(Homilía para el final de una Novena a la Inmaculada Concepción,
en una parroquia homónima)
Finalizamos la Novena a la Inmaculada
Concepción. Debemos preguntarnos qué significa para nosotros una
"novena". Por supuesto que podemos responder desde lo obvio:
"son nueve días de preparación espiritual para celebrar a la Patrona de la
Parroquia". Sin embargo, es necesario que profundicemos en la pregunta
acerca de qué significa para nosotros, en cuanto cristianos, esta novena, o
cualquier novena, para trascender la respuesta obvia, y alcanzar una respuesta
un poco más profunda, porque más allá de que se trate una preparación
espiritual para celebrar a la Patrona de la Parroquia, la novena, por lo
general, finaliza sin que los cristianos seamos capaces de trascender el aspecto
folclórico y costumbrista, relegando a la fiesta patronal a un evento meramente
social, quitándole el aspecto sobrenatural y mistérico, tal como sucede con los
sacramentos. En otras palabras, si no nos detenemos a reflexionar acerca del
sentido espiritual y sobrenatural de la novena, corremos el riesgo de pensar
que en la mera celebración exterior -tal como sucede con los sacramentos- se
encuentra la esencia de la práctica de la religión, lo cual es quedarnos con
las manos vacías y, lo que es peor, con el corazón igual que antes de la
novena.
La novena y su culminación, no deben
ser nada más que un motivo para reunirnos una vez al año, para una fiesta
parroquial; tampoco debe convertirse en una mera ocasión para repetir de
memoria el mismo guión, con distintos nombres; para el cristiano, celebrar la
novena de la "Inmaculada Concepción", es celebrar el hecho de que en
la Virgen María, la Madre de Dios, por designio de Dios Uno y Trino, está
depositada su vida, la vida terrena, pero sobre todo, la vida eterna, y en esto
debe radicar el motivo y la razón de su participación en la novena con profundo
gozo y alegría, porque quien se acerca a la Virgen, se acerca a Jesucristo, y
quien se acerca a Jesucristo, es llevado a Dios Padre por su Espíritu de Amor.
Para tratar de penetrar en el sentido
espiritual de la novena, contemplemos entonces, con los ojos del cuerpo, pero
ante todo, con los ojos del alma, iluminados por la luz de la fe de la Santa
Madre Iglesia, a la Inmaculada Concepción, y meditemos en su título, porque el
título de la Virgen, no es un título más entre tantos, sino uno de los principales
de todos los títulos principales que tiene la Virgen. Además, constituye un
dogma de fe, pero para nosotros, los cristianos, el saber que la Virgen es la
"Inmaculada Concepción" y que esto sea "dogma de fe", no
quiere decir que sea algo que está reservado para los estudiosos de Teología;
el hecho de que la Virgen sea la "Inmaculada Concepción", y que esto
sea "dogma de fe", no está alejado de la vida cotidiana: por el
contrario, está íntimamente ligado a la vida de todos los días, a la rutina de
todos los días, y eso, independientemente de la edad, el estado y condición de
vida. Que la Virgen sea "Inmaculada Concepción" implica y abarca
absolutamente a todos y cada uno de los cristianos, y no solo a los expertos en
teología, y no para algún hecho puntual, sino para los hechos cotidianos, de
todos los días, para las actividades que parecen más banales e intrascendentes.
Lejos entonces de ser una mera cuestión
académica, reservada a teólogos y catedráticos, y lejos también de ser una mera
costumbre folclórica, el saber que la Virgen es "Inmaculada
Concepción", es para el cristiano tan importante, que constituye la razón
de su existir y la razón de su ser y de su paso por esta vida y es por ese
motivo que la celebración de su fiesta patronal no puede quedar como una más
entre tantas, sino que tiene que conducir a provocar un cambio profundo en su
corazón y en su vida, que es el cambio que produce la gracia santificante de
Jesucristo, obtenida al precio de su sacrificio en la cruz, y que se nos dona a
través de los sacramentos, por medio de la oración, y por medio de la
intercesión de la Inmaculada Concepción, que es la Medianera de todas las
gracias.
Entonces, celebrar a la Inmaculada
Concepción externamente, pero permanecer internamente con un corazón oscuro; con
un corazón no convertido, con un corazón que pertenece al hombre viejo; con un
corazón que rechaza la gracia; con un corazón que no perdona ni pide perdón;
con un corazón que no ama a sus enemigos, como lo pide Jesús en el Evangelio (Mt
5, 44), como sello distintivo de quien verdaderamente lo ame; con un corazón
que sea refugio de deseos oscuros, de pasiones bajas, desordenadas, terrenas,
pecaminosas; un corazón que crea en supersticiones, como la mala suerte, y no
confíe en el Amor Misericordioso de Jesús y no se refugie en el Corazón
Inmaculado de María, un corazón así, que solo celebre externamente la novena,
pero que no deja que la gracia santificante de Jesucristo lo transforme y que
el amor maternal de la Virgen lo convierta, entristece a la Virgen y a Jesús,
porque permanece todavía siendo un corazón del hombre viejo, del hombre no
renovado por la gracia, que hace inútil el sacrificio en cruz de Jesús. Un
corazón así entristece a Jesús y a la Virgen, porque celebra externamente, pero
internamente permanece impermeable a la gracia, por decisión propia.
Por el contrario, celebrar la
Inmaculada Concepción tiene que significar, para el cristiano, el inicio de una
vida nueva, una vida marcada por el deseo de imitar a la Virgen en su triple pureza,
la pureza de la mente, la pureza del corazón y la pureza del cuerpo. La Virgen
es Inmaculada Concepción y además es Llena de gracia, porque es inhabitada por
el Espíritu Santo, y eso significa que su Mente era Purísima, su Corazón era
Inmaculado, y su Cuerpo era Virginal.
El cristiano está llamado a imitar a
su Madre celestial en esta triple pureza: de mente, de corazón y de cuerpo, y
esta imitación de la Virgen, la obtendrá el cristiano por medio de la gracia
santificante obtenida en el Sacramento de la Penitencia, en la Confesión
Sacramental, lo cual implica el firme propósito de evitar, a toda costa, aun a
costa de perder la vida terrena, "las ocasiones próximas de pecado",
tal como lo decimos en la oración penitencial.
¿Cómo imitar a la Virgen en la pureza de
mente? Sabiendo que la Virgen amaba la Verdad y rechazaba con todo su ser el
error y la mentira, porque su Mente Inmaculada estaba inhabitada por la
Sabiduría Divina; por lo tanto, el cristiano debe rechazar, con todas sus
fuerzas, a la mentira, como si fuera el veneno más apestoso y mortífero, porque
la mentira es el alimento que proporciona el "Padre de la mentira" (Jn
8, 44), Satanás; pero el cristiano debe rechazar también toda forma de idolatría
-ya sea el dinero, o la superstición, como el Gauchito Gil, la Difunta Correa,
San La Muerte, o cualquier otro ídolo pagano-, para creer y tener una fe pura y
cristalina en la Presencia Real de Jesús en la Eucaristía, una fe que no esté
contaminada por errores ni por supersticiones. Si el cristiano rechaza el
error, la mentira, la idolatría y la superstición, su mente brillará con la luz
de la fe, iluminada por la gracia, y así será como un vaso de cristal, lleno de
agua de manantial, que deja traslucir la luz del sol, mientras que si cree en
idolatrías o si dice mentiras, su fe será como si a ese vaso se le agregara un
puñado de tierra.
¿Cómo imitar a la Virgen en la pureza
de su Corazón Inmaculado? Sabiendo que el corazón de la Virgen, por la gracia
que la colmaba, era un nido de luz y de amor en el que se posaba la Dulce
Paloma del Espíritu Santo y que por esta Presencia del Amor de Dios en su
Corazón Inmaculado, no había lugar para otros amores, sino solo para el Amor a
Dios, y es así que la Virgen amaba a su Hijo Jesús y solo a Él, que era Dios, y
si algo amaba que no fuera Él, lo amaba para Él, por Él y en Él; entonces, el
cristiano, imitará a la Virgen en la pureza de su Inmaculado Corazón, sobre
todo al comulgar, al tener su corazón purificado por la gracia santificante de
todo amor mundano o pecaminoso, y al dejar de lado todo amor mundano y
pecaminoso, para amar a Jesús en la Eucaristía y solo a Él, y si el cristiano ama
algo que no sea Jesús en la Eucaristía, que sea en Él, por Él y para Él, a
imitación de la Virgen Santísima.
¿Cómo imitar a la Virgen en la pureza
de su Cuerpo Inmaculado? Sabiendo que la Virgen fue pura antes, durante y
después del parto, y que permanece Virgen y seguirá permaneciendo Virgen, por
los siglos sin fin, porque el Nacimiento del Niño Dios fue milagroso, como
milagrosa fue su Inmaculada Concepción, por obra y gracia del Espíritu Santo.
La Virgen se comportó como un diamante: así como el diamante atrapa la luz en
su interior para recién después emitirla, y así como la luz que ingresa en el
diamante lo hace brillar y cuando es emitida de éste lo deja intacto tal como
estaba, antes, durante y después de su emisión, así la Madre de Dios, recibió
la Luz Eterna, proveniente del seno eterno del Padre, Jesucristo Dios, y antes
de emitirla al mundo, la albergó en su seno purísimo durante nueve meses, y así
mismo también, la Luz Eterna emitida por la Madre de Dios, Cristo Dios Nuestro
Señor, dejó intacta su virginidad, tal como estaba, antes, durante y después de
ser emitida, y así permanecerá por los siglos sin fin. El cristiano puede y
debe imitar a la Virgen en la pureza de su Cuerpo Inmaculado, por medio de la
castidad, de la abstinencia, y de la confesión sacramental, y así imitará a la
Virgen que, en el momento de la Encarnación, recibió en su Cuerpo Purísimo, en
su seno virginal, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo
Jesucristo, convirtiéndose en Sagrario Viviente y en Custodia más preciosa que
el oro. Si hace así, el cristiano imitará a su Madre del cielo en el momento de
la Comunión Eucarística, en el momento de recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma
y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, porque su cuerpo habrá sido
purificado por la gracia del Sacramento de la Penitencia, por la castidad y por
la abstinencia.
Imitar a la Inmaculada Concepción en
la Pureza Inmaculada de su Mente, de su Corazón, de su Cuerpo; ése es el fruto
deseado y el objetivo primero y último de la novena, y sobre todo, imitarla
para recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en la Eucaristía, para ser colmados con la plenitud del
Amor Eterno de su Sagrado Corazón Eucarístico, en el momento de la comunión. No
hay acción más importante para el alma en esta vida, que la comunión
eucarística, porque es la unión en el Amor de Dios con el Amor de los amores,
el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús; la comunión eucarística representa el
anticipo de la visión beatífica, en la medida en que es posible, en las
tinieblas de la fe, en esta vida terrena, y por ese motivo, no puede ser hecha
de cualquier manera. Por este motivo, la Inmaculada Concepción es el modelo
ideal y perfectísimo para nuestra Comunión Eucarística realizada en estado de
gracia y con el corazón ardiendo en deseos de unirnos al Amor de los amores, el
culmen de nuestra vida espiritual cristiana y el objetivo primero y último, no
solo de la novena, sino de toda la actividad de la Iglesia Universal.
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