Es propio de una reina terrenal llevar
una corona, pero María Santísima no es una reina terrenal, sino una reina de
cielos y tierra, por lo que merece, más que ninguna reina en la tierra, una corona
y la mejor de todas.
Las coronas de las reinas terrenales
están hechas de materiales preciosos y costosísimos: oro puro, plata refinada, diamantes,
rubíes, engarces de brillantes. La
corona representa y simboliza su condición real, su nobleza, su autoridad y su
soberanía, y cuanto más costosa y preciosa es la corona, tanto más grande es el
poder de la reina.
Como Reina, la Virgen María posee una
corona infinitamente más valiosa que las coronas de las reinas terrenales, y no
aunque no está hecha de materiales preciosos como el oro, la plata, los rubíes
y los diamantes, su valor es incalculablemente más grande, porque es una corona
hecha de luz celestial, de gloria divina: es la corona de la gloria de su Hijo
Jesús, que Él en persona coloca sobre su majestuosa cabeza. La corona de luz y
de gloria divina que recibe María Virgen, es una participación a la gloria de
su Hijo, que es Dios encarnado, muerto y resucitado para salvar a los hombres,
y la Virgen la ha merecido por haber participado en la Pasión de su Hijo,
acompañándolo a lo largo del Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, y
también por haber participado -aunque sin llevarla materialmente- de los
dolores de Jesús al ser coronado de espinas. La Virgen sufrió en su espíritu
purísimo y en su Corazón Inmaculado, el dolor lacerante producido por las
agudas espinas de la corona de su Hijo, y para agradecerle por su amor materno,
Jesús ahora la recompensa con la corona de gloria y de luz eterna.
Esta Virgen hermosísima, que llevó
espiritualmente y en su Corazón Purísimo los dolores de la corona de espinas de
su Jesús, y que ahora y para siempre, en el cielo, lleva una corona de luz
divina, hecha de la misma gloria de su Hijo Jesús. Y puesto que esta Reina
amorosísima es también nuestra Madre amantísima, la Virgen también quiere que sus
hijos -nosotros- seamos también coronados de gloria como Ella en el cielo. Pero
la Virgen Reina nos enseña que no recibir la corona de luz en el cielo, que es
participación a la gloria divina de Jesús, si antes no participamos, en esta
vida terrena, de la corona de espinas de su Hijo.
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