Un hecho que sorprendió a los asistentes a las apariciones –quienes
no veían a la Virgen, sino solo a Bernardita-, fue que vieron cómo Bernardita
saludaba y hablaba aparentemente con alguien, pero que estaba invisible, por lo
que parecía que Bernardita estaba hablando sola. Luego la vieron inclinarse,
arrodillarse y hacer un pequeño pozo en la tierra, de donde comenzó a surgir
agua; Bernardita bebió agua y se lavó la cara, todo lo cual significó para ella
una gran humillación, ya que todos lo tomaron a mofa, al no ver, por supuesto,
a la Virgen, ni entender, en consecuencia, de qué se trataba.
En este acto de humillación pública de Bernardita debemos
ver dos cosas: por un lado, la humillación en sí, que no es otra cosa que una
participación a la humillación de Cristo en la cruz; por otro lado, el fruto de
la humillación de Bernardita –agacharse, excavar un pozo- fue el inicio de una
surgente de agua cristalina, milagrosa, por la cual se curaron y siguen
curándose, día a día, miles de peregrinos que acuden a Lourdes. Esto último es
también una participación a la cruz de Cristo, porque así como del pozo
excavado en la gruta salió agua cristalina y milagrosa, así del Costado traspasado
de Cristo surgió el agua cristalina y milagrosa, la gracia santificante, que
cura el alma al librarla de la peste del pecado y le concede además la salud de
la vida nueva, la vida de los hijos de Dios.
Con esto vemos que nada de lo que Dios pide es en vano: a
Bernardita le pidió que se humillara públicamente y de esa humillación –participación
de la humillación de Jesús en el Calvario- surgió una fuente de gracia y
bendición. Lo mismo sucede con toda humillación aceptada, con espíritu
cristiano, y ofrecida con humildad a los pies de la cruz de Jesús.
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