Nuestra Señora de la
Merced, Redentora de cautivos
San Pedro Nolasco fundó la Orden de la Merced luego de que
la Virgen se le apareciera en sueños la noche del 1 al 2 de agosto del año 1218[1]; de
manera simultánea a San Pedro Nolasco, la Virgen se les apareció también a san
Raimundo de Peñafort y al rey Jacobo de Aragón; a los tres, les dijo que “sería
de sumo agrado suyo y de su Hijo la institución de una Orden religiosa en su
honor con el fin de liberar a los caídos en poder de los infieles”[2]. Fue
entonces la misma Virgen María en persona quien le dijo a San Pedro Nolasco que
debía fundar la orden de la Merced, para así poder continuar el trabajo que él y
sus compañeros ya venían haciendo desde hacía 15 años, y que era la liberación
de prisioneros en manos de los musulmanes -los cuales se habían apoderado de la Tierra
Santa-, a cambio de un rescate. Pedro Nolasco, que fundó la Orden
de la Merced el 10 de agosto de 1218 en presencia del rey Jaime I de Aragón y
del obispo Berenguer de Palou, reconoció siempre a María Santísima como la
auténtica fundadora de la orden mercedaria, cuya patrona es la Virgen de la
Merced (“Merced” significa “misericordia”)[3].
En esta Orden Mercedaria[4], fundada por pedido de explícito de María Santísima y de Nuestro Señor Jesucristo, los frailes hacían un cuarto voto, además de los tres votos propios de la vida
religiosa, pobreza, castidad y obediencia: dedicar su vida a liberar esclavos. La
condición para entrar en la Orden, además de vivir los tres votos propios de
toda orden religiosa, era comprometerse a ofrecerse a quedarse en lugar de
algún cautivo que estuviese en peligro de perder la fe, en caso que el dinero
no alcanzara a pagar su redención[5]. La
liberación de los cautivos en manos de los musulmanes, cuando no alcanzaba el
dinero para rescatarlo, consistía en un canje: se entregaba un misionero de la
Merced, a cambio de un cristiano cautivo. De ahí el nombre de Nuestra Señora de
la Merced como “Redentora de cautivos”, porque el religioso que se entregaba a
cambio del prisionero cristiano, lo hacía en nombre de Nuestra Señora de la
Merced.
En nuestros días, no existe tal situación; sin embargo,
muchos cristianos permanecen cautivos, no corporalmente, sino espiritualmente y
quienes son sus carceleros, no son los musulmanes de antaño, sino las pasiones
desordenadas que conducen al pecado. Los cautivos de nuestros días son los
hombres que, apartados de Dios y de su gracia, se encuentran prisioneros de sus
propias pasiones, las cuales, sin la razón y sin la gracia, llevan al pecado. Las
pasiones sin control en el hombre apartado de la gracia, son como las cadenas,
mientras que los pecados capitales cometidos a causa de estas pasiones –soberbia,
ira, lujuria, pereza, gula, avaricia, envidia- son las prisiones espirituales
en las que estos cristianos quedan encerrados. En nuestros días, muchos cristianos
se encuentran cautivos de los pecados y esta cautividad es mucho peor que la
cautividad corporal, porque el que está preso porque su cuerpo está en una
cárcel, es libre en su interior; en cambio, el que está prisionero de sus
pasiones y de los pecados, aun cuando circule libremente por las calles, está
cautivo y aprisionado por el mal, con cadenas más pesadas que las de hierro. Si
a un cautivo corporal se lo puede liberar rompiendo el cerrojo de la puerta de
la cárcel y luego rompiendo sus cadenas de hierro, a un cautivo espiritual, la
única manera de liberarlo, es por medio de la gracia, que ilumine su mente y su
corazón para que vea al Amor de Dios encarnado en Jesucristo y desee amarlo. Ahora
bien, como la Virgen, Redentora de cautivos, es también Medianera de todas las
gracias, a esas gracias necesarias para la liberación espiritual, que se nos
otorgan por el sacrificio en cruz e Jesús, se las obtiene sólo por María.
Es por eso que la esperanza para los prisioneros
espirituales del pecado, radica en la Virgen, que es Redentora de cautivos. Entonces,
si la Virgen rescató de la esclavitud corporal a muchos en el pasado, hoy
también la Virgen rescata de la esclavitud espiritual, la del pecado, a una
inmensa cantidad de sus hijos adoptivos que están prisioneros espiritualmente
por el pecado. La Virgen, que es Medianera de todas las gracias, se comporta
como Redentora de cautivos, cuando nos concede la gracia que nos permite no
solo no caer en la tentación, sino además crecer en la imitación de Cristo. Gracias
a la Virgen, Redentora de cautivos, logramos escapar de la esclavitud del
pecado y ser libres en Cristo Jesús. Así como un esclavo, cuando es liberado,
comienza a vivir una vida nueva, la vida de libertad, así también nosotros,
esclavos del pecado, cuando somos liberados por la Virgen, Redentora de
cautivos, de la esclavitud del pecado, comenzamos a vivir una vida nueva, la
vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios. El que ha sido liberado por la
Virgen de la Merced no solo se aparta de todo lo malo –ira, odio, enojos,
rencores, envidias, disputas, pereza-, sino que, al tener la gracia de Dios en
su alma, entroniza en su corazón a Jesús Eucaristía, Rey de los corazones, y
vive sólo de su Amor y en su Amor.
En su día, le rezamos así a Nuestra Señora de la Merced: “Virgen
de la Merced, Redentora de cautivos, te suplicamos por nosotros, por nuestros
seres queridos y por todo el mundo, que nos liberes de la tiranía y esclavitud
de las pasiones sin control y del pecado, para que entronicemos a Nuestro Señor
Jesucristo en nuestros corazones, proclamándolo Nuestro Rey, Nuestro Único
Dueño y Señor de nuestras vidas y así vivamos en la verdadera libertad, la libertad que nos concede la gracia, la
libertad de los hijos de Dios”.
[1] http://www.corazones.org/santos/pedro_nolasco.htm
[2] Cfr. http://www.liturgiadelashoras.com.ar/,
Común de la Santísima Virgen María, Salterio I.
[3] Cfr. ibidem.
[4] El hábito de la Orden de la
Merced lleva un escudo con cuatro barras rojas sobre un fondo amarillo, que
representa a la corona de Aragón, y una cruz blanca sobre fondo rojo, titular
de la catedral de Barcelona.
[5] Cfr. ibidem.
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