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miércoles, 18 de enero de 2012

Los misterios de la Virgen María (III)



“Y entrando ante ella, el ángel dijo: ‘Alégrate, Llena de gracia’” (Lc 1, 28). Mientras los hombres dan un nombre a la Madre de Jesús –“El nombre de la Virgen era María” (Lc 1, 27)-, el ángel saluda a la Virgen con otro nombre, dado por Dios: “Alégrate, Llena de gracia”. Para el Pueblo Elegido, el nombre era muy importante, puesto que era sinónimo de la persona[1]. En el caso de la Virgen María, es doblemente importante, desde el momento en que es un nombre puesto por el mismo Dios, y porque cuando Dios pone un nombre, realiza al mismo tiempo lo que significa[2]. ¿Qué quiere decir entonces este nombre, “llena de gracia”?
Para el evangelista Lucas, “gracia” quiere decir tanto hermosura y belleza física, externa, como también la hermosura y la belleza interior, concedidas por el favor y la benevolencia divina. En el caso de la Virgen María, “gracia” significa ambas cosas, puesto que María es la creatura más hermosa jamás creada por Dios, es Aquella que por su belleza deslumbra no solo a los ángeles sino al mismo Dios. María es la “llena de gracia” porque todo en Ella es amor, bondad, donaire, benevolencia; María es “llena de gracia” porque supera en hermosura a todos los ángeles y a todos los santos juntos, y la distancia entre su hermosura y la de los ángeles y santos es tan distante de la nuestra como dista la de Ella con la de Dios.

Pero hay algo más en el nombre dado por Dios, y es que Dios decide darle este nombre porque María, desde su Concepción, es ya hermosa, porque es concebida inmaculada, sin mancha de pecado original, esto es, sin malicia, sin capacidad de pensar, desear, obrar el mal, y no solo eso, sino que al no estar inficionada por el pecado original, María Santísima solo piensa, desea y obra el bien, lo cual quiere decir que solo piensa en Dios, solo ama a Dios, y solo obra por Dios y para Dios. Y porque Ella es Inmaculada, La sin mancha, es que es también la “Llena de gracia”, porque la hermosura resplandeciente de su Corazón sin mancha atrae al Amor de Dios, el Espíritu Santo, que al verla tan admirablemente hermosa, decide hacer de su Corazón su morada, y es esto lo que significa en última instancia: “Llena de gracia”: “Llena del Espíritu Santo”. María, creada en gracia, sin mancha de pecado original, atrae al Amor divino, que decide tomar posesión del Corazón de María y hacer de este Corazón puro y hermoso su más agradable morada. La creada en gracia se vuelve morada de la Gracia Increada.

¿Y nosotros? ¿No somos hijos de la Virgen? ¿No estamos también llamados a imitar a nuestra Madre del cielo? Por supuesto, pero aquí se nos presenta un escollo insalvable: nacimos no en gracia, sino con el pecado original, lo cual aleja al Espíritu Santo de nuestros corazones. ¿Esto quiere decir que nunca podremos ser parecidos a nuestra Madre? Sí, porque la Santa Madre Iglesia viene en nuestro auxilio, y por el sacramento de la confesión, nuestra alma queda en gracia, y por el sacramento de la Eucaristía, nuestra alma se llena de la Gracia Increada, Jesús. Por la Confesión y la Eucaristía, sí podemos ser como María, “llenos de gracia”.


[1] Cfr. Lesètre, Nom., en Dict. Biblique, t. 4; en Lucien Deiss, María, Hija de Sión, 104.
[2] Cfr. Lucien Deiss, María, Hija de Sión, Ediciones Cristiandad, Madrid 1964, 104ss.

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