En las apariciones de la Virgen en San Nicolás, y en
prácticamente todas sus apariciones a lo largo del mundo, hay un pedido que se
repite con insistencia: la Virgen nos pide que recemos el Rosario. ¿Por qué?
Por muchos motivos, y uno de estos motivos, es que por el
Rosario, se establece un maravilloso intercambio de dones entre nosotros y la
Madre de Dios: de parte nuestra, le damos a la Virgen un verdadero ramo de
rosas espirituales, con cada rezo del Avemaría, los Padrenuestros y los Glorias; con esas rosas, van también nuestra
confianza en Ella y en Jesús, nuestra esperanza en el don de la gracia y de la vida
eterna, nuestro deseo de amar al prójimo como Jesús nos pide.
La
Virgen, por su parte, a cambio de esas pequeñas rosas espirituales que le damos
en el Rosario, nos hace regalos verdaderamente inimaginables: primero, va
vaciando nuestro corazón, de a poco, de todo amor a las cosas del mundo, y a
medida que lo vacía de estos amores mundanos, lo va llenando del Amor a Dios,
trasvasándolo desde su Corazón Inmaculado, al nuestro; otra cosa que hace la
Virgen, cuando rezamos el Rosario, es iluminar nuestra alma y nuestra mente con
la luz de la Sabiduría divina, y con esa luz va haciendo cada vez más pequeñas
las tinieblas en las que estamos envueltos, permitiéndonos de esa manera, poder
ver las cosas y las creaturas como las ve su Hijo Jesús, desde la Cruz;
iluminados de esta manera, podemos ver la vida con una nueva luz, la luz de
Dios, y es así que entendemos lo que quiere decir: “Amar a los enemigos”, “Cargar
la Cruz y seguir a Cristo”, “Ser mansos y humildes de corazón”, “El cuerpo es
templo del Espíritu Santo”, y muchas otras cosas más, que sin la ayuda de la
luz divina, no las podemos ver ni entender, y mucho menos, vivir.
Otra
cosa que hace la Virgen, cuando rezamos el Rosario, es ir esculpiendo y
modelando, en lo más profundo del corazón, una imagen viva de su Hijo Jesús, de
modo que quien reza el Rosario con fe, con devoción, con piedad, obtiene de
regalo, en un tiempo sólo conocido por Dios y por María, ser transformado él
mismo en una imagen viviente de Jesús, que vive y obra con sus mismas virtudes,
siendo un reflejo de su amor misericordioso.
Todo
esto lo hace la Virgen para que, al final de nuestros días, cuando vayamos a
presentarnos al juicio particular, Dios Padre vea en nosotros una copia fiel de
Dios Hijo encarnado, y así, tomándonos por Él, no aplique sobre nosotros la Justicia,
sino la Misericordia.
Por
todo esto, la Virgen nos pide que recemos el Rosario.
Hermoso. Gracias por compartirlo.
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