María es un modelo insuperable de maternidad, porque María cuida con
inigualable amor de madre y con cuidado amoroso a su Hijo Jesús,
María cuida con amor de Madre a su Hijo, que es Hijo
suyo, pero que a la vez es su Dios, porque el Hijo de María es Dios hecho Niño
sin dejar de ser Dios. Es un misterio imposible de comprender, que María acepta
por amor y con amor. Y se dedica a la atención y al cuidado de este Niño que es
su propio Dios y que a la vez es su propio Hijo.
Lo cuida como toda madre cuida a su hijo primogénito,
recién nacido: acunándolo, besándolo, amamantándolo, alimentándolo,
cambiándolo, protegiéndolo. Y, en el caso de su Niño, puesto que es Dios, además,
adorándolo.
A medida que crece, acompañándolo en su crecimiento,
en sus primeros pasos, en sus primeras palabras. Cuando es un niño más grande,
haciendo lo que toda madre hace: el pan, la manteca, la miel, el azúcar, para
el desayuno y la merienda; pescado, queso, verduras y frutas, para el almuerzo
y la cena.
María se desempeña con amor de Madre cuidando a su
Hijo Jesús, como si fuera un niño más entre otros, pero la particularidad es
que no se trata de un niño más: es Dios hecho niño, sin dejar de ser Dios. Por
haber asumido una naturaleza humana, por haberse encarnado en un cuerpo y en un
alma humanas, este niño necesita todo lo que necesita cualquier niño humano,
pero, a la vez, es Dios Hijo en Persona. María, que cuida de su niño, sabe de
este misterio del cual Ella es protagonista, y contempla, con amor de madre y
con asombro, el misterio que tiene delante suyo, el misterio del Niño-Dios, de
Dios, que es su Hijo, pero que a la vez es el Hijo eterno del Padre.
María cuida con amor de Madre a su Hijo que es a la
vez su Dios, pero es modelo insuperable de maternidad
porque también cuida a sus hijos adoptivos, adoptados al pie de la cruz, todos
los hombres de todos los tiempos, incluidos nosotros. Es lo que le dice al
indio San Juan Diego -cuando se aparece como la Virgen de Guadalupe- y, por
medio de él, nos lo dice a todos
nosotros: “Juan Diego, mi hijo más pequeño, no te altere ningún acontecimiento
penoso; ¿no estoy Yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás acaso entre mis brazos? ¿Tienes
necesidad de algo más?”
María es Madre de Dios Hijo, y es Madre nuestra, que
somos sus hijos adoptivos. Así como cuidó a su Hijo Jesús desde que nació y así
como lo acompañó hasta la cruz, y así como lo adora ahora en el cielo por la
eternidad, es decir, así como estuvo acompañando a su Hijo Jesús a lo largo de
su vida terrena, así nos acompaña, aunque no la veamos ni la sintamos, como
Madre llena de amor y de ternura, a lo largo de nuestra vida terrena,
llevándonos entre sus brazos, hasta el momento de ser presentados ante Dios
Padre.
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