“¡Alégrate!,
Llena de gracia (…) El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra y el Niño será llamado
Hijo de Dios” (cfr. Lc 1, 26-38). El saludo
del Ángel a la Virgen nos da una idea de cómo habrá de ser nuestra contemplación
del Pesebre, cuando el Niño ya haya nacido para Navidad, porque aunque veamos a
una mujer y a un hombre con su hijo recién nacido, en el Pesebre hay un
misterio inabarcable e incomprensible para la mente humana.
El
saludo del Ángel Gabriel a la Virgen María nos revela que Dios Hijo, que habría
de nacer como Niño para salvar a los hombres, había elegido para su Encarnación
no un lugar cualquiera, sino el seno virgen de la creatura más pura y santa que
jamás la Trinidad, con toda su infinita Sabiduría y Amor, pudiera crear: la “Llena
de gracia”, como la llama el Ángel, la “Llena del Espíritu Santo”, la “Llena
del Amor de Dios”, la “Llena de la pureza inmaculada del Ser trinitario”.
La
Segunda Persona de la Santísima Trinidad, obedeciendo al pedido de Dios Padre,
había decidido su Encarnación redentora, Encarnación por medio de la cual
habría de donar al mundo, luego de su muerte en Cruz, y por medio de su Corazón
traspasado, a Dios Espíritu Santo.
Ahora
bien, las Tres divinas Personas, trabajando en conjunto y poniendo en acto –como
están en Acto eterno desde la eternidad- toda su Sabiduría y su Amor, común a
las Tres Personas, deciden crear en la tierra un Paraíso terrenal, para que la Segunda
Persona, al encarnarse y venir a este mundo, lleno de espinas, plantas venenosas
y abrojos, no extrañara el Paraíso celestial que es el seno de Dios Padre, y
así crearon ese Paraíso terrenal que es el seno de la Virgen Madre, el cual
contiene todas las alegrías, los amores, los cantos, los gozos, del seno del
Padre. Y porque la Alegría del Padre,
Dios Hijo, iba a encarnarse en su seno, es que el Ángel le dice a la Virgen: “¡Alégrate!”.
Para
que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que es la Gracia Increada y el
Autor de toda gracia, no extrañara el seno purísimo e inmaculado del Padre, en
quien brillan con fulgor indecible la más excelsa santidad y pureza, la
Santísima Trinidad creó en esta tierra, a una creatura Purísima e Inmaculada,
la Virgen María, Llena de gracia, llena de santidad y de perfección, llena de
pureza y de amor, sin la más pequeñísima y ni siquiera ligerísima sombra de imperfección,
tan parecida al seno de Dios Padre en su pureza, que Dios Hijo, al encarnarse,
no notó la diferencia entre la pureza inmaculada del seno del Padre y la pureza
inmaculada del seno de la Virgen Madre. Y es por eso que el Ángel le dice: “Llena
de gracia”.
Para
que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, al venir a este mundo -llamado
“valle de lágrimas” a causa del pecado y de la maldad de los corazones de los
hombres, lleno también de arideces, de sequedades, de frialdades, de
indiferencias y de desprecios hacia Dios, por parte de los hombres-, no
extrañara el Amor del Padre, que es el Espíritu Santo, llamado “fuego de Amor
divino”, la Santísima Trinidad creó en la tierra a una creatura excelsa, inhabitada
por el Espíritu Santo desde su Concepción Inmaculada, y por lo tanto, poseedora
del mismo Amor con el que el Padre amaba a Dios Hijo desde la eternidad, y así
esta creatura, que es la Virgen Inmaculada, al amar a su Hijo Dios con el Amor
del Espíritu Santo, hizo que el Niño Dios no sintiera la diferencia entre el
Amor recibido por el Padre en los cielos eternos, y el Amor recibido por la
Madre en este “valle de lágrimas”. Y es por eso que el Ángel le dice: “El
Espíritu Santo te cubrirá con su sombra”, porque Ella concebirá por el Amor
purísimo de Dios, y ningún amor mundano, profano, impuro, humano, osará ni
siquiera ligeramente acercársele.
Para
que al venir a este mundo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad no
extrañara el Amor del Padre, siendo Él Dios Hijo, las Tres Divinas Personas
crearon a la Virgen Madre, para que al nacer Dios Hijo como Niño, recibiera en
la tierra el amor materno de María, amor que le haría recordar al Amor del
Padre en los cielos. Y es por eso que el Ángel le dice: “El Niño será llamado
Hijo de Dios”.
Por
lo tanto, al contemplar el Pesebre, ya para Navidad, debemos recordar el saludo
del Ángel y su significado, para poder abismarnos en el misterio insondable que
encierra el Niño de Belén y su Madre, la Virgen Santísima: “¡Alégrate!, Llena
de gracia, el Señor está contigo (…) El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra
y el Niño será llamado Hijo de Dios”.
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