La preservó de la mancha de corrupción del pecado original y
además la concibió Plena de gracia, inhabitada por el Espíritu Santo, porque
estaba destinada a ser la Madre de Dios; estaba destinada a alojar a la Palabra
de Dios, primero en su mente, luego en su Corazón, y por último, en su Cuerpo,
en su útero virginal.
Es
decir, la Virgen fue concebida sin mancha de pecado original y Llena de gracia,
sólo para alojar en su seno virginal, al Hijo de Dios Encarnado. El Hijo de Dios,
engendrado en el seno del Padre desde la eternidad, debía encarnarse en el
tiempo, en el seno de la Virgen Madre, para comenzar su misterio pascual de
muerte y resurrección, misterio por el cual habría de redimir a toda la
humanidad. Como había elegido encarnarse, es decir, iniciar su vida terrena tal
como lo hacen todos los seres humanos, empezando por su etapa embrionaria,
necesitaba un lugar y una persona que lo recibiera, aquí en la tierra, con la
Pureza Divina y el Amor Santo con el que Él vivía en el seno del Padre desde la
eternidad, de manera que no notara prácticamente el cambio. Y esa persona,
Llena del Amor de Dios, Llena del Espíritu Santo, sin mancha alguna del pecado
original, era la Virgen, y ese lugar en el que el Verbo de Dios habría de
habitar por nueve meses antes de ser dado
a luz como Pan de Vida eterna, era el seno virginal de María, porque María
estaba llamada a un doble prodigio: ser la Madre de Dios y, al mismo tiempo,
Virgen, porque no habría de conocer varón alguno, a pesar de estar desposada
legalmente con San José, puesto que el Amor que habría de fecundar su seno
virginal, era el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Así, al encarnarse, el Hijo
de Dios, procediendo desde la eternidad y llevado por el Divino Amor, desde el
seno del Padre en los cielos, al seno de la Madre Virgen en la tierra, no notó
la diferencia en el Amor y en la Pureza virginal de María, de manera que la
concepción del Verbo, es decir, su inicio como cigoto humano implantado en el
útero virginal de María, fue un evento sobrenatural sin transición, desde el
seno eterno del Padre, al seno virginal de María, en donde el Verbo de Dios
Encarnado no notó ninguna diferencia con la Pureza y el Amor con los que vivía,
desde la eternidad, en el seno del Padre. El seno virgen de María, lleno del
Amor de Dios y Purísimo por la ausencia de pecado original y por la plenitud de
la gracia, hicieron que el Verbo de Dios sintiera que el seno materno en el que
estaba alojado desde la Encarnación, era el cielo en la tierra, como si fuera
una prolongación del cielo mismo en el que vivía por la eternidad. La Inmaculada
Concepción fue concebida como Inmaculada Concepción para ser Madre de Dios, es
decir, para recibir a Dios Hijo que se encarnaba en su seno, y al cual debía
darle el mismo Amor que recibía en el seno del Padre y debía sentirse alojado –en
los nueve meses que duraría la gestación- en un seno purísimo y limpidísimo,
como el seno del Padre. Pero antes de recibir su Cuerpo en su útero virginal,
la Virgen recibió la Palabra de Dios en su Mente sapientísima, iluminada por el
Espíritu Santo, y en su Inmaculado Corazón, inhabitado también por el Divino
Amor, el Espíritu Santo. Recién después de recibirlo en su mente libre de
errores y amante de la Verdad, y en su Corazón, lleno de Amor a Dios y libre de
amores profanos, la Virgen recibió la Palabra de Dios encarnada, “metida” en un
Cuerpo –que en ese momento tenía el tamaño y la forma de un cigoto humano- en
su útero virginal, iniciando así el embaraza de origen celestial, que habría de
culminar a los nueve meses también por nacimiento milagroso y virginal.
Ahora
bien, ¿qué relación hay entre la Virgen, Concebida como Inmaculada Concepción y
nosotros? ¿Nos sirve de algo saber esto? ¿Es un dogma que está desconectado de
nuestra existencia personal, o por el contrario, tiene una estrecha relación
personal con todos y cada uno de nosotros? El Dogma de María Santísima como
Inmaculada Concepción está estrechamente relacionado con cada uno de nosotros y
debemos profundizarlo, para que nuestra devoción por la Virgen no sea una mera
devoción externa, sin incidencia alguna en mi vida personal. Todo lo contrario,
saber el Dogma, no tiene que quedar en un mero conocimiento teórico, ni la
celebración de la Virgen tiene que ser un mero hecho folclórico, que se repite
año a año, pero que no modifica en absoluto mi existencia personal.
Puesto
que los cristianos somos hijos de la Inmaculada Concepción, entonces estamos llamados
a imitar a la Virgen en su Concepción Inmaculada, y esto se vuelve posible por la
gracia santificante, que ilumina nuestras almas y corazones, dándonos un
conocimiento sobrenatural acerca de la Presencia de Jesús en la Eucaristía, y
un amor sobrenatural también a su Presencia Eucarística, más la castidad
corporal, a la cual también ayuda la gracia, imitamos a la Virgen en su
Inmaculada Concepción y en su condición de Llena de gracia e inhabitada por el
Espíritu Santo, para recibir en la boca, por la comunión eucarística, al Cuerpo
glorioso de Jesús Eucaristía, así como Ella recibió el Cuerpo real de su Hijo
Dios en el útero, en la Encarnación.
En
otras palabras, saber que la Virgen es Inmaculada Concepción, es decir,
concebida sin mancha de pecado original, con el objetivo de ser Madre de Dios, que
aloje a su Hijo en su mente, en su Corazón y en su Cuerpo virginal, me recuerda
que también yo estoy destinado a ser inmaculado y casto por la gracia, para
recibir con una mente libre de errores, de dudas y de herejías, la Verdad
acerca de la Presencia real de Jesús en la Eucaristía; con un corazón lleno del
Amor de Dios, el Espíritu Santo, en el que el Fuego del Divino Amor haya
purificado todos los amores terrenos y profanos que pudieran existir, para amar
a Jesús Eucaristía y sólo a Jesús Eucaristía; y finalmente, estamos llamados a
recibir a Jesús con un cuerpo casto, ayudados por la gracia, y esto sucede
cuando recibimos el Cuerpo glorioso de Jesús en la comunión eucarística en la
boca.
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