La devoción a la Virgen de la
Merced surgió como consecuencia de una aparición de la Madre de Dios, bajo esa
advocación, al Rey Jaime I y a San Pedro Nolasco, a los cuales les pidió que se
fundara una orden religiosa en la que Ella llevara ese nombre: “Nuestra Señora
de la Merced, Redentora de cautivos”. El motivo es que, en esa época, el Islam,
que había declarado la guerra al cristianismo, capturaba a los cristianos y los
mantenía encarcelados, para exigir luego una suma de dinero por su rescate. La Virgen
le pidió a San Pedro Nolasco que fundara una orden que se encargaría de
rescatar a quienes estaban cautivos por los musulmanes.
En nuestros días, si bien no se
vive la misma situación, sin embargo el Islam, en los lugares en donde es mayoría
y gobierna, prohíbe cualquier manifestación pública de la fe católica, con lo
cual se puede decir que mantiene cautiva a la Iglesia Católica en los países en
donde gobierna. Por esta razón, la tarea de la Orden de los Mercedarios
continúa, de la misma manera a como lo hacía desde sus orígenes.
Pero en nuestros días se
suman otras cautividades, mucho más graves que las de una prisión material:
innumerables almas son cautivas de múltiples vicios y pecados que los
encarcelan y los colocan bajo el dominio del Demonio y les impiden vivir la
libertad de los hijos de Dios. Así, son cautivos del Demonio quienes practican
el ocultismo, la hechicería, la brujería; son cautivos del pecado quienes viven
bajo el yugo de la drogadicción, del alcoholismo, de los pecados de la carne;
son cautivos quienes viven dominados por sus pasiones, como la ira, la
venganza, la calumnia, la maledicencia. Todos estos prójimos nuestros necesitan
ser redimidos de estas esclavitudes espirituales y la Única que puede
liberarlos, con el poder de su Hijo Jesucristo, es la Madre de Dios, Nuestra
Señora de la Merced.
Éste es entonces el sentido
de la peregrinación hacia la Virgen de la Merced: así como el Pueblo Elegido
caminó durante cuarenta años en el desierto, escapando de la cautividad de los
egipcios, para llegar a Jerusalén, la Tierra Prometida, en donde se encontraba
el Templo de Dios, así la Iglesia Peregrina se dirige hacia el Templo de Dios,
guiado por la Virgen, para pedir algo mucho más grande que solamente la salud
corporal: la Iglesia Peregrina para pedirle a la Virgen de la Merced que la
libere de las cadenas de los pecados, de los vicios, de las garras del Demonio,
para así poder vivir la libertad de los hijos de Dios. Por esta razón, la
peregrinación tiene el sentido de penitencia, no de fiesta, porque así la Iglesia
imita al Pueblo Elegido que, caminando por el desierto de la vida, quiere
llegar a la Jerusalén celestial y para eso, en la peregrinación, debe rezar y
rezar principalmente el Santo Rosario, que es la oración preferida por la
Virgen y a través de la cual se alcanzan todas las gracias que Dios nos tiene
preparadas para nuestra eterna salvación.
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