Cuando nos
comparamos con Dios, constatamos una cosa: que no hay punto de comparación con
Él: Dios es infinitamente grande, y nosotros somos, literalmente hablando, “nada
más pecado”, como lo dicen los santos. Ahora bien, esta pequeñez nuestra, esta
nada nuestra, puede seguir siendo pequeña y pecadora, o bien puede convertirse
en algo grande y santo. Para darnos una idea, debemos recordar la parábola del
grano de mostaza: al principio es pequeño, pero luego se convierte en un arbusto
tan grande, que hasta los pájaros del cielo van a hacer sus nidos allí. Ese
grano de mostaza, pequeño, insignificante, somos nosotros, en nuestro estado
natural, sin la gracia santificante; el grano de mostaza convertido en gran arbusto
somos también nosotros, pero aumentados en tamaño y fuerza por acción de la
gracia santificante. Sin la gracia, sin la unión con Dios, somos nada; con la
gracia, con la unión con Dios que nos da la gracia, crecemos hasta “la estatura
de Cristo”.
¿De qué
manera podemos crecer hasta la estatura de Cristo? ¿Cómo dejar de ser pequeños
e insignificantes, como el grano de mostaza al inicio de la parábola, para
luego ser grandes como un arbusto, como un grano de mostaza ya crecido? ¿De qué
manera dejar de ser nosotros mismos, que somos nada más pecado, para ser “otros
cristos”? Hay una sola manera y es acudiendo al Inmaculado Corazón de María,
porque es allí en donde encontraremos las gracias que necesitamos para
alimentarnos de la misma substancia de Dios –Cristo en la Eucaristía- y así
crecer “hasta la estatura de Cristo”. Acudamos entonces con confianza a María
Santísima para que Ella nos conceda las gracias que necesitamos para dejar de
ser lo que somos, nada más pecado y convertirnos en imagen y semejanza de
Cristo.
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