El Escapulario de Nuestra Señora del Carmen es un
sacramental, entregado por la Madre de Dios en persona a la Iglesia, a través
de San Simón Stock. El Escapulario constituye un regalo celestial de valor
inestimable, y puede decirse que no hay nada en este mundo que tenga más valor
que el Escapulario de la Virgen del Carmen. Quien recibe la gracia de desear
usar el Escapulario, debe considerarse el más afortunado de los hombres, debido
a la inmensidad del tesoro de gracia que el uso del Escapulario concede a quien
lo lleva con fe, con piedad y con amor a Dios Uno y Trino.
Al
entregárselo en una aparición, la Virgen le hizo la promesa a San Simón Stock, de
que todo aquel que muriera con el escapulario puesto, no sufriría la
condenación eterna en el Infierno, y si debiera sufrir el Purgatorio, sería la
Virgen en persona quien iría a buscarlo el sábado siguiente al día de su
muerte, para llevarlo al Cielo, y todo esto, gracias a la Sangre derramada en
la cruz por su Hijo Jesús. El Escapulario de la Virgen del Carmen, por lo
tanto, lejos de ser una costumbre piadosa pasada de moda, constituye, de parte
del cielo, un regalo de inestimable valor para el alma que quiere salvarse,
porque por su intermedio, el alma se predispone para recibir, en el momento de
la muerte, la gracia necesaria para su eterna salvación; es decir, al usar el
Escapulario de la Virgen del Carmen, el alma se predispone para recibir los
frutos de gracia obtenidos por el sacrificio redentor del Hombre-Dios en la
cruz. Por el Escapulario, el alma recibe, a siglos de distancia, la salvación
eterna obtenida al altísimo precio de la Sangre de Jesucristo derramada en el
Calvario, Sangre que la limpia de sus pecados, la protege del Enemigo de las
almas, el Príncipe de las tinieblas, y le impide su caída en el Abismo eterno,
pero esto, siempre y cuando el alma se comprometa a vivir en gracia y a
rechazar aquello que la aparta de Dios, el pecado, es decir, el mal, en todas
sus formas y grados, lo cual implica la disposición interior a perder la vida
terrena antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado, lo cual, por
otra parte, es lo que pide el penitente en la confesión sacramental: “…antes
querría haber muerto, que haberos ofendido”.
Solo
en este caso, el Escapulario de la Virgen del Carmen alcanza su eficacia,
porque solo así el alma demuestra que está dispuesta a responder con amor
aquello que el cielo le regala con Amor, al precio de la Sangre del Cordero, y
esto es la gracia que la predispone a la salvación, por medio del Escapulario
de la Virgen del Carmen. Solo quien está dispuesto a perder la vida terrena,
literalmente hablando, antes de cometer un pecado mortal o venial deliberado,
está en condiciones de usar el Escapulario de la Virgen del Carmen, porque ése
es el que ha comprendido cuánto le ha costado al Hombre-Dios el regalo del
Escapulario: le ha costado nada menos que su propia vida y su propia Sangre,
derramada hasta la última gota en la cruz, derramada hasta la última gota en la
renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario, la Santa Misa, y
recogida en el cáliz del altar eucarístico.
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