Los próceres son seres humanos sumamente especiales, a
quienes la Divina Providencia colocó en lugares y situaciones sumamente
complejas y difíciles pero que, con la ayuda de esta misma Divina Providencia, estuvieron
a la altura de los acontecimientos. Nuestra Patria Argentina cuenta con el
privilegio y el orgullo de que sus máximos próceres –el Padre de la Patria, Don
José de San Martín, el creador de la Bandera Nacional, el General Belgrano, el
Restaurador, Don José Manuel de Rosas, entre otros muchos- fueron hombres de
profunda religiosidad católica, fervientes devotos y, sobre todo, fervientes
devotos marianos, es decir, piadosos hijos de la Virgen María.
En el caso del General Belgrano –como así también en el
General San Martín-, esta religiosidad –que echa por tierra tanto en uno como
en otro caso la falsa creencia de que podrían haber pertenecido a logias
masónicas, siendo la Masonería enemiga mortal de la Iglesia- se manifestaba de
diferentes formas, tanto en su vida privada, como en su vida pública. Es
conocido que su amor a la Virgen era tal, que llegó al punto de darle, a los
colores de la Bandera Nacional de la cual él es el creador, los colores del
Manto de la Inmaculada Concepción de Luján y ésa es la razón por la cual,
cuando contemplamos la Bandera Nacional, nos parece estar contemplando el Manto
de la Virgen y viceversa, cuando contemplamos el Manto de la Virgen, nos parece
estar contemplando la Bandera Nacional Argentina (por esta razón, la Bandera
Nacional Argentina es la más hermosa del mundo). Pero su devoción por la Virgen
se manifestaba también de otras maneras: por ejemplo, hacía rezar el Santo
Rosario a la tropa del Ejército Argentino; se preocupaba porque sus almas
estuvieran a salvo en caso de morir y por eso les hacía imponer el Santo
Escapulario de la Virgen del Carmen, de manera que ningún soldado se condenara
en el Infierno, tal como es la promesa de la Virgen del Carmelo a San Simón
Stock; hacía celebrar de modo regular y sobre todo antes de las batallas, el
supremo homenaje de amor y adoración a Jesucristo, el Hijo de la Virgen, la
Santa Misa.
Finalmente, el General Belgrano encomendó a la Santísima
Virgen el resultado de la Batalla del Campo de las Carreras y cuando se produjo
el triunfo del Ejército Argentino, en acción de gracias y en reconocimiento a
la intercesión todopoderosa de la Madre de Dios, en una solemne ceremonia y
procesión le cedió su Bastón de mando y la nombró a la Virgen de la Merced como Generala del Ejército
Argentino.
Los argentinos tenemos el orgullo de poseer próceres como
el General Belgrano. Si no podemos imitarlo en sus múltiples virtudes, tratemos
al menos de imitarlo en su piedad, en su devoción, en su amor a la Santa Misa,
al Santo Rosario y, sobre todo, en su amor filial a la Santísima Virgen María,
entregándole a la Virgen el bastón de mando de nuestras vidas, nombrándola la
Única Generala y Patrona de nuestras almas y corazones y encomendándole a Ella
el triunfo final sobre la batalla más importante que libramos en esta tierra, la
salvación de nuestras almas.
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