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martes, 30 de mayo de 2023

La Visitación de María Santísima y la alegría de Isabel y el Bautista

 



         La Visitación se refiere a un episodio de la Madre de Dios en el que, estando la Virgen encinta por obra del Espíritu Santo, con un embarazo en curso -Jesús, Dios Nuestro Señor, estaba en su seno-, aun así, al enterarse que su prima, Santa Isabel, ha quedado ella también encinta, decide acudir en auxilio de su pariente. Visto externamente, con ojos puramente humanos, se trata de una visita de una prima a otra, ambas encintas, siendo la recién llegada María Santísima, que por su gran corazón acude a visitar, pero no en una visita de cortesía, sino en una visita de ayuda, de auxilio, a una pariente que también está encinta y que necesita ayuda, porque además de los problemas propios que se derivan de un embarazo, Santa Isabel tiene ya una edad avanzada, lo cual aumenta sus problemas, para los cuales ha venido a ayudar María Santísima. Ahora bien, esto es visto desde afuera, superficialmente, con ojos puramente humanos, pero en la escena, en las personas que intervienen en el hecho de la Visitación, hay elementos sobrenaturales, divinos, celestiales, que trascienden infinitamente la mera humanidad.

Uno de estos hechos sobrenaturales es, desde luego, tanto el embarazo de María Santísima, obra del Espíritu Santo y el otro embarazo, el de Santa Isabel, que si bien es obra de hombre, es milagroso por el avanzado estado de edad de Santa Isabel. Otro hecho sobrenatural es el saludo que Santa Isabel otorga a María Santísima: en vez de decirle, como diría cualquier humano en esta situación, por ejemplo, “Bienvenida prima, qué gusto de verte, gracias por venir a ayudarme”, Santa Isabel no la saluda con el saludo habitual que se da entre familiares que no se ven desde hace tiempo; por el contrario, la saluda de la siguiente manera: “la Madre de mi Señor”. No le dice “prima”, a María Santísima, ni “sobrino”, al fruto de sus entrañas, Jesús, sino que la llama “Madre de mi Señor”. Otro elemento sobrenatural es que tanto ella, como el niño de sus entrañas, Juan el Bautista, saltan, exultan de alegría, siendo esta alegría no la alegría natural que se da entre familiares que se quieren y que hace tiempo que no se ven: el título que Santa Isabel da a María –“Madre de mi Señor”-, como la alegría que ella y Juan el Bautista experimentan, no se deben a factores naturales, humanos, derivados de situaciones naturales y humanas; se trata de una alegría sobrenatural, concedida tanto a Santa Isabel, como a San Juan Bautista. En el Evangelio se dice: “Isabel, llena del Espíritu Santo”. Esto quiere decir que es la Presencia del Espíritu Santo, del Divino Amor, de la Persona Tercera de la Trinidad, en Isabel, lo que hace que Isabel, exultando de alegría, no le diga “prima” a María Santísima, sino “Madre de mi Señor”, expresión que equivale a decir: “Madre de mi Dios”. El Espíritu Santo concede la alegría al corazón de Santa Isabel, al hacerla reconocer que el fruto del seno de la Virgen no es un bebé humano, sino Dios Hijo encarnado en el seno purísimo de la Virgen; es el Espíritu Santo el que le dicta a Santa Isabel que el fruto de las entrañas de María es Dios, que es a lo que equivale “mi Señor”. Entonces, por la iluminación del Espíritu Santo, Isabel le da el título, a la Virgen, de “Madre de Dios”, al decirle “Madre de mi Señor” y a Jesús, el fruto de las entrañas de la Virgen, le da el título de “Dios”, que es el equivalente a “Señor”. Es también el Espíritu Santo el que hace que Juan el Bautista, que evidentemente es no nato, “salte de alegría”, al reconocer, tanto la voz de la Virgen, como la Presencia de su primo, que no es otro que Dios Hijo encarnado en la humanidad santísima de Jesús de Nazareth. Todos estos hechos sobrenaturales -el título de “Madre de Dios” a la Virgen; de “Dios” a Jesús que está en el seno de la Virgen, la alegría sobrenatural que experimentan tanto la Santa Isabel como el Bautista, son producidos por la acción del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo, que es Amor Divino y Verdad Increada, ilumina las mentes y corazones tanto de Santa Isabel como de Juan el Bautista, para que Santa Isabel trascienda el mero hecho de ser parienta biológica de María Santísima; es el Espíritu Santo el que le permite ver, a Santa Isabel, en la Virgen, no a su “prima”, sino a la “Madre de mi Señor”, la “Madre virginal de Dios”, María Santísima.

Ahora bien, de este hecho relatado en el Evangelio, que verdadera e históricamente sucedió, podemos también nosotros, por la gracia, ser partícipes, en mayor o menor grado, si pedimos la gracia al Espíritu Santo en nombre de Jesús y a través de la Virgen: “Pedid el Espíritu Santo”, “Hasta ahora no habéis pedido nada al Padre en mi Nombre”, dice Jesús en el Evangelio. Pidamos la gracia de la iluminación del Espíritu Santo, para captar su sentido sobrenatural, para contemplar en la escena no a dos parientes encintas que hace tiempo que no se ven, sino a la Madre de Dios, que lleva en su seno al Hijo de Dios encarnado y a la Presencia del Espíritu Santo, Presencia divina y celestial manifestada en la alegría sobrenatural que experimentan Santa Isabel y su niño, Juan el Bautista. Solo con la luz del Espíritu Santo, seremos capaces de contemplar el significado sobrenatural, espiritual, celestial y divino del episodio de la Visitación de la Virgen María.

        

martes, 13 de mayo de 2014

Nuestra Señora de la Visitación


         “Durante su embarazo, María fue a casa de Zacarías (…) y saludó a Isabel” (cfr. Lc 1, 39-47). La Virgen, encinta por obra del Espíritu Santo, enterada que su prima Santa Isabel está también embarazada de modo milagroso, acude a ayudarla en su embarazo. Lo que parece una simple visita de una mujer encinta, primeriza, a su pariente, esconde sin embargo, misterios divinos inalcanzables para la mente humana, misterios que se manifiestan por las reacciones de los protagonistas de la escena evangélica. Cuando la Virgen llega, Juan el Bautista, que se encuentra en el seno de Isabel, salta de alegría, mientras que su madre, Santa Isabel, saluda a su pariente, María, llamándola, no por su nombre, “María”, sino con un nombre celestial, divino, sobrenatural, ya que le dice: “Madre de mi Señor”, al tiempo que reconoce que el salto que su hijo da en el vientre no se debe a un movimiento fisiológico, sino a la alegría sobrenatural que experimenta por la llegada de la Virgen. Por otra parte, la misma Virgen María no saluda con un saludo familiar a su prima Isabel, como debería hacerlo si se tratara la escena de una simple escena de familia; la Virgen entona un cántico celestial, en el cual su espíritu Purísimo exulta de gozo y de alegría, proclamando la sublime majestad de la Divinidad que la ha enviado: “Mi alma canta la grandeza del Señor; mi Espíritu se alegra en Dios mi Salvador”.
         Todo esto se debe a que la Visitación de la Virgen contiene un misterio sobrenatural divino, absoluto, encerrado en sus entrañas, y es su Hijo Jesucristo, Dios Hijo encarnado, y es el motivo por el cual todos los integrantes de la escena evangélica exultan de alegría, y es el motivo también por el cual, cuando la Virgen visita a alguien, cualquiera que sea, ese alguien, nunca queda con las manos vacías, siempre recibe un don, el don de la alegría y del Amor de Dios y del Espíritu de Dios.
         La Visitación de la Virgen no deja nunca a nadie con las manos vacías, porque la Virgen es Portadora de Jesucristo; la Virgen es la Custodia Viviente de Jesús; la Virgen es el Sagrario Ambulante de Cristo y como Cristo es el Dador del Espíritu junto al Padre, adonde llega la Virgen llega Cristo y Cristo sopla el Espíritu y es el Espíritu el que infunde el Amor y el Conocimiento de Cristo y con el Amor y el Conocimiento de Cristo vienen la Alegría de Conocerlo y Amarlo. Esto es lo que explica que la Visitación de la Virgen a Santa Isabel hagan saltar de gozo a Juan el Bautista en el vientre de Santa Isabel y que Santa Isabel, llena del Espíritu Santo, llame a la Virgen “Madre de mi Señor”, y que la Virgen cante, llena de la alegría del Espíritu Santo, el Magnificat.

         La Virgen María en la Visitación es, entonces, Modelo de la Iglesia Misionera, porque donde va María, va Cristo y Cristo sopla al Espíritu Santo, Espíritu que enciende al alma en el Amor y la Alegría divinas, para que el alma cante, en el tiempo y en la eternidad, las misericordias de Dios.

jueves, 30 de mayo de 2013

La Visitación de la Virgen


         La Virgen María, estando Ella misma encinta por obra del Espíritu Santo, visita a Santa Isabel, prima suya, encinta ya varios meses (cfr. Lc 1, 39-56). La suya no es una visita de cortesía, sino un acudir en auxilio de alguien que necesita ayuda, puesto que Santa Isabel es ya una mujer de avanzada edad y al mismo tiempo, es primeriza, y la Virgen la visita para asistirla en los labores de parto.
         Con su Visitación, la Virgen nos enseña por lo tanto a obrar la misericordia para con nuestro prójimo y nos enseña a hacerlo no de cualquier manera, sino con sacrificio, porque en esos tiempos no existían ni los medios de transporte ni las vías de comunicación que existen hoy, por lo que viajar, aun distancias relativamente cortas, suponía un gran esfuerzo y sacrificio por parte de quien viajaba. En el caso de María, ese esfuerzo y sacrificio son notablemente mayores que los habituales, porque se trataba de una mujer y además porque Ella misma estaba, como dijimos, encinta por obra del Espíritu Santo. Por estas condiciones añadidas, el sacrificio de la Virgen por acudir en auxilio de su prima Santa Isabel es por lo tanto mucho más valioso que cualquier otro en similares circunstancias, y es en la Virgen y en la Visitación en quien debemos fijarnos cuando deseemos saber de qué manera debemos obrar la misericordia para quien lo necesite. De esta manera, la Virgen en la Visitación es ejemplo y modelo admirable e insuperable de amor fraterno, de caridad cristiana y de misericordia hacia el más desprotegido. Sin embargo, lo más grandioso en el misterio de la Visitación no radica en este grandioso ejemplo de misericordia brindado por María Santísima. Para saber en qué consiste lo más grandioso de la Visitación, es necesario detenerse en otros aspectos de este episodio de la vida de Jesús y de María.
         Cuando la Virgen Visita a Santa Isabel, lo hace estando encinta por obra del Espíritu Santo, es decir, con Jesús embrión en su seno virginal. A su llegada, tanto Santa Isabel como Juan el Bautista –que está a su vez en el seno de Santa Isabel- experimentan mociones del Espíritu Santo: Santa Isabel no saluda a la Virgen ni por su nombre –María- ni por su parentesco –prima-, sino que la saluda con un título que es escucha por primera vez: “Madre de mi Señor”. ¿Cómo podía saber Santa Isabel, sino es por iluminación del Espíritu Santo, que el Niño que su prima lleva en su vientre no es simplemente su sobrino, sino su “Señor”, es decir, su Dios? Además, Santa Isabel percibe el estado espiritual y anímico de su hijo Juan el Bautista, que “salta de alegría” en su seno: “Apenas oí tu voz, el niño saltó de alegría en mi seno”. El “salto” de Juan el Bautista no es un simple movimiento en el seno materno de un niño no nacido: es una verdadera conmoción espiritual gozosa, un estremecimiento de alegría del niño Bautista ante la Presencia de su Redentor que viene siendo portado en el seno virgen de María. Tanto la iluminación de Santa Isabel, que le permite reconocer en María a la Madre de Dios y no a su prima, como la alegría experimentada por Juan el Bautista ante la llegada de Jesús, son provocadas por el Espíritu Santo, que es quien proporciona conocimientos sobrenaturales del misterio de Jesús que son inalcanzables por la menta humana. Luego también la Virgen, y con más razón Ella, pues está inhabitada por el Espíritu Santo, entona el Magnificat, en el cual canta, en el Espíritu, las grandezas insondables del Amor divino, que ha hecho “maravillas” en Ella, al elegirla como Madre de Dios.
         La contemplación de la escena de la Visitación nos muestra entonces que la presencia de la Virgen es precedida y acompañada por el Espíritu Santo; la Visitación de la Virgen a un alma no la deja nunca indiferente, porque es causa de iluminación sobrenatural interior, de gozo espiritual y de alegría en el Espíritu Santo, tal como les ocurrió a Santa Isabel y a Juan el Bautista. El motivo es que junto con María, viene siempre su Hijo Jesús y con Jesús, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que disipa las tinieblas de la mente, permitiendo reconocer a María como la Madre de Dios, al tiempo que enciende los corazones en el Amor divino, Amor mediante el cual el alma ama con amor sobrenatural al Hijo de María Virgen, Jesús de Nazareth, todo lo cual es causa de gozo y alegría sobrenaturales. Nada más hermoso hay en el mundo que recibir la Visitación de la Virgen María, Madre de nuestro Señor, porque con Ella viene su Hijo Jesús y con Jesús, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que hace “saltar de gozo y de alegría” al alma a quien Jesús y María visitan.