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martes, 30 de julio de 2024

Estructura de la Legión, un sistema ordenado a la santificación personal

 



El fin y el medio de la Legión es la santificación de sus miembros, santificación otorgada por la gracia del Espíritu Santo, por la cual la Legión glorifica a Dios y contribuye a la salvación de los hombres[1].

         Ahora bien, para lograr este fin de la santificación de sus miembros, la Legión “ofrece a sus miembros -según lo especifica el Manual- no tanto un programa de actividades, sino una norma de vida”. Es decir, la Legión ofrece, para la santificación de sus integrantes, para que sus integrantes alcancen el fin de sus vidas en la tierra, que es conseguir la feliz bienaventuranza en el Reino de los cielos, algo mucho más profundo y substancial que simplemente una planilla con un cronograma de actividades y es un plan de vida, con el agregado de que se trata de obras que se realizan en la vida terrena, pero que si se realizan con el espíritu del Sermón de la Montaña de Nuestro Señor Jesucristo, tienen valor de Vida Eterna, es decir, valen para el Reino de los cielos; se realizan en el tiempo y en la vida de la tierra, pero su valor se acumula en el cielo, se contabiliza en el cielo, para el Día del Juicio Final.

         Dice así el Manual del Legionario, en relación a esta “norma de vida”: “(La norma de vida) les provee de un reglamento exigente (…) exige puntual observancia de todos los detalles (…) pero en cambio promete acrecentamiento de las virtudes (sobrenaturales): fe, amor a María, abnegación, espíritu de oración, fraternidad, prudencia, obediencia, humildad, alegría, espíritu apostólico; es decir, todas virtudes que hacen a la perfección cristiana”[2].

         Luego el Manual cita al Padre Miguel Creedon, el Primer Director Espiritual del Concilium Legionis Mariae, en el que el Padre hace una comparación entre las órdenes religiosas tradicionales y las organizaciones permanentes de seglares o laicos, como la Legión de María, las cuales no son ni nunca serán organizaciones religiosas y por lo tanto, tienen una disciplina y un modo de actuar muy diferente a aquellas y por este motivo es que necesitan una organización eficaz y un espíritu apostólico y de obediencia y de oración por parte de los integrantes de la Legión, desde el momento en que, por ejemplo, las reuniones, dice el Padre Miguel Creedon, son una vez a la semana, entonces se debe aprovechar bien el tiempo y no perderlo en desorganizaciones, desobediencias, falta de espíritu apostólico, etc.

         Entonces, dice el Manual, el “Legionario perfecto”, no es aquel que ve que sus esfuerzos tienen muchos frutos visibles, sino que el Legionario perfecto  es el que cumple fielmente con el reglamento; es el que se adhiere de todo corazón al espíritu del reglamento, que es la santificación personal, la glorificación de Dios y la salvación de los hombres y es esto lo que deben observar tanto los directores espirituales como los presidentes de los praesidia en ellos mismos y en los legionarios, para considerar si se cumplen los requisitos del verdadero legionario, porque ese es el concepto y el ideal del verdadero legionario. En el obrar diario del legionario se presentan muchas dificultades: monotonía, tarea ingrata, ausencia aparente de frutos espirituales, fracaso real o imaginario y muchos otros obstáculos y si no se tienen presentes los verdaderos ideales del verdadero legionario -santificación personal, glorificación de la Trinidad y salvación de los hombres-, entonces no se podrán sobrellevar estas dificultades.

         Por último, el Tratado de Mariología dice: “El valor de nuestros servicios hacia la Compañía de María no ha de medirse según la prominencia del puesto que ocupemos, sino por el grado de espíritu sobrenatural y celo mariano con que nos demos a la labor que la obediencia nos haya señalado, por más humilde y escondida que sea”.



[1] Cfr. Manual del Legionario, XI, 1.

[2] Cfr. Manual del Legionario, XI, 2.


martes, 27 de junio de 2023

El sufrimiento en el Cuerpo Místico

 



         Por la naturaleza misma de su misión, el legionario vive muy de cerca el sufrimiento de los hombres y por ese motivo, el legionario debe saber qué es lo que la Iglesia enseña acerca del sufrimiento[1]. Si no lo hace así, es decir, si se ve el sufrimiento solo desde el punto de vista humano, entonces el sufrimiento se hace insoportable y se termina en leyes inhumanas como la eutanasia, que es en realidad homicidio asistido o suicidio asistido.

         Es importante recordar el origen del sufrimiento y de la muerte, porque muchos, al no saber su origen, cometen grandes injusticias contra Dios, haciéndolo culpable de tal o cual enfermedad, sufrimiento o muerte. Cuando nos preguntamos por el origen del dolor, del sufrimiento y de la muerte, la Sagrada Escritura nos da la respuesta: “Por la envidia del Diablo entró la muerte en el mundo y por el pecado del hombre” (Sab 2, 24), es decir, el Diablo tuvo envidia del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y tentó a Eva para que esta hiciera caer a Adán, cometiendo ambos el pecado original, perdiendo la gracia que se les había concedido y quedando en estado de pecado, de naturaleza humana caída como consecuencia del pecado original. Y la Escritura también dice: “Dios no creó la muerte” (Sab 1, 13); en esto es muy clara la Palabra de Dios: “Dios no creó la muerte”. Entonces, el origen del dolor, del sufrimiento y de la muerte, es doble: la envidia del Diablo y el pecado original de Adán y Eva, que se transmite a la especie humana de generación en generación. El legionario debe tener esto muy en claro, tanto para sí mismo, para no caer él en el error, como para dar alivio a los que sufren.

         Lamentablemente, muchos cristianos, desconociendo la verdad del dolor y su origen -que, como hemos visto, nos es revelada por las Escrituras- cuando se enfrentan a la enfermedad, al dolor, al sufrimiento, la primera y única reacción es culpar injustamente a Dios por lo que le sucede; muchos incluso reniegan de la fe, se apartan de la Iglesia, con un enojo totalmente injustificado; muchos piden a gritos que le quiten la Cruz; muchos acuden a los que trabajan para el enemigo de Dios y de las almas, los hechiceros, para ser curados; muchos, aun cuando no hacen esto, piden a Dios la sanación, cuando en realidad se debe pedir que se cumpla la voluntad de Dios, como enseña San Ignacio de Loyola: el santo nos dice que no debemos pedir ni salud ni enfermedad, sino que se cumpla la voluntad de Dios, es decir, si Dios quiere, que seamos sanados, pero también, si Dios quiere, que continuemos enfermos. En síntesis, tanto en la salud como en la enfermedad, el cristiano y con mayor razón el legionario, debe dar gloria a Dios.

         Algo más que debe tener en cuenta el legionario es que el sufrimiento es un don, una gracia, que Dios da a quienes más ama, pero es un don que hay que saber hacerlo crecer y fructificar. El sufrimiento se hace fructífero y se convierte en un tesoro de gracias infinitas cuando se une el sufrimiento a Cristo crucificado, por medio de las manos y el Corazón Inmaculado de la Virgen de los dolores. Si no se hace así, se pierde lamentablemente el tesoro de gracias que es el dolor, solo en la unión con el dolor de Cristo, Varón de dolores y Víctima, que se ofrece por nuestra salvación en la Cruz del Monte Calvario, a través del Inmaculado Corazón de María, la Virgen de los dolores, el alma se santifica por la Sangre de Cristo, Sangre que no solo la purifica, sino que la santifica, haciéndola partícipe de la Vida Divina de la Santísima Trinidad.



[1] Cfr. Manual del Legionario, IX, 3.

martes, 2 de noviembre de 2021

La Eucaristía, nuestro tesoro

 



         Afirma el Manual del Legionario que “la Eucaristía es el centro y la fuente de la gracia” y que “ninguna actividad apostólica tiene valor alguno si no se tiene en cuenta que el principal objetivo es establecer el reino de la Eucaristía en todos los corazones”[1]. La razón por la que la Eucaristía es el “centro y fuente de la gracia” es que no se trata de un trozo de pan, como aparece a los sentidos, sino del Hombre-Dios Jesucristo, la Segunda Persona de la Trinidad, oculta en apariencia de pan. Puesto que el Hijo de Dios es, en cuanto Dios, la Gracia Increada, es Él en la Eucaristía la Fuente de toda gracia que recibe el alma para su santificación; por eso es que es el “centro y fuente de la gracia”. En otras palabras, si la Eucaristía fuera solamente un poco de pan bendecido, no podría, de ninguna manera, irradiar la gracia, tal como lo hace, desde el Sagrario, desde el Altar Eucaristía.

         Otro elemento importante que nos hace considerar el Manual es cuál es el objetivo final de todo apostolado, no solo de la Legión, sino de toda la Iglesia y es el de “establecer el reino de la Eucaristía en los corazones”. Una vez más, esto no sería posible si la Eucaristía no fuese Cristo Dios en Persona: porque la Eucaristía es Cristo, Rey de los corazones, es que debe ser entronizada, por la persona, en su propio corazón, sin dar lugar a nadie más, para que sólo Cristo Eucaristía sea el Único Rey del corazón del cristiano. Así como el Sagrado Corazón debe ser entronizado en cada hogar y en cada familia de nuestra Patria y así como debe ser entronizado como Rey de la Patria, de la Nación Argentina, así la Eucaristía, que es mismo Rey Jesús, debe ser entronizada en el corazón de cada bautizado.

         Afirma el Manual que la Eucaristía es “el bien infinito” y por eso, el tesoro más preciado, porque se trata del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que arde en las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo y ese Amor es infinito y eterno, por ser el Amor de Dios, el Amor del Padre y del Hijo. Es por esto que la Eucaristía no se compara con nada y nada en el universo visible o invisible, merece ser más amado que la Eucaristía, porque nada debe ser más amado que el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

         La Eucaristía, dice el Manual, “no es mera figura de su Persona”, sino que es la Persona misma del Hijo de Dios, tal como se encuentra glorificado en los cielos, sólo que en la Eucaristía se encuentra oculto a los ojos del cuerpo, aunque “visible” a los ojos de la fe.

         Por esta razón, el legionario debe considerar a la Eucaristía como el centro y la raíz de su vida y como el tesoro más preciado, más valioso que todo el oro y la plata del mundo. Al comulgar, entonces, no lo hagamos de forma distraída o mecánica, sino que recibamos la Sagrada Eucaristía con fervor, con piedad y, sobre todo, con todo el amor y la adoración de los que seamos capaces.



[1] Cfr. VIII, 4.

miércoles, 17 de marzo de 2021

La Anunciación del Señor

 



         La Anunciación y la consecuente Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad en el seno purísimo de María Virgen, es el acontecimiento más grandioso que jamás haya tenido lugar en la historia de la humanidad y no habrá otro acontecimiento más grandioso que este, hasta el final de los tiempos. La Encarnación del Verbo de Dios, por obra del Espíritu Santo y por voluntad expresa de Dios Padre, supera en majestad, infinitamente, a la majestuosa obra de la Creación del universo, tanto visible como invisible. No hay otro acontecimiento más grandioso que el hecho del ingreso, en el tiempo humano, de la Persona de Dios Hijo, que en cuanto Dios, es la eternidad en sí misma.

         Debido a su trascendencia, que supera infinitamente en majestad a la obra de la Creación, la Encarnación del Hijo de Dios divide a la historia humana en un antes y un después, no solo porque nada volverá a ser como antes de la Encarnación, sino porque la Encarnación hace que la historia de la humanidad –y de cada ser humano en particular- adquiera una nueva dirección: si antes de la Encarnación la historia humana tenía un sentido horizontal, por así decirlo, porque las puertas del cielo estaban cerradas para el hombre, a partir de la Encarnación de Dios Hijo esas puertas del cielo se abren para el hombre y por esto a la humanidad se le concede un nuevo horizonte y una nueva dirección, no ya horizontal, sino vertical, en el sentido de que ahora la humanidad, cada ser humano, tiene la posibilidad de ingresar en el Reino de Dios, el Reino de los cielos, ingreso que hasta Jesucristo estaba vedado, a causa del pecado original.

         La importancia del evento de la Encarnación está dada por dos elementos: por un lado, porque Quien ingresa en la historia humana no es un hombre santo, ni el profeta más grande de todos los tiempos, sino Dios Hijo en Persona, por quien los santos son santos y por cuyo Espíritu los profetas profetizan; por otro lado, la importancia está dada por la obra que llevará a cabo Dios Hijo encarnado, una obra que será mucho más grandiosa y majestuosa que la primera Creación, puesto que llevará a cabo una Nueva Creación y así Él lo dice en las Escrituras: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Serán nuevos los hombres, porque por su gracia les será quitado el pecado y les será concedida la filiación divina adoptiva, por la que pasarán a ser hijos adoptivos de Dios y herederos del cielo; serán nuevas todas las cosas, porque al final de los tiempos desaparecerán estos cielos y esta tierra para dar lugar a “un nuevo cielo y una nueva tierra”; será nueva la vida del hombre, porque Dios Hijo encarnado derrotará definitivamente, de una vez y para siempre, en la Cruz del Calvario, a los tres grandes enemigos mortales de la humanidad, el Demonio, la Muerte y el Pecado; será nueva la forma de vivir del hombre, porque ya no se alimentará sólo de pan, sino ante todo del Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía y desde ahora saciará su sed no simplemente con agua, sino con el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero y ya no comerá solo carne de animales que nutren su cuerpo, sino que su manjar será la Carne del Cordero de Dios, que alegrará su alma con la substancia divina del Hombre-Dios Jesucristo, todo esto por medio de la Santa Misa.

         Por todos estos motivos y muchos otros todavía, es que el evento de la Anunciación y la Encarnación del Verbo solo pueden ser agradecidas a la Trinidad con un único obsequio digno de la majestad divina trinitaria, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, por medio de María Inmaculada, la Esposa Mística del Cordero de Dios.

jueves, 9 de julio de 2020

El sentido del uso del Escapulario de Nuestra Señora del Carmen



         El Escapulario del Carmen está indisolublemente unido a la verdad sobrenatural de la existencia del Infierno: en otras palabras, no se puede hablar del Escapulario del Carmen sin hablar de la realidad y de la existencia del Infierno. Éste último es el lugar creado por la Santísima Trinidad, en un primer momento, para los ángeles rebeldes, es decir, para los ángeles que voluntariamente se negaron a amar, adorar y servir a Dios Uno y Trino; pero también es el lugar creado, en un segundo momento, para una segunda clase de habitantes del Infierno: los hombres que, convirtiéndose en malvados por propia decisión e imitando al Ángel caído, se rehúsan a amar, adorar y servir a Dios Trinidad. Entonces, el Infierno es el lugar, como el mismo Señor Jesucristo lo revela, reservado para el Ángel caído y para todos los ángeles rebeldes, pero también es el lugar para los hombres que, en esta vida y en la otra, no quieren saber nada de tener amor de amistad y de filiación con Dios. El Escapulario de la Virgen del Carmen está estrecha e indisolublemente unido a la existencia del Infierno, porque la promesa principal relacionada con el Escapulario es que el alma que lo lleve –de forma devota y con amor a Dios-, no caerá en el lago del fuego eterno, el Infierno. Quien porta el Escapulario de la Virgen del Carmen debe llevar grabada a fuego, en su mente y en su corazón, las palabras de la Virgen a San Simón Stock: “Quien muera utilizando el Escapulario, no sufrirá el fuego eterno del Infierno”. Entonces, esta es la razón principal por la que usamos el Escapulario, aquellos que somos devotos de Nuestra Señora del Carmen: que cuando finalice nuestro tránsito por esta vida terrena, no seamos eternamente condenados en el Infierno.
         Ahora bien, hay también otras razones por las cuales utilizamos el Escapulario, que van más allá de no querer caer en el Infierno al finalizar nuestra vida terrena. Estas razones son, por ejemplo, el hecho de que el Escapulario es un símbolo de nuestra condición de ser hijos de la Virgen María, ya que quien usa el Escapulario, se compromete a vivir en estado de gracia y el estado de gracia es el estado de hijos adoptivos de Dios y de la Virgen, quien nos adoptó como hijos al pie de la Cruz, en el Monte Calvario.
         Otra razón por la que usamos el Escapulario es que, si por la gracia de Dios y el Escapulario, escapamos del Infierno, pero aun no estamos preparados para el Cielo, iremos al Purgatorio y allí la Virgen nos irá a sacar al próximo sábado siguiente al de nuestra muerte terrena, por lo que el devoto de la Virgen del Carmen no pasará en el Purgatorio más de siete días, como máximo.
         Otra razón por la que usamos el Escapulario es que, al ser hijos de la Virgen –el Escapulario es un signo y recuerdo de nuestra condición de hijos de María-, nos comprometemos a imitarla en sus virtudes, principalmente la pureza de cuerpo y alma, la humildad y el amor a su Hijo Jesucristo, Nuestro Dios.
         Por todas estas razones y no sólo por no caer en el Infierno, es que los devotos de Nuestra Señora del Carmen usamos su Santo Escapulario.

miércoles, 8 de julio de 2020

El Escapulario de la Virgen del Carmen, signo de vida de gracia


Scapular - Escapulario De Nuestra Señora Del Carmen, HD Png ...
         Cuando la Virgen del Monte Carmelo se le apareció a San Simón Stock el 16 de julio de 1251[1], le dijo: “Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera usando el escapulario no sufrirá el fuego eterno”. La Virgen se le apareció con el Niño, quien llevaba el Escapulario en su mano: éste representa el manto de la Virgen, de manera que quien lo usa, se puede decir que está revestido con el manto de la Virgen del Carmen. La Virgen le dice que el Escapulario es “signo y privilegio” para quien lo use y que quien lo use, “no sufrirá el fuego eterno”. Es decir, se trata de un gran privilegio usar el Escapulario, porque quien lo use, no se condenará en el Infierno; tal vez podrá ir al Purgatorio, pero no irá al Infierno. Por esta razón, se considera al Escapulario como un sacramental, como algo que representa y que atrae a la gracia de Dios y hace que el alma desee vivir en gracia.
         Ahora bien, no hay que confundir las cosas y en el caso del Escapulario, si la persona está revestida con el Escapulario que es el manto de la Virgen, debe tener en cuenta que para que se hagan realidad las promesas que conlleva el Escapulario, el alma debe hacer todo el esfuerzo posible por llevar una vida digna de un hijo de la Virgen, que es la vida de todo hijo de Dios. ¿Cómo es esta vida? Es una vida en donde la gracia tiene preeminencia sobre el pecado; por esta razón, el alma que use el Escapulario debe estar dispuesta incluso a perder la vida, antes que perder la gracia. La promesa de la Virgen de que aquel que usara el Escapulario no se habría de condenar, no convierte al Escapulario en un amuleto mágico: lo convierten en un amuleto mágico quienes usan el Escapulario para no ir al Infierno, pero al mismo tiempo no se esfuerzan por llevar una vida de gracia. Entonces, lo repetimos: para que el Escapulario proteja al alma del fuego del Infierno, es necesario que el alma se esfuerce en vivir la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios; es necesario que se esfuerce por alejarse del pecado y por vivir según lo establece la Ley de Dios, reflejada en los Diez Mandamientos. Se equivoca quien cree que puede llevar una vida de pecado y al mismo tiempo evitar el Infierno, sólo por el hecho de llevar el Escapulario de la Virgen del Carmen: sólo se salvará del Infierno quien, además de llevar el Escapulario, haga todo el esfuerzo posible para adquirir la gracia si no la tiene, para conservarla y acrecentarla si ya la tiene. Sólo de esta manera se cumplen las palabras de la Virgen, de que el Escapulario es “signo y privilegio” para el alma que lo lleve, pues ese tal “no sufrirá el fuego eterno”. Pidamos entonces la gracia a la Virgen del Carmen, que es también Mediadora de todas las gracias, de llevar su santo Escapulario siempre en estado de gracia, de modo que, cuando muramos, el Santo Escapulario del Carmen sea no solo lo que impida que vayamos al Infierno, sino que nos transporte al Cielo.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Agradezcamos a Dios por la vida y por la gracia a través de María Santísima



          En relación a Dios, los hombres tenemos múltiples motivos para agradecer: desde el haber sido creados a su imagen y semejanza, hasta el habernos dado el Bautismo, pasando por el don de la vida que continuamente nos da. Ahora bien, hay dos motivos en especial por los cuales debemos dar, especialmente, valga la redundancia, gracias a Dios: por el don de la vida y por el don de la gracia. Por el don de la vida, porque como dijimos, fuimos creados a imagen y semejanza de Dios; fuimos dotados de un alma espiritual, que nos asemeja a los ángeles y de un cuerpo terreno, que nos asemeja a los animales. Por haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, es que somos el centro del universo, la creatura más amada y predilecta de Dios. Cuando miramos el resto de la Creación, nos podemos dar cuenta de cuán afortunados hemos sido al haber sido creados con vida humana, porque si bien no somos ángeles, tampoco somos seres irracionales, como los animales, ni mucho menos inanimados, como lo es, por ejemplo, el reino mineral. Hemos sido creados con vida y con una vida que nos coloca en el medio, entre los seres irracionales y los ángeles y también Dios. Por esta razón, debemos dar gracias a Dios de modo continuo, porque nos creó con vida y con vida racional, lo que nos asemeja a los ángeles y a Dios.
Ahora bien, hay otro motivo por el cual debemos dar gracias a Dios y es el habernos concedido la gracia, porque si por la vida humana estábamos en el medio entre los seres irracionales y los ángeles, por la gracia nos acercamos a Dios, ya que la gracia nos hace participar de la vida misma de Dios y nos hace Dios por participación. Es decir, si por la vida terrena ya tenemos motivos más que suficientes para dar gracias a Dios por habernos creado, por el hecho de recibir la gracia debemos vivir en constante acción de gracias, porque por la gracia dejamos de ser meras creaturas, para ser Dios por participación y eso es un don tan grande, que no podremos comprenderlo ni agradecerlo como es debido, ni en toda esta vida ni en toda la eternidad.
Por último, para que nuestra acción de gracias sea verdaderamente bien recibida por Dios, debemos hacer la acción de gracias no por nosotros mismos, sino que debemos acudir a la Virgen, para que sea Ella quien, con su Corazón Inmaculado, dé gracias a Dios en nuestro nombre. De esta manera nos aseguraremos que nuestra acción de gracias será bien recibida por Dios Uno y Trino y, como la Virgen es Mediadora de todas las gracias, recibiremos de Dios, a través de la Virgen, gracias todavía más grandes, si cabe; tantas, que no podemos ni siquiera imaginar.

jueves, 4 de octubre de 2018

Por qué el Rosario es la mejor oración después de la Misa y la Adoración Eucarística



         Porque al rezar el Ave María, le recordamos a la Virgen el Anuncio del Ángel, la noticia más hermosa que jamás Ella haya escuchado, y así le renovamos la alegría que Ella experimentó al enterarse ese día que iba a ser Madre de Dios;
         Porque la saludamos del modo más cariñoso posible, un saludo que es a la vez el más grandioso y majestuoso que jamás se pueda dar a creatura alguna, la saludamos dándole la dignidad que posee, “Llena de gracia”, lo que la hace más grande y majestuosa que todos los ángeles y santos juntos;
         Porque le recordamos el día en el que Ella comenzó a ser Madre de Dios, luego de dar su “Sí” a la voluntad de Dios anunciada por el Ángel y además, la tratamos como lo que es, como nuestra Madre celestial, encomendándonos a su amor y protección maternal;
         Porque nos encomendamos a Ella para vivir en estado de gracia, ahora, en el momento actual, y en el momento de la muerte, es decir, al pasar a la vida eterna, lo cual quiere decir que ponemos en sus manos maternales nuestra vida presente y la vida eterna;
         Porque delante de Ella, que es la Inmaculada Concepción y la Llena de gracia –por ser la Elegida por Dios para ser Madre de Dios y Virgen al mismo tiempo- nos reconocemos pecadores y, por lo tanto, necesitados en todo momento de su amor maternal;
         Porque haciendo así, le damos la oportunidad de que Ella ejerza el oficio que ejerció a la perfección con su Hijo Jesús y es el de ser Madre, porque nosotros somos sus hijos adoptivos y Ella es nuestra Madre celestial;
         Porque al rezar el Padre Nuestro en cada misterio, nos encomendamos a Dios Padre, pidiéndole que se haga su voluntad, santificamos su nombre, le pedimos el pan material y espiritual de cada día y le pedimos que nos libre del mal y todo esto lo hacemos a través de la Virgen, con lo cual estamos más que seguros que Dios habrá de escucharnos y darnos lo que le pedimos, porque Dios Padre no le niega nada a su Hija predilecta, la Virgen;
Porque al rezar las Ave Marías, le damos el tiempo a la Virgen para que Ella, Divina Alfarera, modele nuestros corazones, convirtiéndolos, por la gracia del Espíritu Santo, en imágenes vivientes de los Sagrados Corazones de Jesús y de María.
Porque por el rezo del Santo Rosario, la Virgen nos hace contemplar, desde su Corazón Inmaculado, las escenas de la Vida de su Hijo Jesús, para que nosotros, meditando en ellas, las vivamos luego en nuestra vida cotidiana.
Porque al pedir por la conversión de los pecadores y por las Almas del Purgatorio, obtenemos efectivamente que muchos hijos de la Virgen, que estaban alejados de Ella por el pecado, vuelva a su seno maternal, además de obtener la salida del Purgatorio de innumerables almas del Purgatorio, las que al llegar al Cielo, se convertirán en nuestras intercesoras más fieles ante el Trono de Dios.
Porque obtenemos tantas gracias del Corazón Inmaculado de María, que si pudiéramos verla con los ojos del cuerpo, moriríamos de la alegría.
Por estas, y por otras razones más, el Santo Rosario es, después de la Santa Misa y de la Adoración Eucarística, la mejor oración que un católico pueda rezar en esta vida.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Novena a Nuestra Señora de la Merced 6


         ¿En qué consiste ser devotos de la Virgen de la Merced? Primero, veamos en qué NO consiste ser sus devotos: no consiste en acordarse de Ella una vez al año; no consiste en asistir, una vez al año, a su fiesta litúrgica, y luego, durante el resto del año, estar ausente de la Misa y de la Confesión sacramental; no consiste en venir a su fiesta y luego no rezarle en todo el año; no consiste en no cumplir los Mandamientos; no consiste en usar su día, el 24 de Septiembre, para cometer excesos –alcohol, diversiones, etc.-; no consiste en olvidarme de los Mandamientos de Dios. Comportarse así con la Virgen, es como si un hijo le dice a su madre: “Mamá, te amo”, pero luego hace todo lo que a su madre le disgusta. Comportarse así, es ser devotos superficiales de la Virgen de la Merced, que es casi como igual a nada.
         ¿En qué consiste ser devotos de la Virgen de la Merced? Ser devotos de la Virgen de la Merced quiere decir no solo acordarnos de Ella en su día, el 24 de Septiembre, aniversario de la Batalla de Tucumán, sino todos los días del año y todos los días de nuestra vida; es regalarle nuestro tiempo, es dedicarle tiempo para rezar, para regalarle flores espirituales, que son las Ave Marías del Rosario; es demostrarle a la Virgen, así como un hijo le demuestra a su madre su amor, no solo no haciéndola renegar, sino siendo bueno, amable, afectuoso y obediente con ella, que queremos que esté contenta con nosotros, y para así nos esforzamos por vivir en gracia, confesándonos con frecuencia, asistiendo a la Santa Misa a recibir a su Hijo Jesús en la Eucaristía, evitando todo pecado, como un hijo evita hacer, pensar o decir lo que ofende a su madre amada.
Preguntamos nuevamente: ¿en qué consiste ser devotos de la Virgen de la Merced? Y para saberlo, miremos un ejemplo de devoto a la Virgen, como el General Belgrano: confió en Ella en el momento más crucial de su vida, en momentos de peligro, como el día anterior a la Batalla de Tucumán; le prometió y le dio todo lo que él era, que era el ser General, porque al darle el bastón de mando del Ejército, en cierta manera, le estaba dando todo su ser, todo lo que él era en la vida; puso toda su vida en manos de la Virgen, y a lo largo de su vida, demostró, con todas las fallas que los seres humanos tenemos, que deseaba siempre permanecer bajo su maternal manto.
Ser devotos de la Virgen, entonces, es llevarla en el corazón todo el año, o mejor aún, es consagrarnos a Ella, para vivir en su Inmaculado Corazón todo el año, no solo evitando el pecado, sino buscando de darle contento, viviendo los Mandamientos de la Ley de Dios, todos los días, todo el día.
          

         

domingo, 14 de agosto de 2016

Solemnidad de la Asunción de María Santísima


         La Asunción gloriosa de la Virgen en cuerpo y alma a los cielos, con lo cual culmina su vida terrena e inicia su vida eterna, está unida estrechamente al resto de los insondables misterios de su vida, que inician con su Concepción Inmaculada, es decir, libre de toda mancha de pecado original, y con su condición de ser la Llena de gracia, es decir, inhabitada por el Espíritu Santo desde el primer instante de su Concepción sin mancha. Es por esto que, para poder apreciar el misterio que significa la Asunción de María, es necesario considerar su condición de Virgen y Madre de Dios, concebida sin la malicia del pecado original y plena de la gracia santificante, en un grado que supera más que la tierra del cielo, a la gracia de todos los ángeles y santos juntos. Esto significa que la Virgen no solo no cometió jamás ni siquiera el más pequeño pecado venial, sino que ni siquiera cometió imperfección alguna, pues lo impedía su alma plena de gracia. Fue esta gracia, que colmaba con una plenitud que superaba infinitamente a la gracia de todos los ángeles y bienaventurados juntos, la que, en el momento de su Dormición –así designa la Iglesia Oriental al pasaje de la Virgen de esta vida a la otra- se derramó sorbe su Cuerpo Purísimo, colmándolo de la gloria en la que su alma ya comenzaba a vivir. Teniendo en cuenta esto, ¿cómo sucedió la Asunción de la Virgen? En el momento en que debía morir, es decir, cuando ya se había cumplido el tiempo en el que Dios había dispuesto que debía la Virgen pasar de esta vida a la vida eterna, en vez de morir, la Virgen experimentó lo que los orientales llaman “Dormición” y que consiste, precisamente, en un estado en el que parecía estar dormida, pero no muerta. En ese momento fue que la gracia de su alma se derramó sobre su cuerpo y lo glorificó, experimentando el Cuerpo Purísimo de María una transfiguración en todo similar a la Transfiguración de su Hijo Jesús en el Tabor, es decir, su cuerpo comenzó a resplandecer con la luz de la gloria divina. Fue así como la Virgen, con su alma y su cuerpo glorificados, fue asunta al cielo, lo cual quiere decir que en ningún momento, ni experimentó la muerte tal como la experimenta todo su ser humano, y mucho menos sufrió el proceso de rigidez cadavérica y de descomposición orgánica que es propio de todo cadáver, ya que, como vemos, la Virgen nunca murió.

         La Asunción de María Virgen, Nuestra Madre del cielo, glorificada en su cuerpo y alma, es el objetivo y la meta final de todo aquel que se precie de ser hijo de María. Así como María, Nuestra Madre del cielo, fue asunta en cuerpo y alma a los cielos, así también debemos nosotros, sus hijos, a ser glorificados en cuerpo y alma en el Reino de Dios. Para ello, es necesario rechazar de raíz toda forma de pecado e imitar a María Santísima en su pureza, en su castidad, en su vida de gracia y en su adoración y en su amor puro e indiviso a su Hijo Jesús, que para nosotros, está en la Eucaristía.

jueves, 11 de febrero de 2016

Nuestra Señora de Lourdes y su mensaje celestial para nuestros días


         
         Como bien sabemos, la Virgen se le apareció a Santa Bernardita el 11 de febrero de 1858, mientras recogía leña en Massabielle, en las afueras de Lourdes[1]. Al acercarse a una gruta, fue sorprendida por un  fuerte viento; como consecuencia, alzó los ojos y vio una nube dorada y a una Señora –la Virgen- vestida de blanco, con sus pies descalzos cubiertos por dos rosas doradas, que parecían apoyarse sobre las ramas de un rosal; en su cintura tenía una ancha cinta azul, y sus manos juntas estaban en posición de oración y llevaba un rosario.
Al principio, Bernardita se asustó, pero luego comenzó a rezar el rosario que siempre llevaba consigo, observando que la Señora pasaba las cuentas del suyo entre sus dedos al mismo tiempo que ella. Al finalizar el rosario, la Virgen María retrocedió hacia la Gruta y desapareció. Estas apariciones se repitieron 18 veces, hasta el día 16 de julio.
El 18 de febrero en la tercera aparición la Virgen le dijo a Bernadette: “Ven aquí durante quince días seguidos”. Bernardita le prometió hacerlo y la Señora le dijo: “Yo te prometo que serás muy feliz, no en este mundo, sino en el otro”.
En la novena aparición, el 25 de febrero, la Señora mandó a Santa Bernadette a beber y lavarse los pies en el agua de una fuente, señalándole el fondo de la gruta. La niña no la encontró, pero obedeció la solicitud de la Virgen, y escarbó en el suelo, produciéndose el primer brote del milagroso manantial de Lourdes.
En las apariciones, la Señora exhortó a la niña a rogar por los pecadores, manifestó el deseo de que en el lugar sea erigida una capilla y mando a Bernadette a besar la tierra, como acto de penitencia para ella y para otros, el pueblo presente en el lugar también la imito y hasta el día de hoy, esta práctica continúa.
El 25 de marzo, a pedido del párroco del lugar, la niña pregunta a la Señora: “¿Quién eres?”, y ella le responde: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
Luego Bernadette fue a contarle al sacerdote, y él quedo asombrado, pues era casi imposible que una jovencita analfabeta pudiese saber sobre el dogma de la Inmaculada Concepción, declarado por el Papa Pío IX en 1854.
El 16 de julio de 1858, la Virgen María aparece por última vez y se despide de Bernadette.
El mensaje de la Virgen[2]. ¿Cuál es el mensaje de la Virgen en esta aparición tan grandiosa?
Podemos decir que su mensaje se resume en los siguientes puntos:
Al revelarse como la Inmaculada Concepción a un niña, que además es semi-analfabeta, la aparición confirma que las verdades de fe sobrenaturales son infundidas por el Espíritu Santo en la Iglesia, ya sea a lo más alto de la jerarquía eclesiástica –que fue quien había definido el dogma de la Inmaculada Concepción cuatro años antes, en 1854-, como a la base del Pueblo de Dios –puesto que, como dijimos, Bernardita era niña y semi-analfabeta y sin embargo, poseía el mismo conocimiento, en este tema, que el Papa y los teólogos-. Es decir, las verdades de fe de la Iglesia Católica no dependen de nuestros razonamientos, sino de la revelación divina que viene de lo alto.
La Virgen se presenta como Inmaculada Concepción, es decir, sin mancha de pecado original y plena del Espíritu Santo, con lo que se nos presenta como modelo a imitar para nuestra comunión eucarística: debemos acercarnos a la Comunión imitando a Nuestra Madre del cielo, la Virgen, concebida sin pecado y llena de gracia, es decir, debemos acercarnos a comulgar sin pecados mortales ni veniales –se perdonan con el acto de arrepentimiento del inicio de la Misa- y con el alma en gracia por la Confesión Sacramental.
Al elegir a una niña que vivía en la extrema pobreza y que era de alma humilde, exalta estas virtudes, que son las virtudes de Jesucristo: en la cruz, Jesús es humilde –“Aprended de Mí, que soy manso y humilde corazón”[3]- y pobre, porque todos los elementos materiales que posee –el leño de la cruz, la corona de espinas, los clavos de hierro, el lienzo con el que cubre su Humanidad Santísima-, no le pertenecen, sino que le han sido provistos por Dios Padre para que lleve a cabo la Redención mediante el sacrificio de la cruz: así Jesús nos enseña cómo vivir una pobreza santa, la Pobreza de la Cruz; es decir, nos enseña a no considerar los bienes materiales como un fin en sí mismos, sino como simples medios para alcanzar el cielo, porque la verdadera riqueza son los “tesoros atesorados en el cielo”[4], o sea, las buenas obras.
En la aparición, la Virgen le dice algo muy importante a Santa Bernardita, que también es válido para nosotros, como si nos lo dijera a cada uno de nosotros en forma particular: “No te prometa la felicidad en esta vida, sino en la otra”. Como cristianos, nos comportamos al igual que los paganos, cada vez que nos olvidamos que la verdadera felicidad está no en esta vida, sino en la otra, en la contemplación y adoración de la Santísima Trinidad y del Cordero en los cielos. Si no tenemos en cuenta esto, aunque nos llamemos “católicos”, somos como paganos, porque pretendemos ser felices en esta vida, en donde no está la verdadera felicidad. Por otra parte, esta felicidad no se alcanza si no es por medio del seguimiento de Cristo en el Camino de la Cruz, en el Via Crucis.
Otro mensaje muy importante que nos deja la Virgen en Lourdes es el llamado a la penitencia, a la oración y al amor al prójimo, auxiliándolo ya sea espiritualmente –si es pecador- o materialmente –si es un prójimo que necesita ayuda material o algún tipo de asistencia, como los enfermos- y la forma de hacerlo es mediante las obras de misericordia espirituales y corporales.
Con respecto a la penitencia, su llamado es muy fuerte en Lourdes: en la aparición del 24 de febrero, la Virgen repite con insistencia la palabra “penitencia”, además de pedir la reparación por las ofensas de los pecadores contra Dios y su majestad divina, llegándole a pedir a Bernardita que bese el suelo pidiendo por los pecadores: “¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Ruega a Dios por los pecadores! ¡Besa la tierra en penitencia por los pecadores!”[5]. Los pecados ofenden a la Divina Majestad, al tiempo que golpean sin misericordia a Jesucristo en su Humanidad Santísima, haciéndolo sangrar abundantemente; es por eso que la Virgen llama a las almas que aman a Dios, para que hagan penitencia, en reparación por las ofensas con las que continuamente es ultrajado: la penitencia y reparación de estas almas –por otra parte, la Virgen da una indicación muy precisa de cómo hacer penitencia: besar el suelo, la tierra-, por el contrario, consuela a Jesús en su Pasión y aplaca la Justicia Divina, encendida por los pecadores que no quieren convertirse.
Con respecto a la oración, hay que decir que esta es al alma lo que el alimento terreno al cuerpo: así como un cuerpo se debilita si no se alimenta, hasta llegar a morir, así el alma, si no hace oración, no recibe de Dios lo que Dios es: luz, amor, paz, alegría, fortaleza, justicia, y así el alma muere, porque sucumbe irremediablemente ante la tentación. Dentro de las oraciones de la Iglesia Católica, una de las preferidas es el Santo Rosario, porque en esta oración es la misma Virgen quien actúa en el alma, concediendo la gracia de que el alma se vaya configurando, poco a poco, en una imagen viviente de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Quien dice que el Rosario es una oración “mecánica y repetitiva”, lo dice porque es él mismo quien reza de esa manera; lejos de serlo, el Rosario es una oración fascinante, porque al mismo tiempo que contemplamos los misterios de la vida de Jesús, la Virgen va actuando, sin que nos demos cuenta, para configurarnos a imagen y semejanza de su Hijo Jesús.
Oración, penitencia, rezo del Rosario, pobreza de la cruz, misericordia para con el prójimo, imitación de Cristo, imitación de la pureza de la Virgen para la comunión sacramental, éste es el mensaje de Nuestra Señora de Lourdes.


[1] https://www.ewtn.com/spanish/Maria/lourdes2.htm#El mensaje de la Virgen
[2] https://www.ewtn.com/spanish/Maria/lourdes2.htm#El mensaje de la Virgen
[3] Cfr. Mt 11, 29.
[4] Mt 6, 20.
[5] http://forosdelavirgen.org/534/nuestra-senora-de-lourdes-francia-11-de-febrero/

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Los Milagros de Nuestra Señora del Valle de Catamarca


         Desde los primeros momentos en los que fue encontrada la imagen –cuyo origen nunca pudo ser determinado-, la Virgen obró numerosos prodigios, empezando por los nativos del lugar, a los cuales hizo tantos milagros y aunque no hay registros de estos, basta con revisar las declaraciones y la actitud de los nativos hacia la Virgen, para darnos cuenta de que la Virgen había tocado profundamente sus corazones. En efecto, los indios, que fueron los que la encontraron –o más bien, la Virgen se dejó encontrar por ellos- le tenían muchísimo cariño, demostrado por las continuas flores con las cuales adornaban el precario lugar donde estaba colocada la imagen y por lo que afirmaron cuando Don Manuel de Salazar quiso sacar a la Virgen de la gruta que habían hecho los indios: “(La Virgen) es nuestra, nosotros la queremos. Ella nos cuida, siempre nos defiende”[1].
         Pero además de estos milagros, la Virgen hizo muchísimos otros milagros, de cuya existencia y detalles históricos sí hay constancia. Ahora bien, estos milagros, realizados en favor de los habitantes del lugar y en un momento determinado de la historia, no se limitan ni a esa persona, ni a ese lugar, ni a ese momento de la historia, porque tienen un significado que los sobrepasa y que llega hasta nosotros. Veamos de qué manera.
         Uno de los milagros más conocidos es el que se conoce como “milagro del jarro”: “un hombre estaba a punto de morir cuando recordó a Nuestra Señora del Valle y le rogó por su vida, prometiéndole peregrinar a su Santuario. Poco después recuperó su salud sin alguna explicación visible, a tal punto que sus vecinos se sorprendieron al mirarlo trabaja la tierra como antes. Pasado un tiempo, decidió cumplir su promesa a la Virgen, así que comenzó su largo viaje a Catamarca por las extensas salinas. En la iglesia contó a un sacerdote que él había recuperado su salud por segunda vez gracias a la “ayuda” de la Virgen, había hecho un viaje muy largo y difícil por las Salinas Grandes, sin agua para beber cerca. Por esa razón él y su mulo se morían de sed. Entonces, otra vez, le rogó a la Virgen pidiéndole ayuda y Ella le respondió milagrosamente. Dijo con lágrimas en los ojos que “… de un jarro plateado que apareció repentinamente en el camino, salía mucha agua, como si fuera una fuente que fluye del corazón de la tierra, para que podamos ambos satisfacer nuestra sed”. Él sacó de su bolso el jarro plateado y lo entregó al sacerdote. Era el jarro plateado que había desaparecido del Santuario de la Virgen. Este jarro se llama actualmente “El Jarro Milagroso” o el “Jarro de la Virgen”[2]. El hombre que atraviesa el desierto hacia el templo donde están Jesús y la Virgen, representa al Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados de la Iglesia Católica, que peregrinan en el desierto de la vida, hacia la Jerusalén celestial, donde los esperan Jesús y la Virgen; el peligro de muerte del hombre, a causa del intenso calor y de la falta de agua, representa la acción del pecado en el alma, y sobretodo el pecado mortal, que la asfixia hasta matarla; el jarro de plata, que aparece milagrosamente, de la nada, en medio del desierto, y de cuyo interior brota inagotablemente agua fresca, la que salva la vida del hombre y del animal en el que venía, representa a Jesús, que en cuanto Hombre-Dios, es la Fuente inagotable de la gracia, la cual brota de su Corazón como de una fuente inagotable, según Él mismo lo dice a través del Profeta Jeremías: “Me dejaron a Mí, fuente de agua viva, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua”, significando así el abandono de su pueblo para ir a postrarse ante ídolos paganos; el agua que brota del jarro, es, por supuesto, la gracia santificante, que no solo borra el pecado, sino que concede al alma una vida nueva, la vida de los hijos de Dios; el hecho de que el hombre implorara a la Virgen y que el jarro apareciera inmediatamente, se debe a la condición de la Virgen como “Mediadora de todas las gracias”, lo cual quiere decir que no hay ninguna gracia, por pequeña o grande que sea, que no venga a través de la Virgen.
         El hombre del jarro somos todos y cada uno de nosotros, y si acudimos a la Virgen, Ella nos auxiliará sin dudarlo un solo instante, concediéndonos las gracias más que suficientes para nuestra eterna salvación.
         La Virgen resucita a un niño: “A Don Ignacio Moreno Gordillo, conocido y respetado vecino de Santa Cruz le fallece un hijo. Es así que sus padres cargan con el cuerpo rumbo al Valle para depositarlo a los pies de la Virgen, y prometen que si vivía lo consagrarían a su exclusivo servicio como sacerdote y capellán del Santuario. Una vez depositado el cuerpecito ya rígido, a los pies de la Portentosa Imagen, éste comienza a moverse, se anima y revive”[3]. La Virgen es símbolo de la Iglesia; el niño muerto representa al alma muerta por el pecado mortal; el regreso a la vida del niño luego de la intervención de la Virgen, simboliza la recuperación de la vida de la gracia del alma muerta por el pecado mortal, por medio del Sacramento de la Penitencia, impartido por la Iglesia, que representa a la Virgen, a través del sacerdote ministerial.
         La Virgen devuelve la vista a un ciego: “el Presbítero Dr. Pedro Ignacio Acuña había quedado ciego, el cura de la Matriz y el clero deciden llevar en procesión la Imagen de la Virgen a la casa del enfermo, postrado de rodillas oró en silencio un corto tiempo, y después habló en voz alta a la Virgen para pedirle que si convenía le devolviera la vista perdida, y si no le diera resignación para soportar aquella desgracia. Aún no había terminado de hablar cuando comenzó a inquietarse y luego de un instante de silencio manifestó que comenzaba a distinguir la Imagen. Al poco rato veía perfectamente”[4]. El ciego, es decir, aquel que no ve con los ojos del cuerpo, representa al ciego espiritual, es decir, a aquel que no ve los misterios de Jesucristo, por falta de fe; puede representar también a un ateo, a un apóstata, a un hereje, o a un integrante de una secta: en todos los casos, hay una ceguera espiritual que impide ver, con luz sobrenatural, los misterios celestiales del Hombre-Dios Jesucristo. El ciego vive en las tinieblas; el ciego espiritual, vive en las tinieblas espirituales, aun cuando sea capaz de percibir la luz y el mundo que lo rodea. La curación del ciego por parte de la Virgen, representa la gracia de la fe en Jesucristo para el alma sin fe: así como el ciego, al ser curado milagrosamente, comienza a ver lo que antes no veía, así el ciego espiritual, al ser curado por mediación de la Virgen, que le concede el don de la fe en Cristo Jesús, comienza a ver los misterios de la fe, los misterios profesados en el Credo, y comienza a creer en Jesús como Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía.
         La Virgen extermina plagas de gusanos y langostas: “Corría el año 1764. Se había desencadenado una devastadora e invencible plaga de gusanos, de tal manera que se tenían por perdidas las cosechas de algodón. En la Misa del 25 de Marzo, los colonos pidieron en sus plegarias por el exterminio de las plagas y la salvación de sus cosechas. Al otro día, ¡no podían creerlo! Los algodonales estaban verdes, lozanos, frondosos, no había plantas marchitas. El gusano había desaparecido por completo, sin dejar rastros de su destructor paso. Otro tanto sucedió pocos años después con una plaga de langostas. Los vecinos concurrieron a una Misa de rogativas a Nuestra Señora suplicándole su intercesión, luego llegó la noticia de que la temible manga de langostas había levantado vuelo hacia el sur”[5]. Las plagas, en el lenguaje bíblico, se asocian siempre, más que a un castigo divino, a una retirada del favor de Dios sobre quien sufre la plaga, y esto se debe a que esa persona o esa región, han abandonado los Mandamientos de la Ley de Dios, lo cual quiere decir, haber abandonado a Dios y a su Amor, expresado en los Mandamientos. El hecho de que acudan a la Virgen pidiendo su intercesión para que cesen las plagas, indica la condición de María como Mediadora de todas las gracias, que concede a sus hijos las gracias que estos le piden, siempre que sean convenientes para su salvación. En nuestros días, hay plagas muchísimo más dañinas que una invasión de gusanos o que una manga de langostas: hay una plaga espiritual, propiciada por la Nueva Era, que consiste en desplazar a Dios y a su Mesías, el Hombre-Dios Jesucristo, por ídolos neo-paganos –como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, la Santa Muerte, entre otros-; en reemplazar los sacramentales de la Iglesia Católica –uno de los principales, el agua bendita- por supersticiones, como la cinta roja, o una pata de conejo, o cualquier otra superstición; en preferir los ídolos del mundo, en vez de a Jesús en la Eucaristía. En definitiva, la plaga que invade nuestros días, no afecta tanto a los vegetales y sembradíos, sino a las almas y provoca la muerte de estas, porque les quita la gracia santificante que da vida. Y al igual que en el milagro de la exterminación de gusanos y langostas, es la Virgen la Única Mediadora de todas las gracias, que puede terminar, de una vez y para siempre, con la plaga del alma que es la falta de amor a Jesús Eucaristía.
         La Virgen realiza un sorprendente milagro eucarístico: “Al Sr. Roque Navarreta la única alternativa que le habían dado los médicos era someterse a diálisis día por medio con urgencia. Roque decide ir “cerca de la Virgencita del Valle, porque sé que Ella me va a sanar”. Participa de la Santa Misa con su hermano que ya que había pedido por la salud de Roque en las intenciones de las misas anteriores. Luego de la consagración, el sacerdote Pbro. San Nicolás, realizó la genuflexión y entonces de la patena se elevó el Hostión y se colocó en posición vertical, como si una mano invisible lo sostuviese, se estabilizó a la altura del hombro de una persona y se dirigió hacia el corredor central, llegó hasta la tercera o cuarta fila, giró, se dirigió hacia dónde estaba Roque por atrás de él, pasó por su costado y luego descendió hasta su pie derecho. En ese momento, Roque sintió que lo tocaron. Su hermano atinó a levantar el Hostión y se lo acercó al sacerdote. A pesar de que la Forma había sido partida en el momento de la consagración, los asistentes la vieron completa mientras se desplazaba por el aire. Terminada la misa, lo acercaron al sacerdote, quien lo bendijo en modo especial, ya que sabía que se trataba de la persona por quien se pedía en misas anteriores. Ese martes de octubre se retiraron los análisis, y el médico pudo constatar… que no tenía rastros de la colonia de virus en su organismo”[6]. Es la Virgen la que lleva, de modo invisible, la Hostia consagrada hasta el hombre enfermo y es Ella la que toca su hombro, indicándole que ya está curado. Pero, ¿por qué la Virgen lleva la Eucaristía hasta el lugar donde se encontraba el enfermo? Para indicarle que le concedía la salud del cuerpo, como lo estaba pidiendo, pero que más importante que cuidar el cuerpo, es cuidar el alma, y en la Eucaristía está contenida la Salud del alma, porque en ella está la Vida Eterna, Jesús, el Hombre-Dios. Esto nos hace ver a nosotros que, si nos preocupamos por mantener la salud del cuerpo o por recuperarla si estamos enfermos, más empeño debemos poner todavía en recibir en estado de gracia el Cuerpo Sacramentado de Jesús, la Eucaristía, para que el alma viva con la Vida eterna del Cordero de Dios.
         Los milagros de la Virgen del Valle no terminaron, continúan en nuestros días, y continuarán hasta el fin de los tiempos.



[1] http://forosdelavirgen.org/422/virgen-del-valle-de-catamarca-argentina-8-de-diciembre/
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.

jueves, 24 de septiembre de 2015

Nuestra Señora de la Merced, Redentora de cautivos


         Nuestra Señora de la Merced, Redentora de cautivos
         San Pedro Nolasco fundó la Orden de la Merced luego de que la Virgen se le apareciera en sueños la noche del 1 al 2 de agosto del año 1218[1]; de manera simultánea a San Pedro Nolasco, la Virgen se les apareció también a san Raimundo de Peñafort y al rey Jacobo de Aragón; a los tres, les dijo que “sería de sumo agrado suyo y de su Hijo la institución de una Orden religiosa en su honor con el fin de liberar a los caídos en poder de los infieles”[2]. Fue entonces la misma Virgen María en persona quien le dijo a San Pedro Nolasco que debía fundar la orden de la Merced, para así poder continuar el trabajo que él y sus compañeros ya venían haciendo desde hacía 15 años, y que era la liberación de prisioneros en manos de los musulmanes -los cuales se habían apoderado de la Tierra Santa-, a cambio de un rescate. Pedro Nolasco, que fundó la Orden de la Merced el 10 de agosto de 1218 en presencia del rey Jaime I de Aragón y del obispo Berenguer de Palou, reconoció siempre a María Santísima como la auténtica fundadora de la orden mercedaria, cuya patrona es la Virgen de la Merced (“Merced” significa “misericordia”)[3]
             En esta Orden Mercedaria[4], fundada por pedido de explícito de María Santísima y de Nuestro Señor Jesucristo, los frailes hacían un cuarto voto, además de los tres votos propios de la vida religiosa, pobreza, castidad y obediencia: dedicar su vida a liberar esclavos. La condición para entrar en la Orden, además de vivir los tres votos propios de toda orden religiosa, era comprometerse a ofrecerse a quedarse en lugar de algún cautivo que estuviese en peligro de perder la fe, en caso que el dinero no alcanzara a pagar su redención[5]. La liberación de los cautivos en manos de los musulmanes, cuando no alcanzaba el dinero para rescatarlo, consistía en un canje: se entregaba un misionero de la Merced, a cambio de un cristiano cautivo. De ahí el nombre de Nuestra Señora de la Merced como “Redentora de cautivos”, porque el religioso que se entregaba a cambio del prisionero cristiano, lo hacía en nombre de Nuestra Señora de la Merced.
         En nuestros días, no existe tal situación; sin embargo, muchos cristianos permanecen cautivos, no corporalmente, sino espiritualmente y quienes son sus carceleros, no son los musulmanes de antaño, sino las pasiones desordenadas que conducen al pecado. Los cautivos de nuestros días son los hombres que, apartados de Dios y de su gracia, se encuentran prisioneros de sus propias pasiones, las cuales, sin la razón y sin la gracia, llevan al pecado. Las pasiones sin control en el hombre apartado de la gracia, son como las cadenas, mientras que los pecados capitales cometidos a causa de estas pasiones –soberbia, ira, lujuria, pereza, gula, avaricia, envidia- son las prisiones espirituales en las que estos cristianos quedan encerrados. En nuestros días, muchos cristianos se encuentran cautivos de los pecados y esta cautividad es mucho peor que la cautividad corporal, porque el que está preso porque su cuerpo está en una cárcel, es libre en su interior; en cambio, el que está prisionero de sus pasiones y de los pecados, aun cuando circule libremente por las calles, está cautivo y aprisionado por el mal, con cadenas más pesadas que las de hierro. Si a un cautivo corporal se lo puede liberar rompiendo el cerrojo de la puerta de la cárcel y luego rompiendo sus cadenas de hierro, a un cautivo espiritual, la única manera de liberarlo, es por medio de la gracia, que ilumine su mente y su corazón para que vea al Amor de Dios encarnado en Jesucristo y desee amarlo. Ahora bien, como la Virgen, Redentora de cautivos, es también Medianera de todas las gracias, a esas gracias necesarias para la liberación espiritual, que se nos otorgan por el sacrificio en cruz e Jesús, se las obtiene sólo por María.
         Es por eso que la esperanza para los prisioneros espirituales del pecado, radica en la Virgen, que es Redentora de cautivos. Entonces, si la Virgen rescató de la esclavitud corporal a muchos en el pasado, hoy también la Virgen rescata de la esclavitud espiritual, la del pecado, a una inmensa cantidad de sus hijos adoptivos que están prisioneros espiritualmente por el pecado. La Virgen, que es Medianera de todas las gracias, se comporta como Redentora de cautivos, cuando nos concede la gracia que nos permite no solo no caer en la tentación, sino además crecer en la imitación de Cristo. Gracias a la Virgen, Redentora de cautivos, logramos escapar de la esclavitud del pecado y ser libres en Cristo Jesús. Así como un esclavo, cuando es liberado, comienza a vivir una vida nueva, la vida de libertad, así también nosotros, esclavos del pecado, cuando somos liberados por la Virgen, Redentora de cautivos, de la esclavitud del pecado, comenzamos a vivir una vida nueva, la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios. El que ha sido liberado por la Virgen de la Merced no solo se aparta de todo lo malo –ira, odio, enojos, rencores, envidias, disputas, pereza-, sino que, al tener la gracia de Dios en su alma, entroniza en su corazón a Jesús Eucaristía, Rey de los corazones, y vive sólo de su Amor y en su Amor.
         En su día, le rezamos así a Nuestra Señora de la Merced: “Virgen de la Merced, Redentora de cautivos, te suplicamos por nosotros, por nuestros seres queridos y por todo el mundo, que nos liberes de la tiranía y esclavitud de las pasiones sin control y del pecado, para que entronicemos a Nuestro Señor Jesucristo en nuestros corazones, proclamándolo Nuestro Rey, Nuestro Único Dueño y Señor de nuestras vidas y así vivamos en la verdadera libertad,  la libertad que nos concede la gracia, la libertad de los hijos de Dios”.


[1] http://www.corazones.org/santos/pedro_nolasco.htm
[2] Cfr. http://www.liturgiadelashoras.com.ar/, Común de la Santísima Virgen María, Salterio I.
[3] Cfr. ibidem.
[4] El hábito de la Orden de la Merced lleva un escudo con cuatro barras rojas sobre un fondo amarillo, que representa a la corona de Aragón, y una cruz blanca sobre fondo rojo, titular de la catedral de Barcelona.
[5] Cfr. ibidem.