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sábado, 1 de diciembre de 2018

Novena a la Inmaculada Concepción Día 4



         Un hecho que sorprendió a los asistentes a las apariciones –quienes no veían a la Virgen, sino solo a Bernardita-, fue que vieron cómo Bernardita saludaba y hablaba aparentemente con alguien, pero que estaba invisible, por lo que parecía que Bernardita estaba hablando sola. Luego la vieron inclinarse, arrodillarse y hacer un pequeño pozo en la tierra, de donde comenzó a surgir agua; Bernardita bebió agua y se lavó la cara, todo lo cual significó para ella una gran humillación, ya que todos lo tomaron a mofa, al no ver, por supuesto, a la Virgen, ni entender, en consecuencia, de qué se trataba.
         En este acto de humillación pública de Bernardita debemos ver dos cosas: por un lado, la humillación en sí, que no es otra cosa que una participación a la humillación de Cristo en la cruz; por otro lado, el fruto de la humillación de Bernardita –agacharse, excavar un pozo- fue el inicio de una surgente de agua cristalina, milagrosa, por la cual se curaron y siguen curándose, día a día, miles de peregrinos que acuden a Lourdes. Esto último es también una participación a la cruz de Cristo, porque así como del pozo excavado en la gruta salió agua cristalina y milagrosa, así del Costado traspasado de Cristo surgió el agua cristalina y milagrosa, la gracia santificante, que cura el alma al librarla de la peste del pecado y le concede además la salud de la vida nueva, la vida de los hijos de Dios.
         Con esto vemos que nada de lo que Dios pide es en vano: a Bernardita le pidió que se humillara públicamente y de esa humillación –participación de la humillación de Jesús en el Calvario- surgió una fuente de gracia y bendición. Lo mismo sucede con toda humillación aceptada, con espíritu cristiano, y ofrecida con humildad a los pies de la cruz de Jesús.


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