María al pie de la cruz
(Meister des Pähler Altars)
Sobre el Gólgota, sobre el
Monte Calvario, se encuentra Jesús Crucificado, coronado de espinas, derramando
su Sangre a través de las heridas de las manos y de los pies, perforados por
los clavos de hierro. Jesús en la cruz sufre dolores inmensos, insoportables,
en el cuerpo pero también en el espíritu, ya que el dolor más grande era por
aquellos que habrían de condenarse porque iban a rechazar su sacrificio. Por su
sufrimiento en el cuerpo y en el espíritu, Jesús en la cruz es el Señor de los
Dolores. Y al pie de la cruz, está María, la Virgen Madre, Señora de los
Dolores.
¿Qué hace María
al pie de la cruz? Consuela, con su Presencia maternal, a su Hijo que sufre.
Ella alivia la amargura y el dolor de su Hijo, con su Presencia maternal trae
al Corazón de su Hijo que cuelga de la cruz en medio de terribles dolores, un
poco de paz, y así Jesucristo, en medio de sus inmensos dolores, en algo se ve
aliviado. La Madre consuela al Hijo con su Presencia de Amor.
Sin embargo,
María al pie de la cruz no sólo consuela a su Hijo, el único consuelo en medio
de ese mar de dolor que es la cruz, sino que participa de los dolores de su
Hijo. La Madre comparte los dolores de su Hijo; los siente dentro suyo, como si
fueran propios. Aún cuando una madre, en el exceso de amor de su hijo, por el
amor que siente por su hijo, quisiera, para aliviarle sus dolores, tomar sobre
sí esos dolores de su hijo, aunque lo deseara, no podría experimentarlos en sí.
En cambio
María, por su unión mística con Jesús, comparte y participa de esos dolores, y
los hace suyos y propios, de tal manera que se puede decir que María sufrió los
mismos dolores, en su misma intensidad, que su Hijo. No en el cuerpo, pero sí
en el espíritu, como si a Ella la hubieran coronado de espinas, flagelado,
atravesado las manos y los pies con clavos de hierro, como a Jesús en la cruz.
Y así como
Jesús es Redentor de la humanidad por sus dolores, así la Virgen es
Corredentora por haber participado de esos mismos dolores. La Virgen nos salva
a través de sus dolores, por eso es llamada Corredentora, Salvadora de la
humanidad y de cada uno de nosotros.
Pero no sólo
nos salva, sino que además, por haber participado al pie de la cruz del
sacrificio supremo de su Hijo, sacrificio por el cual nos mereció la gracia de
la filiación, María se vuelve, al pie de la cruz, Madre nuestra. Así como
imploró el descenso del Espíritu Santo sobre su seno para que diera vida a su
Hijo Niño, así implora, al pie de la cruz, el Espíritu de su Hijo, para que nos
dé a nosotros su Espíritu, el Espíritu que nos hace ser hijos de Dios. En la
cruz, donde Jesús muere derramando su Sangre para darnos su vida, nos hace el
don de su Madre, por eso María es la Madre de todos aquellos que nacen a la
vida nueva y eterna por medio de la Sangre de Jesús derramada en la cruz. Por
eso María es Madre de Dios Hijo y Madre nuestra, que somos, al pie de la cruz,
hijos de Dios, nacidos del dolor de María.
También es
medianera de todas las gracias, porque así como Cristo con su sacrificio en la
cruz se hizo intercesor y mediador por nosotros en el cielo, así María, por
acompañar a su Hijo en el sacrificio del Gólgota en la tierra, se hizo
medianera e intercesora de todas las gracias en el cielo. Por haber participado
al pie de la cruz, por haber participado del sacrificio de su Hijo, María se
volvió la depositaria y tesorera de los méritos de la redención para toda la
humanidad y para todos los tiempos[1].
Y si como
enseña la Iglesia, la Misa es la renovación sacramental, en el misterio de la
liturgia, del mismo sacrificio de la cruz, si Cristo en la cruz se hace
Presente en cada misa, también la Madre, que está al pie de la cruz, se hace
Presente en Persona en cada misa. Así lo dice el Santo Padre Juan Pablo II:
“...cuando celebramos la Eucaristía, nos encontramos cada día sobre el Gólgota,
y por eso está junto a nosotros, en el Gólgota, la Virgen María”[2].
En cada Eucaristía, nos encontramos sobre el Gólgota, delante de Jesús, a los
pies de la cruz. Pero también, por eso mismo, nos encontramos a los pies de
María, nuestra Madre, porque si el Hijo está en el Gólgota, allí también está
la Madre Y está la Madre, como el Hijo, no en sentido figurado, sino en
persona, con su persona, invisible, misteriosa, real. Como el Hijo.
A María, Madre
nuestra, debemos pedirle la gracia de saber amar a Jesús como Ella lo ama, y
saber amar al prójimo como Cristo lo ama desde la cruz.
[1] It is further
indicated by the fact that, by her cooperation in the sacrifice of the
redemption, Mary conjointly obtained all graces. For it is evident that her
heavenly intercession must be to Christ’s interpellation in heaven as her
sacrificial activity on earth was to that of Christ. So also the scope of her
intercession must answer to that of her earthly activity, as Christ’s
interpellation to His sacrificial activity. By her cooperation in Christ’s
sacrifice, Mary became the depositary of the merits of the redemption for all
mankind and for all times. In the first place she cooperated in imploring the
Holy Ghost to hasten His descent upon the infant Church. Likewise, her
continuous cooperation must hold as a normal condition for all future fruits of
Christ’s merits and for the action of the Holy Ghost. Cfr. Matthias Joseph
Scheeben.
[2] “E in particolare, quando celebrando l’Eucaristia ci
troviamo ogni giorno sul Golgota, bisogna che vicino a noi sia colei che
mediante la fede eroica ha portato all’apice la sua unione col Figlio, proprio
là sul Golgota”. Juan Pablo II, Lettera ai sacerdoti in occasione del
Giovedì Santo, Città del Vaticano, Roma, 25/03/1988, XI/1 (1988) 721-743.
No hay comentarios:
Publicar un comentario