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miércoles, 3 de diciembre de 2014

La Inmaculada Concepción, modelo de caridad para con nuestro prójimo


          Para salvarnos y para ir al cielo, debemos hacer tres cosas principalmente, sin las cuales no lo lograremos: creer que Jesús es Dios y es nuestro Salvador y Redentor; obrar las obras de misericordia corporales y espirituales, las que nos recomienda la Iglesia[1], catorce en total, siete corporales y siete espirituales y, por último, vivir y morir en estado de gracia.
          Ya vimos cómo la Inmaculada Concepción es nuestro modelo en nuestra fe en Jesús como Dios, principalmente para recibirlo en la Eucaristía, puesto que así como lo Virgen, por virtud de su Inmaculada Concepción, al momento del Anuncio del Ángel era Purísima en su Mente, en su Corazón y en su Cuerpo, y así, con la Pureza Inmaculada que le daba el estar inhabitada por el Espíritu Santo recibió el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, con su Mente, creyendo en la Verdad de la Encarnación; con su Corazón, amando a su Hijo Jesús, y con su Cuerpo, porque lo alojó en su útero materno, así la Virgen es nuestro modelo para recibir a Jesús Eucaristía en estado de gracia santificante, que da pureza a nuestra mente, a nuestro corazón y a nuestro cuerpo.
          Ahora, veremos cómo Ella es nuestro modelo en el obrar la misericordia, pues Ella obró la misericordia con su Hijo Jesucristo. Por lo tanto, si queremos saber cómo hacerlo, de manera tal de alcanzar el cielo, debemos contemplarla a Ella en su obrar hacia su Hijo Jesús.
        La Inmaculada Concepción obró con su Hijo Jesús tanto las obras de misericordia corporales como las espirituales; contemplaremos primero las corporales, y luego las espirituales.
          La Inmaculada Concepción obró la misericordia corporal para con su Hijo Jesús, albergándolo en su seno virginal, su útero materno, en la Encarnación, y al alojarlo en su seno virginal, cumplió con la obra de misericordia corporal que dice; "Dar posada al peregrino" (recordemos que el Verbo Eterno del Padre se encarnó en la célula creada en el momento de la implantación en la mucosa uterina, y el genoma masculino, correspondiente al padre, también fue creado en ese momento, porque en la Concepción Inmaculada del Verbo en el seno purísimo de María Virgen no hubo intervención de varón, ya que el matrimonio con San José era meramente legal y nunca hubo consumación), y luego lo nutrió con sus nutrientes maternos, alimentando al Verbo de Dios Encarnado, como hace toda madre con su hijo recién concebido, cumpliendo así las obras de misericordia corporales que dicen: "Dar de comer al hambriento y de beber al sediento"; la Virgen obró la misericordia corporal con su Hijo Jesús, alojando en su seno virginal el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesucristo, Rey del Universo, convirtiéndose así en Sagrario Viviente más precioso que el oro y en Custodia Viva del Verbo de Dios humanado; le tejió un cuerpo humano, y así cumplió con la obra de misericordia corporal que dice: "Vestir al desnudo", para que el Verbo de Dios, que era invisible, se hiciera visible, y tomara forma de Niño humano, al nacer en el Portal de Belén, para que ese Niño, que era Dios, al nacer en Belén, que significa "Casa de Pan", se entregara luego en la cruz y en la Santa Misa, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, como Pan de Vida eterna, que concede la Vida eterna del Ser trinitario de Dios a quien lo consume con fe y con amor; la Virgen obró la misericordia corporal con su Hijo Jesús, porque lo protegió de todo peligro en su seno materno durante nueve meses;
          La Inmaculada Concepción obró la misericordia corporal con el Niño Jesús al nacer, porque al nacer virginalmente en la fría noche de Navidad -recordemos que su Nacimiento fue milagroso, estando la Virgen de rodillas, el Niño salió de la parte superior de su vientre materno, así como la luz del sol atraviesa un cristal, sin hacerle daño, y por eso la Virgen es Virgen antes, durante y después del parto-, luego de haberlo recibido un ángel, que se lo entregó a la Virgen, la Virgen apenas nacido, lo envolvió en pañales y lo cubrió con su manto, para protegerlo del frío de la noche, y comenzó a amamantarlo, porque el Rey de cielos y tierra, el Creador del universo visible e invisible, al nacer en este mundo, experimentó frío y hambre, y la Virgen le dio calor y sació su hambre, y así la Virgen no solo impidió que su Hijo recién nacido muriera de frío y de hambre, sino que lo alimentó con su leche materna  y le dio calor con su amor maternal, y así continuó haciéndolo durante toda la primera infancia de su Hijo Jesús, el Niño Dios;
          -La Inmaculada Concepción obró la misericordia corporal con el Divino Niño, durante la infancia de Jesús, alimentándolo, cuidándolo, educándolo, y sobre todo protegiendo y salvando su vida en la huida a Egipto, cuando el rey Herodes "buscaba al Niño para matarlo" (cfr. Mt 2, 13); la Virgen no dudó un instante en arriesgar su vida, junto con San José, emprendiendo un largo y peligroso viaje, obedeciendo a las indicaciones del ángel, para poner a salvo la vida de su Hijo Jesús, cuando los guardias del rey Herodes, alentados por Satanás, buscaban a Jesús por toda Palestina, buscando asesinarlo -lo cual dio origen a la "Matanza de los Inocentes"- y por eso la Virgen obró la misericordia corporal con su Hijo;
          -La Inmaculada Concepción obró la misericordia corporal con su Hijo Jesús, una vez pasado el peligro de Herodes, cuando regresaron a Nazareth, durante el resto de su infancia, de su adolescencia y de su juventud, es decir, durante todo el tiempo en el que Jesús "crecía en sabiduría, en gracia y en estatura, para con Dios y los hombres" (Lc 2, 52) hasta que llegó el día en el que Jesús, ya adulto joven, obedeciendo al mandato del Padre, salió a predicar el Evangelio, sabiendo que no habría de volver, porque debía entregar su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la cruz, para nuestra salvación. La Virgen fue misericordiosa con su Hijo Niño, Adolescente y Joven, porque no solo jamás lo abandonó ni le hizo faltar la comida, sino que lo cuidó y lo instruyó humanamente, porque aunque Jesús era Dios Hijo Encarnado, y por lo tanto, omnisciente, en su naturaleza humana necesitaba de cuidados e instrucción, y esta tarea la cumplió la Virgen como Madre, y así la Virgen cumplió con la obra de misericordia espiritual que dice: "Dar buen consejo al que lo necesita", porque aconsejó a su Hijo durante toda su niñez, su adolescencia y su juventud.
          -La Inmaculada Concepción obró la misericordia espiritual con su Hijo Jesús, acompañándolo en su Pasión, a lo largo del Via Crucis, haciéndole sentir su presencia y su amor maternal, confortándolo espiritualmente con su amor de madre, ya que por la presencia de los soldados romanos y por el gentío no podía socorrer físicamente a Jesús; sin embargo, Jesús, sabiendo que su Madre lo acompañaba a lo largo del Via Crucis, se sentía aliviado en sus terribles dolores, en sus dolores, en el horror que le provocaba ver la maldad de toda la humanidad desencadenada sin freno contra la bondad y la santidad infinita de un Dios que se había encarnado solo para dar su Amor a los hombres, y que ahora le pagaba condenándolo a muerte, y así la Virgen cumplió con la obra de misericordia espiritual que dice: "Consolar al triste";
          -La Inmaculada Concepción obró la misericordia espiritual, permaneciendo con su Hijo Jesús al pie de la cruz, participando moral y espiritualmente de todos los dolores de su Hijo Jesús, y ofreciendo al Padre el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, convirtiéndose así en Corredentora de la Humanidad. Jesús, en su agonía de tres horas en la cruz, desde las doce del mediodía hasta su muerte a las tres de la tarde en el Viernes Santo, tuvo un solo consuelo, el consuelo de la Presencia de Nuestra Señora de los Dolores, la Única que permaneció erguida, al pie de la cruz, sin abandonar a Jesús, porque todos los discípulos y los amigos de Jesús lo abandonaron, e incluso, hasta Dios Padre, aunque no lo abandonó, sí se retiró de su Presencia, hasta darle la sensación a Jesús de que lo había abandonado, y por eso es que Jesús, en un momento, dice, con mucha tristeza: "Padre, ¿por qué me has abandonado?". Pero si el Padre, que no lo ha abandonado, aunque pareciera haberlo abandonado, hace sentir su aparente ausencia, la Virgen está al pie de la cruz, y Ella es la Única que no lo abandona, y por eso la Presencia de Nuestra Señora de los Dolores al pie de la cruz, es el único consuelo espiritual que tiene Jesús en medio de tanto dolor, en medio de tanta tristeza, en medio de tanta angustia. Por esto es que la Virgen obró la misericordia espiritual, para con su Hijo Jesús, y así la Virgen cumplió con la obra de misericordia espiritual que dice: "Rogar a Dios por vivos y difuntos".
          Pero la Inmaculada Concepción obra también, con sus hijos pródigos, nosotros, los bautizados, la misericordia corporal y espiritual, llevándonos a algunos en sus brazos maternos, a otros, tomándonos de la mano, como a niños pequeños, ayudándonos a caminar por el Via Crucis de la vida, para que lleguemos hasta la cima del Monte Calvario, para que crucificados junto a su Hijo Jesús, demos muerte al hombre viejo, al hombre del pecado, al hombre dominado por las pasiones, el vicio y la malicia, y así resucitemos al hombre nuevo, el hombre nacido a la vida de la gracia, el hombre que tiene nuevo el corazón, porque es el corazón transformado por la gracia santificante en un nido de luz, en donde va a posarse la Dulce Paloma del Espíritu Santo. Con nosotros, la Virgen obra todas las obras de misericordia, por medio de la Iglesia. Pero con nosotros, obra la misericordia principalmente, porque nos alimenta con el fruto de sus entrañas, el Pan de Vida eterna, que contiene en sí todo el Amor de Dios, el Pan Vivo bajado del cielo, su Hijo Jesús en la Eucaristía. La Virgen obra con nosotros la misericordia porque Ella es la Madre de la Divina Misericordia; Ella es la Madre de Jesús Misericordioso, y por medio de Ella, y gracias a Ella, se derrama sobre nuestras almas el Amor Misericordioso de Dios, contenido en el Pan Eucarístico, y por eso la Virgen obra con nosotros la misericordia.
          De esta manera, siendo misericordiosa con su Hijo Jesús y con nosotros, la Virgen nos enseña a nosotros a ser misericordiosos para con nuestros prójimos más necesitados, lo cual nos hace recordar que si no obramos la misericordia, si no somos misericordiosos, no entraremos en el Reino de los cielos, tal como lo dice Jesús. En el Día del Juicio Final, Jesús les dirá  a los que se salven: "Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estuve desnudo y me vestisteis; estuve enfermo y me socorristeis; estuve preso y me visitasteis"; y los que se salven, le dirán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, con sed, desnudo, enfermo, preso, y te socorrimos?"; Jesús les responderá: "Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis pequeños, CONMIGO LO HICISTEIS". A los que se condenen, Jesús les dirá: "¡Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el Demonio y sus ángeles! Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; estuve desnudo y no me vestisteis; estuve enfermo y no me socorristeis; estuve preso y no me visitasteis". Y los que se condenen, le dirán: "Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, con sed, desnudo, enfermo, preso, y no te socorrimos?" Y Jesús les dirá: "Cada vez que no lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, CONMIGO NO LO HICISTEIS" (Mt 25, 35-45).
          Este pasaje evangélico acerca del Juicio Final nos enseña acerca de la misteriosa e invisible Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo en el prójimo más necesitado; en otras palabras, Jesús, que es Dios, está en el cielo y está en la Eucaristía, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, pero también, misteriosa e invisiblemente, pero no por eso menos realmente, Presente, en el prójimo más necesitado, y ésa es la razón por la cual, todo, absolutamente todo lo que hacemos a nuestro prójimo, sea en el bien, como en el mal, se lo hacemos a Él, y Él nos lo devuelve, multiplicado al infinito, en el bien y en el mal, porque solo quien es capaz de dar misericordia, es decir, quien es capaz de obrar la misericordia para con su prójimo -según su estado de vida-, recibirá misericordia; quien no es capaz de dar misericordia, esto es, quien no es capaz de atender a un prójimo enfermo, o de visitar a uno que está encarcelado, o quien no es capaz de obrar la misericordia según su estado de vida, ese tal no recibirá misericordia de parte de Dios el día de su Juicio Particular, y el Día del Juicio Final, escuchará las palabras de sentencia del Terrible Juez: "¡Apártate de mi Presencia para siempre!".
          Precisamente, la Virgen es entonces, modelo de misericordia para quienes desean salvar sus almas y ser caritativos para con sus prójimos; todo lo que tienen que hacer es meditar y contemplar a la Virgen en su obrar para con su Hijo Jesús, y así sabrán cómo deben obrar para con sus prójimos más necesitados, y así alcanzarán las obras necesarias para poder entrar en el Reino de los cielos.
          La Inmaculada Concepción no es entonces, un mero título ni una devoción más entre tantas: cuando meditamos y contemplamos su significado, vemos que constituye la llave maestra para nuestra vida espiritual más profunda y elevada para esta vida, y es la Puerta Abierta para la vida eterna: para esta vida, porque es el modelo de pureza fe, de mente, de corazón y de alma, para el acto más importante que una persona pueda hacer en esta vida terrena, y es la unión sacramental con Jesús Eucaristía, y para la otra vida, es la Puerta Abierta al cielo, porque si la imitamos en su obrar la misericordia hacia su Jesús, tenemos asegurada la vida eterna y nuestra salvación.
        
        Propósito: hacer obras de misericordia -concretas- espirituales y/o materiales, según el estado de vida de cada uno, todos los días, o la mayor cantidad de veces que pueda. Por ejemplo, si pertenezco a una Parroquia, no solo visitar a los enfermos más abandonados -sobre todo a los que hayan pertenecido a los movimientos parroquiales-, sino brindar mi tiempo y mi ayuda.



[1] OBRAS CORPORALES DE MISERICORDIA
1. Dar de comer al hambriento
2. Dar de beber al sediento
3. Dar posada al necesitado
4. Vestir al desnudo
5. Visitar al enfermo
6. Socorrer a los presos
7. Enterrar a los muertos

OBRAS ESPIRITUALES DE MISERICORDIA
1. Enseñar al que no sabe
2. Dar buen consejo al que lo necesita
3. Corregir al que está en error
4. Perdonar las injurias
5. Consolar al triste
6. Sufrir con paciencia los defectos
de los demás
7. Rogar a Dios por vivos y difuntos

viernes, 24 de agosto de 2012

Qué implica la consagración a la Virgen María



         Nuestra Señora del Rosario se manifestó en San Nicolás de modo extraordinario, dejando a una vidente varios mensajes, por medio de los cuales quiere transmitirnos el urgente pedido de Dios Padre: la conversión del corazón.
         Ser devotos de la Virgen del Rosario de San Nicolás –y de cualquier otra advocación, puesto que la Virgen, obviamente, es una sola-, implica un verdadero esfuerzo y trabajo espiritual. Se equivoca quien piensa que la devoción a María, y la Consagración a su Inmaculado Corazón, está destinado solamente a quienes por la edad ya no tienen una ocupación activa en la sociedad. Por el contrario, si la Virgen se manifiesta de modo extraordinario, es para hacernos dar cuenta de que todos los hombres, de toda edad y raza, de cualquier nación de la tierra, debemos consagrarnos a Ella, puesto que es el refugio seguro ante la ira del Padre, desencadenada por nuestro desprecio e indiferencia a su Hijo Jesús y el don de su Amor, el Espíritu Santo.
         ¿Qué implica entonces la Consagración a la Virgen? No se trata simplemente de asistir a Misa los días 25; no se trata de simplemente encaminarse detrás de una procesión con su imagen; no se trata de simplemente creer que se es devoto y por lo tanto, agradable a la Virgen, por el hecho de cumplir con estas mínimas exigencias. La consagración a la Virgen implica un gran esfuerzo de lucha espiritual, ante todo contra sí mismo, puesto que el propio “yo”, el “ego” desmedido, crecido en la soberbia, es el principal enemigo de nuestra santificación y por lo tanto de nuestra salvación.
         ¿Cuáles son las exigencias de la consagración a María?
         Ante todo, oración, porque sin oración, no hay vida espiritual, no hay luz divina, no hay crecimiento interior. La oración es un diálogo vivo con el Dios Viviente, por medio del cual el alma recibe de Dios su Vida, que es al mismo tiempo luz divina y alimento celestial. Si no hay oración, o si esta es débil y cansina, fatigosa y mecánica, entonces toda la vida espiritual se reduce al mínimo indispensable, como si comparáramos la vida de un vegetal con la vida de un hombre. Y dentro de esta oración, además de la lectura y meditación de la Sagrada Escritura, ocupa un lugar imprescindible el rezo del Santo Rosario, por medio del cual la Virgen nos configura a su Hijo Jesús, imprimiendo su vida y sus misterios en nuestros corazones.
         Otra exigencia de la consagración a la Virgen es la asistencia a la Santa Misa, al menos dominical, ya que si el Rosario nos configura a Cristo, imprimiendo una imagen suya viva, la Eucaristía nos brinda al mismo Cristo en Persona.
         Como consecuencia de estas dos oraciones, el alma se llena de aquello que constituye –o debe constituir- su sustento principal: el amor, a Dios y al prójimo, comenzando por aquel prójimo con el cual, por algún motivo, se encuentra enfrentado conmigo. Este amor debe vivirse en relación a nuestro prójimo, en la vida cotidiana, en las situaciones de todos los días, dentro y fuera del hogar: la señal distintiva del cristiano es el amor fraterno, manifestado de múltiples maneras: humildad, afabilidad, perdón de las faltas, suavidad, afecto, disimulo de los defectos ajenos, caridad sobrenatural, sacrificio, ausencia de maledicencia y de malos pensamientos hacia el prójimo.
        Son tan importantes el amor y la humildad, que se puede decir que quien no ama a su prójimo, comenzando por el que es su enemigo, pensando, hablando y actuando con malicia hacia él, demuestra un alto grado de soberbia, lo cual contradice la Consagración a la Virgen, y hace vana su religión: “El que no refrena su lengua, no vale nada su religión”, dice el Apóstol Santiago.
         Revisemos entonces nuestra vida espiritual, para que la consagración a la Virgen sea del agrado del Sagrado Corazón de Jesús.

sábado, 30 de abril de 2011

La Virgen María es Madre de la Divina Misericordia

Jesús Misericordioso recibió misericordia,
en cuanto hombre,
de su Madre, María Santísima,
y en cuanto Dios encarnado,
infinitamente misericordioso,
nació de María Virgen.
Por eso la Virgen
es Madre de la Divina Misericordia
y Maestra de Misericordia,
porque nos enseña a ser misericordiosos,
como Ella para con su Hijo Jesús.

La misericordia, la caridad, la compasión para con el prójimo y el amor para con Dios, son la esencia de la religión católica. Es por eso que la Iglesia recomienda a sus hijos vivir esa misericordia y esa caridad con obras concretas dirigidas al prójimo. Para eso, la Iglesia se basa en la parábola de Jesús, en donde Jesús se pone en la persona del prójimo: “Tuve hambre, sed, era forastero, estuve encarcelado… todo lo que hicisteis o dejasteis hacer con uno de estos pequeños, conMigo lo hicisteis o lo dejasteis de hacer” (cfr. Mt 23, 37-40).

Sin caridad, sin misericordia, la religión se vuelve un instrumento desafinado, una sombra sin luz, una parodia de la verdadera religión, una piedra lanzada al rostro, en vez de la mano tendida en ayuda, un insulto a Dios, en vez de la alabanza y la adoración, un sepulcro que aloja restos en descomposición, y no vida nueva en el Espíritu.

¿Dónde aprender la misericordia para con nuestro prójimo? Por supuesto que en el mismo Jesús, que da una muestra máxima de misericordia en la cruz, donando su vida por nosotros. También de los santos, como por ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta, que puede decirse que fue una prolongación de la misericordia misma de Jesús en la tierra.

Pero la primera en obrar la misericordia, y no con un prójimo cualquiera, sino con su Hijo, que era Dios encarnado, es la Virgen María[1].

María obró con su Hijo Jesús todas las obras de misericordia: le dio de comer y de beber, lo nutrió con su substancia materna, lo alojó en un hospedaje especialísimo, su seno virgen materno, allí el peregrino en la tierra, el Verbo Eterno del Padre, recibió hospedaje por nueve meses, lo vistió, al nacer, con pañales, y para afrontar dignamente la Pasión, le tejió una túnica inconsútil, y al encarnarse, le proveyó un vestido especialísimo, una naturaleza humana; para que pudiera entregarse como Pan de Vida eterna, lo alimentó como Madre amorosa durante treinta años, con alimentos caseros, los mejores que hay, y más cuando son preparados por una Madre; cuando estuvo perdido en el templo, lo buscó y lo encontró, cuando estuvo encarcelado y cuando era conducido al patíbulo, lo reconfortó con su Presencia de Madre amorosa y dedicada. Incluso obró con su hijo la piadosa tarea de sepultar a los muertos, y nada menos que con el Hijo de su Corazón: después de muerto en la cruz, Ella lo llevó, con los discípulos, al sepulcro de piedra, y lo lloró con un llanto amargo e insondable por tres días.

María es la fuente de la misericordia, es la Madre de la Divina Misericordia, porque de Ella nació Dios Hijo encarnado, que es la encarnación de la Misericordia y del Amor divino. María es también nuestro modelo y nuestra Maestra de Misericordia, porque nos enseña a ser misericordiosos para con el prójimo más necesitado, así como Ella fue misericordiosa para con su Hijo Jesús, que era Dios, pero también bebé recién nacido, niño, joven, adulto, y fue el Hombre-Dios agonizante en la cruz, que recibió de María Santísima los últimos cuidados y las últimas atenciones, antes de morir.

La esencia de la religión católica es el amor a Dios y al prójimo, amor que se proclama no desde el ambón ni con palabras, sino con obras, como las obras que Ella hizo con su Hijo Jesús, y aunque no deben ser obradas esperando ninguna recompensa, María y Jesús recompensan a quienes las obren.


[1] Cfr. Laureano Castán Lacoma, Las Bienaventuranzas de María, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid4 1976, 157ss.