viernes, 12 de agosto de 2016

Nuestra Señora de Guadalupe y la tilma de Juan Diego


Uno de los milagros más asombrosos de la aparición de la Virgen de Guadalupe –hay innumerables milagros, uno más asombroso que otro, comenzando por la misma aparición de la Virgen- es la impresión de la imagen de la Virgen en la tilma –poncho- de Juan Diego.
         ¿Cómo fue la impresión de la imagen? Para saberlo, recordemos que Juan Diego era un indígena, un habitante autóctono de México, que había recibido el Catecismo en edad adulto, teniendo unos cincuenta años al momento de las apariciones. Era devoto, humilde, simple, y amaba mucho a la Iglesia, a Jesús en la Eucaristía, a la Virgen y a los santos –recordemos que en tiempos prehispánicos, los habitantes de México eran paganos y se encontraba difundido entre ellos horribles cultos paganos, sanguinarios y crueles y, dentro de los más horribles y espantosos, estaba el culto al ídolo demoníaco llamado “Santa Muerte”, que ha resurgido lamentablemente en nuestros días- y cuando la Virgen se le apareció, estaba realizando una obra de misericordia, pues acudía en busca de un sacerdote para que le diera la extremaunción a su tío, gravemente enfermo. El mérito –uno entre tantos- de San Juan Diego, fue obedecer a la Virgen, aun cuando humanamente parecía algo que no tenía sentido, y era el ir a buscar rosas en la cima del monte Tepeyac, en una época –invierno- y un lugar en el que lo más factible era no encontrar nada. Como sabemos, Juan Diego obedeció a la Virgen, encontró las rosas, las cortó, las colocó en su tilma y se las llevó al obispo, como lo había pedido la Virgen y, al desenvolver la tilma para darle las flores, apareció la imagen milagrosa de Nuestra Señora de Guadalupe.

         Puesto que no poseemos, ni mínimamente, la santidad de San Juan Diego, y como tampoco tenemos una tilma, le ofrecemos a la Virgen nuestros pobres corazones para que, al igual que hizo con la tilma de San Juan Diego, imprima en ellos su milagrosa y maravillosa imagen, para que así, guiados por Ella, Nuestra Señora de Guadalupe, podremos crecer en “en gracia” (cfr. Lc 2, 52) y santidad.

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