La Virgen es Madre de la Iglesia porque en la Encarnación engendra
a Cristo, Cabeza de la Iglesia, cuando el Ángel le anuncia que será Madre de
Dios, y porque engendra a los hijos de Dios, que forman el Cuerpo Místico de
Cristo, en la Crucifixión, cuando Jesús le anuncia que será Madre de los hijos
adoptivos de Dios: “Madre, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 3).
María es Madre de la Iglesia porque da a luz virginalmente y
por el poder del Espíritu, a la Cabeza de la Iglesia en el Nacimiento, y da a
luz virginalmente y por el poder del Espíritu, al Cuerpo de la Iglesia en el Monte
Calvario, en la Cruz.
María, Madre de la Iglesia, ejerce para con sus hijos
adoptivos la misma función maternal que ejerció con su Hijo Jesús: así como dio
a luz a la Gracia Increada, Jesús, así da a luz a los hijos de la Iglesia por
la gracia del Bautismo; así como alimentó a su Hijo con la leche de su pecho
materno, así alimenta a sus hijos con la leche nutritiva de la Palabra de Dios
y la gracia santificante; así como alimentó a su Hijo en su seno virginal
dándole de su carne y de su sangre, así alimenta a sus hijos adoptivos, con la
Carne y la Sangre del Cordero de Dios, el alimento nutricio del cielo que los
hace crecer fuertes y robustos en el espíritu.
La
Virgen María, Madre de la Iglesia, llevó en su seno virginal por nueve meses a
su Hijo para darlo a luz y presentarlo a Dios Padre en el templo; del mismo
modo, esta Madre celestial, a los quiere hacer nacer a la vida de la gracia,
los concibe en su Corazón Inmaculado y cuando llega el momento del nacimiento,
los arropa con su Manto celeste y blanco y los lleva en sus brazos, para presentárselos a su Hijo
Jesús.
Así como solo por esta Madre y nada más que por esta Madre, vino el Hijo de Dios al mundo, así también por esta Madre, y solo por esta Madre, los hijos adoptivos de Dios subirán al cielo, porque solo a través de Ella se accede al Sagrado Corazón de Jesús, Puerta abierta al cielo.
La Virgen María, Madre de la Iglesia, vive en el Reino de la luz, y quiere llevar a sus hijos adoptivos, que viven en "tinieblas y en sombras de muerte" (cfr. Lc 1, 68-79), a su Reino, que es el de su Hijo, reino de paz, de luz, de alegría y de amor; el Reino en donde Ella es Reina y Madre, el Reino en donde el Cordero es adorado en su trono, noche y día, por siglos sempiternos, por miríadas y miríadas de ángeles y santos.
Así como solo por esta Madre y nada más que por esta Madre, vino el Hijo de Dios al mundo, así también por esta Madre, y solo por esta Madre, los hijos adoptivos de Dios subirán al cielo, porque solo a través de Ella se accede al Sagrado Corazón de Jesús, Puerta abierta al cielo.
La Virgen María, Madre de la Iglesia, vive en el Reino de la luz, y quiere llevar a sus hijos adoptivos, que viven en "tinieblas y en sombras de muerte" (cfr. Lc 1, 68-79), a su Reino, que es el de su Hijo, reino de paz, de luz, de alegría y de amor; el Reino en donde Ella es Reina y Madre, el Reino en donde el Cordero es adorado en su trono, noche y día, por siglos sempiternos, por miríadas y miríadas de ángeles y santos.
La Virgen María, Madre de la Iglesia, se comporta con sus
hijos adoptivos de la misma manera a como lo hizo con su Hijo Jesús: siendo
Niño, lo crió y lo educó; ya de adulto, lo acompañó durante el Via Crucis, y cuando lo crucificaron
estuvo a su lado sin moverse ni un centímetro de su lado. Y del mismo modo a
como no abandonó a su Hijo en los momentos más dolorosos y tristes, como los
del Camino de la Cruz, así esta Madre no desampara a sus hijos adoptivos, los
que adquirió al pie de la Cruz, y está más a su lado todavía en los momentos
más duros, dolorosos y tristes, suavizando con su amorosa presencia las
amarguras y tristezas de sus hijos, acompañándolos en el Camino del Calvario, para
conducirlos a la Resurrección.
La Madre de la Iglesia, cuando dio a luz a la Cabeza de la Iglesia, su Hijo Jesús, lo preservó del ataque del dragón infernal, quien vomitó de sus fauces como un río de agua inmunda, buscando ahogarlo (cfr. Ap 12, 15); a la Madre se le dieron dos alas de águila y voló al desierto, salvando a su Hijo del dragón; de la misma manera, esta Madre amorosa y valiente, fuerte y temible "como un ejército formado en batalla" (Cant 6, 10), salvará a sus hijos adoptivos que yacen cautivos bajo las garras del dragón, rescatándolos y evitando que sean ahogados por el inmundo torrente de agua infecta y pútrida que el Dragón arroja de sus fauces, las perversas tentaciones con las que incita al pecado; la Virgen Madre los llevará también al desierto, como llevó a su Hijo Jesús, y lejos del estruendo del mundo, les enseñará el silencio y la oración, por medio de los cuales les hablará al corazón del inagotable e incomprensible Amor de Dios.
Finalmente, el deseo de esta Madre celestial es que todos sus hijos adoptivos recorran el mismo camino que recorrió su Hijo, que de Niño se convirtió en adulto y, ya crecido, subió a la Cruz para morir y luego resucitar y así subir al cielo; esta Madre amorosa quiere que sus hijos también crezcan "en gracia y sabiduría", día a día, para que sean capaces de "negarse a sí mismos y cargar la cruz de cada día" y seguir al Calvario para morir crucificados junto a su Hijo Jesús, de manera que, muertos al pecado y al hombre viejo y destruida su muerte por la Muerte de Jesús, puedan recibir la Vida eterna que brota del Sagrado Corazón traspasado y ser llevados, resucitados y gloriosos, al Reino de los cielos.
La Virgen, Madre de la Iglesia, Madre de los bautizados, quiere que todos sus hijos se salven, y no descansa ni de noche ni de día, y no descansará, hasta ver a todos sus hijos salvos.
La Madre de la Iglesia, cuando dio a luz a la Cabeza de la Iglesia, su Hijo Jesús, lo preservó del ataque del dragón infernal, quien vomitó de sus fauces como un río de agua inmunda, buscando ahogarlo (cfr. Ap 12, 15); a la Madre se le dieron dos alas de águila y voló al desierto, salvando a su Hijo del dragón; de la misma manera, esta Madre amorosa y valiente, fuerte y temible "como un ejército formado en batalla" (Cant 6, 10), salvará a sus hijos adoptivos que yacen cautivos bajo las garras del dragón, rescatándolos y evitando que sean ahogados por el inmundo torrente de agua infecta y pútrida que el Dragón arroja de sus fauces, las perversas tentaciones con las que incita al pecado; la Virgen Madre los llevará también al desierto, como llevó a su Hijo Jesús, y lejos del estruendo del mundo, les enseñará el silencio y la oración, por medio de los cuales les hablará al corazón del inagotable e incomprensible Amor de Dios.
Finalmente, el deseo de esta Madre celestial es que todos sus hijos adoptivos recorran el mismo camino que recorrió su Hijo, que de Niño se convirtió en adulto y, ya crecido, subió a la Cruz para morir y luego resucitar y así subir al cielo; esta Madre amorosa quiere que sus hijos también crezcan "en gracia y sabiduría", día a día, para que sean capaces de "negarse a sí mismos y cargar la cruz de cada día" y seguir al Calvario para morir crucificados junto a su Hijo Jesús, de manera que, muertos al pecado y al hombre viejo y destruida su muerte por la Muerte de Jesús, puedan recibir la Vida eterna que brota del Sagrado Corazón traspasado y ser llevados, resucitados y gloriosos, al Reino de los cielos.
La Virgen, Madre de la Iglesia, Madre de los bautizados, quiere que todos sus hijos se salven, y no descansa ni de noche ni de día, y no descansará, hasta ver a todos sus hijos salvos.
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