Celebramos,
junto con toda la Iglesia, la Presentación en el Templo de la niña Santa María.
El origen de esta hermosa fiesta mariana se encuentra en el escrito apócrifo
llamado “Protoevangelio de Santiago”, según el cual, cuando la Virgen María era
muy pequeña, sus padres, San Joaquín y Santa Ana, la llevaron al templo de
Jerusalén, dejándola por un tiempo, junto con otro grupo de niñas, para ser
instruida respecto a la religión y a los deberes para con Dios[1]. Se
trataría, en realidad, de una profundización de la consagración a Dios que la
Virgen había hecho ya desde el momento de su Inmaculada Concepción y de la
consagración que sus mismos padres habían hecho de Ella a Dios en el momento de
su nacimiento, en acción de gracias por haberla concebido. Según este evangelio
apócrifo, y según la Tradición, Joaquín y Ana llevaron a la Virgen al templo
para consagrarla a Dios, en acción de gracias a Dios por el nacimiento de la
Niña; a su vez, la Virgen, que desde su Inmaculada Concepción estaba consagrada
a Dios, al tomar autoconciencia de sí misma, se presentaba voluntariamente en
el templo, acompañada de sus padres, para consagrarse formalmente a Dios en
cuerpo, mente y alma, para cumplir con la Voluntad de Dios en su vida, hasta el
último segundo de su existencia terrena.
Por
esto mismo, en Occidente, se presenta a esta Presentación de la Virgen, llevada
a cabo por Joaquín y Ana, pero al mismo tiempo, llevada a cabo por la Virgen en
persona, pues ya tenía conciencia, a pesar de la corta edad de tres años, como
el símbolo de la consagración que la Virgen Inmaculada hizo de sí misma al
Señor en los inicios de su vida consciente.
A
su vez, las Iglesias orientales conmemoran este día la Entrada de María en el
Templo para indicar que, aunque era purísima, no obstante, cumplía con los
ritos antiguos de los judíos para no llamar la atención. La liturgia bizantina,
en esta fiesta, canta a la Virgen, nombrándola como “la fuente perpetuamente
manante del amor, el templo espiritual de la santa gloria de Cristo Nuestro
Señor”[2].
Si bien la Virgen era ya, desde su Inmaculada Concepción,
Templo de la Santísima Trinidad, puesto que en Ella inhabitaban las Tres
Divinas Personas, ahora, al cumplir los tres años de edad, y al tomar
auto-conciencia de sí misma, la Virgen se presenta a sí misma en el templo como
Templo Viviente en el que habrá de morar el Verbo de Dios por la Encarnación. La
Virgen sabe que Ella está destinada a ser la Madre de Dios por la Encarnación
del Verbo en su seno purísimo, y por ese motivo, se dirige al templo material,
de manos de sus padres, Joaquín y Ana, para consagrarse como Morada Santa, en
la que habrá de alojarse la Palabra de Dios encarnada; la Virgen se presenta en
el templo para consagrarse a Dios como futuro Sagrario Viviente, en el que
habrá de vivir, durante nueve meses, el Verbo Eterno de Dios, con su Cuerpo, su
Sangre, su Alma y su Divinidad; la Virgen se presenta en el templo material,
para consagrarse como Custodia Viva, más preciosa que el oro y la plata, porque
en su seno virginal habrá de encarnarse milagrosamente, en el futuro, por obra
del Espíritu Santo y sin concurso de varón, el Hijo de Dios, que así se
convertirá en su Hijo, para que Ella lo nutra con su propia sangre y con su
propia carne, y así el Hijo de Dios, Invisible por ser Espíritu Purísimo,
adquiera un Cuerpo de Niño humano, visible, para ser ofrecido luego al mundo
como el Cordero de Dios que habrá de inmolarse en el Santo Sacrificio de la cruz,
para la salvación de los hombres.
En
esta sencilla imagen, entonces, está contenida y representada esta hermosa
fiesta mariana: los padres de la Virgen, Joaquín y Ana, los abuelos de Jesús,
llevan a la Virgen al templo, para que la Virgen, al ser recibida por un
sacerdote, sea consagrada en cuerpo y alma a Dios, de manera tal que pueda
recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del Verbo de Dios
Encarnado, ante el Anuncio del Ángel. Esta Presentación y posterior consagración
de la Virgen serán las “maravillas” de las cuales dará gracias la Virgen,
posteriormente, en el Magnificat[3].
Ahora
bien, la Presentación y consagración de la Madre es el modelo de la
presentación de los hijos, porque así como fue presentada y consagrada la Madre
en el templo, con el único objetivo de recibir el Cuerpo, la Sangre, el Alma y
la Divinidad del Hombre-Dios Jesucristo al producirse la Encarnación, así
también los hijos de la Virgen, por el bautismo sacramental, son presentados
por el sacerdote y consagrados como “templos del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19) por acción de la gracia
santificante, con el objetivo de que sus corazones se conviertan en altares
vivientes y en custodias vivas en donde se reciba por el amor y se adore el
Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la
Sagrada Eucaristía, por la comunión eucarística. En la Fiesta de la
Presentación de la Virgen, Fiesta por la cual la Virgen se consagra a Dios como
Sagrario Viviente para recibir y alojar por el Amor el Cuerpo, la Sangre, el
Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, el cristiano tiene que ver el anticipo y
el modelo de su comunión eucarística, y aprovechar la misma Fiesta de la
Presentación, a imitación de la Virgen, para presentar y consagrar su propio corazón,
como altar y sagrario viviente que aloje en su interior la Eucaristía.
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