¿Puede la salvación de
un alma, por toda la eternidad, depender de un solo nombre? Sí, puede, y es el
nombre de María. Porque si bien nuestro Señor Jesucristo es el Redentor y el
Salvador de toda la humanidad, María Santísima es también Corredentora de todos
los hombres, puesto que a Ella le ha sido confiada la custodia materna de la
humanidad entera, y todo aquel que invoque el dulce nombre de María, llamándola
como un niño llama a su madre, puede estar cierto de que Ella lo asistirá en su
última agonía.
Nuestro
Señor Jesucristo nos consiguió la salvación con su muerte en Cruz, y al mismo
tiempo encargó a su Madre que nos cuidara a todos como a hijos suyos muy
queridos. Por este motivo, acudir a María Santísima, en la tentación, para
salir triunfantes y victoriosos, equivale a acudir al mismo Jesucristo. ¡Qué
misterio el de María Santísima, que siendo una frágil mujer hebrea, le haya
sido concedido, por designio de la Trinidad Santísima, la asistencia de los
cristianos en la lucha contra la tentación! Son los santos quienes afirman que
todo aquel que acuda a María en la lucha contra la tentación, contra el
demonio, el mundo y la carne, saldrá triunfante.
Lamentablemente,
muchos cristianos olvidan esta misteriosa verdad, y piensan que si invocan a la
Madre, el Hijo no les prestará atención, cuando en realidad, es todo lo
contrario. Muchos cristianos hacen a menos la devoción a María, sin considerar
el enorme misterio de salvación y gracia que su dulce nombre encierra. ¡Cuán
equivocados se encuentran los cristianos que creen que no es necesario acudir a
la Madre para obtener el Amor del Hijo!
No
en vano nos advierten los santos, de no perder nunca de vista este Faro de luz
que nos guía en la tormenta, esta Estrella del alba que nos anuncia la llegada
del sol, esta Luz esplendorosa que ilumina las tinieblas. Dice así San
Bernardo: “Quitad el sol, ¿qué será del día? Quitad del mundo a María, ¿qué quedará
sino tinieblas?”. Y San Alfonso María de Ligorio: “Desde el punto en que un
alma pierde la devoción a María es invadida de densas e impenetrables
tinieblas, de aquellas tinieblas de las cuales, hablando el Espíritu Santo,
dice: ‘Ordenaste las tinieblas y se hizo noche: en ella transitará toda fiera
del bosque’. Apenas deja de brillar en un alma la luz divina y se hace en ella
la noche, se trocará en cubil de pecados y en morada de demonios”. Y el mismo
San Alfonso cita, a su vez, a San Anselmo: “¡Ay de aquellos que menosprecian la
luz de este sol”, es decir, que tienen poca devoción a María.
Y
para darnos una idea del maravilloso don del cielo que consiste la devoción a
María, citamos el caso, narrado por San Alfonso, de la intervención de María
Santísima a favor de quienes le demuestran su amor filial por medio de una
piadosa devoción. Es el caso de un canónigo, muy devoto de la Madre de Dios, que
sintiéndose próximo a morir, llamó a sus hermanos en religión, rogándoles que
lo asistieran en un momento tan trascendente. Repentinamente, comenzó a temblar
y a cubrirse de un temblor frío. “¿No veis a estos demonios que me quieren
arrastrar al infierno?”, gritó con voz temblorosa. Hermanos míos, implorad en
mi favor el nombre de María; espero que Ella me dará la victoria”. Todos los
presentes se pusieron a rezar las letanías de la Santísima Virgen, y cuando
dijeron la invocación: ‘Santa María, ruega por él’, dijo el moribundo: “Repetid,
repetid el nombre de María, porque ya estoy en el tribunal de Dios”. Luego
dijo: “Verdad que hice esto; pero también lo es que he hecho penitencia de ello”.
Vuelto a la Virgen, exclamó: “¡Oh María, si venís en mi ayuda, me salvaré!”.
Luego los demonios lo asaltaron, tratando de desesperar su alma, pero el
moribundo se defendía persignándose con un crucifijo e invocando el nombre de
María.
Así
pasó toda la noche; al día siguiente por la mañana, tranquilo y sonriente, dijo
el sacerdote, de nombre Arnoldo, lleno de alegría: “María, mi augusta Reina y
mi refugio, me ha alcanzado el perdón y la salvación”. Luego, con los ojos
puestos en María, que le invitaba a seguirla, dijo: “Ya voy, Señora, ya voy”. Y
haciendo un esfuerzo para levantarse, expiró tranquilamente.
¡Con
este ejemplo vemos cómo debemos recurrir a María Santísima, nuestra Madre del
cielo, si queremos salvar nuestras almas!
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