Hombre-Dios, Dios eterno en Persona.

Celebramos y festejamos el año nuevo civil, pero la celebración y el festejo no adquieren su sentido último y pleno si no tenemos en cuenta el Año Nuevo, el Tiempo Nuevo, la Nueva Era que nos indica la Solemnidad de la Madre de Dios: nuestro tiempo humano tiene destino de eternidad: desemboca en la eternidad por la encarnación del Verbo y de ahí que cada acto nuestro libre y toda nuestra existencia personal, adquiera dimensiones de eternidad.

Al comienzo del año civil, se suelen pedir por cosas buenas pero pasajeras; como hijos de Dios, debemos elevar nuestras miradas a Dios crucificado y pedir a la Madre de Dios algo mucho más importante que la salud, el trabajo, o la armonía social: debemos pedir que nuestros actos y toda nuestra existencia, se orienten a la feliz eternidad de Dios Trino, obrando la misericordia.

Y la Madre de Dios, como anticipándose a nuestro pedido de una feliz eternidad, nos concede, en anticipo, a la feliz eternidad en Persona: su Hijo Jesús en la Eucaristía.