miércoles, 1 de junio de 2016

La Visitación de María Santísima


         La Virgen, encinta de Jesús, visita a su prima, Santa Isabel. Al hacerlo, la Virgen nos da un sublime ejemplo de dos condiciones indispensables para alcanzar el cielo: el olvido de sí mismo (en el seguimiento de Cristo), según las palabras de Jesús: “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo” (Mt 8, 34) y la misericordia para con los más necesitados, también según las palabras de Jesús: “Lo que habéis hecho a uno de estos mis pequeños, a Mí me lo habéis hecho” (Mt 25, 40). En efecto, la Virgen misma está encinta y por lo tanto, necesitada de ayuda, y sin embargo, olvidándose de sí misma, acude en auxilio de su parienta Isabel, quien está doblemente necesitada de ayuda: por estar encinta y por ser de edad avanzada. La Virgen, en la Visitación, es por lo tanto, ejemplo sublime y perfectísimo de cómo, movidos por el Amor de Dios, debemos obrar, si queremos entrar en el cielo.
         Pero en la Visitación de María Santísima hay algo mucho más grande que el mero ejemplo –sublime y perfecto- de cómo obrar para alcanzar el cielo: María, Sagrario Viviente y Tabernáculo del Dios Altísimo, lleva en su seno del Hijo de Dios encarnado, Jesús de Nazareth, por lo que su llegada implica la llegada del Salvador de los hombres; su Visita implica la Visita del Verbo de Dios Encarnado; su Arribo a un alma implica el Arribo al alma de Hijo Eterno del Padre, porque su Hijo, el que Ella lleva en su seno purísimo, es el Verbo Eterno del Padre, engendrado desde los siglos sin fin, “entre esplendores de santidad” (cfr. Sal 110, 3). Y con Jesucristo, el Dador del Espíritu junto al Padre, llega al alma visitada por la Virgen el Espíritu Santo, y es esto lo que explica la sabiduría como la alegría sobrenaturales, tanto de Isabel como del Bautista: Santa Isabel no saluda a María como a se saluda a un pariente, sino que le aplica el nombre de “Madre de mi Señor”, y se alegra por esto; Juan el Bautista, a su vez, desde el seno de su madre, “salta de alegría” al escuchar el sonido de la voz de María: “Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno” (Lc 1, 41), y salta en de alegría porque reconoce, en María, a la Madre de Dios, y en Jesús, al Hijo de Dios, y todo esto no se explica sino por la acción del Espíritu Santo, como lo señala el mismo Evangelio: “(…) e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó (…)” (cfr. Lc 1, 41).

         Es esto lo que sucede en un alma cuando la Visita la Madre de Dios, la Virgen María. es por esto que, el ser visitado por la Virgen, es la mayor dicha que alguien pueda recibir en esta vida, y la gracia que debemos anhelar, para nosotros, para nuestros seres queridos, y para todo el mundo.

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