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jueves, 3 de noviembre de 2022

La soberbia aleja de Jesús, la humildad nos acerca a Él

 



         En la aparición del 1 de enero de 2005, Gladys Motta describe así la aparición de Jesús y el mensaje de Nuestra Señora del Rosario de San Nicolás: “Veo a Jesús, está completamente iluminado. Me dice: “Hija mía, de las almas quiero docilidad y obediencia. Muchos son los soberbios que nada quieren saber de Mí, pero deseo que la humanidad sepa que me apena la soberbia de los injustos y mucho me agrada la humildad de los justos. Ora para que la humanidad se acerque a Mí, porque Yo asistiré benignamente a las almas que estén Conmigo”[1].

         Jesús nos pide, en este mensaje, al igual que en el Evangelio, la virtud de la humildad, ya que esta virtud es la que más nos hace participar de los Sagrados Corazones de Jesús y María: “Aprendan de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. La insistencia de Jesús en la humildad no es solo por la virtud, sino para que nuestros corazones sean como el suyo y como el de la Virgen y además para que se alejen del corazón ennegrecido y pervertido del Demonio, que está lleno del pecado opuesto a la humildad y es la soberbia. Quien no es humilde, es soberbio; quien es soberbio, no es humilde.

         ¿Cómo saber si un alma es humilde o soberbia? Primero, si desea imitar a los Sagrados Corazones de Jesús y María; luego, si hace el esfuerzo, tanto de vivir en gracia, evitando el pecado, como así también de vivir y practicar los Mandamientos de la Ley de Dios, porque el que pone por encima de su voluntad a los Mandamientos de Dios, pone por encima a la voluntad de Dios, que se expresa en esos Mandamientos, sometiendo su propia voluntad a la voluntad de Dios y es en esto en lo que consiste la humildad. Por ejemplo, si el Mandamiento dice: “No robarás”, pero el alma se dice a sí misma: “No me importan los Mandamientos de Dios, lo mismo voy a robar”, entonces demuestra soberbia, porque pone por encima su propia voluntad, que es robar, y no la voluntad de Dios, que es la de que el alma no robe, que no tome nada de lo que no le pertenece y así sucede con todos y cada uno de los Mandamientos.

         Examinémonos personalmente, cómo vivimos los Mandamientos de la Ley de Dios y hagamos el esfuerzo por cumplirlos; de esa manera, haremos realidad el deseo de Jesús y de la Virgen, de que nuestros corazones por lo menos intenten ser humildes y no soberbios.



[1] Cfr. Mensajes de la Virgen, María del Rosario de San Nicolás, Mensajes desde 1-1-2005 al 31-12-2009, 5.

viernes, 11 de diciembre de 2020

Nuestra Señora de Guadalupe y la conversión eucarística

 



         En el curso de un exorcismo realizado en México, un demonio dijo al sacerdote exorcista: “Todo aquí –en México- me pertenecía hasta que llegó Ella”, refiriéndose a la Virgen de Guadalupe. El demonio, siendo como es, el “Padre de la mentira”, es mentiroso por esencia, pero en algunas oportunidades dice la verdad, como es en este caso: que todo en América era posesión del demonio, se puede constatar fácilmente, acudiendo a los libros de historia. En efecto, antes de la llegada de los Conquistadores y Evangelizadores de España, en América, sobre todo en Centroamérica y en Sudamérica, predominaban las religiones paganas, caracterizadas por los brutales rituales en los que se realizaban sacrificios humanos masivos. Estos sacrificios humanos eran parte de la religión y de la cultura de los aztecas, los mayas y los incas, entre otros pueblos indígenas. De hecho, cuando llegaron los españoles, con Hernán Cortés a la cabeza, una de las razones por las que ganaron los españoles es que se aliaron a ellos numerosas tribus indígenas, que eran esclavizadas por otras tribus indígenas, para tener material humano para sacrificar a los dioses. Estos dioses eran demonios, tal como lo dice la Escritura: “Los dioses de los paganos son demonios” (1 Cor 10, 20): por eso, cuando hacían sacrificios humanos a sus dioses, eran sacrificios humanos ofrecidos a los demonios, que se manifestaban como ídolos, a los que los indígenas rendían culto sangriento. Al revisar la historia, entonces, nos damos cuenta de que lo declarado por el demonio en el exorcismo era verdad: antes de la llegada de la Virgen, “todo” le pertenecía al demonio, porque las religiones predominantes eran las religiones paganas que, en el fondo, eran demoníacas. Hay otro dato que confirma el dominio del demonio en estas tierras en la era pre-hispánica: antes de las apariciones de la Virgen como Nuestra Señora de Guadalupe a San Juan Diego, las conversiones a Jesucristo eran muy escasas, pero a partir de las apariciones, los registros históricos dan cuenta de conversiones masivas al catolicismo, al punto que se afirma que, luego de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe, se convirtieron a Jesucristo y su Iglesia unos ocho millones de indígenas.

         Las apariciones de la Virgen como Nuestra Señora de Guadalupe tiene, entonces, entre otras características, la de convertir el corazón del hombre, apegado a las cosas de la tierra y esclavizado al demonio por el pecado, a Jesucristo, Verdadero Hombre y Verdadero Dios, Nuestro Redentor y Nuestro Salvador.

         En nuestros días, en los que pareciera que todo está bajo el dominio del demonio, porque las leyes humanas promueven la cultura de la muerte –como por ejemplo, la ley del aborto-, es imperioso y urgente que elevemos nuestros ojos del alma a Nuestra Señora de Guadalupe, para que repita los portentos que realizó en la época de sus apariciones a Juan Diego y le roguemos a Nuestra Señora de Guadalupe que arrebate los corazones endurecidos por el pecado, que en cuanto tales están en poder del demonio y los convierta a Nuestro Señor Jesucristo. Le pidamos entonces a la Virgen de Guadalupe una gracia extraordinaria, para estos tiempos extraordinariamente malos que estamos viviendo: la gracia de la conversión eucarística del corazón, la gracia de la conversión de los corazones al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

lunes, 25 de junio de 2012

La Virgen del Rosario de San Nicolás y el rezo del Rosario



         Las apariciones de la Virgen María son hechos prodigiosos, cuya dimensión trascendental y sobrenatural se nos escapa, por el hecho de estar inmersos en el mundo material y terreno, y por estar condicionados por lo que nuestros sentidos pueden captar, ya que tenemos tendencia a creer que la única realidad “real” es la material y sensible.
         Precisamente, cuando la Virgen se aparece, en cumplimiento de los designios divinos, es para que, iluminados por la gracia, estemos más atentos a esa parte de la realidad que no puede ser percibida por los ojos, pero sí por la luz de la fe, y es la realidad del más allá, de lo que existe más allá de esta vida, la vida eterna. Nuestro mundo actual, es un mundo materialista, que considera que hay una sola vida, esta, la terrena, y que fuera de ella no hay nada, o no importa lo que pudiera haber; lo que importa, según esta visión mundana, es “disfrutar” de esta vida, “pasarla bien”, no importa a qué costo, y es así como se justifican todo tipo de cosas ilícitas y prohibidas por la ley de Dios. Muchos, muchísimos cristianos, caen en la trampa que les tiende el mundo y el demonio, y olvidándose lo que alguna vez aprendieron en el catecismo, viven la vida como si nunca hubieran recibido el bautismo, como si nunca hubieran sido adoptados por Dios como hijos, y como si nunca hubieran recibido el llamado de Cristo a seguirlo camino del Calvario.
Es así como los cristianos pierden de vista la vida sobrenatural, la vida de la gracia, para vivir en cambio una vida puramente natural la cual, en la mayoría de los casos, termina animalizándose, con lo que el que había sido llamado a ser hijo de Dios, finaliza comportándose peor que un animal salvaje.
         En el caso de las apariciones de la Virgen en San Nicolás, la realidad sobrenatural que la Virgen quiere hacernos ver, de parte de Dios, es la de la salvación eterna. Esta vida terrena, la que vivimos en el tiempo, dura muy poco, como máximo, cien o ciento diez años, ya que no hay ser humano que pueda vivir más que eso, y luego, viene la vida eterna, en donde el alma se encuentra cara a cara con Dios, recibe su juicio particular y, si es encontrada digna, es llevada por Cristo y María Santísima al Reino de Dios Padre.
Lo que sucede es que este ingreso al Reino de los cielos no se produce de modo automático: el alma debe presentarse ante Cristo, en su juicio particular, cargada con tesoros espirituales, celestiales, ya que eso es lo que Jesús nos dice que hagamos: “Atesorad tesoros en el cielo”, y una buena parte de esos tesoros celestiales, que granjean la entrada al cielo, se consigue con la oración, sobre todo del Santo Rosario.
Entonces, la Virgen se aparece en San Nicolás para advertirnos de los engaños del mundo y del demonio, que nos seducen con cosas falsas -placeres terrenos, gula, ocio, pereza, música estridente e indecente, películas de cine y programas de televisión inmorales, acceso por Internet, de modo fácil y anónimo a toda clase de perversiones, y toda clase de aberraciones contra la naturaleza, a las que hacen pasar por buenas, cuando en realidad son malicia del infierno encubierta-, para apartarnos de la vida feliz y eterna en la contemplación de Dios Uno y Trino, y conducirnos al infierno.
Las apariciones de la Virgen María tienen por lo tanto un carácter de advertencia urgente, ya que la Virgen viene desde el cielo para abrir nuestros ojos, para que iluminados por la gracia, podamos no solo descubrir los anchos caminos de la perdición, sino también, ante todo, para que seamos capaces de descubrir el angosto camino que conduce a la salvación: el camino de la Cruz, en el seguimiento de Cristo crucificado.
 La Virgen se apareció en nuestras tierras argentinas para pedirnos que recemos el Rosario, para que salvemos nuestras almas y las de nuestros seres queridos. No seamos sordos a su urgente llamado maternal.