Como María, la Iglesia concibe en su seno por el
Espíritu al Hijo de Dios
(Lc 1, 26-38)
“...concebirás en
tu seno y darás a luz un hijo...”. Con el anuncio del ángel a María, se
inauguran los tiempos mesiánicos, los últimos tiempos de la humanidad, los tiempos
caracterizados por la presencia de Dios en medio de los hombres, revestido de
una naturaleza humana.
María es quien hace de Sagrario y Tabernáculo para el
ingreso del Pan de Vida en el mundo. El seno virgen de María se ilumina con el
esplendor de la luz divina, con la aparición del Verbo luminoso del Padre. El
Padre pronuncia su Palabra y la Palabra procede del seno del Padre al seno de
María llevada por el Espíritu Santo. María se convierte en la depositaria de la
Palabra del Padre, Palabra que por el Espíritu asume una naturaleza humana para
unirse íntimamente a ella, como en casta unión esponsal.
En el seno de
María, por el Espíritu Santo, es concebido el Hijo de Dios, el cual, al unirse
personalmente con un cuerpo y un alma humana, es llamado “Emmanuel”, es decir,
“Dios con nosotros”.
Pero el prodigio que se realizó en el seno de María,
proviniendo de Dios, no ha finalizado, y su resonancia eterna se hace sentir en
todos los tiempos. La Encarnación sucedió realmente, y el Hijo Eterno de Dios,
el Dios Hijo, Invisible, se revistió de una naturaleza humana y se hizo
visible, apareciéndose delante de los hombres y de los ángeles como un Niño
humano. Ese mismo prodigio, ese mismo milagro admirable, sigue y continúa
perpetuándose en el seno de la Iglesia, por el Espíritu. Así como María
concibió en su seno por el Espíritu, así la Iglesia, que es una figura de María,
concibe en su seno, en el altar, por el mismo Espíritu Santo, al Hijo de Dios,
que se reviste de apariencia de pan[1].
La Eucaristía es la prolongación y continuación, en el tiempo y en el espacio,
de la Encarnación del Verbo en el seno de María, que continúa encarnándose en
el seno de la Iglesia. Y así como el fruto concebido por el Espíritu en el seno
de María se llama “Emmanuel”, Dios con nosotros, así también el fruto concebido
en el seno de la Iglesia, el Cristo Eucarístico, es llamado “Emmanuel”, Dios
con nosotros.
Y si parecen asombrosos estos misterios, de los cuales no
tenemos más que una mínima comprensión por la fe, escapándosenos su inteligibilidad
última debido a la grandeza intrínseca del ser divino del cual proceden, quedan
todavía más misterios asombrosos. María concibe en su seno por el Espíritu,
engendrando al Hijo de Dios, la Iglesia, figura de María, concibe también en su
seno por el Espíritu, engendrando al Hijo de Dios, en el altar; y es el mismo
Espíritu quien hace concebir, en el seno del alma, por la comunión eucarística,
al Hijo de Dios, que de ser “Dios con nosotros”, pasa a ser “Dios en nosotros”.
Como María, la
Iglesia concibe en su seno por el Espíritu al Hijo de Dios para que el alma,
por la comunión eucarística, lo conciba, por el Espíritu, en su propio seno.
[1] Cfr. Matthias
Joseph Scheeben, Los misterios del
cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, ...
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