Por la
naturaleza misma de su misión, el legionario vive muy de cerca el sufrimiento
de los hombres y por ese motivo, el legionario debe saber qué es lo que la
Iglesia enseña acerca del sufrimiento[1]. Si
no lo hace así, es decir, si se ve el sufrimiento solo desde el punto de vista
humano, entonces el sufrimiento se hace insoportable y se termina en leyes
inhumanas como la eutanasia, que es en realidad homicidio asistido o suicidio
asistido.
Es importante
recordar el origen del sufrimiento y de la muerte, porque muchos, al no saber
su origen, cometen grandes injusticias contra Dios, haciéndolo culpable de tal
o cual enfermedad, sufrimiento o muerte. Cuando nos preguntamos por el origen
del dolor, del sufrimiento y de la muerte, la Sagrada Escritura nos da la
respuesta: “Por la envidia del Diablo entró la muerte en el mundo y por el
pecado del hombre” (Sab 2, 24), es decir, el Diablo tuvo envidia del
hombre, creado a imagen y semejanza de Dios y tentó a Eva para que esta hiciera
caer a Adán, cometiendo ambos el pecado original, perdiendo la gracia que se
les había concedido y quedando en estado de pecado, de naturaleza humana caída
como consecuencia del pecado original. Y la Escritura también dice: “Dios no
creó la muerte” (Sab 1, 13); en esto es muy clara la Palabra de Dios: “Dios
no creó la muerte”. Entonces, el origen del dolor, del sufrimiento y de la
muerte, es doble: la envidia del Diablo y el pecado original de Adán y Eva, que
se transmite a la especie humana de generación en generación. El legionario
debe tener esto muy en claro, tanto para sí mismo, para no caer él en el error,
como para dar alivio a los que sufren.
Lamentablemente,
muchos cristianos, desconociendo la verdad del dolor y su origen -que, como
hemos visto, nos es revelada por las Escrituras- cuando se enfrentan a la enfermedad,
al dolor, al sufrimiento, la primera y única reacción es culpar injustamente a
Dios por lo que le sucede; muchos incluso reniegan de la fe, se apartan de la
Iglesia, con un enojo totalmente injustificado; muchos piden a gritos que le
quiten la Cruz; muchos acuden a los que trabajan para el enemigo de Dios y de
las almas, los hechiceros, para ser curados; muchos, aun cuando no hacen esto,
piden a Dios la sanación, cuando en realidad se debe pedir que se cumpla la voluntad
de Dios, como enseña San Ignacio de Loyola: el santo nos dice que no debemos
pedir ni salud ni enfermedad, sino que se cumpla la voluntad de Dios, es decir,
si Dios quiere, que seamos sanados, pero también, si Dios quiere, que continuemos
enfermos. En síntesis, tanto en la salud como en la enfermedad, el cristiano y con
mayor razón el legionario, debe dar gloria a Dios.
Algo más
que debe tener en cuenta el legionario es que el sufrimiento es un don, una
gracia, que Dios da a quienes más ama, pero es un don que hay que saber hacerlo
crecer y fructificar. El sufrimiento se hace fructífero y se convierte en un
tesoro de gracias infinitas cuando se une el sufrimiento a Cristo crucificado,
por medio de las manos y el Corazón Inmaculado de la Virgen de los dolores. Si no
se hace así, se pierde lamentablemente el tesoro de gracias que es el dolor,
solo en la unión con el dolor de Cristo, Varón de dolores y Víctima, que se
ofrece por nuestra salvación en la Cruz del Monte Calvario, a través del
Inmaculado Corazón de María, la Virgen de los dolores, el alma se santifica por
la Sangre de Cristo, Sangre que no solo la purifica, sino que la santifica, haciéndola
partícipe de la Vida Divina de la Santísima Trinidad.
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