La Virgen María vive,
en los cielos y por la eternidad, en un estado de continua, perpetua,
perfectísima alegría, una alegría que comenzó en el día de su Concepción
Inmaculada, pero que se hizo más viva y presente en el momento de la
Anunciación. El saludo del ángel Gabriel a María Santísima supuso para Ella el
comienzo de una alegría celestial, que no habría de terminar nunca más, ni en
el tiempo de su vida terrena, ni por supuesto en la eternidad, en donde goza
para siempre, por siglos infinitos, de esa alegría.
Al
saludarla, el ángel utiliza una expresión usada en esos días, que traducida del
griego “jaire”, significa “alégrate”, o “alegría a ti”, y si bien, como sucede
con las palabras de uso cotidiano frecuente, había perdido la fuerza de su
expresión, quedando reducida al equivalente del nuestro “buenos días”[1],
en el saludo del ángel Gabriel a María no solo recobra todo su sentido primigenio,
sino que adquiere una fuerza y un sentido que antes no tenía.
Cuando
el ángel saluda a María utilizando la expresión “alégrate”, no está usando una
expresión rutinaria, por más cortés que pueda ser: en el saludo está contenida
la causa de la alegría que anuncia, porque la causa de la alegría de la Virgen,
es el haber sido elegido por Dios Uno y Trino, por su Pureza Inmaculada y por su
condición de Llena de Gracia, para ser Madre de Dios. El anuncio del ángel
agrega entonces otro misterio celestial al misterio de María Inmaculada, y es
que su alegría no tendrá fin, ni en esta vida ni en la otra, porque ha sido
elegida para alojar en sí misma a la Palabra de Dios, que luego se donará como
Pan de Vida eterna.
Pero
el misterio de María no se agota nunca en María, como tampoco se agotan su amor
y su bondad por los hombres, sus hijos adoptivos, adquiridos por Ella al pie de
la Cruz. El amor y la bondad de María hacen que Ella quiera comunicar de su
misma alegría a sus hijos, y lo hará por medio de la Iglesia, de quien María es
Madre y Modelo.
A
través de la Iglesia nosotros, que vivimos en el tiempo, en este “valle de
lágrimas”, somos hechos partícipes de la misma alegría de la Virgen María,
porque también nosotros recibimos el mismo saludo que recibió María: “Alégrate”,
le dice el ángel a la Virgen, “porque has sido elegida por el Altísimo para
concebir al Pan de Vida eterna”. “Alégrate”, nos dice la Iglesia, “porque has
sido elegido por Dios para recibir en tu corazón al Pan de Vida eterna, Jesús
Eucaristía”.
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