viernes, 2 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (VI)



Como María, la Iglesia concibe en su seno por el Espíritu al Hijo de Dios
(Lc 1, 26-38)
“...concebirás en tu seno y darás a luz un hijo...”. Con el anuncio del ángel a María, se inauguran los tiempos mesiánicos, los últimos tiempos de la humanidad, los tiempos caracterizados por la presencia de Dios en medio de los hombres, revestido de una naturaleza humana. 
         María es quien hace de Sagrario y Tabernáculo para el ingreso del Pan de Vida en el mundo. El seno virgen de María se ilumina con el esplendor de la luz divina, con la aparición del Verbo luminoso del Padre. El Padre pronuncia su Palabra y la Palabra procede del seno del Padre al seno de María llevada por el Espíritu Santo. María se convierte en la depositaria de la Palabra del Padre, Palabra que por el Espíritu asume una naturaleza humana para unirse íntimamente a ella, como en casta unión esponsal.
En el seno de María, por el Espíritu Santo, es concebido el Hijo de Dios, el cual, al unirse personalmente con un cuerpo y un alma humana, es llamado “Emmanuel”, es decir, “Dios con nosotros”.
         Pero el prodigio que se realizó en el seno de María, proviniendo de Dios, no ha finalizado, y su resonancia eterna se hace sentir en todos los tiempos. La Encarnación sucedió realmente, y el Hijo Eterno de Dios, el Dios Hijo, Invisible, se revistió de una naturaleza humana y se hizo visible, apareciéndose delante de los hombres y de los ángeles como un Niño humano. Ese mismo prodigio, ese mismo milagro admirable, sigue y continúa perpetuándose en el seno de la Iglesia, por el Espíritu. Así como María concibió en su seno por el Espíritu, así la Iglesia, que es una figura de María, concibe en su seno, en el altar, por el mismo Espíritu Santo, al Hijo de Dios, que se reviste de apariencia de pan[1]. La Eucaristía es la prolongación y continuación, en el tiempo y en el espacio, de la Encarnación del Verbo en el seno de María, que continúa encarnándose en el seno de la Iglesia. Y así como el fruto concebido por el Espíritu en el seno de María se llama “Emmanuel”, Dios con nosotros, así también el fruto concebido en el seno de la Iglesia, el Cristo Eucarístico, es llamado “Emmanuel”, Dios con nosotros.
         Y si parecen asombrosos estos misterios, de los cuales no tenemos más que una mínima comprensión por la fe, escapándosenos su inteligibilidad última debido a la grandeza intrínseca del ser divino del cual proceden, quedan todavía más misterios asombrosos. María concibe en su seno por el Espíritu, engendrando al Hijo de Dios, la Iglesia, figura de María, concibe también en su seno por el Espíritu, engendrando al Hijo de Dios, en el altar; y es el mismo Espíritu quien hace concebir, en el seno del alma, por la comunión eucarística, al Hijo de Dios, que de ser “Dios con nosotros”, pasa a ser “Dios en nosotros”.
Como María, la Iglesia concibe en su seno por el Espíritu al Hijo de Dios para que el alma, por la comunión eucarística, lo conciba, por el Espíritu, en su propio seno.


[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, ...

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