“Y entrando ante ella, el ángel dijo: ‘Alégrate,
Llena de gracia’” (Lc 1, 28). Mientras los hombres dan un nombre a la Madre de
Jesús –“El nombre de la Virgen era María” (Lc 1, 27)-, el ángel saluda a la
Virgen con otro nombre, dado por Dios: “Alégrate, Llena de gracia”. Para el
Pueblo Elegido, el nombre era muy importante, puesto que era sinónimo de la
persona[1].
En el caso de la Virgen María, es doblemente importante, desde el momento en
que es un nombre puesto por el mismo Dios, y porque cuando Dios pone un nombre,
realiza al mismo tiempo lo que significa[2].
¿Qué quiere decir entonces este nombre, “llena de gracia”?
Para el evangelista
Lucas, “gracia” quiere decir tanto hermosura y belleza física, externa, como
también la hermosura y la belleza interior, concedidas por el favor y la
benevolencia divina. En el caso de la Virgen María, “gracia” significa ambas
cosas, puesto que María es la creatura más hermosa jamás creada por Dios, es
Aquella que por su belleza deslumbra no solo a los ángeles sino al mismo Dios.
María es la “llena de gracia” porque todo en Ella es amor, bondad, donaire, benevolencia;
María es “llena de gracia” porque supera en hermosura a todos los ángeles y a
todos los santos juntos, y la distancia entre su hermosura y la de los ángeles
y santos es tan distante de la nuestra como dista la de Ella con la de Dios.
Pero hay algo más en el
nombre dado por Dios, y es que Dios decide darle este nombre porque María,
desde su Concepción, es ya hermosa, porque es concebida inmaculada, sin mancha
de pecado original, esto es, sin malicia, sin capacidad de pensar, desear,
obrar el mal, y no solo eso, sino que al no estar inficionada por el pecado
original, María Santísima solo piensa, desea y obra el bien, lo cual quiere
decir que solo piensa en Dios, solo ama a Dios, y solo obra por Dios y para
Dios. Y porque Ella es Inmaculada, La sin mancha, es que es también la “Llena
de gracia”, porque la hermosura resplandeciente de su Corazón sin mancha atrae
al Amor de Dios, el Espíritu Santo, que al verla tan admirablemente hermosa,
decide hacer de su Corazón su morada, y es esto lo que significa en última
instancia: “Llena de gracia”: “Llena del Espíritu Santo”. María, creada en
gracia, sin mancha de pecado original, atrae al Amor divino, que decide tomar
posesión del Corazón de María y hacer de este Corazón puro y hermoso su más
agradable morada. La creada en gracia se vuelve morada de la Gracia Increada.
¿Y nosotros? ¿No somos
hijos de la Virgen? ¿No estamos también llamados a imitar a nuestra Madre del
cielo? Por supuesto, pero aquí se nos presenta un escollo insalvable: nacimos
no en gracia, sino con el pecado original, lo cual aleja al Espíritu Santo de
nuestros corazones. ¿Esto quiere decir que nunca podremos ser parecidos a
nuestra Madre? Sí, porque la Santa Madre Iglesia viene en nuestro auxilio, y
por el sacramento de la confesión, nuestra alma queda en gracia, y por el
sacramento de la Eucaristía, nuestra alma se llena de la Gracia Increada,
Jesús. Por la Confesión y la Eucaristía, sí podemos ser como María, “llenos de
gracia”.
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