A
la Virgen María se la llama “Medianera o Mediadora de todas las Gracias” desde
muy antiguo en la Iglesia, pero es recién en el año 1921 en el que se introduce
una fiesta dedicada a la Madre de Dios, con el título específico de “María,
Medianera de todas las gracias”.
¿Qué
significa este título? ¿Cuál es la razón por la que la Virgen es “Medianera de
todas las gracias?
La razón radica en la naturaleza misma de la Virgen María:
Ella es la Inmaculada Concepción y la Llena de gracia, porque estaba destinada,
desde toda la eternidad, a ser la Madre de Dios; como tal, no podía estar
contaminada ni siquiera mínimamente con la más ligerísima mancha del pecado
original y por eso fue concebida sin pecado –Inmaculada Concepción- e
inhabitada por el Espíritu Santo –Llena de gracia-. Pero además de ser la Madre
de Dios, la Virgen tuvo el encargo de ser la Madre de toda la humanidad, porque
así lo dispuso Nuestro Señor Jesucristo, cuando antes de morir en la cruz, le
dio la Virgen a Juan por Madre, diciéndole: “Hijo, he ahí a tu Madre”, y
diciéndole a la Virgen: “Madre, he ahí a tu hijo”. De esta manera, la Virgen,
por ser la Madre de Dios, era ya en sí misma, por su misma naturaleza, la Madre
de todas las gracias, porque al dar a luz virginalmente a su Hijo Jesús, nos
daba todas las gracias, porque nos daba a Jesús, que es la Gracia Increada;
pero además, al ser la Madre de todos los hombres, era también la Medianera de
todas las gracias, porque siendo Madre celestial, se habría de comportar con
nosotros, los hombres, como se comportan todas las madres de la tierra con sus
hijos, esto es, dándoles alimentos y toda clase de bienes, y en el caso de la
Virgen, el principal alimento que Ella habría de darnos, sería la Eucaristía,
al ser Ella Nuestra Señora de la Eucaristía y Madre de la Eucaristía, y los
principales bienes que habría de darnos, sería su mediación maternal, para
obtener la gracia santificante. Así lo sostienen los grandes santos de la
Iglesia: “Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos les
demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de amor
la saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que reciben. Si
así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que podremos
esperar de nuestra Madre Santa María”[1]; “María
es el tesoro de Dios y la tesorera de todas las misericordias que nos quiere
dispensar”[2]; “Siempre
que tengamos que pedir una gracia a Dios, dirijámonos a la Virgen Santa, y con
seguridad seremos escuchados”[3].
Le confiemos entonces a la Virgen María, Medianera de todas
las Gracias, todo lo que somos y lo que tenemos, todo nuestro ser, nuestro
pasado, presente y futuro, nuestros bienes espirituales y materiales, nuestros
seres queridos y nuestro propio ser, para que Ella los colme de todas las
gracias necesarias para la contrición perfecta del corazón, para la conversión y
la eterna salvación, puesto que lo único y más importante en esta vida es la
salvación del alma, confiados en las palabras de San Bernardo: “Aquello poco
que desees ofrecer, procura depositarlo en manos de María, graciosísimas y
dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor, sin sufrir de Él
repulsa”[4].
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