viernes, 6 de junio de 2025

El Legionario y la Eucaristía

 



         El Manual del Legionario dedica todo un capítulo a la Santa Misa y a la Eucaristía[1] y la razón es que, sin la Santa Misa y sin la Eucaristía, la Legión no tiene razón de ser y lo mismo sucede con el legionario. Es decir, un legionario podría, eventualmente, cumplir al pie de la letra con todo lo que el Manual exige, podría ser un legionario ejemplar, en sus oraciones, en su apostolado, en su desempeño cotidiano, pero si no asiste a Misa para recibir la Eucaristía -obviamente, en estado de gracia-, nada de lo que haga el legionario tendrá valor para el cielo.

         El Manual lo explica de la siguiente manera: afirma que “el fin de la Legión de María es la santificación personal de sus miembros” y que esa santificación es imprescindible para que el legionario pueda ser verdaderamente “legionario”: “También hemos dicho que esta santificación es a la vez, para la Legión, su medio fundamental de actuar: sólo en la medida en que el legionario posea la santidad, podrá servir de instrumento para comunicarla a los demás”. Ahora bien, ¿cómo es que logra la santificación el legionario? ¿De dónde obtiene la santidad que necesita, para ser verdaderamente legionario? El Manual dice que el legionario debe pedir la intercesión de la Virgen, para así “llenarse del Espíritu Santo”, con lo cual podrá así efectivamente llevar a cabo su tarea de ser instrumento del Espíritu Santo, Quien será el que “renueve la faz de la tierra”. Dice así el Manual: “Por eso el legionario, al empezar a servir en la Legión, pide encarecidamente llenarse, mediante María, del Espíritu Santo, y ser tomado por este Espíritu como instrumento de su poder, del poder que ha de renovar la faz de la tierra”. Entonces, aquí se responde la primera pregunta, sobre “cómo” logra la santificación el legionario.

Para la segunda pregunta, acerca de “dónde” se obtienen las gracias necesarias para la santificación, el Manual dice que todas las gracias necesarias para la santificación personal del legionario fluyen, sin excepción, del Sacrificio en Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, sacrificio que se renueva de modo incruento y sacramental en la Santa Misa: “Todas estas gracias fluyen, sin una sola excepción, del Sacrificio de Jesucristo sobre el Calvario. Y el Sacrificio del Calvario se perpetua en el mundo por el Sacrificio de la Misa”. Esto se debe a que la Santa Misa, acción litúrgica exclusiva de la Iglesia Católica -el protestantismo y las demás sectas solo realizan una mímica vacía de la Santa Misa-, no es un mero recuerdo ni representación del Santo Sacrificio de la Cruz, sino que, por el misterio de la liturgia, “hace presente, actual”, al mismo sacrificio, como si los asistentes a la misa viajaran en el tiempo y en el espacio y se trasladaran al Calvario en el momento en el que la Santa Misa se celebra. Dice así el Manual: “La misa no es mera representación simbólica del Calvario, sino que pone real y verdaderamente en medio de nosotros aquella acción suprema, que tuvo como recompensa nuestra redención. La Cruz no valió más que vale la misa, porque ambas son un mismo sacrificio: por la mano del Todopoderoso, desaparece la distancia de tiempo y espacio entre las dos, el sacerdote y la víctima son los mismos; sólo difiere el modo de ofrecer el sacrificio. La misa contiene todo cuanto Cristo ofreció a su Padre, y todo lo que consiguió para los hombres; y las ofrendas de los que asisten a la misa se unen a la suprema oblación del Salvador”. Asistir a Misa es asistir al Calvario, al Sacrificio del Señor Jesús realizado hace veinte siglos, aun cuando estemos viviendo en el siglo veintiuno. Y en este asistir a la Santa Misa, es de donde fluyen absolutamente todas las gracias necesarias para la santificación del legionario. Dice así el Manual: “A la misa, pues, ha de recurrir el legionario que desee para sí y para otros copiosa participación en los dones de la Redención”. De esto se comprende cómo se impone el silencio, tanto exterior como interior, en la Santa Misa, además de la adoración al Salvador que se hace Presente en Persona en el Altar Eucarístico. Y de esto se deduce, también, la absoluta falta de respeto hacia Nuestro Señor y su Sacrificio, cuando se asiste sin las debidas disposiciones interiores, o cuando se comienza a hablar antes de Misa, rompiendo el silencio sagrado que debe reinar antes, durante y después de la Santa Misa.

Por último, el Manual destaca la necesidad imperiosa de que la Legión “suplique” y no “imponga” -aun si la impusiera, esta imposición sería una imposición de amor a Dios, que se nos dona bajo la apariencia de pan y vino- la asistencia a Misa a los legionarios: “Si la Legión no impone a sus miembros ninguna obligación concreta en este particular, es porque las facilidades para cumplirla dependen de muy variadas condiciones y circunstancias. Mas, preocupada de su santificación y de su apostolado, la Legión les exhorta, y les suplica encarecidamente que participen en la Eucaristía frecuentemente -todos los días, a ser posible-, y que en ella comulguen”.

Solo así, bebiendo de la Sangre que fluye del Costado traspasado del Salvador y que se recoge en el Cáliz del altar y solo alimentándose de la Carne del Cordero de Dios, la Sagrada Eucaristía, podrá el legionario santificarse y ser instrumento del Espíritu Santo para la santificación de sus hermanos los hombres y de todo el mundo.



[1] CAPITULO VIII El legionario y la Eucaristía 1. La misa, Pág. 47. 2. La liturgia de la Palabra, Pág. 48. 3. La liturgia de la Eucaristía en unión con María, Pág. 49. 4. La Eucaristía, nuestro tesoro, Pág. 51. 1.


sábado, 22 de marzo de 2025

El significado de la ceremonia del Acies

 


La ceremonia del Acies es uno de los actos públicos de la Legión, según lo relata el Manual del Legionario y en este acto se deben tener en cuenta dos elementos: por una parte, cuál es el significado de la reunión pública de la Legión; por otra parte, qué significado tiene la oración que el legionario, aferrado al vexillium, pronuncia solemnemente. Con relación al Acies, el Manual del Legionario nos enseña que es una “voz latina que significa un ejército en orden de batalla”, es aquella ceremonia en donde se reúnen los Legionarios de María para renovar su homenaje a la Reina de la Legión y al mismo tiempo para recibir de Ella fuerza y bendición para otro año más de lucha contra las huestes del mal. En el Acies, entonces, el Ejército de Dios, bajo la dirección y las órdenes de la Virgen Generala, se forma en orden de batalla, para renovar su fidelidad a la Virgen y para recibir de Ella la bendición celestial que será necesaria en la lucha contra “las potestades de los aires”, es decir, los ángeles caídos.

Esta formación “en orden de batalla” es una imitación de la Virgen que, según San Alfonso, también se forma en orden de batalla para hacer frente al Ejército del Anticristo. Dice así San Alfonso: “María es el espanto de los poderes infernales. Es “terrible como un ejército en orden de batalla” (Cant 6, 10), porque sabe desplegar con estrategia su poder, sus oraciones y su misericordia para la derrota del enemigo y para triunfo de sus siervos”. La Legión se reúne en el Acies bajo el estandarte de María como lo que es, un ejército espiritual al servicio de la Virgen y de Dios: la Legión se forma de manera similar a como un ejército terreno se forma bajo la bandera nacional a las órdenes de su general. El objetivo de esta formación es imitar a la Virgen, que también se forma en orden de batalla y recibir de Ella “fuerza y bendición” para combatir, bajo las órdenes de la Virgen, a “las fuerzas de mal”, según lo describe el Manual del Legionario. El enemigo al cual se enfrenta la Legión no está formado por personas de carne y hueso, es decir, no son seres humanos, sino ángeles caídos, “las potestades malignas que están en los aires”, como lo describe la Sagrada Escritura: “Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales” (Ef 6, 12). El Acies es por lo tanto una convocatoria espiritual de la Legión, en la cual se renueva la fidelidad a la Virgen y se pide a Ella la fuerza y la bendición necesarias para el combate espiritual contra el enemigo de Dios y de las almas, Satanás, quien también se forma en ejército de batalla junto a sus ángeles apóstatas. Pero la lucha no es solo contra estos enemigos espirituales externos, sino también contra el hombre viejo, contra uno mismo, porque según el mismo Jesús lo dice, el mal anida en nuestros propios corazones, como consecuencia del pecado original: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas” (cfr. Mt 7, 21); por esta razón, la lucha no solo es contra los ángeles caídos, sino que comienza en nuestros propios corazones, en los cuales debemos combatir nuestra inclinación al mal (indolencia, pereza, falta de caridad, etc.).

El segundo aspecto del Acies, que se deriva del primero, es la oración de consagración personal a la Virgen: “Soy todo tuyo, Reina mía, Madre mía y cuanto tengo tuyo es”, porque a través de esta consagración el legionario se pone bajo la protección de la Virgen y así protegido, renueva su misión espiritual de imitar a María para que Ella instaure el Reino de su Hijo en el mundo. El significado espiritual de que el legionario tome con su mano el vexillium o estandarte de María es el de colocarse el legionario bajo el estandarte victorioso de María Santísima; significa que de forma libre y voluntaria el legionario se alista en las filas del Ejército de María para luchar “contra las fuerzas del mal” bajo las órdenes de la Virgen. Visto de esta manera, el Acies no es una simple ceremonia piadosa de una cofradía devota: es la misma Virgen María, la Madre de Dios quien congrega a sus elegidos y les toma, Ella en persona -a través de los encargados de la Legión- esta renovación de la consagración de sus hijos y la toma como hecha especialmente a su Inmaculado Corazón. Por el Acies, el legionario se une más estrechamente al Corazón de María y al mismo tiempo demuestra su total dependencia de Ella, porque depende de la Virgen en un todo para cumplir la misión asignada. Aunque no se la vea con los ojos del cuerpo, en la ceremonia del Acies está la Virgen en persona y junto a la Virgen, están los ángeles, de quienes la Virgen es Reina, y también está su Hijo Jesucristo, el Hombre-Dios, siendo así testigos de esta ceremonia y consagración. A través de la ceremonia del Acies el legionario queda bajo las órdenes de la Virgen, recibiendo de Ella especial asistencia y protección. Pero al mismo tiempo, quiere decir también que las faltas de los legionarios a Ella consagrada por el Acies -la acedia o pereza espiritual, que lleva a no cumplir con las oraciones prescriptas, o la pereza corporal, que lleva a desentenderse de las obligaciones del deber de estado, o la indiferencia hacia las obligaciones que implica la Legión-, le provocan al Inmaculado Corazón dolores más agudos que los provocados por quienes no están a Ella así consagrados. Una idea de estos dolores que verdaderamente experimenta la Virgen es la corana de espinas que rodea al Inmaculado Corazón de María en las apariciones de Fátima: las espinas más gruesas representan los pecados de sus hijos más cercanos a su Corazón, aquellos que se han consagrado a la Virgen, como los integrantes de la Legión. Esto significa que cuando un miembro de la Legión falla en sus deberes es la Virgen la que, en persona, sufre en su Inmaculado Corazón. Si amamos a la Virgen como a Nuestra Madre del cielo, procuremos poner todo nuestro esfuerzo no solo en no provocarle dolor con nuestras faltas, sino en consolar al Inmaculado Corazón de María, haciendo con el mayor amor posible y la mayor perfección posible, la tarea apostólica que nos encargue la Legión. A la Virgen Santísima le pedimos que interceda para que el fuego del Espíritu Santo envuelva nuestros fríos corazones en el mismo Fuego de Amor en el que está envuelto su Inmaculado Corazón, para así llevar a cabo la tarea espiritual de conquistar almas para Cristo que se nos encomienda en el Acies.