La Mujer más grandiosa de la historia es la Virgen, la Madre de Dios
Si hay alguna mujer a la que hay que recordar, halagar,
venerar, amar y tenerla siempre presente, en la memoria, en el intelecto y en
el corazón, esa Mujer es una sola y es la Virgen María, la Madre de Dios. La
Virgen es la Mujer más excelsa y más grandiosa, jamás creada por Dios Trino;
una Mujer como no hubo antes de Ella en la humanidad, no hay, ni habrá otra
igual por la eternidad. Por supuesto que también considera cada uno a su madre
biológica como el ser que encarna el amor de Dios en la tierra, pero la madre
biológica es para cada uno, mientras que la Madre de Dios es para todos los
hombres, para todos los que, por la gracia de Dios, nazcan a la vida de los
hijos de Dios por la gracia.
Veamos brevemente las razones de la grandeza de la Madre de
Dios.
Por su mismo título y condición, “Madre de Dios”: María da a
luz en Nazareth a una persona y así se convierte en madre, pero esta persona es
la Persona Segunda de la Trinidad, Dios Hijo encarnado en su seno virginal, por
lo que al darlo a luz en el tiempo a Aquel que es la Eternidad en Sí misma, se
convierte en Madre de Dios Hijo encarnado.
Porque además de ser Madre de Dios, fue, es y será Virgen
por la eternidad, porque su Hijo no fue concebido por obra de varón alguno, sino
por obra del Amor de Dios, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la
Trinidad, Quien fue el que llevó al Verbo de Dios para que se encarnara en el
seno virginal de María Santísima.
Porque es la Concebida sin pecado original, un privilegio
concedido por la Santísima Trinidad a una sola creatura humana –con excepción
de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth-, lo cual quiere decir que, desde
el punto de vista humano, era el ser humano más puro, inmaculado y perfecto que
pudiera ser concebido por la Trinidad. Esto significa, entre otras cosas, que
la Virgen era perfectísima, porque no cabía en Ella no solo ni la más ligera
maldad, sino ni siquiera la más ligera imperfección y esto desde el primer instante
de su Inmaculada Concepción. La razón de este privilegio es que Dios Hijo
quería una Madre acorde a su dignidad divina y esto significaba que su Madre en
la tierra no debía estar manchada por el pecado original.
Pero además de ser concebida sin pecado original, la Virgen
Santísima fue concebida como “Llena de gracia”, esto es, inhabitada por el
Espíritu Santo, lo cual significa que su alma, su mente, su corazón, su cuerpo
todo, estaba pleno del Espíritu Santo, que moraba en Ella como en su Templo más
preciado y la razón de esto es la Encarnación: Dios Padre quería que Dios Hijo,
que era amado por Él desde la eternidad en su seno paterno con el Amor de Dios,
el Espíritu Santo, al encarnarse, fuera recibido por el mismo Amor de Dios, por
el mismo Espíritu Santo y esto sólo era posible si la creatura que habría de
recibirlo estaba colmada de este Divino Espíritu y es por esto que la Virgen
fue concebida, además de Inmaculada, como Llena de gracia.
Porque la Virgen es la Mujer del Génesis que, en virtud de
la inhabitación de la Trinidad en su Inmaculado Corazón, recibe de la Trinidad
todos sus dones, virtudes y perfecciones, por participación; entre ellos,
recibe el ser partícipe de la omnipotencia divina y es en virtud de esta
omnipotencia divina participada, que la Virgen aplasta la cabeza orgullosa de
la Serpiente Antigua, el Diablo o Satanás y lo encadena para siempre en lo más
profundo del Infierno.
Porque
la Virgen es la Mujer al pie de la Cruz que participó, mística y sobrenaturalmente,
de la Pasión Redentora de su Hijo Jesús, Pasión por la cual la Trinidad abrió
las Puertas del Reino de Dios a la humanidad caída; Pasión por la cual el Hijo
de Dios lavó los pecados de los hombres al precio altísimo de su Sangre
Preciosísima, derramada en el Calvario el Viernes Santo y cada vez en la Santa
Misa, renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz;
Pasión por la cual cerró las puertas del Infierno para quienes sean lavados con
esta Sangre Preciosísima, además de abrirles de par en par el seno del Padre
Eterno, destino final de quienes mueren crucificados con Cristo; Pasión por la
cual fueron derrotados los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio,
la Muerte y el Pecado, de una vez y para siempre, en la Cruz. Y por haber
participado, mística y sobrenaturalmente de la Pasión de su Hijo, es que la
Virgen es Corredentora, porque su Hijo es el Redentor de la humanidad.
Porque la Virgen, por encargo de su Hijo Jesús, Quien nos la
dio como Madre celestial antes de morir en la Cruz, es Nuestra Madre del cielo,
quien desde ese momento nos adoptó como a sus hijos muy amados, en lo más
profundo de su Inmaculado Corazón, siendo así la esperanza de nuestra eterna
salvación, porque si alguien es tan desalmado y desatinado como para no hacer
caso a Jesús, no dejará de escuchar, amar y obedecer a su propia Madre, la
Virgen Santísima.
Porque la Virgen es la Mujer del Apocalipsis, que defiende a
su Hijo de las fauces del Dragón Infernal y como es Madre de la Iglesia, es la
Iglesia la que continúa esta labor defensiva de los hijos de Dios, frente a los
ataques del Dragón Rojo, de la Bestia y del Falso Profeta.
La
Virgen es también la Mujer revestida de sol, descripta en el Apocalipsis,
porque el sol representa la gloria de Dios y María Santísima, por ser
Inmaculada y Llena de gracia, está inhabitada y revestida de la gloria de Dios
desde su Concepción Inmaculada.
Porque
la Virgen da a luz, milagrosamente, en Belén, Casa de Pan, a Aquel que es el
Manjar del cielo, Cristo Jesús, que se nos dona como Pan de Vida eterna en la
Sagrada Eucaristía.
Por estas y por otras innumerables razones, la Virgen es la
Mujer más grandiosa y formidable que haya existido jamás y que jamás, por toda
la eternidad, habrá nadie que pueda siquiera asemejársele remotamente.
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