María
Santísima fue concebida como Inmaculada Concepción, porque estaba destinada a
ser la Virgen y la Madre de Dios, para así a ser Asunta a los cielos. Conocer los
dogmas marianos –Inmaculada Concepción, Perpetua virginidad, Madre de Dios,
Asunción a los cielos-, no deben ser solamente conocimientos meramente “informativos”,
puesto que en todo lo que los dogmas implican estamos llamados, como hijos de
la Virgen, a imitar a Nuestra Madre del cielo.
Estamos
llamados a imitarla en su Inmaculada Concepción, no porque hayamos sido
concebidos sin pecado como Ella, lo cual es evidente que no es así, sino que
podemos imitarla en su condición de ausencia de pecado, por medio de la gracia
santificante que nos concede el Sacramento de la Penitencia. Al ser Inmaculada
Concepción, al no tener la mancha del pecado original, la Virgen fue Purísima
en el Alma y en sus potencias, la inteligencia y la voluntad: su inteligencia,
era una inteligencia fijada, guiada e iluminada por la Verdad y Sabiduría de
Dios, que rechazaba el error, la falsedad, la mentira, la herejía, y así
debemos imitarla con nuestras inteligencias, rechazando todo error, toda
mentira, toda falsedad, toda media verdad, que es siempre una mentira completa,
y esto sobre todo en relación a la Presencia real de Nuestro Señor Jesucristo
en la Eucaristía; la voluntad de la Virgen, su capacidad de amar y su amor, era
todo para Dios, porque todo lo amaba en Dios, por Dios y para Dios, y nada
amaba que no fuera Dios; así nosotros debemos amar a su Hijo Jesús en la
Eucaristía y a Él y sólo a Él, y lo que amemos lo debemos amar por Él, en Él y
para Él.
Estamos
llamados a imitarla en su virginidad, y no porque no debamos casarnos, sino
porque estamos llamados a ser, como la Virgen con su cuerpo purísimo, “templo
del Espíritu Santo y morada de la Trinidad”; estamos llamados a ser, con
nuestros cuerpos, “templos del Espíritu Santo”, con nuestros corazones, altares
de Jesús Eucaristía, con nuestras almas, morada de la Trinidad, y para todo
esto, debemos vivir la castidad en todos los estados de vida y también la
continencia, tanto interior o del corazón, que consiste en el rechazo absoluto
de todo mal pensamiento y todo mal deseo, como así también la continencia
exterior, para quienes estén unidos en el santo sacramento del matrimonio,
mientras que para quienes viven en estado religioso, significa la total y
absoluta abstinencia. Así, imitaremos a la Virgen, que recibió a su Hijo con un
Corazón lleno del Amor de Dios y con un Cuerpo virginal y purísimo, y al
imitarla a Ella en pureza de alma y cuerpo, estaremos en grado de recibir el
Cuerpo de Jesús sacramentado, así como Ella recibió el Cuerpo de su Hijo en la
Encarnación del Verbo.
Estamos
llamados a imitarla en su condición de Madre de Dios, porque es madre quien
concibe a una persona y la Virgen es Madre de Dios porque concibió a su Hijo en
la mente, al recibir a la Palabra de Dios; en su Corazón, al amar la Palabra de
Dios; en su Cuerpo, al alojar en su seno virginal la Palabra de Dios encarnada;
de la misma manera, estamos llamados a imitarla en su maternidad divina, porque
engendramos a Cristo cuando aceptamos la Verdad de la Eucaristía con la mente
sin errores ni dudas en su Presencia real; engendramos a Cristo en el corazón,
cuando lo amamos a Jesús Eucaristía con todas las fuerzas del corazón, sin
dejar lugar a ningún amor profano o mundano; y así como la Virgen recibió a su
Hijo en su Cuerpo virginal, en su útero, así nosotros recibimos su Cuerpo
sacramentado en nuestro cuerpo, cuando comulgamos sacramentalmente.
Finalmente,
la Virgen fue Asunta en cuerpo y alma a los cielos, porque la plenitud de
gracia en la que vivía su alma durante toda su vida, se derramó sobre cuerpo,
glorificándolo, en el momento de su muerte y así fue llevada al cielo en cuerpo
y alma glorificados; de la misma manera, estamos llamados a vivir en estado de
gracia permanente, para que al morir, también seamos asuntos al cielo en el
alma, esperando la resurrección de los cuerpos y su glorificación en el Juicio
Final.
Conocer
los dogmas de la Virgen, entonces, no debe constituir para nosotros un mero
conocimiento teórico, sin incidencias en nuestras vidas, sino que debe
modificar profundamente nuestras vidas, porque estamos llamados a imitarla.
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