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miércoles, 25 de marzo de 2020

La Anunciación del Señor


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          Mientras la Virgen se encuentra orando, haciendo una pausa en las labores hogareñas, recibe la visita del Arcángel Gabriel, quien le hace el Anuncio más grande y maravilloso que jamás nadie podría recibir, y es que el Verbo de Dios, el Hijo de Dios, la Palabra Eterna del Padre, que inhabita en el seno eterno del Padre desde todos los siglos, habrá de encarnarse en el seno virginal de María Santísima, si Ella consiente a los planes salvíficos de Dios Padre. La Virgen, que es toda humildad, gracia y pureza y que no desea otra cosa que cumplir la voluntad de Dios, dice “Sí” a la Encarnación del Verbo y en ese momento, se produce el hecho más admirable de la humanidad y más grandioso que la creación de miles de universos juntos, y es que el Verbo de Dios, que habitaba con el Padre desde siempre, comenzará a inhabitar en ese cielo en la tierra que es el seno virginal de María Santísima. Que el que se encarna, sin obra de hombre alguno, es Dios Hijo, lo dice el mismo Evangelio, cuando el Ángel le dice: “La sombra del Altísimo te cubrirá (…) y el Hijo que será engendrado en ti será llamado “Hijo del Altísimo”. Es decir, no cabe duda que no solo no hay intervención de hombre alguno –por esta razón San José es solo su padre adoptivo terreno-, sino que el que se encarna en el seno virginal de María es el Hijo del Eterno Padre, Dios consubstancial al Padre, merecedor, con el Espíritu Santo, de la misma adoración y gloria. Es por esta misma razón que el sacrificio en Cruz de Aquel que se encarna en la Virgen María no es la crucifixión de un hombre cualquiera, sino la del Hombre-Dios y es por eso que su sacrificio en Cruz tiene valor infinito, valor que alcanza de modo más que suficiente para salvar a todos los hombres de todos los tiempos.
          La Anunciación del Ángel constituye la esencia del mensaje del cristianismo, porque quien se encarna, como lo dijimos, no es un hombre más entre tantos, sino que es el mismo Hijo de Dios que, hecho Hombre, ofrecerá el sacrificio perfecto en la Cruz para la salvación de toda la humanidad. Pero no sólo eso: la Iglesia nos enseña que quien se encarnó en el seno virginal de María Santísima por obra del Espíritu Santo, para entregarse como Pan de Vida eterna en el Santo Sacrificio de la Cruz, es el mismo que, también por obra del Espíritu Santo, prolonga su encarnación, en el misterio de la liturgia eucarística, en el seno virginal de la Iglesia, el altar eucarístico, para entregársenos a nuestras almas como Pan Vivo bajado del cielo, que comunica de la vida eterna a quien se une con Él por la Comunión Eucarística. De esta manera, la Anunciación del Ángel a la Virgen, de la Encarnación del Verbo, se complementa con la Anunciación que la Iglesia hace de la prolongación de la encarnación de este mismo Verbo, en el seno virginal de la Iglesia, el altar eucarístico, para donársenos como Eucaristía, como Pan de Vida eterna.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios


(Ciclo B – 2015)
         Hacia el final del año civil y en el comienzo exacto del Nuevo Año, la Iglesia coloca una de sus solemnidades más importantes y significativas: la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Debemos preguntarnos el motivo: si es coincidencia o casualidad –es decir, si la Solemnidad está puesta en esta fecha por la Iglesia sin un motivo especial- o si, por el contrario, guiada por el Espíritu Santo y asistida por la Sabiduría Divina, la Santa Madre Iglesia tiene una razón especial para colocar en este momento de fin de un año y de inicio de otro, una Solemnidad tan importante. Y la respuesta es que la Iglesia, Madre y Maestra de Sabiduría, guiada e iluminada por el Espíritu Santo y asistida por la Divina Sabiduría, no hace nada al azar, y si ha puesto en esta fecha la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, es porque tiene alguna razón. ¿Cuál es?
         Para entender el porqué, debemos primero considerar quién es el Hijo de la Madre de Dios, Cristo. Cristo es Dios. Y puesto que Cristo es Dios, Él, el Hijo de la Virgen, es “su misma eternidad” y Él, siendo Dios Eterno, ingresó en nuestro tiempo, en nuestra historia humana, encarnándose en el seno virgen de María, para redimirnos, es decir, para salvarnos, para destruir y vencer para siempre, con su sacrificio en cruz, a los tres grandes enemigos de la humanidad: el demonio, el pecado y la muerte. Jesús, el Hijo de María, Dios Hijo, siendo Dios Eterno, procedente del seno del Eterno Padre, al encarnarse en el seno virginal de María Santísima, asumió nuestra naturaleza humana en unidad de Persona: quiere decir que Él, siendo Dios, se hizo hombre, sin dejar de ser Dios, para que nosotros nos hiciéramos Dios por participación, por medio de la participación en la vida divina, a través de la gracia.
         Pero el hecho de que Dios Hijo se haya encarnado y haya asumido nuestra naturaleza humana, significa que ha santificado toda nuestra naturaleza humana -con excepción del pecado, porque este ha sido precisamente destruido con su Encarnación y Muerte en cruz- y es por eso que, lo que antes era castigo divino por habernos apartado de Dios –la enfermedad, el dolor, la muerte-, ahora, en Él, en Cristo Jesús, puesto que son realidades asumidas, redimidas –esto es, santificadas- por Él, unidas a Él, se convierten en sacrificios y ofrendas agradabilísimas a Dios. Así, para nosotros, los cristianos, la enfermedad, el dolor y la muerte, si bien son realidades dolorosas, en Cristo Jesús –ofrecidas a Él por manos de su Madre, la Virgen- adquieren una nueva dimensión, una dimensión impensada, inimaginable, porque al unirlas a estas realidades a su cruz, todas estas realidades nuestras humanas, dolorosas, quedan santificadas por Él, porque Él, en cuanto Dios, “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5; Is 43, 19), y a estas realidades las “hace nuevas”, porque las convierte en eventos de santificación y de salvación.
 Por la Encarnación del Hombre-Dios, entonces, quedan santificadas y redimidas nuestras realidades humanas como la enfermedad, el dolor y la muerte, y por supuesto que también la alegría y el gozo, porque todo lo humano bueno, que puede ser asumido y rescatado, no solo es asumido y rescatado por Jesucristo, sino que es elevado a evento de salvación.
Y dentro de estas realidades humanas, asumidas por el Hombre-Dios en la Encarnación y elevadas a eventos de salvación, está el tiempo, la historia, tanto de la humanidad –de toda la humanidad, desde Adán y Eva hasta el último hombre nacido en el Día del Juicio Final-, como el tiempo y la historia de cada hombre, de cada ser humano, en particular. Al encarnarse, Jesús, Hombre-Dios, Dios Eterno, ha asumido y santificado el tiempo, y ha orientado la historia humana y la historia de cada hombre particular, hacia el vértice de la eternidad trinitaria, de manera tal que los segundos, los minutos, las horas, los días, los meses, los años, desde la Encarnación, han quedado “impregnados” –si se puede decir así- de la eternidad divina, y han sido orientados hacia la eternidad divina, por lo que la consumación del tiempo humano finaliza en la eternidad del Ser trinitario.
Dicho en otras palabras, desde la Encarnación del Verbo, toda la historia humana y el tiempo humano, así como el tiempo y la historia personal de cada ser humano, no se explican, ni en su origen ni en su fin, sin una relación directa con el Ser trinitario divino. Esto quiere decir que cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada año, todo el año, todos los años, vividos por el cristiano, le pertenecen, no a él –al cristiano-, sino a Jesús, Dios Eterno, porque Él los ha adquirido, los ha comprado, al precio altísimo de su Sangre, de su Santo Sacrificio de la Cruz. Por la Encarnación del Verbo, cada segundo de nuestras vidas –y por lo tanto, todo el año-, le pertenece a Jesucristo, Dios Eterno, y a Él le debe estar dedicado y consagrado, cada segundo de nuestras vidas y, por lo tanto, todo el año y todos los años que nos resten por vivir en esta vida terrena, para así ser merecedores del feliz encuentro, cara a cara, en el Reino de los cielos.

Ahora, entonces, estamos en grado de comprender por qué la Iglesia coloca, hacia el fin del año civil, y sobre todo, en el primerísimo instante del Año Nuevo que se inicia, la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios: la Iglesia quiere que, al iniciar el Año Nuevo, los hijos de Dios consagren a Jesucristo, por medio de la Virgen, todo el Año Nuevo que se inicia: todo, cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada mes, todos los meses, para que todo el tiempo del Año Nuevo sea vivido de cara a la feliz eternidad, la Eternidad personificada, Cristo Jesús; la Iglesia coloca esta Solemnidad al inicio de un Nuevo Año, para que todo el Año Nuevo sea consagrado a Jesucristo, por manos de la Virgen, para que todo este nuevo tiempo que se inicia sea santo y santificado por Jesucristo, y que ningún segundo –ni uno solo- escape de su santísima, amabilísima y adorabilísima Voluntad. Ésta es la razón, entonces, de por qué la Iglesia coloca la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios, al inicio del Año Nuevo: para que lo consagremos, por medio de sus manos y de su Inmaculado Corazón, a su Hijo, que es la Divina Misericordia encarnada, para que cada segundo del Año Nuevo que iniciamos, esté sumergido en el Amor Eterno de la insondable Misericordia Divina.

jueves, 12 de septiembre de 2013

El Santísimo Nombre de María



          Una vez se escuchó en el cielo el siguiente diálogo entre las Personas de la Santísima Trinidad. Decía Dios Padre: "He decidido crear una creatura para que sea mi Hija, y esta creatura que será mi Hija será tan hermosa, que los ángeles del cielo, los más hermosos entre todos, palidecerán ante su presencia; la belleza de esta hija mía será tanta y tan grande, que la revestiré de sol, le pondré la luna bajo sus pies, y la coronaré de estrellas, para indicar que al tiempo que es mi Hija predilecta, es también la Reina del universo; dotaré a esta Hija mía predilecta de tanta hermosura, gracia, candor, y de innumerables dotes y cualidades, como de poder, y su poder será el mío propio, y será tanto su poder y su fuerza imbatible, que será llamada "Temible como ejército formado en batalla", y ante su solo nombre temblarán las potestades del infierno, y será tan grande su poder con la que la dotaré, que con su solo piececito de doncella, que aunque la Serpiente Antigua logre morderle su calcañal, mi Hija le aplastará su soberbia cabeza con tanta fuerza, que le parecerá a este Dragón del abismo, que soy Yo mismo, Dios Padre, quien pisa su cráneo contumaz; dotaré a esta Hija mía de tanto poder, que cuando los hombres invoquen su nombre con la Corona de Rosas pidiendo su intercesión, tendrá tanto poder ante Nosotros, que será llamada "Omnipotencia Suplicante", porque todo lo que Ella pida ante nuestra Majestad Trinitaria, le será concedido, en vistas de su hermosura, candor y gracia. Esta creatura, llena de mi gracia y de mi poder, será mi Hija predilecta.
          Luego de escucharse la voz de Dios Padre, que conmovió los cimientos de los cielos, habló Dios Hijo, y esto decía: "Yo contribuiré a tu creación, Padre amado, y haré que esta creatura que es tu Hija, sea al mismo tiempo mi Madre Virgen, porque Yo, que procedo de tu seno de Amor desde la eternidad, deseo encarnarme y nacer entre los hombres para salvarlos, pero para que Yo pueda encarnarme y nacer entre los hombres para ofrendar mi Cuerpo en la Cruz, necesito un seno materno virgen de purísimo Amor, y este será el seno de tu Hija, que será al mismo tiempo mi Madre Virgen; esta creatura asombrará a los ángeles y a los santos, porque al tiempo que permanecerá Virgen antes, durante y después del parto, será mi Madre, y será llamada "Madre de Dios", porque el Hijo que dará a luz en Belén, Casa de Pan, seré Yo, Jesús, el Hijo eterno del Padre, que nacerá en el tiempo de la Virgen Madre, para donar mi Cuerpo humano, tejido en el vientre materno de esta Admirable Madre mía, como Pan de Vida eterna para la salvación del mundo; esta creatura Maravillosa, que será mi Madre Virgen, será llamada "Diamante de los cielos" y "Roca luminosa que irradia la luz eterna", porque al igual que el diamante, que atrapa la luz en su seno para luego irradiarla, quedando intacto antes, durante y después de la emisión de la luz, así mi Madre Amantísima, me recibirá en su seno virginal a Mí, que soy la Luz Eterna e Increada que procede eternamente de Ti, Dios Padre, también Luz Eterna e Increada, y luego de recibirme en su amoroso seno materno, me revestirá de su carne y de su sangre, como hace toda madre con su hijo, y me dará a luz llegada la plenitud de los tiempos, convirtiéndose en Mi Madre amorosa y permaneciendo al mismo tiempo Virgen, y por este prodigio admirabilísimo, que no se vio ni volverá a verse nunca más, ni en el cielo ni en la tierra, será llamada, con asombro, por los ángeles y santos por los siglos sin fin, "Madre de Dios y Virgen Admirable". Esta creatura, que me amará con su mente y su Corazón Purísimos con el Amor trinitario, y me concebirá en su vientre virginal por este Amor, será mi Madre".
          Cuando terminaron de hablar Dios Padre y Dios Hijo, dijo Dios Espíritu Santo: "Esta admirable creatura, que será llamada "Hija de Dios Padre" y "Madre de Dios Hijo", será mi Esposa amantísima, y será llamada "Esposa de Dios Espíritu Santo". La dotaré de un Amor tan puro y excelso, que no habrá nada que no ame por Dios y en Dios, y Dios será su único y purísimo Amor, y cada suspiro suyo y cada respiración suya será un suspiro una respiración de amor por Dios, y su Corazón Inmaculado estará tan lleno de este purísimo Amor de Dios, que todo aquel que escuche sus latidos, escuchará sólo el Amor de la Trinidad, y a todo aquel a quien esta creatura hable, le hablará sólo del Amor de Dios y nada más que del Amor de Dios; su Mente Impecable, emitirá sólo los pensamientos del Pensamiento divino, que son pensamientos de Amor; su Corazón Inmaculado, latirá sólo con el ritmo del Amor divino; su Cuerpo Inmaculado, alojará sólo y exclusivamente al Amor de Dios encarnado, Cristo Jesús, y así esta creatura Espléndida, para cuya hermosura no hay palabras en el lenguaje humano que puedan ni siquiera mínimamente describirla, será llamada "Sagrario viviente del Amor divino" y "Tabernáculo Purísimo del Amor de Dios". Esta creatura, así tan llena de Mí, Espíritu Santo, que con su Amor y Pureza sin Par y con su Candor inigualable, enamorará a quien la contemple, será mi Esposa Purísima y Amantísima".

          Y entonces, habiendo terminado de hablar Dios Espíritu Santo, las Tres Santísimas Personas de la Trinidad dijeron al unísono: "Su nombre será María".

lunes, 15 de abril de 2013

La Encarnación, centro de una nueva realidad para la Iglesia y la humanidad



“Concebirás y darás a luz un hijo” (cfr. Lc 1, 26-38). El anuncio del ángel a María, en la sencillez y parquedad de las palabras, encierra un misterio tan insondable y tan inmensamente grande, que cambia la historia de la humanidad para siempre. No sólo confirma a María como a la Madre de Dios, sino que anuncia un cambio radical para toda la especie humana de todos los tiempos.
         No sólo María se convierte en Madre de Dios; no sólo Dios Hijo se encarna en su seno virginal llevado por el Espíritu Santo a pedido del Padre, sino que toda la realidad humana queda centrada en la Trinidad[1].
Por la Encarnación del Logos del Padre se produce un hecho impensable para la humanidad, mucho más grande que si el cielo, con todo su esplendor, bajase a la tierra y convirtiera a la tierra en un Paraíso o en el cielo mismo. Por la Encarnación, Dios Hijo desciende a este mundo, pero para conducir al mundo al seno de Dios Trino, en la unión espiritual y en el Amor de la Trinidad.
Por la Encarnación, toda la especie humana ingresa en un nuevo orden de cosas, en un nuevo estado, se orienta hacia un nuevo fin, un nuevo destino; un destino y un fin completamente trascendentes e impensados para la criatura humana, y es el destino y el fin de la amistad con las Personas de la Trinidad, el destino y el fin de la comunión interpersonal con Dios Trino, con las Tres Divinas Personas de la augusta Trinidad.
El descenso de Dios Hijo al seno virgen de María y la unión personal con la humanidad, tiene como fin último el ascenso de la humanidad al seno de la Trinidad: la humanización del Verbo se prolonga con la divinización de la humanidad, en primer lugar, la unida a Él hipostáticamente, y luego la divinización de la humanidad que se une a Él por la gracia.
El misterio central de la Encarnación es la unión hipostática, personal, de la Persona del Hijo con la humanidad[2], pero para que la humanidad se una a la Persona del Hijo y, por el Hijo, en el Espíritu, al Padre.
Por lo mismo, la Encarnación se convierte en el centro de una nueva realidad para la especie humana y para la Iglesia. Para la especie humana, porque los hombres se vuelven hijos adoptivos de Dios; para la Iglesia, porque es el lugar en donde nacen estos hijos adoptivos, y porque es el lugar en donde la encarnación del Hijo se prolonga.
“Concebirás y darás a luz un hijo”. Porque Dios Hijo se ha unido a la humanidad para que la humanidad se una a Dios Padre por el Espíritu, las palabras del ángel a María se repiten y se cumplen por lo tanto en la Iglesia, porque es ahí en donde la humanidad nace a la vida de Dios: la Iglesia, como Virgen fecundada por el Espíritu Santo, engendra hijos adoptivos de Dios por la gracia del bautismo; hijos que viven con la vida divina del Hijo Unigénito y que por lo tanto son hijos de Dios Padre en el Espíritu.
“Concebirás y darás a luz un hijo”. También se aplican las palabras del ángel a la Iglesia, que concibe en su seno, el altar, al Hijo de Dios, por el poder del Espíritu, en la liturgia eucarística.
Así como el Espíritu hizo concebir a María Virgen en su seno al Hijo del Padre, así el mismo Espíritu, por la liturgia eucarística, concibe, en el seno de la Iglesia, al Hijo eterno del Padre, Jesús Eucaristía.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 195.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 343.

miércoles, 9 de enero de 2013

María, ejemplo de cómo recibir la Palabra de Dios



María es para nosotros ejemplo de todo lo bueno que podamos decir, hacer o pensar.
         De entre todas las cosas de las que María es ejemplo, una de ellas es la de cómo recibir a la Palabra de Dios.
         Muchas veces escuchamos la Palabra de Dios, pero esta Palabra no permanece en nosotros, porque no nos fijamos en María.
         María recibe a la Palabra de Dios, Dios Hijo, en su seno purísimo, por el poder del Espíritu Santo, y a esta Palabra, que es Dios Hijo, Palabra eterna del Padre, una vez recibida en su seno, la reviste con su propia carne, la viste de Niño humano, y la alumbra milagrosamente, para donarla al mundo.
         Nosotros debemos hacer como María: recibir la Palabra Eterna del Padre, Cristo Eucaristía, en nuestros corazones en gracia, por el poder del Espíritu Santo, y revestirla con nuestras propias palabras, para darla a conocer al mundo.
         Es decir, así como María concibió a la Palabra Eterna del Padre, por la gracia del Espíritu Santo, y la revistió con su propia carne y la dio a conocer, así nosotros, por la gracia del Espíritu Santo, debemos concebir a la Palabra del Padre, Jesucristo, por la gracia del Espíritu Santo, que viene a nosotros en la Eucaristía; la debemos revestir con nuestras propias palabras y conceptos, y así darla a conocer a nuestros prójimos.
         María es Madre de Dios porque engendró a la Palabra; nosotros podemos participar de esa función maternal de María, engendrando y concibiendo a la Palabra de Dios, Jesús Eucaristía, en nuestros corazones.

sábado, 8 de diciembre de 2012

¿Por qué creó Dios a la Virgen Inmaculada?



         Porque quería que su Hijo, al venir a esta tierra para salvarnos, no extrañase el cielo eterno, que es su seno de Padre eterno, en donde vivía feliz en inmensos e infinitos mares de felicidades, de alegrías y  ternuras, y para eso creó a la Virgen Inmaculada, para que su seno virginal fuera como otro cielo, en la tierra, en donde encontrara todas las felicidades y los mares inmensos e infinitos de felicidades, de alegrías y ternuras, las mismas que recibía de Dios Padre. Dios creó a la Virgen para que Dios Hijo, al encarnarse, al bajar del cielo eterno que es su seno de Dios Padre, a esta tierra, encontrara otro cielo en la tierra, el seno de la Virgen Madre, tan lleno de dulzuras y de amores celestiales como el de Dios Padre. Y para eso creó Dios  Trino a la Virgen Madre, para que su seno maternal fuera en la tierra como el seno del Padre era en el cielo,
         Porque quería que su Hijo, al encarnarse y bajar a este valle de lágrimas, no sintiera a menos la falta del Amor del Padre, Amor en el que Él vivía desde que fue engendrado desde la eternidad de eternidades; Dios quería que Dios Hijo, al venir a esta tierra, encontrara el mismo Amor con el cual Él como Padre lo amaba como Hijo desde siempre, y para eso creó a la Virgen, Llena del Espíritu Santo, llena del mismo Amor divino con el cual el Padre lo amaba desde siempre, en los cielos sempiternos; Dios Trino creó a la Virgen, para que Dios Hijo, al venir a este mundo, lleno de creaturas humanas frías e indiferentes, o distraídas por amores pasajeros y superficiales, encontrara una Creatura Perfectísima que lo amara con Amor perfectísimo, sin mezcla alguna de amores mundanos, profanos, superficiales o pasajeros, y por eso María, la Madre de Dios, es la Llena del Amor de Dios, la Llena del Espíritu Santo.
Debido a que el Ser trinitario es Inmaculado, purísimo, perfectísimo, sin la más pequeñísima y ligerísima sombra de imperfección, creó a la Virgen Inmaculada, purísima, perfectísima, sin la más pequeñísima sombra de imperfección, para que cuando Dios Hijo se encarnara, y viniera a este lugar lleno de imperfección, no notara la diferencia, entre el seno purísimo del Padre, del cual procedía desde la eternidad, y el seno purísimo de la Virgen Madre, en el cual comenzó a existir en cuanto Hombre perfecto en el tiempo.
Dios Trino creó a la Virgen Inmaculada, para que Dios Hijo, al venir a este mundo, sumergido en las tinieblas de la ignorancia, del pecado y del mal, encontrara un seno luminoso, iluminado con la luz eterna del Padre, la misma luz en la cual Él vivía desde la eternidad en el Padre, una luz que no es inerte sino que es Vida y da Vida eterna, porque brota del Ser Trinitario que es luminoso, y así la creó a la Virgen, en quien no hay sombra alguna de mal, de error, de impureza, de pecado, de ignorancia, sino que en Ella brilla la misma luz eterna con la que el Padre iluminaba al Hijo, y el Hijo al Padre, la luz que es el Espíritu Santo.
Para eso creó Dios Trino a la Virgen Inmaculada.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (VII)


Las misteriosas relaciones entre María Inmaculada y la Santa Sede


         Entre María Santísima y la Sede de Pedro hay misteriosas relaciones que escapan a la sola razón humana. La Santa Sede no es sólo un organismo de gobierno de una sociedad religiosa encargada de hacer pública y universal las fiestas de la Virgen, como por ejemplo, la de la Inmaculada Concepción. Hay algo mucho más profundo de lo que aparece a simple vista.
         ¿De qué se trata?
De que se trata, es que hay entre ambos misterios algo que los une estrecha e indisolublemente, de manera tal que no se entienden el uno sin el otro, y ese “algo” es de origen celestial, sobrenatural, que hace que tanto la Virgen como la Santa Sede, señalen a la humanidad entera un nuevo destino, insospechado e inimaginable, un destino de feliz eternidad.
         Así como María Santísima, en su Concepción Inmaculada, está señalando a la humanidad un destino altísimo, sobrenatural, que sobrepasa las capacidades de filiación y de fraternidad de la raza humana, así la Santa Sede, custodia del depósito de la Revelación, señala a la humanidad la vocación a conocer una Verdad sobrenatural absoluta, que sobrepasa las capacidades y posibilidades de conocimiento de la razón humana.
         Y la conexión entre ambos misterios es que, tanto María Santísima, como la Santa Sede, albergan en su seno al mismo Verbo de Dios, la Sabiduría eterna encarnada, Jesucristo, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios.
 Mientras María Santísima, por medio del Espíritu Santo, engendra al Verbo de Dios, que al encarnarse se ha hecho hermano de los hombres para unirlos a sí y, en Él, a Dios, la Santa Sede lo proclama con una infalibilidad celestial, porque está asistida por el Espíritu Santo.
         Así como tanto la Virgen como el Papa, señalan a toda la humanidad, a todos los hombres de todos los tiempos, un solo Camino a recorrer, una sola Verdad en la que creer, una sola Vida que recibir y vivir, Cristo Jesús, el Hombre-Dios.
                Y de la misma manera a como María Santísima fue enriquecida sobremanera de manera tal de superar en gracia a todos los ángeles y santos juntos, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, así también se le otorgó la infalibilidad al Papa, porque la Santa Sede debía conducir a todos los hombres de todos los tiempos al conocimiento infalible de Dios como Uno en naturaleza y Trino en Personas, conocimiento que supera infinitamente a cualquier conocimiento posible de alcanzar por cualquier creatura, sea hombre o ángel, conocimiento por el cual los hombres serían capaces de conocer y amar al Hombre-Dios Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad encarnada para la salvación de los hombres.
Precisamente, uno de los más malignos artificios de Satanás consiste en tratar de destruir ambos misterios: de María, afirmando que es sólo la madre de Jesús de Nazareth, un hombre  bueno, pero solamente hombre; y de la Santa Sede, afirmando que su enseñanza no es infalible.
         Como cristianos, jamás cedamos a la tentación de rebajar los sublimes y grandiosos misterios que unen a María Santísima con la Santa Sede, al nivel de la razón humana. Por el contrario, pidamos siempre la gracia de ser iluminados de tal manera, que veamos siempre en la Virgen a la Madre de Dios, y en el Santo Padre, al Vicario de Cristo, que nos señala, de modo infalible, el conocimiento de Dios Trino.
         He aquí la admirable conexión entre la Santa Sede y María Inmaculada.