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miércoles, 19 de diciembre de 2012

“¡Alégrate!, Llena de gracia (…) El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra y el Niño será llamado Hijo de Dios”



“¡Alégrate!, Llena de gracia (…) El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra y el Niño será llamado Hijo de Dios” (cfr. Lc 1, 26-38). El saludo del Ángel a la Virgen nos da una idea de cómo habrá de ser nuestra contemplación del Pesebre, cuando el Niño ya haya nacido para Navidad, porque aunque veamos a una mujer y a un hombre con su hijo recién nacido, en el Pesebre hay un misterio inabarcable e incomprensible para la mente humana.
El saludo del Ángel Gabriel a la Virgen María nos revela que Dios Hijo, que habría de nacer como Niño para salvar a los hombres, había elegido para su Encarnación no un lugar cualquiera, sino el seno virgen de la creatura más pura y santa que jamás la Trinidad, con toda su infinita Sabiduría y Amor, pudiera crear: la “Llena de gracia”, como la llama el Ángel, la “Llena del Espíritu Santo”, la “Llena del Amor de Dios”, la “Llena de la pureza inmaculada del Ser trinitario”.
La Segunda Persona de la Santísima Trinidad, obedeciendo al pedido de Dios Padre, había decidido su Encarnación redentora, Encarnación por medio de la cual habría de donar al mundo, luego de su muerte en Cruz, y por medio de su Corazón traspasado, a Dios Espíritu Santo.
Ahora bien, las Tres divinas Personas, trabajando en conjunto y poniendo en acto –como están en Acto eterno desde la eternidad- toda su Sabiduría y su Amor, común a las Tres Personas, deciden crear en la tierra un Paraíso terrenal, para que la Segunda Persona, al encarnarse y venir a este mundo, lleno de espinas, plantas venenosas y abrojos, no extrañara el Paraíso celestial que es el seno de Dios Padre, y así crearon ese Paraíso terrenal que es el seno de la Virgen Madre, el cual contiene todas las alegrías, los amores, los cantos, los gozos, del seno del Padre.  Y porque la Alegría del Padre, Dios Hijo, iba a encarnarse en su seno, es que el Ángel le dice a la Virgen: “¡Alégrate!”.
Para que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que es la Gracia Increada y el Autor de toda gracia, no extrañara el seno purísimo e inmaculado del Padre, en quien brillan con fulgor indecible la más excelsa santidad y pureza, la Santísima Trinidad creó en esta tierra, a una creatura Purísima e Inmaculada, la Virgen María, Llena de gracia, llena de santidad y de perfección, llena de pureza y de amor, sin la más pequeñísima y ni siquiera ligerísima sombra de imperfección, tan parecida al seno de Dios Padre en su pureza, que Dios Hijo, al encarnarse, no notó la diferencia entre la pureza inmaculada del seno del Padre y la pureza inmaculada del seno de la Virgen Madre. Y es por eso que el Ángel le dice: “Llena de gracia”.
Para que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, al venir a este mundo -llamado “valle de lágrimas” a causa del pecado y de la maldad de los corazones de los hombres, lleno también de arideces, de sequedades, de frialdades, de indiferencias y de desprecios hacia Dios, por parte de los hombres-, no extrañara el Amor del Padre, que es el Espíritu Santo, llamado “fuego de Amor divino”, la Santísima Trinidad creó en la tierra a una creatura excelsa, inhabitada por el Espíritu Santo desde su Concepción Inmaculada, y por lo tanto, poseedora del mismo Amor con el que el Padre amaba a Dios Hijo desde la eternidad, y así esta creatura, que es la Virgen Inmaculada, al amar a su Hijo Dios con el Amor del Espíritu Santo, hizo que el Niño Dios no sintiera la diferencia entre el Amor recibido por el Padre en los cielos eternos, y el Amor recibido por la Madre en este “valle de lágrimas”. Y es por eso que el Ángel le dice: “El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra”, porque Ella concebirá por el Amor purísimo de Dios, y ningún amor mundano, profano, impuro, humano, osará ni siquiera ligeramente acercársele.
Para que al venir a este mundo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad no extrañara el Amor del Padre, siendo Él Dios Hijo, las Tres Divinas Personas crearon a la Virgen Madre, para que al nacer Dios Hijo como Niño, recibiera en la tierra el amor materno de María, amor que le haría recordar al Amor del Padre en los cielos. Y es por eso que el Ángel le dice: “El Niño será llamado Hijo de Dios”.
Por lo tanto, al contemplar el Pesebre, ya para Navidad, debemos recordar el saludo del Ángel y su significado, para poder abismarnos en el misterio insondable que encierra el Niño de Belén y su Madre, la Virgen Santísima: “¡Alégrate!, Llena de gracia, el Señor está contigo (…) El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra y el Niño será llamado Hijo de Dios”.

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