Así como no podemos elegir de Cristo sólo lo que nos agrade,
por ejemplo, la alegría del Tabor, la gloria de la Resurrección, la Exaltación
a los cielos, y al mismo tiempo descartar lo que nos desagrade, como por
ejemplo, la humillación de la Pasión, el dolor de la cruz, la ignominia sufrida
hasta su muerte el Viernes Santo, porque de esa manera nos estaríamos
inventando un cristo falso, un cristo hecho a nuestra medida, que nos
satisface, que es todo alegría y ausencia de cruz, así también sucede con
Nuestra Señora: tampoco podemos elegir lo que nos agrade –la alegría de la
Anunciación, por ejemplo, pero sin considerar ni querer tomar parte en sus
dolores[1],
porque de esa manera nos estaríamos también inventando una virgen falsa, hecha
a nuestra medida, pero que no corresponde a la realidad. Si queremos llevarla a
nuestra casa, como el apóstol Juan -es decir, a nuestro corazón y a nuestra
vida cotidiana-, debemos aceptar a María Santísima en su totalidad, y no
parcialmente, lo que más nos agrade. No basta con tomar a María como modelo de
virtudes; tampoco basta con rezarle y rezar a Dios agradeciendo por las
maravillas que obró en María; para que nuestra devoción a María sea auténtica –y
la primera devoción es considerarla como Madre de Dios y Madre nuestra, es
decir, comportarnos con Ella como sus hijos pequeños-, lo que debemos hacer es unirnos
a María en comunión de vida y amor, y es así como María nos comunicará la
gracia de su Hijo Jesús. Así como un hijo, que ama a su madre, no se contenta
con tomarla como modelo y con decirle cosas lindas, sino que se alegra con su
alegría y se duele con sus dolores, así sucede con nosotros, con relación a
María: debemos unirnos a Ella, para que Ella nos haga partícipes de su vida, de
sus dolores y de sus alegrías. La función esencial de María es la maternidad,
tarea encargada por Nuestro Señor antes de morir, cuando dijo a Juan: “He aquí
a tu Madre”, y por lo tanto, la verdadera devoción a María implica
necesariamente el servicio de los hombres[2], porque
todos los hombres están llamados a ser hijos y porque la Virgen está llamada a
ser Madre de todos los hombres, los que nacen a la vida de hijos de Dios por el
bautismo, y para esto se necesita ser apostolado, porque los hombres necesitan
saber –tienen derecho a saberlo- que Dios los quiere adoptar como hijos por el
bautismo, para que pasen a ser hijos suyos adoptivos e hijos de la Virgen. La maternidad
es una función esencial de María y el Legionario, como hijo de María, debe
hacer apostolado para que los hombres sean hijos de Dios, y si ya lo son, para
que se comporten como tales, porque muchos han recibido el bautismo, son hijos
adoptivos de Dios, pero se comportan como paganos. Así como no se puede
concebir a María sin la maternidad espiritual de todos los hombres, así tampoco
se puede concebir al cristiano sin apostolado que es, en cierto modo, la
participación a esta función maternal de María. Por consiguiente, la Legión
descansa no sobre María y el apostolado, sino sobre María como principio y
fuente del apostolado y de toda la vida cristiana[3].
Ahora, no hay que pensar, dice el Manual del Legionario, que
el apostolado caerán como lenguas de fuego desde el cielo, sobre los
Legionarios que ociosamente estén cruzados de brazos. Lo que el Legionario debe
hacer es evaluar acerca de las probabilidades concretas que tiene de hacer
apostolado, encomendarse a la Virgen y pedirle que sea Ella quien, a través nuestro,
actúe. La Virgen necesita de nuestra ayuda, y esto no porque la Virgen no sea
Poderosa –recordemos que Ella es la Mujer del Apocalipsis, que aplasta la
cabeza de la Serpiente con su talón, y esto porque la Trinidad le participa de
su omnipotencia divina-, sino porque la Divina Providencia ha querido contar
con nuestra cooperación humana. María posee un tesoro inagotable de gracias,
pero necesita de nuestra ayuda para distribuirlas. Es como si el gerente de un
banco quisiera hacer llegar sumas formidables de dinero a indigentes, pero
necesita de la colaboración de los cadetes. Esos cadetes somos nosotros, que
debemos unirnos a María en comunión de vida y amor para nuestro apostolado sea
fructífero en gracias de conversión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario