San Joaquín y Santa Ana, padres de la Virgen María y abuelos
de Jesús, hacen la presentación de la Virgen en el templo, a poco de nacida. Con
esta ceremonia, consistente en llevar al niño al sacerdote del templo para que
este lo ofrezca a Dios; de esta manera, los padres de la Virgen agradecen a
Dios por el milagro de su nacimiento, al tiempo que cumplen el precepto del
Pueblo Elegido de consagrar el primogénito a Yahveh.
Sin
embargo, antes de que San Joaquín y Santa Ana presenten y consagren a la Virgen
exterior y materialmente, la Virgen ya ha sido consagrada al servicio exclusivo
de Dios, por su nacimiento virginal, sin mancha de pecado original, y por su
inhabitación por el Espíritu Santo. Habiendo sido destinada a ser la Madre de
Dios, la Virgen es pensada por la Trinidad, desde la eternidad, como templo y
sagrario de Dios Hijo, y es por esto que es concebida como Inmaculada y como
Llena de gracia. La ceremonia exterior de consagración es sólo un cumplimiento
cultual, material y exterior, de una consagración hecha no por seres humanos,
como San Joaquín y Santa Ana, sino por las Personas divinas de la Santísima
Trinidad.
Esta
consagración trinitaria de la Virgen, llevada a cabo antes de la consagración
de sus padres biológicos, convierte a la Virgen en aquello para lo cual fue
pensada, deseada y creada: para ser morada, custodia, templo y sagrario del Hijo
Unigénito de Dios en su Encarnación redentora, y esto como modelo de nuestra
propia presentación y consagración, ocurrida en el día de nuestra bautismo. Si María,
Inmaculada y Llena de gracia, fue consagrada por la Trinidad y presentada en el templo por sus padres biológicos, fue
para que nosotros, nacidos con el pecado original y por lo tanto sin la gracia
santificante, fuéramos algún día también llevados al templo y consagrados para
ser morada del Espíritu y sagrario de Dios Hijo por la gracia.
María-templo
es entonces modelo de todo cristiano, llamado a ser templo de Dios en su
cuerpo: “el cuerpo es templo del Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19): así como María es la Llena de gracia y la Inmaculada,
sin sombra de pecado original, así el cristiano está llamado a ser él también
lleno de gracia e inmaculado, por la confesión sacramental y por la imitación de
las virtudes de la Virgen María.
La
celebración de la Presentación de la Virgen debe recordarnos el día de nuestra
presentación y consagración en el bautismo -en donde fuimos
llevados por nuestros padres, por moción del Espíritu Santo-, para que cumplamos la Voluntad divina en nuestras vidas: que nuestro cuerpo
sea morada del Espíritu Santo y el corazón, Sagrario de Jesús Eucaristía.
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