La Asunción gloriosa de la Virgen en cuerpo y alma a los
cielos, con lo cual culmina su vida terrena e inicia su vida eterna, está unida
estrechamente al resto de los insondables misterios de su vida, que inician con
su Concepción Inmaculada, es decir, libre de toda mancha de pecado original, y
con su condición de ser la Llena de gracia, es decir, inhabitada por el
Espíritu Santo desde el primer instante de su Concepción sin mancha. Es por
esto que, para poder apreciar el misterio que significa la Asunción de María,
es necesario considerar su condición de Virgen y Madre de Dios, concebida sin
la malicia del pecado original y plena de la gracia santificante, en un grado
que supera más que la tierra del cielo, a la gracia de todos los ángeles y
santos juntos. Esto significa que la Virgen no solo no cometió jamás ni
siquiera el más pequeño pecado venial, sino que ni siquiera cometió imperfección
alguna, pues lo impedía su alma plena de gracia. Fue esta gracia, que colmaba
con una plenitud que superaba infinitamente a la gracia de todos los ángeles y
bienaventurados juntos, la que, en el momento de su Dormición –así designa la
Iglesia Oriental al pasaje de la Virgen de esta vida a la otra- se derramó
sorbe su Cuerpo Purísimo, colmándolo de la gloria en la que su alma ya
comenzaba a vivir. Teniendo en cuenta esto, ¿cómo sucedió la Asunción de la
Virgen? En el momento en que debía morir, es decir, cuando ya se había cumplido
el tiempo en el que Dios había dispuesto que debía la Virgen pasar de esta vida
a la vida eterna, en vez de morir, la Virgen experimentó lo que los orientales
llaman “Dormición” y que consiste, precisamente, en un estado en el que parecía
estar dormida, pero no muerta. En ese momento fue que la gracia de su alma se
derramó sobre su cuerpo y lo glorificó, experimentando el Cuerpo Purísimo de
María una transfiguración en todo similar a la Transfiguración de su Hijo Jesús
en el Tabor, es decir, su cuerpo comenzó a resplandecer con la luz de la gloria
divina. Fue así como la Virgen, con su alma y su cuerpo glorificados, fue asunta
al cielo, lo cual quiere decir que en ningún momento, ni experimentó la muerte
tal como la experimenta todo su ser humano, y mucho menos sufrió el proceso de
rigidez cadavérica y de descomposición orgánica que es propio de todo cadáver,
ya que, como vemos, la Virgen nunca murió.
La Asunción de María Virgen, Nuestra Madre del cielo, glorificada
en su cuerpo y alma, es el objetivo y la meta final de todo aquel que se precie
de ser hijo de María. Así como María, Nuestra Madre del cielo, fue asunta en
cuerpo y alma a los cielos, así también debemos nosotros, sus hijos, a ser
glorificados en cuerpo y alma en el Reino de Dios. Para ello, es necesario
rechazar de raíz toda forma de pecado e imitar a María Santísima en su pureza,
en su castidad, en su vida de gracia y en su adoración y en su amor puro e
indiviso a su Hijo Jesús, que para nosotros, está en la Eucaristía.
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