martes, 16 de diciembre de 2014

El misterio de María


Cuando se piensa en Jesucristo, se piensa en sus misterios, se piensa en cómo puede ser posible que un simple hombre, o alguien que aparenta ser hombre a simple vista, pueda ser Dios en Persona. Todo el cristianismo gira en torno a los misterios del Hombre-Dios, y es así, porque el Hombre-Dios es el centro del universo, tanto visible como invisible.
         Sin embargo, poco se piensa en los misterios de María. ¿Quién podría pensar que de esa pequeña niña hebrea[1], hija de los ancianos Joaquín y Ana, dependía el futuro de humanidad? ¿Quién podía imaginar, al ver a María, que Ella era la Elegida por el Padre desde la eternidad, para enviar a su Hijo Unigénito a encarnarse en su seno virgen por el Espíritu Santo?
Al ver a María, como humilde ama de casa, salir a hacer compras al mercado de su pueblo, ¿podría siquiera pensarse que en María Dios adquiriría para sí a toda la humanidad? Cuando María preparaba la cena en su casa de Palestina, a la luz de las candelas de cera, ¿alguien habría imaginado que sería Ella, como Iglesia, quien preparara el banquete celestial del altar, a la luz de los candelabros litúrgicos de cera?
Al ver a María cocinar la cena, compuesta de cordero, pan, vino, ¿se podría pensar que Ella ofrecería al mundo, en el altar, la carne del Cordero, asada en el fuego del Espíritu Santo, el Pan de Vida eterna y el Vino en el cáliz de la Nueva Alianza? Cuando María, en su huerto, por las noches, con el sol oculto, tejía a la luz de la luna, luego de un día de duras faenas hogareñas, ¿podía siquiera imaginarse que sería el sol, el astro solar, quien la revestiría, y que la luna sería el escabel de sus pies?
Al contemplar a María, huir de noche hacia Egipto, acompañada por San José, para evitar que su Hijo sea asesinado por las fuerzas del infierno, ¿se hubiera alguien atrevido a ver en esta joven mujer fugitiva, débil, a la Madre de Dios, ante cuyo solo nombre los poderes del infierno se estremecen de terror y de pavor?
Y cuando María preparaba el pan en su horno de barro, para luego untarlo con miel y dárselo a su Hijo Jesús, ¿alguien hubiera pensado que sería Ella quien daría al mundo el Pan de Vida eterna, su Hijo Jesús, más dulce que la miel?
¡Cuán sublime el misterio de María! ¡A los ojos del cuerpo parece una débil Niña que protege a su Hijo, a los ojos del Espíritu, es la Madre de Dios, la Mujer del Apocalipsis, la Nueva Eva, la Esposa del Cordero, la Co-Redentora de la humanidad!



[1] Cfr. San Hesiquio de Alejandría, siglo V, 83.

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