Desde sus inicios, la Legión tuvo siempre una estrecha relación
con la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo[1].
En su primer acto público, la Legión se dirigió al Espíritu Santo y luego al Hijo
de Dios, por intermedio de María. En el diseño del vexillium, el águila romana
pagana fue reemplazada por la figura de la Dulce Paloma del Espíritu Santo,
tomando a su vez la Virgen el lugar del emperador, con lo cual se significaba
que el Espíritu Santo transmitía al mundo sus gracias por intermedio de María.
También en la téssera quedó plasmado este concepto: el Espíritu Santo se cierne
sobre la Legión y comunica de su poder a la Virgen, poder con el cual aplasta
la cabeza de la Serpiente Antigua. Además, el color de la Virgen no es azul,
como podría suponerse, sino rojo, indicando el color con el que se representa
al Espíritu Santo, el color del fuego, ya que es llamado también “Fuego del
Divino Amor” y es el fuego en el que está envuelta la Virgen[2].
Todo esto sirvió como antecedente para que en la Promesa
Legionaria se dirigiera al Espíritu Santo y no a la Reina de la Legión, con lo
cual se refuerza la idea de que es el Espíritu Santo el que regenera al mundo
con sus gracias, aunque estas, por pequeñas que sean, pasan siempre por la
Virgen.
Hay algo que la Legión siembre debe tener en claro en la
Virgen y es para imitarla y es que la Virgen entabla una relación personal con
cada una de las Divinas Personas de la Trinidad: Dios Padre la eligió como su
Hija predilecta para la Encarnación de Dios Hijo; Dios Hijo la eligió para ser
su Madre; Dios Espíritu Santo la eligió para hacer de ella su virginal Esposa. Es
decir, todo el plan divino de la Santísima Trinidad, pasa por la Virgen y como
legionarios, debemos buscar de entrever estas relaciones para corresponder al
Plan divino de conquistar el mundo por medio de la Virgen[3].
Todos los santos insisten en la necesidad de que, en nuestra
relación con Dios, nos dirijamos a las Tres Divinas Personas –recordemos que
somos católicos y la creencia en la Santísima Trinidad nos distingue de
cualquier otra religión, de modo que no podemos dirigirnos a Dios del mismo
modo a como lo hacen los protestantes, los judíos y musulmanes, que creen en
Dios Uno y no Trino-.
Este
misterio divino no puede ser comprendido, porque supera nuestra capacidad de
razonamiento, sino que debe ser creído por medio de la asistencia de la gracia
divina, la cual podemos pedirla con entera confianza a la Virgen, a quien le
fue anunciado, como primera creatura, el misterio de la Trinidad, en la
Anunciación[4].
La Santísima Trinidad se reveló a la Virgen por medio del Arcángel: le anunció,
de parte de Dios Padre, que Dios Hijo habría de encarnarse en Ella, por medio
de Dios Espíritu Santo: “El Espíritu Santo bajará sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será
llamado Hijo de Dios” (Lc 1, 35).
El Legionario debe profundizar esta relación con la Trinidad
de muchas maneras: con la oración, pidiendo la gracia de aceptar este misterio;
con el estudio y la formación permanente y, sobre todo, por medio de la Santa Misa,
porque la Santa Misa, que es prolongación de la Encarnación, es obra también de
la Santísima Trinidad: Dios Padre pide a Dios Hijo que baje del cielo y quede
oculto en la Eucaristía, por obra de Dios Espíritu Santo.
Por estas razones, el legionario que no asiste a Misa -a no ser que tenga algún impedimento real que justifique su ausencia-, corta de raíz su relación con la Trinidad y por lo tanto con la Legión, porque la Legión está enraizada, en su ser más íntimo, a través de la Virgen, en el misterio de la Santísima Trinidad.
Por estas razones, el legionario que no asiste a Misa -a no ser que tenga algún impedimento real que justifique su ausencia-, corta de raíz su relación con la Trinidad y por lo tanto con la Legión, porque la Legión está enraizada, en su ser más íntimo, a través de la Virgen, en el misterio de la Santísima Trinidad.
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