(15 de agosto de 2013)
Luego de la rebelión de los ángeles malos, los ángeles de
Dios, los ángeles de luz, aquellos que habían combatido a las órdenes de San
Miguel Arcángel contra el Príncipe de las tinieblas y sus secuaces,
contemplaron con asombro espectáculos maravillosos jamás vistos en el cielo:
contemplaron la Ascensión del Hombre-Dios, quien luego de su Pasión, Muerte y
Resurrección, ascendía glorioso y triunfante a los cielos, para sentarse a la
derecha de Dios Padre, y contemplaron también otro espectáculo, no menos
maravilloso y asombroso: vieron en el cielo una gran señal, vieron aparecer en
el cielo, rodeada y escoltada por miríadas de compañeros suyos, es decir, de
ángeles de luz, a una Mujer, indescriptiblemente hermosa, Purísima, cuya belleza
celestial los dejaba sin palabras; esta Mujer, Toda Pulcra y Hermosa, estaba
revestida de la luz del Sol, pero no del astro sol, cuya luz en comparación con
la de esta Reina celestial era más bien una oscura sombra: estaba revestida con
la luz de la gloria del Sol de justicia, Jesucristo, el Hombre-Dios, y esta luz que era la gloria divina, originándose en el Sol celestial que es Jesucristo, inundaba su alma y de su alma se derramaba sobre su cuerpo inmaculado, el cual de esta manera quedaba transfigurado, permitiendo así el cuerpo de esta Señora Admirabilísima, transparentar la luz divina que inundaba su alma desde su Inmaculada Concepción, y esta escena les hizo recordar a los ángeles cómo Jesucristo, en el Monte Tabor, había dejado resplandecer, a través de su Cuerpo, su gloria divina, la que el Padre le había donado desde toda la eternidad; los
ángeles del cielo vieron, además, con estupor sagrado, cómo esta Mujer, uno de
cuyos títulos era “Madre de Dios”, tenía la luna bajo sus pies, en señal de que
toda la Creación, visible e invisible, estaba bajo su majestad, debido a su
condición de ser la Doncella sin mancha, la Madre del Verbo de Dios encarnado,
la Virgen Purísima y Santísima, de cuya hermosura sin par hasta el mismo Dios,
Uno y Trino, había quedado prendado, y así los ángeles supieron que esa Señora
Bellísima, Purísima, Hermosísima, Inmaculada, que ascendía a los cielos
revestida de luz y con la luna a sus pies, era también su Reina; por último,
los ángeles del cielo, extasiados de gozo y alegría ante la vista de tan
Hermosa Señora, Madre del Amor hermoso, vieron como su Rey, el Rey de los
ángeles, Jesucristo, coronaba a esta Admirabilísima Madre y Virgen, con una luminosa
corona de doce estrellas, que estaba formada en realidad por la luz de la
gloria divina, y esto lo hacía su Hijo en agradecimiento a su Madre, que tan
valerosamente lo había acompañado a lo largo del Calvario, participando de sus
dolores y amarguras, y ahora la recompensaba nombrándola Reina y Señora de todo
lo creado y Madre de la Iglesia.
Vieron
también que a esta Gran Señora, le era dada, por la mismísima Santísima
Trinidad, la participación en el poder omnipotente del Ser trinitario, poder con
el cual esta Señora habría de aplastar, al fin de los tiempos, la soberbia cabeza
del Dragón, la Antigua Serpiente, quien de ahora en más temblaría de terror y
pavor, con todo el infierno, ante la sola mención del Santísimo Nombre de
María.
Y
esto que los ángeles vieron, con asombro extasiado en el cielo, fue el día en
el que la Madre de Dios, no contaminada desde su Concepción Purísima por la
mancha del pecado original, se Durmió y, al despertar, se encontró en el cielo,
rodeada de ángeles que le hacían fiesta, al tiempo que veía a su Hijo acercarse
con los brazos abiertos, para recibirla en el cielo para siempre.
Entonces
fue que el Apóstol Juan, inspirado por el Espíritu Santo, escribió el Versículo
uno del Capítulo 12 del libro del Apocalipsis, acerca de su Madre, Incorrupta y
Virgen antes, durante y después del parto, esta frase memorable que asombró,
asombra y asombrará a los hombres hasta el fin de los tiempos, e incluso lo
seguirá haciendo por toda la eternidad: “Una gran señal apareció en el cielo:
una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce
estrellas sobre su cabeza”.
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