Dentro del capítulo “Deberes de los legionarios para María”
del Manual del Legionario, se encuentra el apartado tres, que afirma lo
siguiente: “Una auténtica devoción a María obliga al apostolado”[1].
Dice el Manual que con María sucede lo mismo que con Jesús: “si
vamos a Él en busca de paz y felicidad, puede ser que nos encontremos clavados
en la cruz”, por la razón de que Jesús está en la cruz, y si bien Jesús quiere
darnos todos los tesoros de su Sagrado Corazón –que son los que nos darán la
verdadera paz y felicidad-, Jesús no tiene otro modo de darnos lo que le
pedimos, sino es a través de la cruz. Es por eso que, quien reniega de la cruz,
reniega de Jesús, y es lo que explica también que sea imposible alcanzar los
dones que Dios quiere regalarnos, sino es a través de la cruz. “Esta misma ley –dice
el Manual- se aplica a Nuestra Señora”, y la razón es que la Virgen está de
pie, al lado de la cruz. Donde está el Hijo, ahí está la Madre, y puesto que el
Hijo está en la cruz, al lado de la cruz está la Madre. Esto significa que no
podemos pretender llamarnos “devotos”, y mucho menos “hijos” de la Virgen, si
rechazamos la cruz. No podemos pretender sus alegrías, sino compartimos sus
dolores. La unión con María significa comunión de vida y amor con Ella, y esto
quiere decir compartir con María su función esencial, que es su maternidad
espiritual, la Virgen es Madre de todos los hombres y Ella quiere que todos sus
hijos se salven; entonces, aquí está el fundamento del apostolado del
legionario, el ser un instrumento en manos de María para la salvación de los
hombres, llevando a Cristo Jesús a todos los ámbitos de la propia vida. La
verdadera devoción a María implica, por lo tanto, necesariamente, el
apostolado, y es por eso que un legionario sin apostolado, no es verdadero hijo
de María.
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