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sábado, 1 de diciembre de 2018

Novena a la Inmaculada Concepción Día 3



Bernardita Soubirous, testigo excepcional de una de las más grandiosas apariciones de la Virgen, las apariciones en Loudes, Francia, describe, de primera mano, su encuentro privilegiado con la Madre de Dios. Bernardita, sin saber que era la Virgen, en una de las primeras apariciones, le preguntó: “¿Quieres decirme quién eres? Te lo suplico, Señora Mía”. A continuación, y según su relato, la Virgen separó y elevó sus manos, poniéndolas a la altura del pecho, en señal de oración. La crónica de los hechos dice así: “Entonces la Señora apartó su vista de Bernardita, separó y levantó sus manos, poniéndolas en posición de oración delante del pecho y, más resplandeciente que la luz del sol, dirigida la vista al cielo dijo: “Yo Soy la Inmaculada Concepción”.
Ahora bien, si consideramos que esta aparición es excepcional y que Bernardita tuvo un privilegio único, que la convierte en una de las santas más afortunadas de la Iglesia, debemos sin embargo considerar que también nosotros somos testigos y partícipes de un hecho excepcional, que nos convierte en los seres más afortunados del mundo: por el misterio de la liturgia eucarística, no se nos aparece la Virgen para decirnos “Yo Soy la Inmaculada Concepción”, pero, por la gracia de la cual Ella es Mediadora, por la Eucaristía, ingresa en nuestras almas Jesucristo, Quien nos dice: “Yo Soy el que Soy”, esto es, el Nombre propio de Dios. Y no lo pronuncia en una oscura y recóndita gruta, como en el caso de la Virgen a Bernardita, sino que pronuncia el Nombre de Dios en lo más recóndito de nuestro oscuro corazón y así como la Virgen iluminó la cueva de Lourdes con la luz de la gloria de Dios, así Jesús, al entrar en nosotros por la comunión, ilumina la oscuridad y las tinieblas de nuestras almas.
Por esto mismo, si consideramos a Bernardita Soubirous como una de las santas más afortunadas de la historia de la Iglesia porque se le apareció la Virgen de Lourdes, también nosotros nos podemos considerar como los seres más afortunados del mundo, porque recibimos a Jesús, el Hijo de la Virgen, por la Eucaristía.




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