¿Qué relación hay entre nosotros, la Inmaculada Concepción y
la Eucaristía?
Que así como la Virgen fue concebida en gracia, sin mancha
de pecado original, y llena del Espíritu Santo, en vistas a que su seno
virginal debía alojar el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro
Señor Jesucristo, es decir, la Eucaristía, y que su vida toda debía estar
destinada a ser Custodia Santa, Sagrario de oro y Altar de Jesús Eucaristía,
así también nosotros, fuimos creados por y para la Eucaristía. Al igual que la Virgen, también nosotros,
como adoradores, estamos llamados a ser “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 3, 16), y a
convertir nuestros corazones en otros tantos sagrarios, altares y custodias de
Jesús Eucaristía.
Es decir, la Virgen María, en su Inmaculada Concepción y en
su condición de Llena del Espíritu Santo, es para los cristianos -y mucho más
para los adoradores de la Eucaristía-, el único modelo y guía de cómo debemos ser inmaculados y
llenos del Espíritu Santo: así como es la Virgen, así debemos tender a ser
nosotros, imitando su perfección. Pero aquí surgen algunas preguntas: ¿cómo
llegar a ser inmaculados como la Virgen? ¿Cómo llegar a ser llenos del Espíritu
Santo, como la Virgen? ¿No parece esto un despropósito? ¿No parece esto imposible,
siendo nosotros creaturas imperfectas, habiendo sido concebidas con pecado
original, estando llenas de pecado, o con la tendencia permanente al mal obrar?
La respuesta a todas estas preguntas es que la imitación de la Virgen no es un
despropósito, porque es la misma Virgen María, Medianera de todas las gracias,
quien viene en nuestro auxilio, para que podamos imitarla por la gracia de los
sacramentos, principalmente la confesión sacramental y la Eucaristía. Por la
gracia sacramental de la confesión, el alma se ve libra del mal que supone el
pecado, y se llena de gracia, al tiempo que se vuelve inmaculada, imitando de
esta manera, aunque sea de modo lejano, a la Virgen, permaneciendo en ese
estado hasta la creatura misma libremente lo decida (es decir, puede permanecer
en estado de gracia todo el tiempo que desee, ya que el estado de gracia
finaliza cuando la persona libremente decide pecar).
Por
la gracia sacramental, podemos entonces alcanzar ese ideal que es la Virgen; pero
además de la acción de la gracia, nuestra configuración a la Virgen, en vistas
a que nuestros cuerpos sean templos del Espíritu y nuestros corazones sagrarios
de Jesús Eucaristía, es necesaria también nuestra voluntaria colaboración para
la conservación del estado de gracia, y para ver de qué manera, debemos contemplar
a la Virgen como Inmaculada Concepción.
La
Virgen, concebida en gracia e inhabitada
por el Espíritu Santo, es un templo purísimo y perfectísimo de la Trinidad; en
ese templo, que es su Cuerpo Inmaculado, no se escuchan otras cosas que
acciones de gracias, cantos de alabanzas, expresiones de júbilo y de adoración
a Dios Uno y Trino; en ese Templo sagrado que es el Cuerpo de María Santísima,
nada de lo mundano y profano osa siquiera acercársele; en este Templo santo,
que es el Cuerpo y el Corazón de María Inmaculada, no sólo no hay ni el más
pequeñísimo lugar para amores impuros, espúreos, profanos, sino que todo lo
llena el purísimo y perfectísimo Amor de Dios, el Espíritu Santo; en este
Templo consagrado a Dios, todo es luz, porque en él brilla el esplendor de la
Verdad y de la Sabiduría divina, Jesucristo; todo es fragancia de aromas
exquisitos, porque todo lo invade el suave perfume del Espíritu Santo; en este
Templo inmaculado, todo es dulzura, alegría festiva, dicha, cantos de gozo,
porque no hay otra Voluntad que la Voluntad santísima y perfectísima de Dios
Uno y Trino; en este Templo purísimo que es el Cuerpo Glorioso de María, hay un
altar celestial, hay un sagrario más valioso que el oro, hay una custodia más
valiosa que plata refinada siete veces, y es su Corazón Inmaculado, en donde se
resguarda, se ama y se adora a Jesús Eucaristía.
Es
necesario entonces contemplar a María Inmaculada, Templo del Espíritu Santo, Altar,
Sagrario y Custodia de Jesús Eucaristía, porque ése es nuestro modelo al cual
debemos tender, y según ese modelo, es que debemos configurar nuestro cuerpo y nuestro
corazón, mucho más en nuestro tiempo, tiempo de ateísmo teórico y práctico,
tiempo de aparición de falsos profetas y de ídolos que intentan convertir los cuerpos
en templos desacralizados y los corazones en altares profanados, en sagrarios
vacíos, en custodias rotas.
El
mundo de hoy es radicalmente contrario a la idea de Dios de convertir el cuerpo
de cada ser humano en templo de su Espíritu, y su corazón en altar de Jesús
Eucaristía, y es así como pretende que los cuerpos sean cuevas de Asmodeo, el
demonio de la lujuria, y que los corazones, de nidos de luz y de amor que
deberían alojar a la dulce paloma del Espíritu Santo, se conviertan en nidos de
serpientes, en donde moran demonios que destilan resentimiento, odio, rencor y
venganza. El cristiano, pero sobre todo el adorador de la Eucaristía, debe
estar precavido contra el mundo, ya que este utiliza abundantes medios para
lograr su objetivo desacralizador. El mundo busca aturdir con música
desenfrenada, impura, grosera, para que en los templos de Dios, que son los
cuerpos de los cristianos, se escuche música profana y blasfema y no se entonen
más cánticos de alabanza y de adoración; el mundo inunda la imaginación, los
ojos y el deseo con toda clase de imágenes perversas, que reemplazan en el
corazón del hombre las imágenes de Jesucristo y la Virgen, y esto ocurre
especialmente desde la infancia, y se extiende a lo largo de toda la vida; el
mundo introduce todo tipo de modas licenciosas, de costumbres paganas, de modos de pensar, de actuar y de vivir
radicalmente contrarios al Evangelio; modos que profanan y desacralizan las
mentes y los corazones de los cristianos.
Por
lo tanto, en el mundo de hoy, el cristiano, y mucho más el Adorador
Eucarístico, debe estar “vigilante y atento”, como el servidor “bueno y fiel”,
para que no entre en su casa el “ladrón” (cfr. Mt 24. 43) de almas, que busca profanar el cuerpo y desacralizarlo;
el adorador debe estar atento y vigilante para que no solo nunca suceda eso,
sino para que su cuerpo sea siempre, hasta el momento de la muerte, templo del
Espíritu Santo, y su corazón, altar, sagrario y custodia de Jesús Eucaristía, a
imitación de la Inmaculada Concepción de María.
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