Mostrando entradas con la etiqueta Papa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Papa. Mostrar todas las entradas

miércoles, 13 de marzo de 2013


Os anuncio un gran gozo:
Tenemos Papa:


El argentino Jorge Mario Bergoglio es el nuevo papa, Francisco I


el eminentísimo y reverendísimo Señor,
Don Jorge Mario,
Cardenal de la Santa Iglesia Romana,
que se ha impuesto el nombre de
Francisco 

Junto a Su Santidad Benedicto XVI,
prometemos al nuevo Vicario de Cristo
"reverencia y obediencia incondicional"

jueves, 8 de marzo de 2012

María, modelo de mujer



El pontificado de Juan Pablo II tiene muchas características a destacar; una de ellas, tal vez una de las que más sobresale entre todas, es su devoción a la Virgen María. Esto se ve, por ejemplo, en las prédicas de Juan Pablo II a los jóvenes, en sus homilías, en sus documentos oficiales, en las visitas a numerosos santuarios marianos. Es decir, durante todo su pontificado, es constante la referencia a María. De hecho, el lema de Juan Pablo II está dirigido a María: “Soy todo tuyo” (Totus tuus). ¿Qué es lo que demuestra esto? Esto demuestra que Juan Pablo II toma como modelo de mujer a María.
Juan Pablo II toma como modelo de mujer a la Virgen María, pero también el mundo pone como modelo a una mujer; un modelo que se opone casi frontalmente a María.
En este modelo que propone el mundo, el papel de la mujer está desvalorizado, o sino, valorizado, pero fuera de su contexto, ya que se pretende que la mujer realice todo tipo de trabajos fuera de casa, que alcance un logro profesional, una carrera, un reconocimiento en la sociedad (por ejemplo, hoy no es raro ver mujeres astronautas, mujeres generales de ejército, mujeres soldados, mujeres taxistas, futbolistas, rugbistas, es decir, ocupando lugares que eran tradicionalmente reservados al hombre), pero que abandone o postergue o considere de poca importancia su papel de madre, de esposa, de educadora de sus hijos. El Papa Juan Pablo II, paradójicamente, nos pone como modelo insuperable a seguir y a imitar, a una mujer hebrea, que nació y vivió en un lugar desconocido de Palestina; una mujer a la cual los evangelios nombran muy poco, casi nada; a una mujer de una cultura y de un tiempo en el que la mujer estaba mucho más relegada que hoy en día; una mujer que, vista con los ojos de hoy, sería una desconocida, alejada de la fama, del bienestar, de la riqueza y del poder; una mujer ama de casa, madre, sin empleo fijo, dedicada a su familia, lejos de los centros de poder y de reconocimiento del mundo.
En la era de la reivindicación de los derechos de la mujer, Juan Pablo II consagró su pontificado a una mujer de raza hebrea, cuya tarea más grande y única fue la de educar a su único Hijo, y cuya única ocupación fue la de ser ama de casa, la Virgen María; además, dijo públicamente que fue una mujer, la Madre de Dios, quien lo salvó de la muerte, cuando dispararon contra él en la Plaza San Pedro, con lo cual proclama, implícitamente, la superioridad de esta Mujer sobre las oscuras fuerzas del mal que planearon el atentado. 
En la era de la reivindicación de la mujer, Juan Pablo II reconoce públicamente que es una mujer, la Virgen María, la poseedora de una grandeza, nobleza, majestad y poder celestial de tal magnitud, que guía a su pontificado -uno de los más brillantes de la historia- y salva su vida, y al hacer este reconocimiento, Juan Pablo II -y con él, la Iglesia-, propone, implícita y explícitamente, a María Santísima como modelo de mujer. 
Es decir, pareciera como que Juan Pablo II –y con él, toda la Iglesia de todos los tiempos-, nos está proponiendo como modelo a un modelo o tipo de mujer que no encaja en nuestros tiempos, que ha sido superada por los modelos de mujer de los tiempos de hoy.
Dos modelos de mujer, contrapuestos entre sí, uno, ofrecido por el mundo, otro, por el Papa y por la Iglesia.
¿Quién tiene razón? ¿El mundo, que nos propone un modelo de mujer totalmente distinto, que no cumple las funciones de madre, de esposa, de consagrada? ¿O el Santo Padre y la Iglesia, que nos proponen como modelo a una mujer hebrea, modelo ejemplar de Madre virgen, de Esposa casta, de amor a su Hijo y a sus hijos adoptivos, a su esposo terreno, que es como su hermano, a su Dios, que es a la vez su Creador, su Esposo, su Hijo y su Redentor, con un poder tan grande como para salvar vidas y guiar la Iglesia hacia su destino de eternidad?

miércoles, 7 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (VII)


Las misteriosas relaciones entre María Inmaculada y la Santa Sede


         Entre María Santísima y la Sede de Pedro hay misteriosas relaciones que escapan a la sola razón humana. La Santa Sede no es sólo un organismo de gobierno de una sociedad religiosa encargada de hacer pública y universal las fiestas de la Virgen, como por ejemplo, la de la Inmaculada Concepción. Hay algo mucho más profundo de lo que aparece a simple vista.
         ¿De qué se trata?
De que se trata, es que hay entre ambos misterios algo que los une estrecha e indisolublemente, de manera tal que no se entienden el uno sin el otro, y ese “algo” es de origen celestial, sobrenatural, que hace que tanto la Virgen como la Santa Sede, señalen a la humanidad entera un nuevo destino, insospechado e inimaginable, un destino de feliz eternidad.
         Así como María Santísima, en su Concepción Inmaculada, está señalando a la humanidad un destino altísimo, sobrenatural, que sobrepasa las capacidades de filiación y de fraternidad de la raza humana, así la Santa Sede, custodia del depósito de la Revelación, señala a la humanidad la vocación a conocer una Verdad sobrenatural absoluta, que sobrepasa las capacidades y posibilidades de conocimiento de la razón humana.
         Y la conexión entre ambos misterios es que, tanto María Santísima, como la Santa Sede, albergan en su seno al mismo Verbo de Dios, la Sabiduría eterna encarnada, Jesucristo, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios.
 Mientras María Santísima, por medio del Espíritu Santo, engendra al Verbo de Dios, que al encarnarse se ha hecho hermano de los hombres para unirlos a sí y, en Él, a Dios, la Santa Sede lo proclama con una infalibilidad celestial, porque está asistida por el Espíritu Santo.
         Así como tanto la Virgen como el Papa, señalan a toda la humanidad, a todos los hombres de todos los tiempos, un solo Camino a recorrer, una sola Verdad en la que creer, una sola Vida que recibir y vivir, Cristo Jesús, el Hombre-Dios.
                Y de la misma manera a como María Santísima fue enriquecida sobremanera de manera tal de superar en gracia a todos los ángeles y santos juntos, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, así también se le otorgó la infalibilidad al Papa, porque la Santa Sede debía conducir a todos los hombres de todos los tiempos al conocimiento infalible de Dios como Uno en naturaleza y Trino en Personas, conocimiento que supera infinitamente a cualquier conocimiento posible de alcanzar por cualquier creatura, sea hombre o ángel, conocimiento por el cual los hombres serían capaces de conocer y amar al Hombre-Dios Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad encarnada para la salvación de los hombres.
Precisamente, uno de los más malignos artificios de Satanás consiste en tratar de destruir ambos misterios: de María, afirmando que es sólo la madre de Jesús de Nazareth, un hombre  bueno, pero solamente hombre; y de la Santa Sede, afirmando que su enseñanza no es infalible.
         Como cristianos, jamás cedamos a la tentación de rebajar los sublimes y grandiosos misterios que unen a María Santísima con la Santa Sede, al nivel de la razón humana. Por el contrario, pidamos siempre la gracia de ser iluminados de tal manera, que veamos siempre en la Virgen a la Madre de Dios, y en el Santo Padre, al Vicario de Cristo, que nos señala, de modo infalible, el conocimiento de Dios Trino.
         He aquí la admirable conexión entre la Santa Sede y María Inmaculada. 


viernes, 2 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (V)




         Por lo general, como católicos, no vemos la conexión entre el Papa, la Eucaristía y la Virgen y, sin embargo, son misterios que están estrechamente unidos, y tan unidos, que es imposible hacer referencia a uno sin nombrar a los otros dos.
         Inmaculada Concepción, Infalibilidad pontificia, Presencia real de Cristo en la Eucaristía, son misterios sobrenaturales íntimamente ligados entre sí.
         ¿Cuál es la relación que existe entre la Virgen, el Papa y Jesús en la Eucaristía? La relación es que María, el Papa y Jesús en la Eucaristía, se presentan en el misterio de la Misa, unidos por el Espíritu Santo.
         A la Virgen concebida sin mancha, Dios, al colmarla de la Presencia del Espíritu Santo, Dios la hace brillar como el Lucero del alba, como el lucero de la mañana, que precede al Sol de gracia aparecido en carne humana, Jesucristo. María es el Lucero del alba que anuncia y precede la llegada del Sol divino de Justicia, Jesucristo, que ilumina las tinieblas del mundo y nos conduce de la noche de esta vida al día de la eternidad en Dios Trino.
         El Papa también, al igual que la Virgen, está asistido por el Espíritu Santo, y por eso su cátedra brilla con la luz eterna de la Verdad eterna de Dios, Jesucristo, Verbo encarnado. Por la infalibilidad pontificia, debida a esta asistencia del Espíritu Santo, el Santo Padre se comporta, como María, al frente de la Iglesia, como el Lucero del alba que ilumina un mundo en tinieblas, con la doctrina de Cristo, Hijo de Dios, Luz de Luz que, viniendo de la eternidad luminosa de Dios, nos conduce y señala el camino hacia esa eternidad, en la oscuridad de nuestro mundo. El Papa, iluminando el mundo con la luz de Cristo, se  comporta como María que, en Belén, dio virginalmente a luz al Verbo del Padre; así, tanto la Virgen como el Santo Padre, iluminan al mundo en tinieblas con una misma luz, la luz de Cristo, no solo evitando las tinieblas del paganismo, sino iluminando con la única luz de Dios, Jesús.
         Y así como María trajo al mundo al Verbo de Dios revestido como un niño humano en Belén, así el Papa trae al mundo al Verbo de Dios, revestido como pan el altar eucarístico, que se convierte así en un nuevo Belén. Es decir, María, trajo a Jesús revestido de niño humano; el Papa, trae a Jesús en cada misa, revestido de pan, al Hijo de María, Dios Hijo, en la Eucaristía. Y María no solo lo trajo en Belén, hace dos mil años, y el Papa no solo lo trae en su misa privada, sino que María y el Papa, que forman parte de la Iglesia, traen a Jesús en la Eucaristía en cada misa, por medio del sacerdocio ministerial.
La misa es entonces como el Lucero del alba, que anuncia la llegada del Sol de justicia, Jesús, que viene a cada alma que comulga, no como Niño, como en Belén, sino revestido de pan, oculto bajo apariencia de pan, por medio del sacerdocio ministerial, que tiene en la unión con el Papa, Vicario de Cristo, su subsistencia y su razón de ser porque por el Santo Padre se comunica a los sacerdotes el poder de Cristo. María trajo a Cristo en Belén, Cristo nombra al Papa su Vicario, el Papa ordena a los sacerdotes ministros de Cristo, para que estos lo hagan Presente a Cristo en su Iglesia como Eucaristía.
Esta es la misteriosa relación entre la Virgen María, el Santo Padre y la Eucaristía.